CAPITULO VIII
COSTUMBRES, RECUERDOS, ANÉCDOTAS Y TRADICIONES
VESTIMENTA. Con pequeñas diferencias, casi
son las mismas de la región nororiental del país: vestir de manera corriente,
usando pantalón y camisa formales de diferentes telas y colores, menos
chillantes y, algunas veces saco, a la moda, o a la antigua, aún; su ropa
interior, calzoncillo y camiseta corrientes, sombreros de palma o fieltro, pero
la mayoría de individuos andan con la cabeza al descubierto, casi todos los
miembros de la población usan zapatos y una pequeña minoría de campesinos, a
punto del desuso total, con caites de suela y de hule, hechizos o de fábrica.
LA MODA. Ha dado un giro de ochenta grados en las últimas décadas,
sustituyendo algunas maneras de ser y objetos tradicionales de uso personal,
según el momento, por otros de mayor gusto y hasta extravagantes, dirán
algunos, como la ropa, el calzado y la forma de usar el peinado con mechones de
pelo parados embadurnados de una laca gruesa, emulando a un puercoespín
encrespado, o simplemente el pelo largo, los hombres, imitando a las mujeres, particularmente entre la juventud; como moda rimbombante fue en su tiempo también, el
peinado del “tango”, el “camino” y el
corte de pelo a la “rapa”, la “broz” y a la “flautop”, y no se diga la moda en
las mujeres con arreglo del cabello corto a lo “masculino”, uso de pelucas,
pestañas y uñas postizas, totalmente distinto a como era antes, pero lo cierto
del caso es que la moda se repite.
VESTUARIO DISCRETA. En tiempos pasados,
hasta la década de los años 30, del
siglo anterior, las mujeres usaron ordinariamente, más que todo, para
los oficios diarios, una ropa muy bonita, de tela corriente, regularmente de
“yerbilla”, que consistía en vestido de vuelo de una pieza, largo, con el
ruedo abajo de las rodillas, de repente,
con algunos adornos en el pecho y encajes, con gabacha y atavío en la cabeza
para sujetar el cabello, que en Guatemala
denominaban “mengalas” y para lucir usaban las largas y holgadas faldas
con blusas livianas, que a mi parecer hacía muy bonitas y discretas a las
mujeres. Otra costumbre o moda
desaparecida era la de almidonar la ropa exterior con una sustancia llamada
Yuquía, extraída de la yuca, que hacía lucir impecable a las personas que la
usaban, especialmente las camisas de los varones, tan tiesa que pareciera
quebrarse. Las señoras, no cualquier mujer, para salir a la calle o en un acto
público, usaban un lienzo o manto de seda fina de color negro, largo que les
cubría la cabeza, y las muchachas, un lienzo que llamaba tapado, chalina o
madrileña, regularmente de color blanco, que infundían respeto.
RITOS. Para sus ritos religiosos o para
asistir a las fiestas titulares o
nacionales, no usan ningún vestido
típico, pues no los hay, salvo los que se usan en algunas representaciones
escolares, a manera de dignificar a la raza y el folklor nacional y en los
actos luctuosos se usa el vestido corriente de color negro. Es posible que los
primitivos habitantes de alguna etnia existente, hayan usado su traje
característico, tal vez igual al que todavía usan los indígenas de algunas regiones
de Chiquimula y Jalapa: calzón y camisa blanca de manta o yerbilla color
blanco, con caites y sombrero de palma, habitantes, que considero pertenecían a
una misma etnia en toda la región.
Cuando fallece un familiar de religión
católica, lo velan con candelas y le rezan y si es de la evangélica, lo velan,
le hacen culto, con oraciones y cantos; esto es cuando la muerte no ha sido
producida por alguna enfermedad infecto-contagiosa, agraciando a los presentes
con tamales, pan, café y cigarrillos; recordando que la gente en anteriores
tiempos, amanecían en esas reuniones, patentizando su pesar y solidaridad a los
deudos, con entera sinceridad, pero ahora, no es así, pues quienes asisten, lo hacen por un rato y se
largan, la pureza de intención se ha esfumado; entreteniéndose algunos de los
presentes para pasar el tiempo, con juegos de naipes, perinolas y dados,
consternados unos por el fallecido que se vela, y a lo lejos, en la calle, los
chistes a granel.
FIESTAS NACIONALES. Se celebraban con toda
pompa y rigor, con la participación del magisterio, autoridades locales y
vecinos, rememorando cada efemérides con una reseña histórica, para
conocimiento y formación de conciencia de las nuevas generaciones, por ejemplo:
el día del árbol, se cantaba el himno respectivo en su honor, se hablaba de su
significación en la naturaleza y se plantaban cientos de especies en lugares
descampados adecuados. El 15 de septiembre, se leía el acta de Independencia y
se hacía alusión a los hechos de tan magna acontecimiento. El 20 de octubre,
por lo consiguiente, se traía a cuenta los motivos que inspiraron esa
importante gesta, etc., como parte de nuestra cultura, de tal manera que esos
acontecimientos no dejaran de tener vigencia e impacto y no pasaran al olvido,
situación que a pesar de ello, ha ido desapareciendo, más que todo el aspecto
sublime. Pero más importante aún, en todas las fiestas nacionales, para la
izada y arriada de la Bandera Nacional, se cantaba obligatoriamente el Himno Nacional,
por la concurrencia, y se entonaba por
la marimba, la banda o simple disco, la Granadera, me parece de tipo militar
muy solemne, en un su momento himno de las Provincias Unidas de Centro América,
cuya capital fue Guatemala, todo con los honores de ordenanza y un respeto extraordinario,
los hombres civiles se paraban firmes y se descubrían el sombrero y los
militares se cuadraban haciendo el saludo. Algo que no faltaba, como
complemento de la festividad, eran los magnos desfiles y bailes infantiles
supervisados por los maestros, por las tardes, y sociales para adultos, por la
noche.
FIESTAS PARTICULARES. Estas consisten en
bailes, reuniones de confianza y serenatas con motivos diversos, amenizadas
regularmente con marimba, guitarra y últimamente, conjuntos con equipos de
sonido, pero en tiempo pasado, con música gravada en discos para vitrolas y
sinfonola; algunos parroquianos lo hacían en las tabernas con música de rockola
y, las serenatas, con música de guitarra, especialmente para la novia, eran cosa
común y corriente, antaño.
LOS MOROS. En un tiempo estuvo de moda los
convites, comparsas o recorridos de moros por las calles de la población,
vestidos con trajes estrafalarios y mascaras, entonando canciones hechizas: de
burla, protesta, satíricas, críticas, haciendo paradas de casa en casa, que
tenían por objeto ejecutar algo de música, a cambio de dinero, con destino a
alguna obra social, amenizadas sus danzas con acordeón, concertina y guitarras,
costumbre no original por cierto de este pueblo, sino importada del departamento
de Jalapa, por un ciudadano oriundo de el Chaparrón, que vino a convivir entre
nosotros llamado Tránsito Cardona, algo alocado, hermano de Antonia Cardona,
dueña de comedor aquí, el que tocaba el acordeón, eventos que eran acompañados
por multitud de patojos aficionados a la jodarria. La patojada los llamaba
“moros morongos”.
BAILES SOCIALES. En el Jícaro, en épocas
pasadas, todavía por la década de los 50 del siglo anterior, existía mucha
sociabilidad, en la que fueron notorias algunas reglas del trato social,
con signos de alguna discriminación y
dureza, práctica acentuada en tiempo de
los Intendentes municipales, del gobierno de Ubico. Por ejemplo: en las
festividades solemnes: el 15 de septiembre, toma de posesión de nuevas
autoridades municipales, año nuevo, incluida, la inauguración de la feria
titular y otras, se acostumbraba realizar los llamados bailes sociales, eventos
para los que regularmente se seleccionaba e invitaba, a familias de la “high
life”, o principales, como se decía, con la exigencia de presentarse en traje formal o de gala, negando la entrada
a quien no iba vestido de ese modo, por
la comisión de recepción, regularmente de un comité, que se apostaba en
la entrada del salón, siendo muy alegres los juegos jocosos colectivos que se
armaban en estos eventos, tal como hacerle rueda a determinadas parejas o el
trencito que debía pasar por los arcos humanos o el túnel, o sea bailadores asidos
de la cintura en fila india, pasando bajo la estructura, al compás de la
música. Igual suerte de no ingreso, corría
quien llevaba “entre pecho y espalda” algunos tragos, porque para los “bolos” y para la gente vestida con
traje de paisano y quienes no habían sido invitados al baile social, se establecía las llamadas
zarabandas, en las que se “podía de todo”, y hasta machete corvo al cinto, el
hombre con la chenca en la bemba y, la
fémina, masticando chicle hasta no más poder, con el fustán de fuera,
barriéndose ambos, a brazos abiertos, de punta a punta, hasta por la madrugada,
con una goma espantosa. Recuerdo que cuando los marimbistas interpretaban el
famoso son anunciando el final del baile, no faltaban más de algún entusiasta
bailador, incluyéndome, ofrecer paga extra a los músicos para continuar la
“pachanca” por un tiempo más, pero ahora lo que prevalece son los conjuntos o
la disco, así llamados, que por lo oneroso de la paga, es difícil prolongar. No
obstante, lo importante es que los chavos lo disfrutan.
LOS REPASOS DANZANTES. Eran frecuentes y
alegres, en las casas de habitación de distinguidas damitas del pueblo, con la
presencia de jóvenes de ambos sexos, no solo para compartir amistades, sino
para aprender a bailar, al compás de música diversa en discos, pero
especialmente de la marimba Chapinlandia, en un programa radial de TGW, que se
difundía diariamente a partir de las 20 horas. Alicia Orellana y las hermanas
Morales Venegas, algunas de las anfitrionas, Julio Gutierrez Juárez y Luis
Leiva, no fallaban.
MATRIMONIOS. Considerados solemnes por ley
y la costumbre, la novia después de ser formalmente pedida por el galante
prometido, regularmente con la participación de un vecino honorable, la pareja
después de largo noviazgo parea conocerse, acudía ante la autoridad municipal a
celebrarlo, formando con los padrinos e invitados, y los mirones a la par, un
séquito selecto, en parejas, vistiendo los novios trajes especiales, el de
novia y de caballero y los acompañantes vestimenta formal, para luego, después
de casados, de regreso a casa, en el mismo orden, disfrutar de la alegre
fiesta, con abundante bebidas y comida, convertido todo, en un jolgorio, casi
siempre, amenizada con marimba pura. Los novios regularmente permanecían por
corto tiempo en el purrun, pues de pronto se les veía salir de casa o de
escondiditas, con destino a la luna de miel, la mayoría de veces, fuera de la
sede del casorio, prosiguiendo el festín con los invitados y parientes de los
novios y de algunos colados, entre tragos y fumaderas, en una época en que el
matrimonio se imponía a las simples uniones de hecho, ultimas vistas con no muy
buenos ojos por las familias.
EXIGENCIA. Cuando alguien vecino acudía
ante la autoridad, por haber solicitado audiencia, para la resolución de algún
asunto, o porque hubiese sido citado para determinada diligencia, debía el sujeto presentarse bien vestido, aunque
fuese con ropa corriente, pero incluido, rigurosamente, el saco, ya que si no
lo llevaba, tenia obligadamente que ponerse uno usado, mugroso, descolorido que colgaba en
el perchero de al lado de la entrada de
la sala del funcionario. Ese tiempo se caracterizó por el uso del saco y
el sombrero, siendo obligatorio descubrirse éste antes de ingresar ante el
funcionario, para evitar una llamada de atención, incluso, hasta de una multa.
Hoy día esa cultura o simples costumbres han desaparecido. De esto hay una
anécdota que refiera que cuando un vecino, después de haber sido atendido,
preguntaba al secretario o al propio Intendente, cuanto tenía que pagar por el asunto o diligencia realizada, éste le
respondía: “a mí, nada, el tramite es gratuito, pero si usted quiere deposítelo
en una de las bolsas de la chaqueta que cuelga en la capotera de afuera”,
hechos de los que yo dudo, por qué las autoridades de esos tiempos no eran corruptas, por el temor que le tenían
a Ubico, Presidente de la Nación en esa
época.
CEMENTERIOS. La inhumación, ya sea en
bóvedas o en sepultura, según las condiciones económicas de la familia, es la
costumbre puntual, para depositar los restos de los seres queridos que
traspasan el umbral del más allá, para cuyo efecto, existen cementerios en la
mayoría de aldeas y caseríos del municipio y, por supuesto, el de la cabecera
municipal, el más grande y urbanizado, situado en la aldea Espíritu Santo, en
donde incluso, entierran algunos difuntos de otros lugares del área rural,
según dicen, por mayor seguridad, el cual data
aproximadamente del año 1875, siendo lamentable la profanación de
aposentos y el pillaje que se ha desatado en los últimos años, de lapidas,
imágenes religiosas y otros enseres que se guardan en las capillas de los
mausoleos, por individuos inescrupulosos, en horas nocturnas, para somatarlos
por migajas económicas.
Antaño, hasta la década de los años 30 del siglo
anterior, más o menos, que yo recuerdo, era costumbre bastante común un tanto
morbosa, entre las familias proporcionadas económicamente, adquirir las cajas mortuorias
de las personas ancianas o que padecían de enfermedades terminales, que
colocaban regularmente sobre las vigas de las casas, arriba de la cama del
enfermo, en el tapanco o en otro sitio especial, hasta que llegaba el día de la
muerte, no se sabe si por previsión o alguna cuestión de índole religiosa o de
superstición. Se acostumbraba también, arropar a los difuntos con su respectiva
mortaja, mandada a confeccionar específicamente, colocados en su ataúd, a los adultos
con los brazos sobre los costados, con los ojos cerrados, y los niños, con las
manos extendidas, atadas, alzadas sobre el pecho, los ojos abiertos, lo último,
decían, como signo de santidad, para luego el velatorio correspondiente,
exactamente por veinticuatro horas, previo a la inhumación, no como ahora que
los visten con el mejor traje usado en vida y sin tantas reverencias; los niños
eran sepultados con la cara en dirección al oriente y los adultos hacia el
poniente, costumbre que aún escasamente se observa. En algunos casos, como rutina ancestral, les metían en la caja, los objetos
de uso personal más apreciados, para que fueran con ellos, en la creencia de la
existencia de otra vida después de la muerte, en otras dimensiones del
universo.
AMPLIACIÓN DEL CEMENTERIO En el Camposanto
mencionado, existen varios elegantes sepulcros colectivos construidos, y por
insuficiente, por la saturación de sepulturas y panteones, no hace mucho
tiempo, fue ampliado, sumando el terreno contiguo, propiedad de Adán Castillo
Guevara, que en paz descanse, hombre honesto y altruista, quien en vida lo
cedió bondadosamente a título gratuito para el efecto, teniendo como
consecuencia ahora, suficiente espacio para continuar las inhumaciones por
muchos años más, siendo así, que en su honroso nombre, muchos difuntos de
familias de toda condición económica, son sepultados allí; gesto de buena
voluntad que debería ser imitado por otros jicareños.
CEMENTERIOS ANTIGUOS. Se han descubierto cementerios más antiguos, en varios
lugares del municipio, pertenecientes a etnias indígenas que existieron en
épocas prehispánicas, a juzgar por los indicios encontrados, objetos de
cerámica, jade y obsidiana, así como por la forma de enterramiento de cadáveres, no en caja
mortuoria, sino en el puro suelo, envueltos en petates, repelladas las paredes
interiores de algunas fosas, se supone de gente importante, con una capa fina
de lodo, cubiertas con enormes lajas en la parte superior, lo mismo que en la
de entrada, tipo bóveda subterránea, protegidas con promontorio de piedra en la
parte de encima, que a su vez, servía de identificación, ubicados los mismos así:
en el terreno denominado “El Marquesote” en las inmediaciones del paraje “Patio
de Gallos”, que se extiende al lugar conocido como el Tempisque y lugares
adyacentes, antes y pasado el riachuelo, al oeste de la población; otro en las
cercanías de la aldea Las Ovejas, en donde antes existió la comunidad “Las Ovejitas”;
en el caserío El Jabillo, muchas tumbas; en el terreno “Las Burras”, en donde
están enterrados parientes de los antiguos dueños de la hacienda El Tintero,
del cual decían los supersticiosos que se veían luces por las noches, y el más grande, en el terreno El Mal País de
Chílo, al nororiente, sospechando que fue el primer cementerio, utilizado por
los habitantes de la comunidad, tanto indígenas como españoles y criollos, de
aquellos tiempos.
Lamentablemente, muchas tumbas han sido profanadas y depredadas por
gente malvada, en busca de reliquias, objetos de valor, piezas dentales de oro
y hasta supuestos “tesoros”, para venderlos a coleccionistas o simples
compradores de estos objetos, así como robar piezas de cadáveres parea ritos
satánicos y el llamado “polvo de muerto” para hechicerías, pues sabido es, que,
siguiendo la tradición ancestral, los muertos eran y lo son a la fecha en menor
grado, enterrados juntamente con sus pertenencias mas gustadas, como una
creencia de vida en el más allá, después de la muerte. Recuerdo el caso de una
tumba en El Paso de loso Jalapas que guardaba los restos mortales del señor
Joaquín Ayala, violentada precisamente, para robar objetos de uso personal,
incluso, su dentadura con piezas de oro, hecho delictivo, del cual tuvo
conocimiento la autoridad judicial.
En el movimiento de tierra, previo a la construcción de casas de la
colonia “La Arenera”, fue descubierto un pequeño cementerio, tal vez familiar,
con cajas mortuorias rústicas, que guardaban los restos de cadáveres casi
momificados, preservados así, se supone, por la arena seca propia del lugar, que
los preservaba. La proliferación de cementerios antiguos en el municipio, nos
da la idea de la relativa densidad poblacional desde aquellos tiempos, se sospecha, de la era
prehispánica, dispersos sus habitantes, por toda el área.
EL DIA DE LOS SANTOS. Por esa época, el
campo se engalana de bellas flores silvestres, que se entremezclan con el verde
intenso del bosque, cual manto multicolor expandido en el horizonte. Se intuyen en la distancia, las
amarillas oro, con manchas púrpura aterciopeladas….flor de muerto, haciendo
honor a su nombre y, trepados en los palos y los tunos por doquier, se observan de cerquita,
los bejucos de tulumpas blancas y moradas; florecitas misteriosas de efímera
presencia en el medio, enredadas también, en las vallas de los cementerios, en
homenaje, quizás, del día de Todos los Santos, como especial adorno mandado por
la naturaleza, para alegrar en esos
momentos, con su esplendor, el ambiente
festivo que se vive, pero también inspirar luto a los deudos que
recuerdan a sus muertos en esos, días con nostalgia….todas son florecitas de
muertos.
Para el efecto, los lugareños en
tradicional peregrinación, se dan cita desde tempranas horas, durante los días
1 y 2 de noviembre, en los distintos camposantos del municipio, vestidos de
gala en esos solemnes momentos, convenientemente chapeados y reconformados los
montículos de identificación de las
sepulturas, arruinados por la acción del tiempo, y pintados o simplemente encalados
los panteones, para rendir culto a los familiares que yacen en la morada eterna,
llevándoles coronas, chales, flecos de pino y ramos florales naturales o
prefabricados; complementada la visita, después de efectuada la decoración de
las tumbas, con algunos ritos religiosos entre familiares y amigos, que
incluyen encendido de velas, rezos y oraciones, todo lo cual, como cumplidas
ofrendas espirituales ancestrales; reuniones en las que, en la necrópolis de la cabecera municipal, en
aldea Espíritu Santo, principalmente, se convierte en amena tertulia, mucho más
visible y animada, por el reencuentro de aquellos paisanos que tienen tiempo de
no verse, quienes aprovechan el momento, después de adornar las tumbas de sus recordados
y queridos difuntos, para estrecharse las manos, saludarse, intercambiar impresiones y recuerdos de la infancia y de la
vida en general, con la participación, de repente, de pseudo mariachis, el de
los Ruano de la Tigra, no falta, que ofrecen canciones alegres y tristes a los
presentes, que también son para los
muertos, dicen los supersticiosos, siendo de admirar la actitud de algunos
deudos, como Quila Barillas y Blanca Orellana, entre otras, al hacer presencia
casi permanente en la necrópolis en altas horas, haciendo guardia y rindiendo
culto a sus seres queridos fallecidos, en esos días.
Otros noveleros adictos, se acercan a la
feria de la aldea, en las inmediaciones, siempre alegre y concurrida, que se
celebra en esa fecha, para refrescarse con agua de suculentos cocos cosechados allí mismo,
tomarse unas “chelas” bien frías o traguitos al gusto y disfrutar de lo de más
que ofrece la fiesta, incluyendo las deliciosas garnachas. Y de regreso a casa, lo acostumbrado en esos días: el
delicioso plato de fiambre, tortas de pan, conserva de chilacayote, ayote en
dulce o tierno, este último con aderezo de leche.
En las cercanías de este cementerio, en la
cúspide del malpaís, se ubican los panteones que se divisan del centro de la
población, que guardan los restos de preclaros coterráneos, dueños en aquel
tiempo de ese terreno: coronel Guillermo Peralta y los mentores Gregorio y
Lucila de esos apellidos, el primero, asesinado por su propio cuñado, un
personaje bastante intrigante, violento y por lo mismo temerario, llamado
Guillermo Gutiérrez, más conocido como “Tío Mito”, de quien se sabe, además,
que con unos cuantos tragos entre pecho y espalda, cambiaba su personalidad,
montaba su corcel pura sangre a correrlo a galope abierto, por las calles de la aldea, desafiando la endeble
autoridad que cuidaba el lugar en ese entonces, en peligro de la vida de los
residentes, quienes temerosos de ser atropellados corrían a encerrarse en sus
casas. Pareciera que el famoso jinete, “Tío Mito”, sea el personaje decidor y
fanfarrón que hablaba despectivamente de los indios de San Agustín, que refiere
el bardo José Martí, en su libro Guatemala, a su paso por esta comunidad, en
donde tomó un desayuno, a finales del siglo XIX.
En la pendiente del paraje “patio de
gallos”, fue asesinado hace muchos años, el ex Alcalde Venancio Morales Marín,
según se sabe por dificultades de tierras, personaje honorable, de familias
primitivas de la comunidad. Tanto en este lugar como en otros del municipio,
eran frecuentes las peleas de gallos con sendas apuestas en dinero y en
especie, que cumplían al pie de la letra los galleros, para evitarse las consiguientes
problemas, propias de esta clase de juegos. En este sitio constantemente se daban
reyertas derivadas de la inconformidad con las apuestas efectuadas, incluyendo
algunos fallecidos, por lo que al pueblo, dada la existencia, en mala hora, de
unos cuantos tahúres pendencieros, era conocido con el calificativo despectivo
o de mala fama, de ”el rastro”.
LOS PALENQUES. Anteriormente las peleas de
gallos eran prohibidas, por lo que se hacían en forma clandestina en lugares
apartados de la población, ejemplo, el conocido históricamente hasta la fecha
como “patio de gallos”, en el camino que conduce a las Ovejas, en cuyo lugar,
por la falta de vigilancia de la autoridad, se registraban constantemente actos
reñidos con la ley, incluidos homicidios y asesinatos, como para decir: ¿si esa
tierra hablara?, nos espantaríamos ahora. Ya en tiempos un tanto modernos, hubo
palenques de gallos autorizados y vigilados por la autoridad en la propia
población, el primero propiedad de mi padre Fidél Egberto Casasola y después el
de Carlos Barrientos, principalmente para la feria, a los cuales concurría
mucha gente de adentro y fuera del municipio, como simples espectadores y
famosos galleros locales, como Fidel Roldán, Rogelio Casasola, Manuel Oliva y
Julián Hermosilla, este último experto en el amarre de navajas, así como
jugadores de otros lugares del país, a hacer fuertes apuestas y disfrutar del
eufórico evento, por supuesto, ya con la cultura que reclama el juego de la
apuesta; lugar en donde los gallos
muertos que habían sucumbido en las peleas, se conseguían regalados o se compraban
baratos, para guisar en “chicha”, en las propias cocinas o champas de la feria,
la de Lipe Carioca, especialmente, actividades en las que no faltaba de
metiche, pero necesario en el grupo, Nefta Guerra, para contar sus mentiras.
COSTUMBRES DESAPARECIDAS. Es de lamentar,
que muchas de las costumbres de antaño, mantenida por años por la feligresía
católica, con ocasión de la Semana Santa, como lo eran los sanos y simpáticos
juegos de azar simulados (porque no se apostaba dinero), solo se ganaba el
producto de la propia cera, que se practicaban en el atrio de la iglesia de San
Cristóbal Acasaguastlán, y en la nuestra tiempo después, hayan desaparecido. Me
refiero a las chapas de cera de colmenas silvestres, y las apuestas llamadas
“paradas”, que se hacían con porciones o bolitas de esa sustancia, con dados
improvisados, tabas de huesos de animales, especialmente de vacas y marranos,
perinolas, o simples granos de maíz, señalados el anverso con un puntito de
cera que identificaba el “gana” y el lado limpio el “pierde”, los cuales eran
los instrumentos de juego y, la cera, el objetivo de las apuestas, que inducían
a los participantes a pronunciar las
emocionantes expresiones de la jerga popular, propias del pasatiempo: “culos”,
“carnes”, “pinta”, “pares”, “mete”, “saca”, “todo”, “nada”, etc., queriendo con
ello, la juventud, representar simbólicamente, la venta infame que el apóstol
Judas Iscariote, hizo del señor Jesucristo, según la religión católica; juegos
tradicionales que venían practicándose con mucha pasión desde el inicio de la
época de los corregimientos y curatos, pos conquista de Guatemala.
LA CERA. Para ese efecto, con bastante anticipación,
cada año, la patojada y hasta gente adulta, se aprestaba a castrar más de una
colmenea silvestre de rica miel medicinal, ya fuera de las llamadas “negro”,
“doncella”, “talnete”, “shuruya”, “cushushso”, “chelero”, etc., para obtener un
regular “bojote” de esa materia, que también se comerciaba, que les era
menester para participar en aquellos divertidos juegos, que desaparecieron
pasados los años, tal vez por la falta
de interés de los organizadores de esas celebraciones, pues en manera alguna esa
diversión, es ahora igual que antes. Pero la cera se utilizaba también para
colocar el cabo a los machetes y como cataplasma caliente para extraer espinas trabadas
en el cuerpo.
MI PASIÓN. En lo que a mí respecta,
valga el recuerdo, cuando íbamos a traer
leña con mi querido pariente Clodomiro Gutierrez, en tanto él se dedicaba a
cumplir lo que tenía que hacer, yo, lo hacía castrando cuanta colmena
encontraba a mi paso o tenía vigiada, por el vicio de acumular cera, volando
machete alrededor del enjambre, logrando miel y cera, dándose el caso, que
cuando Clodomiro venía de regreso con su tercio de leña, aún estaba yo luchando
por terminar mi travesura, y éste malhumorado por tan larga espera, muchas
veces me dejaba, pero yo necio, de regreso todavía, aprovechaba el tiempo para
bañarme en el río, y cuevear una que otra piedra, en busca de cualquier molusco
o peces, para acompañar con el almuerzo que me esperaba, de suerte que esa
travesura casi siempre era fructífera, pues en las cuevas de los talpetates
casi siempre habían cangrejos, camarones o mojarras, los cuales cocinaba
asados.
De lo anterior tengo una anécdota, y es
que, en cierta ocasión, acompañado de Chus Espinoza, en un potrero de los Ruíz,
del otro lado del río, castramos fácilmente una colmena, que vivía en el hueco
de la copa de un longevo guayacán, de abejas mansas, de miel gruesa, algo
verdosa, parecida al aceite de carro, sabrosa, eso sí, no sé de qué clase era,
pero el asunto fue, que de la mucha ingesta que se resbalaba de los labios,
resultamos mareados y con dolor de estomago. En la misma oquedad de la colmena
castrada, del citado árbol, tiempos después, atrape un enorme tecolote que
llevé a casa, luego de haberme arañado en el forcejeo, no recuerdo si lo
comimos.
BARRILETES. En igual forma, desapareció la
costumbre de volar barriletes gigantes, de hasta cinco metros de altura,
fabricados de vara de chimilile, papel periódico y engrudo, a cuya pita de
volado se le adosaba en la punta inferior un manojo de monte apelmazado que
llamábamos “mamacho”, especie de agarradera, con el cual se jugaba la divertida
“soltadilla”, que consistía en correr a toda velocidad jalando hacia adelante
contra el viento el barrilete encumbrado, para luego soltarlo con ímpetu hacia
arriba el “mamacho”, para ver quién de los participantes agrupados atrás, lo agarraba,
para luego este en carrera veloz nuevamente,
volver a soltarlo y así sucesivamente, se compartía el juego con la muchachada, escapando de
pronto más de uno de los involucrados, de ser arrastrado por la fuerza del artificio.
Lo divertido era que, de repente, cuando
el barrilete estaba en su máxima altura, la pita a pesar de su grosor y
resistencia, de hamaca o rede, se reventaba y el cometa, así llamado también,
iba a parar a tantos kilómetros de distancia o trabado en algún árbol, pero de
inmediato corriendo algunos del grupo iban a destrábalo para traerlo de nuevo a
la pista de juego y si no había avería, continuar volándolo. Y así,
emocionadamente, la palomilla practicaba este divertido juego, que llamábamos
“soltadilla”, aparte de los telegramas que enviábamos a la cara del barrilete,
en las alturas. Expertos en la fabricación de estos juguetes eran los hermanos
Chew, Tavo y Augusto.
ALUMBRADO. Durante los regímenes de línea
dura, anteriores a la revolución de 1944, ante la carencia de energía eléctrica
en la comunidad, era costumbre forcivoluntaria, el alumbrado por los vecinos
del frente de sus casas de habitación, hacia la calle, con lámparas de gas con mecha, hechizas o adquiridas
en el mercado y, en pocos comercios, con lámparas de gasolina a presión de aire, de la marca Coleman, un
verdadero lujo de alumbrado en esa época, que los vecinos hacían colgar en la
parte superior de la puerta principal de entrada de las viviendas, de siete a
las nueve de la noche, bajo pena de multa para quien desobedecía esa ordenanza,
aparte del alumbrado interior con candiles o quinqués, ocote o candelas, tiempo
que aprovechaba la juventud en la calle para los diversos juegos de la época,
como el “casco de las mulas”, “piispisigaña”, “pimpin”, “cucuco”, “arranca
cebolla”, “ la tenta”, y “el adivino-adivinador”,
entre otros, algunos de los cuales todavía se practican, ya que a partir de la
última hora citada, al sonar del gorgorito, por la soldadesca en principio,
cuando habían comandantes locales y la policía después, en tiempo de la
Revolución, todo mundo a recogerse en sus casas, pues nadie podía andar en la vía pública pasada esa
hora, salvo causa de fuerza mayor, una emergencia, por ejemplo, una fiesta o un
velorio, en que el ir y venir de las
personas era libre, ya que de lo contrario tenía que dársele cuenta a la
escolta, que patrullaba por los contornos del poblado; medida drástica que los
vecinos consideraban normal y que para
la gente honrada no coartaba el derecho de libre locomoción, porque todo
eso evitaba problemas.
FOGATA. Enfrente de la guarnición, en una
época, por las noches, se encendía una fogata que era mantenida y atizado constantemente por el soldado de turno, para
mantener la llama viva, a efecto de alumbrar convenientemente los alrededores
del edificio municipal y la comandancia, sitio al cual se acercaban algunos
friolentos parroquianos para compartir la tertulia y tomar calor con la presencia
de cuentistas de vocación como Nefta Guerra, algunos jodiéndose poniéndose
apodos, desde luego que dicha reunión hasta las nueve de la noche, porque
llegada esa hora, se cumplía lo que
indica el refrán: “calabaza, calabaza, cada quien para su casa”, a dormir, pues
el “toque de queda” había llegado y los agentes del orden a cumplir la ronda acostumbrada durante toda la noche, por
turnos, con silbatos de gorgorito por todos lados.
EL BARRIDO. En tiempo de los Intendentes de
Ubico, a falta del servicio público de limpieza, era obligatorio para los
vecinos, el barrido de la calle, en frente de sus casas, so pena de multa en
caso contrario, por lo que a buena mañana, principalmente las amas de casa,
cumplían casi al unísono esa labor, con escobas especiales improvisadas
llamadas de patio que no jalaban tierra, solo basura, fabricadas de palma
real, “escubilla” o en último caso, de
manojos de varejon de “ronrón” atados
con pitas, simulando una escoba, o de cualquier otra planta silvestre, algunas
echando previamente una regadita para minimizar el polvo, práctica que
prevalece a la fecha, solo que ahora en
forma voluntario y no a “puro tubo” como lo imponía el régimen de la época y se
limita la quema de basura en la calle, como antes se hacía, por la cultura que
se va adquiriendo de proteger el medio ambiente.
BOTICAS. En la localidad existían varias
farmacias, en las que además de la venta de medicamentos de marca y genéricos,
se preparaban químicamente, algunas medicinas, esencias de valeriana,
ipecacuana, esencia maravillosa y purgantes, atendidas por un boticario
examinados con licencia para ejercer, sobre conocimientos y aptitudes en la
materia, que recetaba, ponía inyecciones y lavativas, en la propia farmacia o a
domicilio, de las cuales, una, debía
permanecer estrictamente de turno por las noches. Las recetas
tradicionales consistían en medicinas como la tintura de ruibarbo, píldoras de
vida del Dr. Ross, píldoras Reuter, alcanfor, laxol, aceite de castor, ricino,
sal inglesa, sulfato de soda, magnesia Philips, entre otras. Se recuerda a
Enrique Eisin Pineda, Isauro De León, Ricardo Paz y Luis Pineda. Actualmente
hay dos de esos negocios, que surten de medicinas mejoradas al vecindario, con
recetas de profesionales las doctoras Elisa Carranza Casasola e Iris Flores, entre otros.
LA ANÉCDOTA del párrafo precedente es que,
cuando uno de patojo estaba padeciendo de alguna dolencia y observaba venir
cerca de casa a cualquiera de los farmacéuticos mencionados, con la cajita de
su equipo en mano, corría a esconderse, para no ser víctima de la
aplicación del medicamento o tratamiento
recetado, especialmente de las dolorosas
inyecciones, en prevención de haber sido contactado sigilosamente por los
padres.
PRÁCTICAS MILITARES. En esa misma época,
rigurosamente los días domingos, las reservas organizadas realizaban sus
prácticas militares, para cuyo efecto, sus integrantes, ciudadanos que
oscilaban entre 18 y 30 años de edad, se congregaban, no se crea que
voluntariamente, frente a la plaza pública, unos 200 milites, más o menos,
procedentes de todos los comunidades del municipio, para ser entrenados en
diversos ejercicios de ese ramo, por oficiales de la localidad, que culminaban
a veces, en severos castigos, a los reservistas, a la menor “metida de pata” o
indisciplina, por los superiores jerárquicos, entre quienes se contaban a:
Tránsito Ruíz, Simón Carranza, Efraín Peralta, José Ángel Falla, Esteban y
Fidel Roldán, Tránsito Orellana y otros, quienes a su vez, eran entrenados por otros oficiales que
venían de la Jefatura Política Departamental, entre quienes se recuerda a un
oficial de escuela que llamaban Gironcito, radicalmente cruel, en función
también de instructor, con los soldados que no cumplían bien sus ejercicios o
castigos pateándolos o estrellándoles
sin la menor compasión el fuete en cualquier parte de su cuerpo, incluidas las
palabras obscenas y que posteriormente fue ascendió a coronel y con el tiempo
nombrado gobernador departamental. Loso oficiales locales eran rígidos también,
pero más complacientes. Claro, era una época de dictadura.
Las prácticas se iniciaban en la calle
principal, enfrente de la sede de la comandancia local, enfilando hacia el
campo de foot ball, portando los reservistas fusiles de madera con los que
hacían sus simulacros, y los oficiales descritos, de todos los grados, de línea
por supuesto, menos de generales, debidamente uniformados, con su equipo
completo, por lo menos su espada y charreteras, se exhibían arrogantes ante la
soldadesca que entrenaban y vecinos mirones, para cuyos milites habían también
prácticas de tiro al blanco en el improvisado polígono de la arenera, en el
potrero Las Burras, en la hacienda El Tintero. Lo cierto es que la plaza, como
se le llamaba al centro cívico local, era súper alegre en ese día.
ROMPAN FILAS. Esas reuniones
multitudinaria, las reservas, alegraba sobre manera el vecindario, pues a su
término, uno de los oficiales de la tropa emitía la siguiente voz de mando: “rompan
filas” y al instante se armaba el desparpajo de voluntarios, todos alborotados
de un lado para otro, en franca gritería de contento; momentos que aprovechaban
comerciantes, a la espera. para la venta callejera de sus productos,
especialmente manjar, arroz en leche, dulces de leche, tamalitos de chipilin y
frutas, favoreciendo el comercio en general; no
sin antes despertar el apetito de algunos de los reservistas, después de las prácticas, de pasar por las cantinas del pueblo, a
echarse un copetín, y otros que se
quedaban en plena furia, a dormir la
mona.
AUMENTAN LAS PRÁCTICAS. Esas prácticas
fueron más intensas en todo el país, desde el momento en que el gobierno del
general Jorge Ubico, creo por patriotismo, le declaró la guerra en el año 1941
a la república de Alemania, por diferencias de fincas en territorio nuestro,
ocupadas por ciudadanos de aquel país especialmente en Cobán, Alta Verapaz. De
esto último hay una anécdota que dice que cuando el gobierno Alemán, después de
haber recibido la declaratoria respectiva, buscaba en el mapa del orbe, la pequeña
república de Guatemala para contestar el requerimiento, una mosca se posó
casualmente, sobre el lienzo que aguardaba el mapa, tapando el punto preciso de
identificación de nuestro país, y no siendo posible por tal motivo, la localización
del objetivo militar, prácticamente su inexistencia, aquella república, una
potencia mundial de gran tamaño físico y militar hizo oídos sordos de tal
reclamación, quedándose a la zaga de todo, evitando con ello una posible
confrontación.
COMIDA TPIPICA. La comida cotidiana, en
tres tiempos bien definidos: desayuno, almuerzo y cena, es la misma que se degusta en las regiones del
centro y nororiente del país, complementada, de vez en cuando, con un asado de
cecina en brazas de carbón de encino, y pescado del Motagua y, de repente, uno
que otro choricito perfectamente elaborado con receta casera. La típica, consiste
en chicharrones en el desayuno y caldo o cocido de res con verduras y yerbas,
en el almuerzo, regularmente el domingo, la carne guisada y las hilachas; claro
está, que hay mucha gente pobre que no alcanza a comer ni siquiera algo de lo
mencionado, pero ahí la van pasando con guineos mojonchos, animalitos de monte,
yerbas silvestres y pescaditos del Motagua. Antes los alimentos se cocinaban
con leña, en hornilla formal construida de adobe o ladrillo, el práctico
trébede o simplemente tres piedras a cierta distancia para sentar las ollas.
HOMBRES CÉLEBRES Y CHISTES. En este pueblo,
como otros, existen personas que por su
rara manera de ser, sin maldad, pero con gracia, se convierten en célebres personajes, que se hacen acreedores del
cariño y admiración de sus congéneres, a quienes se les admira en vida y se les
recuerda en su ausencia, a algunos por su habilidad para contar cuentos y
chistes, cuando en los velorios, por ejemplo, se reunían y aún, varios grupos,
uno que asistía a acompañar a los deudos en su dolor y participar en los ritos
religiosos, otro a participar en los juegos de azar y el último al relato y
escucha de cuentos picantes y chistes,
así como a ver qué galgueaban, todo por una
antigua costumbre de años, a los que no faltaban Neftalí Guerra Portillo
y su hijo del mismo nombre, pero comúnmente ambos llamados “Neftas”. El primero perteneciente a los Guerra que
procedentes de San Pedro Pinula, Jalapa, vinieron a radicarse a este pueblo,
junto con otros de dicho lugar, de profesión carpintero. Lo divertido del caso
era que estos dos buenos conciudadanos, cuando el padre, por ejemplo, estaba en
el uso de la palabra contando el cuento o el chiste, de pronto irrumpía el hijo,
con aire de sabelotodo y su habito característico de sacudir el suelo con su
sombrero antes de sentarse, en cuclillas, motejándole: “eso no es así papá,
sino así”, “mira que no es así”, que sabes vos baboso, metiche, le contestaba
aquel, y así se enfrascaban en estéril discusión, optando don Nefta, algunas
veces, por retirarse del grupo, ante tal
persistencia, dejando que Nefta hijo, continuara con el relato de las mentiras
o verdades que lo animaban y disfrutaba, máxime cuando le compensaban con sonoras carcajadas de quienes lo escuchaban,
que lo hacían sentirse grande en la materia; siendo de todas maneras el pupilo,
muy servicial y célebre, por su manera de ser, muy dado a la compra y venta de caballos, y reparador
de zapatos de profesión, pero no muy bien portado en casa y así muchos
cuentistas se congregaban en las afueras, un tanto retirado de la sala de
velación para no interrumpir y dar rienda suelta al propósito que los animaba,
de contar chistes a granel, a cuales mejores, ante la multitud que ávidos los
escuchaba con las consiguientes
carcajadas hasta no más poder.
Ocurrentes lo fueron también, aunque con mayor
chispa: Víctor Juárez Canahuí, Pancho Orellana, Modesto Romero y su hijo Rigo,
Alfredo Vargas, Gilberto Marroquín, Alberto Cermeño, como lo son actualmente:
Plácido Saavedra, Víctor Hugo Orellana, y otros, quienes con su ingenio, amplio
repertorio de frase y expresiones cómicas, cuentos y chistes, hacen a pasar a
sus espectadores ratos de esparcimiento
y reír a carcajadas. Beto Marroquín, el de las mil caras, con una serie de
muecas, expresiones y sonidos parecidos a los que se atribuyen, ahora, a los extra terrestres, un
cómico nato, que acaparaba la atención colectiva. Por ejemplo, no pensaba en
nacer Michael Jackson, cuando este divertido paisano ya bailaba casi con el mismo estilo de este,
como anunciando esa nueva y novedosa danza y queriendo abrirle anticipadamente
las puertas de la fama al desconocido bailarín, en ese tiempo, después rey del
Pop; secundado por Rigo Romero con esos raros movimientos, en las parrandas y
hasta en rueda pública, en época aún conservadora, con el riesgo de pecar de
“deshonestos”, pero lo importante era que hacían reír, hasta no más poder, al
más serio y despreocupado de esas cosas.
Hombre célebre por su manera de ser, fue
también Carlos Barillas y Barillas, hombre bueno, solidario e incansable
trabajador, se desempeñó como buzo reparando algún desperfecto a profundidad
del mar, en el muelle de Puerto Barrios y fogonero de patio del ferrocarril en
ese lugar. Ya estando aquí jubilado, no se perdía velorio, solo que a
diferencia de los demás, no chistaba palabras y casi siempre
permanecía estático el tiempo que duraba la velación, pues raras veces se
sentaba, y cuando se pasaba de tragos, sin ofensas para nadie, recitaba casi de
memoria los acontecimientos de la vida nacional e internacional, de los que estaba perfectamente
empapado a través de la lectura de periódicos y escucha de noticias, especialmente
de los acontecimientos de la segunda guerra mundial, a la que dicho sea de paso,
le siguió la pista hasta el final. En una
de sus simpáticas expresiones, refiriéndose a ciertas mujeres presumidas,
llenas de babosadas, solía decir: “hay mujeres que andando paren y dicen que
son doncellas, pásenselas a Barillas a ver que hace con ellas”, en alusión a su
fama de su relación con las féminas.
“EL AGUACERO”. De los anteriores, Alfredo
Vargas, Víctor Juárez y Modesto Romero, tres simpáticos chingones del pueblo,
que tenían a flor de labio el intercambio de las bromas y chistes, a manera de
dimes y diretes, a veces burlescos, que se jugaban entre sí y con sus demás
compinches, que alcanzaba también a la gente inadvertida, eran amigos
inseparables en las buenas y en las malas, quienes dejaron como recuerdo un repertorio
de ese entretenimiento y buenas maneras de pasar el tiempo, entre otras, la
siguiente anécdota: se cuenta que en cierta ocasión, los susodichos querían curarse la “goma”, de
la borrasca del día anterior, y ante la escasez de centavos para ese propósito,
idearon visitar al Tesorero, su amigo “tío Lecho”, así llamado cariñosamente,
para “venderle un aguacero”, ¡imagínese el estimado lector!,… un “aguacero”, cosa inaudita dentro de las cosas
posibles de hacer, que inventaron, pues tenía días de no llover y estaba
haciendo mucho calor, y poder así solucionar el “problema” que les agobiaba, y
enterado el supuesto comprador del objetivo, en principio los mandó al carajo,
indicándoles: ustedes están locos “babosearme quieren”, pero reiterada la
petición, con la astucia que caracterizaba al grupo, con expresiones suaves de
“no sea malo tío lecho, no nos deje morir, mire que le vamos a hacer falta”, y
caída en gracia la oferta a su interlocutor, y luego de disfrutar todos de la
broma a carcajadas sueltas, al final, con paciencia y elucubrando sobre el
insólito pedido, sacó su billetera aquel buen hombre y los favoreció con un par de “chemas” para la compra de
varios “trinquis”, con valor de 0.35 el octavo en ese tiempo, suficientes para
volverse a embolar, de suerte que esa tarde, coincidentemente, llovió a
“cantaradas”, después de varios días de no caer ni gota. ¿coincidencia o favor
de Dios?.
GATO POR LIEBRE. Otra anécdota de Nefta
hijo, da cuenta, que, don Ladislao Guerra, hombre respetable y tío suyo, no lo
podía ver ni en “pintura”‘por las constantes babosadas e irregularidades que
éste mantenía cometiendo y por “shute”, motejándole acerca de su forma de ser y
haciéndole reflexiones para que enmendara su proceder, lo que naturalmente molestaba a aquél. Tan era así
qué cuando Nefta llegaba al lugar que su tío solía frecuentar para conversar
con sus amigos, pláticas en las que también él quería participar, por lo cual lo tildaban de entremetido, lo echaba o
se iba don Lago del lugar, en señal de desprecio.
Un día de tantos, cansado Nefta, de los
desaires de su tío, a quien por cierto le fascinaba la carne de conejo, se dijo
así mismo: “me voy a vengar de mi tío, le voy a “meter gato por liebre”, y en
efecto, así fue, echó manos a la obra, se acordó que en la “usha”, en el abajadero de la Juana
Ventura hacia el río, casi siempre tiraban gatos muertos; encontró uno, lo peló,
lo limpió, le quitó la cabeza, y los pesuños a fin de borrar todas las formas de un animal de su
clase, simulando por el contrario, un “conejo pelado”, y fue en busca de don
Lago, a quien encontró en el lugar de
costumbre, la rampa de la estación del ferrocarril, que servía de lugar de
tertulia, juntamente con Elías Saavedra, Manuel Orellana y Manuel Mejía, y
bastante sonriente, con cara de patojo travieso, alzando con la mano derecha el
cuerpo del animal, le dijo: tío mire, mire,…. lo que conseguí, se lo vendo, se
lo doy barato, a lo que el tío emocionado respondió ¡caramba muchacho, ve que
conejaso… te rayaste!, ¿donde lo cazaste?, lo maté con la honda en el chagüite
siempre pensando en usted, respondió, trato hecho te lo compro, ten dos
quetzales y llévamelo al comedor de la
Juana, para que me lo hagan guisado hoy mismo para la cena, correcto dijo
aquel, asunto arreglado, pensó, ahora me toca a mí.
A los pocos días, Nefta, se apareció de
nuevo, en la rampa de la estación, en donde estaba don Lago y el mismo grupìto
y tratando de complementar su venganza, tapándose la boca con una de las manos empezó
a imitar los maullidos de un gato,
expresando: “miau”, “miau”, “miau”, y los presentes sorprendidos y a la vez
molestos, se preguntaron y “este baboso” que se propone ahora, a lo que don Lago con la autoridad que consideraba tener sobre aquél
dijo: “qué pretendes, porqué ese miau, miau y miau, ¿acaso eres animal?,
contestando éste, no tío, no lo soy, usted es ingenuo, “¿no me diga que no ha
caído?, pues a decir verdad, es la mofa vengativa que le vengo a hacer, de mi
dulce engaño, por el gato que se comió anteayer, en vez de su apetecido conejazo,
de los que gusta, tal vez así deja de joderme tanto, y enfurecido don Lago le
dice: ¡caramba!, perverso, ¿qué me has hecho? Y bastón en mano lo corre por los
alrededores de la estación y Nefta de huida a lo lejos continuaba:
“miau…miau..miau”, tío Lago…
BENIGNO RUIZ. Buen hombre, polifacético,
muy simpático en su manera de ser, de los meros tatascanes de los Bordos de
Barillas, pariente de todos la buenas gentes que andan por allí, que hacía reír a la humanidad con su profesión
de payaso, guitarrista y cantante en circos que transitaban por la República,
pero cuando estaba disponible fabricaba y vendía chupetes a la “patojada”,
siempre dispuesto a provocar carcajadas con
sus frases de hilaridad, pues era muy divertido y, de repente, se le
veía remendando y soldando trastos a domicilio, como célebre fue también el mil usos Carlos Carcache, igual que el
anterior guitarrista y cantante, pero también cerrajero quien de pistolas
viejas fabricaba rifles y escopetas para la cacería de animales de monte. De
los Bordos, también recuerdo, a dos célebres personajes, los hermanos Salomón y
Manuel Falla, buenos chingones amigos, lo mismo que David García, de aquí del
pueblo, a quien apodaban el “licenciado chimpa”, quien con sus jerigonzas
imitando el inglés, hacía reír a la
gente.
En forma distinta, fueron también visibles
en el pueblo: Lauro “manisiquia” o “calanguquia”, como el mismo se bautizaba,
con su propia jerigonza, era divertido e inofensivo. Beltrán, quien muy joven
quedó afectado de su sistema nervioso,
debiendo usar muletas para poder caminar, pero así, reflejaba en su rostro la
alegría y el deseo de trabajar como vendedor en el mercado y Caliche Gálvez, a
pesar de su parálisis, fue un luchador por la vida, en el destace de marranos y
no se diga Mario Riley, dispuesto siempre a brindar su amistad a todos, con su
peculiar forma de ser. Los descritos, a pesar de su invalidez, se mostraban alegres con sus dicharachos a punta de lengua
dispuestos a compartir amistades.
SAMUEL VENEGAS. Célebre Jicareño, hermano de Toño y Manuel de
ese apellido, para mayor referencia, dejó bien parado su nombre en su paso por la vida, con sus
travesuras juveniles y aún de adulto, por lo cual ha sido recordado por varias
generaciones. Se cuenta que una vez en
la estación del ferrocarril, estando sentados varios “patojos” sobre un tonel
sin una de las pequeñas tapaderitas de
encima, aparentemente vacío, de los que
llegaban como encomienda a ese servicio. Por pura picardía, Samuelito como le
decían cariñosamente, dejó ir en el fondo del mismo, una colilla de cigarro,
por lo cual dicho recipiente de inmediato
se incendió por los gases y residuos de alguna materia inflamable que
contenía, posiblemente sobrantes de aguardiente, acumulados en su interior, a
consecuencia de lo cual exploto y voló por los aires juntamente con los que estaban
sentados sobre el mismo, quienes entre alaridos cayeron al suelo y dicho
objeto, se alzó violentamente rompiendo el techo de la estación lanzándolo
varios metros, cayendo de regreso a media vía férrea, de suerte que la broma no
pasó a más, solo el boquete que dejó en el techo por el impacto, el enorme susto y
pequeños golpes a los traviesos. De lo anterior
hay una anécdota que nos cuenta, que cuando tío Samuel, el telegrafista del
pueblo, padre de Samuelito, alguien que vio lo ocurrido, le fue corriendo a
avisar, diciéndole: ¡don Samuel…don Samuel!, su hijo Samuelito, sufrió un gran
accidente, está tirado a media línea del tren,
respecto de lo que el informado, en lugar de asustarse como era lo
normal, fríamente respondió: “Anda de vuelta a ver si este chingado está muerto
y me venís de nuevo a avisar”, dando la impresión con ello, que el accidente en
sí no le merecía mayor preocupación, por las constantes diabluras que el “muchachito” inaguantable vivía
cometiendo.
Este hiperactivo personaje, deliraba por la
comilona de gatos caseros, los que criaba y engordaba a propósito, para cocinarlos a la mejor receta, lo mismo que
por las iguanas de agua y garrobos. Esta práctica arraigada desde su infancia
de niño travieso, la llevó hasta Tiquisate, Escuintla, cuando por mucho tiempo
se desempeñó como alto empleado de la compañía frutera, manteniéndolos en
jaulas especiales, por lo cual también era admirado por sus compañeros de
trabajo, a quienes en ocasiones, ofrecía el suculento manjar, de la vianda que llevaba de almuerzo a la
oficina, que algunos no melindrosos compartían, cuyo menú con el tiempo se hizo
popular en el área de trabajo y fuera de ella, por lo que muchos compañeros la
solicitaban comprado, situación última que me relató con detalles un ex
compañero de este raro e ilustre hijo del pueblo de costumbres exóticas, que
conocí por casualidad.
BUENOS SOLDADOS. Hubo en el pueblo dos
personajes: Humberto Arriaza Castillo y José Ovidio Casasola Venegas, quienes
inmediatamente de cumplir sus 18 año de edad, reglamentarios, junto a otros
muchachos, fueron reclutados para ingresar en el Ejército Nacional y en
atención a su buen porte, pues eran altos y robustos, además de ser buenos caballistas,
fueron escogidos para formar parte del “Escuadrón de Caballería” del cuartel
Guardia de Honor, al mando del entonces Comandante, Mayor Francisco Javier
Arana, ascendido este después a Coronel, elementos estos que por su buen
comportamiento, llegaron a merecer confianza de su jefe, al punto que, cuando
este militar integró el Triunvirato que derrocó al presidente provisorio del
país, Federico Ponce Váides, para dar paso a la revolución del 20 de octubre de
1944, por propios méritos, los nombró como sus ayudantes personales,
continuando como tales, cuando el citado militar, asumió la Jefatura de las
Fuerzas Armadas, en el gobierno del doctor Juan José Arévalo Bermejo, en cuyos
puestos estos recordados jicareños tuvieron importante participación de secreto
militar, en hechos que determinaron la situación política de la época.
En la escaramuza que dio como resultado la
caída del régimen Poncista, falleció el joven Rodrigo Guerra Orellana, un buen
muchacho inteligente, hermano del célebre Nefta, y Eleuterio García, “Micoteyo”,
Nando y César Venegas se escaparon de
puro milagro de sufrir algún daño dentro de la refriega, todos paisanos, de alta también, pero en otro cuartel. Una
anécdota nos refiere que César Venegas, siendo agente de la Guardia Civil en
la capital, con servicio de tránsito en
la 18 calle y 6ª. Av.,Zona1, le impuso una sanción de tránsito al Presidente
del Congreso en ese entonces, el mayor Marco Antonio Franco Chacón, de
Teculután, quien a pesar de los ruegos del funcionario para que se la revocara,
mantuvo aquél su criterio, lo que le valió una felicitación de sus jefes
superiores y recuerdos de don Maco, cuando ya había dejado el puesto, cada vez
que miraba al “colorado”, como él le decía, en sus venidas a nuestro pueblo.
LA FANFARRIA. Un grupo de jóvenes
inquietos, allá por los años 50 del siglo pasado, decidimos organizar una banda
de música, para alegrar el ambiente del
pueblo, “muy famosa por cierto”, integrada por Ricardo Paz Carranza, Guillermo
Pineda, Clodomiro Gutierrez, Samuel Duarte Pineda, Placido Saavedra, Rigo
Romero, Alberto Cermeño, el más viejo Gilberto Marroquín, gran imitador de sonidos
de instrumentos musicales con la boca, como director, y el que esto escribe,
pero ¿creerán los estimados lectores, que los artilugios eran los de una banda
de verdad: Saxofón, trompeta, clarinete, etc., por ejemplo?, púes fíjese que
no, eran nada más y nada menos, que cachivaches
viejos de cocina: sartenes, platos, ollas y tapaderas de estas y galones, con
la cual nos manteníamos jodiendo la pita, con ruidos acompasados, matando el
tiempo y haciendo reír a un grupito que nos seguía, casi siempre en la tienda
de la gran amiga Carmen Chávez, en tanto otros vecinos, nos rechazaban por la
bulla, la cual se mantuvo vigente por generaciones posteriores, hasta su
desaparición.
RICAS FRUTAS. La infinidad de frutas de las
huertas de doña Rumalda, Taco Torres; los sandiales y melonares del chagüite;
los uvales del Tintero, de Silvia Gutierrez, Elías Saavedra; toronjales de Licha Barillas, jocotales de
doña Olivia Morales, cocoteros a lo largo de las calles de la población,
repletos de frutos, y demás sitios con diversidad de éstas, incluyendo
mangales, toda esa gama de cosecha tropical, despertaban la tentación y el
antojo de algunos traviesos, para penetrar de escondidas a hueviar, como en
efecto lo hacían, en la oscuridad de la noche, o de día, si se podía, saltando
cerca, para llevar unas cuantas de esas delicias y hasta racimos de
“mojonchos”, para saciar la galguería o por gana de joder, exponiéndose el
sujeto de repente, al famoso ”tiro con sal”, de escopeta cuache de tubo, de
moda en ese tiempo. El lema era: fruta vista de día, fruta cogida de noche, y todo por la facilidad que uno tenía de entrar de día en
esos lugares, como Juan por su casa, para vigilar el rollo y preparare la
matatusa, dada la costumbre de confianza que prevalecía, manía que se repetía a
través del tiempo de generación en generación, por travesura juvenil, según se
sabe.
TENTACIÓN CRUEL. Hablando de esos “quehaceres”, resulta que en la
pulpería de mi abuela Elena, en aquellos
tiempos, era frecuentada por ratas y ratones. Para su exterminio, o por lo
menos diezmarlas, les ponían trampas prensadora o de golpe, como se les llama,
con cebo de carne o queso, bocadillo apetitoso, a efecto
de que el bicho al llega a comer, al mínimo contacto, destrabara el pin que la sujetaba y
al instante el animal quedara atrapado, la que ponían de noche en el mostrador.
Resulta que los roedores no llegaron a comer esa noche, quedando intacto el
llamativo bocado, y a buena mañana llegó de compras, un patojo súper travieso,
quien al ver el “pedazón” de queso atado a la trampa, se le hizo agua la boca y pensando, en su hambre se dijo: “esto
no se come todos los días, lo aprovecharé, me pertenece”, y no pudo contener la
tentación, mirando nervioso para todos lados, a escondiditas, evitando el menor
ruidito, de modo que no lo pudieran descubrir, alargó la mano, tomó apresurado el bocado, con intención de
comerlo, con tan mala suerte, que al nada más meter el anular y el índice de la
mano derecha, le fue prensada por la tremenda trampa, que llevó colgando consigo, gritando por toda la
calle: Ay, mi manita…Ay, mi manita, quítenme esta babosada, me muero. ¿Averigüe
usted paisano, quien fue este personaje?, después viejo conocido del barrio,
padre de honorable familia.
EXPRESIONES DE ANTAÑO. En el trato familiar,
todavía por los años 30 del siglo pasado, era frecuente en algunas personas
decir “tata” al padre y “nana” a la madre, así como “tatita y nanita” a los
abuelos, expresiones latinas aunque usted no lo crea, y en el trato a
particulares “señor y “señora”, designaciones muy particulares para personas
muy respetables, que incluso, exigían que así se les llamara, cuando alguien
intentaba decirles de otro modo, costumbres ahora desaparecidas; también se
usaba el “ña”, “nía”, nía Juana, por ejemplo, para referirse a una señora.
También se escuchaban inapropiadamente algunas voces como: “aloiste”, por
oíste, “dentre”, por entre o pase adelante, “apiése”, por apéese, ”ancina”, por
así es, “vide”, por vi, “humar”, por fumar, “naide”, por nadie, “caído”, por
caído, “pieces”, por pies, “mesmo”, por
mismo, para llamar a la puerta a una persona se decía “maría”, concebida
contestaba la requerida, “ush papo”, indicaba desacuerdo y chis, asco, puchis,
a la puchica, a la puerca, denotaba admiración, etc., asumiendo que muchas
palabras de antaño formaban parte del lenguaje castellano, algunas mixtificadas
con lenguas aborígenes y que dejaron de tener vigencia con el aparecimiento del
idioma español, convirtiéndose entonces en regionalismos, ahora casi en desuso.
ENRIQUE CARRANZA y su grupo. En la aldea
Las Ovejas nació un personaje llamado Enrique Carranza, hijo de buena familia
del lugar, pero por un azar del destino, tuvo que emigrar con otro de sus
parientes, a la república de México, en donde vivieron por muchos años,
regresando con el tiempo a su aldea natal, luego del cambio de gobierne de
dictadura a democracia, pero lo curioso y divertido del caso fue que ya no
vinieron vestidos a lo chapin, sino a lo “charro mexicano”, como se exhibe en
las películas, con su sombrero y traje característicos, pistola al cinto, con
botas federicas y, montado el primero, en su cabalgadura adiestrada, a cual mejor
presumido ejemplar al trotar, -costumbre
y estilo que quisieron imitar otros parroquianos, sin logro posible-, solía venir
al pueblo, regularmente por las noches, con uno o tres más de sus amigos, en
busca de “traídas”, a echarse unos tragos, a oír canciones rancheras en las rockolas
o simplemente a babosear, y ahí paraba todo, era buen amigo, campechano, salvo
algunas ráfagas de tiros que disparaba en la
salida del pueblo rumbo ya a casa, aunque unos pocos vecinos le tenían
miedo, especialmente los elementos de la Policía Nacional, sin haber razón para
ello. Pasado algún tiempo, fue asesinado en su propio lugar de origen.
ANÉCDOTA DEL TEMA ANTERIOR. Una anécdota
refiere, que en cierta ocasión, la Policía Nacional Civil local al mando de un conocido Mayor del
Ejército, paisano nuestro, recibió de la superioridad una orden de captura en
contra de dicha persona, preguntándose el milite, a sí mismo: Puchis, y ahora
que hago, temeroso de lo que pudiera ocurrirle si se enfrentaba al problema; de
pronto recapacitó y díjose “esto es mejor arreglarlo con inteligencia y
estrategia, no vaya a ser que me salga el tiro por la culata”; tomó el
telegrama y se dirigió a casa de Quique, en Las Ovejas, y le manifestó “mira
quiquito, entérate de este telegrama, sabes que soy de armas tomar y no te
quiero hacer daño, voy a venir con la escolta a simular tu captura y vos te
escondes, porque tanto mis superiores como subalternos están ojo al Cristo
pendientes de lo que yo disponga sobre tu captura”, a lo que aquel ni lerdo ni
perezoso aceptó. Pues bien, un día de tantos, el jefe de la subestación, dice a
sus subalternos: “muchachos, ¡Atención Firmes!, manos a la obra, alístense con
todos sus bártulos que vamos por la captura de Carranza”, y en efecto, se
armaron hasta los dientes y enfilaron para la aldea, y al llegar. el jefe
Saavedra a la cabeza de los captores se adelantó fusil y pistola en manos
diciendo con voz sonora: “Enrique Carranza, la policía le habla, venimos por
usted, ríndase, no me vaya a comprometer, me entendió, está sitiado, de lo
contrario derribaremos la puerta para un cateo”; a cuyo requerimiento, salió
una hermana de Quique y le dijo: El no está, pase adelante don “fulano”,
entraron, simuló el cateo y dijo: “ya vieron muchachos que no está ese jodido,
me privé del deseo de aprehender esa pesada presa”, y los policías admirados
comentaban, ¡caramba!, que valiente el jefe, que arrojo, nunca había visto esto
en mi larga permanencia en la institución, yo venía con algo de miedo, de plano
que si logra su captura lo van a
ascender, le dice el uno al otro. Y qué, Quique en el tapanco, estaba que ya
soltaba risa, viendo y escuchando la pantomima que se ofrecía.
CUATRO CUENTOS DE UN TIRÓN. Son de la
inventiva inteligente de los paisanos Víctor Juárez Canahuí y Alfredo Vargas
Barillas, sin mencionar el nombre de los protagonistas, por economía de tiempo
y por razones obvias, pues bien:
1) El papá le dice al hijo mayor, hombre “patojo”,
ponte pilas, ayuda con la comida, anda al monte, ahí cerca de la orilla del
río, a buscar lorocos, para que tu mamá nos haga unos tayuyos para la cena, y
el muchacho salió apresurado de la casa en busca de tan apetecido bocadillo. Al
cabo de una horas, el enviado regresa corriendo sin nada, con las manos vacías,
y al preguntarle el padre por el encargo que le dio, tartamudeando le dice:
fíjate papá no encontré lorocos, por qué las matas todavía están floreando, a
lo que el padre respondió: baboso, no te das cuenta que el loroco es una flor.
2) El dueño de la carnicería y cine, a la
vez, le dice a dos de sus hijos, como de costumbre, que fueran a avisar al
vecindario que para el momento acostumbrado, es decir, en el destace del día y
exhibición de película por la noche, iba a haber carne de res gorda y cine con
película chistosa o divertida, a manera de propaganda, a efecto de captar
mayores ingresos. El caso es que según el autor del chiste, los patojos por
andar jodiéndose uno con el otro, en la calle, jugueteando, por no estar en sus
cabales, pensando en lo que tenían que hacer, en su locura y trabalenguas,
invertían el aviso y decían: “avisamos a usted vecino, que hoy por la tarde
vamos a tener carne de vaca chistosa, y
cine gordo por la noche”.
3) La madre le dice a sus hijos: vayan al corral
a traer caca seca de vaca para hacer humo y ahuyentar los sancudos en la noche.
Aquellos obedeciendo la orden, se apersonaron al lugar indicado, a donde
avistaron unos bueyes echados, no vacas, y a su regreso dando cuenta del
mandado, dijeron:”fíjese mamá que no trajimos caca de vaca, porque solo hay de
bueyes”, en referencia a los bueyes que habían visto antes, a lo que la madre
respondió: No se dan cuenta mocosos que el estiércol de vaca es lo mismo que el
de buey, ingenuos; y,
4) Unos amigos llegaron a traer a su casa a
un su cuate, de entrañable amistad, super delgado, parecido a una culebra
parada, para irse a tomar unos tragos, y con el consentimiento de su mujer
María, se fueron al mandado y no al retozo. El caso es que a las pocas horas
regresaron, ya de noche, beodos todos, a casa de doña María y uno de los amigos
tocó la puerta diciendo: doña María, doña María, aquí le tramos a su marido,
como se lo prometimos, a lo que ella respondió: no quiero abrirle, por castigo
que duerma en la calle ese jodido, pero ante la insistencia de aquellos. Dijo:
buenos pues, métanlo por debajo del quicio de la puerta, en referencia a la
complexión escuálida de aquel, a lo que uno de los amigos ripostó: puchis doña
María, ¿ni que fuera corbata o correspondencia?, peor que eso es ese bolo, dijo
la doña, es una píltrafa, alfeñique, desgarbado, que cabe hasta en el ojo de
una aguja de costura, métanlo pues. Por supuesto que todo era una broma, de
ambas partes, como si se hubieran puesto
de acuerdo.
BALSAS. El Motagua, tiempos atrás, tenía
mucho más agua que ahora, podía decirse que era caudaloso para la pequeña
navegación, habiéndose avistado como consecuencia, por de la década de los 40
del siglo anterior, en diversas ocasiones, lanchas de motor desconocidas con
personas a bordo, recorriéndolo de arriba hacia abajo y viceversa, largo
trayecto, pasando por El Jícaro, tal vez de turistas o investigadores
extranjeros, lo que representaba una novedad para los lugareños. Por aparte,
las canoas tradicionales que prestaban
un servicio público, traídas de astilleros del departamento de Izabal, eso sí,
a puro remo, y de las famosas balsas que grupos de muchachos traviesos
armábamos con maderos secos de sauce, amarrados los largueros y travesaños con
lazos y mecates, en lugar determinado, río arriba, regularmente a la altura del
caserío Los Chagüites y la vega de Olivia Morales Marín, para luego dejarnos
venir trayendo encima nuestra leña, subidos
todos sobre la misma, guiada por el impulso de sus no muy tranquilas aguas,
disfrutando del paisaje acogedor del majestuoso río y sus alrededores, cuales
navegantes emulando las hazañas de valientes descubridores de tierras extrañas,
por lo menos en la imaginación…, los “marineros de agua dulce”. Las
“tripulaciones” regularmente la integrábamos: Clodomiro Gutierrez, Ricardo Paz,
Plácido Saavedra, Guillermo Pineda, Adán de León, Oscar Espinoza, mi hermano
Ranulfo, yo, y otros, que se sumaban a
la aventura, cuyos eventos no siempre tenían el éxito deseado, porque muchas
veces las repentinas y fuertes crecientes del río, nos sorprendían, no nos permitía
desembarcar normalmente y se las arrastraban con todo lo que traíamos, incluidos chuchos y
machetes, aunque los animalitos y nosotros, siempre nos salvábamos, por ser
buenos nadadores, lo demás era llevado por las fuertes correntadas, con el
sentimiento de algunos, de haber perdido sus pertenencias.
ME ESCAPÉ. Para la combustión, en ese
tiempo, solo se conocía el ocote y las candelas para alumbrar, aún cuando ya se
usaba el gas metano en lámparas y candiles, en pequeña escala, así como la leña
para la cocción de alimentos, la cual
estaba disponible en el astillero municipal del Sitio de Jesús, a donde se iba
a traer para el servicio doméstico y a veces para vender, pero algunos vecinos
lo hacían clandestinamente en terrenos particulares, cuyos dueños lo permitían
de hecho, sin mayores reclamos, salvo que se perjudicaran cercos o se botaran
árboles importantes. La finca el Tintero o los del otro lado del río, de don
Gabriel Ruíz etc., por ejemplo, eran lugares a donde acudíamos, especialmente
la patojada, a traer nuestro manojo de leña, casi a diario, unos por necesidad
de esa materia prima y otros por ir a joder, como en el caso mío, que más iba
por botar panales, castrar colmenas silvestres, o cuevear en el río, aunque a
mí mamá, no le caía mal un tercio, de vez en cuando, lo mismo que Yemo Pineda.
Pues bien, una vez, se fueron Yemo, Clodomiro Gutierrez, Oscar Espinoza y su
hermano Chus y otros, a traer leña en terrenos de los Ruíz, con tan mala suerte
que fueron aprehendidos y llevados con los manojos del producto extraído, a puro mecapal, al Juzgado de Paz de San Cristóbal
Acasaguastlán, se suponía para ser castigados, pero la sorpresa fue que
no, los hechos solo sirvieron de broma e
hilaridad para el Alcalde Juan Gutierrez y empleados, que además de ser buena
gente, era tío de Clodomiro e íntimo amigo de don Héctor, papá de Héctor
Guillermo, con la advertencia, eso sí, entre risas, de no reincidir y que ahí
quedaba todo. Yo me escapé esa vez porque ya sabía del problema, pues días
antes me había amenazado una hija del dueño, quien quiso quitarnos la leña que
traíamos, junto con Lacho Godínez y Raúl el Choquito, de quien este último, jamás supe
el apellido y después, de su paradero.
NUESTRA DISTRACCIÓN. El río ha sido siempre
para propios y extraños, un sitio de amena distracción, con su enorme playa y
sotos adyacentes, piedrecitas de distintos formas y colores, denso arenal con
sus granos simulados de oro y demás componentes del reino mineral, que nos permitía
ir a jugar en las noches de luna, al compás del croar de las ranas y demás
ruidos exclusivos del ambiente nocturno. Durante el día a admirar su vegetación,
cundida de upayes, sauces, chilcos, jaguayes, capulines y arbustos de “galero”
y “panecillos”, con sus frutas amarilla y rojas, de agradable sabor, formando
exuberante bosque, que invitaban en pleno sol abrazador, en el cenit, a buscar
su acogedora sombra, para una siesta estimulante y reparadora, en la sabrosa hamaca,
prendida del tallo de gruesos maderos,
disfrutando de la brisa que ofrece el entorno, amenizada con el murmullo de las
torrentosas y frescas aguas fluviales y el trino agradable de bellos pajaritos
propios del lugar, todo en un ambiente acogedor de sosiego espiritual; guarida también de variedad de animalitos
monteses, con su usha cercana, llena de pececillos para el sustento, que
hábiles lugareños cogían en cualesquiera de las formas de pesca acostumbradas,
especialmente en época de turbia, sumergiendo y sacando el canasto repleto de
butes y pepescas, costumbre que aún se sigue practicando por la facilidad que
representa, cuyo ambiente, excepto la usha, sigue siendo el mismo.
¡Ah!, pero de vez en cuando, se jugaba a lo
de “Tarzán”, emulando a aquel personaje
de las películas y su compañera “chita”, con su característico grito de
“aeaeaeea...”, descolgándonos el supuesto personaje, de los gruesos bejucos que
colgaban de los enormes y tupidos sauzales, cual jungla africana, con éxito unas
veces, pues se alcanzaba la meta de lanzamiento deseada de enormes mecidas de
árbol a árbol y, otras, con tremenda caída, al instante mismo del reventón del bejuco, pero ¿qué cree usted?,
salíamos ilesos, nos recibía una alfombra de arena cargada de partículas de
talco y de oro que nos servía de colchón; esto último del metal amarillo, es
para adornar el párrafo, únicamente.
RUMBO AL RÍO. Para llegar al río, en ese
entonces de límpidas aguas cristalinas, que invitaban al fresco chapuzón, o
refrescar la garganta con tremendo sorbo, se hacía por cinco amplios caminos
perfectamente identificados, que permitían el paso de carretas de bueyes y en
algunos de ellos, hasta de camiones,
rumbo al otro lado, usando un vado que regularmente se formaba en época de
verano, y que arreglaban a propósito los empleados de la finca “La Cajeta”,
compartidos dichos caminos a lo largo del pueblo, conocidos como: “el motor”,
“poza del zarco”, “Juana Ventura”, “el rastro” y “la quebrada”. Sin embargo,
ahora, solo hay uno, el mismo que conecta con la carretera del atlántico
pasando por el puente. Las mencionadas servidumbres de uso público,
desafortunadamente han sido cerradas por vecinos inescrupulosos en contubernio
con Alcaldes de turno, para ganar adeptos, quienes además, han autorizado construcciones
en lugares prohibidos, restando espacio físico a la población, como sucedió con
otros caminos del pueblo que fueron tapados, para dar paso irresponsablemente a
la edificación de pequeñas casas de habitación, perjudicando el libre acceso a
terrenos particulares del interior, al sur de la localidad, en la colindancia
de los herederos de Leopoldo Juárez, hacia el cerro, incluso, el parcelamiento
que se hizo de la extensa playa del río Motagua, que nos priva hoy, de
recorrerla libremente. Conceder solares para construir casas obstruyendo
caminos públicos, aunque sea para gente pobre, no contiene.
BUENAS GENTES. Antaño era frecuente la
solidaridad humana, y se podía observar fácilmente cuan dadivosa era la gente
para obsequiar algo de lo que tenía, especialmente frutas en tiempo de cosecha,
de tal manera que si eran mangos, elotes, melones y sandía criollos, era casi
seguro conseguir algunas unidades o manos para calmar el apetito, no había
egoísmo, pero a alguien cuyo nombre no menciono por ser parte del más allá,
pasó por la milpa de tío Lecho Venegas y
haciendo eco de la amistad, dispuso
cortar unos elotes que metió en una rede hasta el copete, enterándose el dueño
inmediatamente de tan grande perjuicio, pues no solo lo vio pasar con la carga
a memeches sino por el montón de matas
tapiscadas encontradas. A los pocos días llegó el hurtador con el dueño, como
se acostumbraba y le dice: “Tío Lecho le
aviso que le pasé robando unos elotitos, por lo que le que vengo a darle cumplidas gracias”, a lo cual,
aquél molesto respondió: ¡Elotitos será!, enterado estoy, que por poco te
llevas toda la cosecha, se te fue la mano hijueputa; la próxima vez te “rempujo” tiro con sal, mañosazo, recabrón,
pero no crea el lector que eso iba en serio, por el contrario, era una manera
de reaccionar con una broma, ante lo cual, ambos soltaron tremendas carcajadas, por qué ese era el “rollo”, hacer
chiste de las cosas, sin maldad. Emilio Vargas Morales, el querido “cutucho”,
solía pasar por las milpas de los amigos, solo que en distinta forma, juntaban
fuego con otros amigos y asaban los elotes en el propio lugar de los hechos, la
diferencia era el exceso de unidades que se comían, pues según dicen se
contaban hasta diez mazorcas devoradas por persona tal, los olotes encontrados,
como evidencia del perjuicio. Lo mismo ocurría cuando esas plagas pasaban por los mangales, eran pepitales las
que dejaban
TRAVESURAS DE PATOJOS: En los pueblos, casi
siempre hay grupitos de amigos que se reúnen a determinada hora, especialmente
por la noche, para la tertulia, hacer
planes formales y, de repente, hasta lo que se les viene en gana, pero sin maldad o
sea simples diabluras. En el nuestro había uno, integrado más o menos por cinco
elementos, cuyos nombres se omiten por razones obvias, ya que algunos todavía
andan visibles vivitos y coleando, jodiendo por allí. Pues bien, trajeron a
cuenta que en las cercanías de la estación del ferrocarril de Cabañas, había
una plantación de cocoteros que siempre se mantenían repletos de cocos, pues al agente de estación, Abraham Ayala, no le
interesaban, nunca los cortaba y los vecinos tampoco, por la abundancia de esta
fruta en la localidad, de tal manera que terminaban secándose en el árbol. Un
día de tantos, alguien del grupo, sugirió la idea de ir a “hueviarlos”, y previos los
consensos del caso, decidieron viajar a aquél lugar, para hacer corte general
de esta delicioso producto, proveyéndose de redes, lazos y machetes, y burlando
a la tripulación del tren rápido de las ocho de la noche, para no pagar pasaje
y mayor disimulo, montaron en una de las plataformas vacías anexas. Sin
ahuevarse, como que era suyo aquello, cumplieron allá su cometido y de regreso,
en la misma forma con tremendo cargamento, abordaron un vagón vacío del tren rápido,
de la una de la madrugada, que procedía del norte, y luego de haber concluido
con tan arriesgada misión, ya en casita, tranquilos, manos a la obra en la
repartición del botín, tantos gajos de cocos para cada uno, de suerte que a
algunos no les interesaban los cocos, pues lo hacían solo por chingar la pita.
Pero lo divertido del caso era que, cuando el grupo “roba cocos” estaba
desintegrado, para variar, lo hacían aquí mismo en el pueblo, uno o dos de los
socios, en los cocoteros de la calle propiedad
de alguno de los mismos o de sus
parientes, como en efecto acontecía, aprovechando la oscuridad de la noche,
bajaban los gajos de tan apetecida fruta. Al descubrirse la travesura al día
siguiente, no otra cosa quedaba al socio robado, que pensar en sus propios compinches, como autores
del hecho, diciendo: “este no fue más que el hijo….de fulano de tal”, por la
fama que tenía, o sea que no se perdonaban entre ellos mismos, pues se robaban
entre sí, haciéndose patente el refrán
que dice: “ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón”.
PENSAMIENTO LOCO. Cuando escribo estas
líneas, pasa por mi mente, la idea, de que ya es tiempo de mi regreso al pueblo
natal, para pasar los últimos años de vida, pero también con el ánimo de seguir
luchando y disfrutando de la misma, de la naturaleza tan linda, al lado de
seres queridos que aún viven y de la
paisanada en general, con quienes nos identificamos sin necesidad de mayor
contemporización y referencias, reconociendo, sin pecar de pesimista o de que estoy
próximo a colgar los tenis, como se dice en el caló popular, que es hora ya, de
ir buscando la morada eterna, tras largo
bregar por tierras lejanas en busca de la santa subsistencia, pues no se crea
que la vida en otros lugares es cosa fácil, hay que vencer una serie de obstáculos
de acomodamiento. Pero lo cierto es que quiero regresar a mi pueblo, para
volver a ser niño y adolescente, por lo menos en los recuerdos y dictados de mi pensamiento, a efecto de dar
paso al sino de la naturaleza, en calma, asumiendo que la infancia es la etapa
más bonita de la vida, sin problemas aunque se caiga el mundo.
CARRUAJE TEMERARIO. Augusto, el hermano
menor de los primeros Chew del pueblo, era bastante ingenioso, lo demostró con
la hechura, de desperdicios de fierros y alambres viejos, de una especie de carruajes
tripulado, con varilla de dirección, asientos, ruedas de madera gruesa;
que llevábamos a jugar a las lomas del
potrero de las ”Burras”, en el Tintero, el cual subíamos a lo más alto de las
lomas que aun existen, para luego dejarnos venir a toda velocidad, dos o tres
montados, hacia las planicie, contentos, sanos y salvos algunas veces y, otras
tristes ‘por las consiguientes golpes y raspones de las tremendas somatadas
recibidos. Los usuarios teníamos que contribuir para el mantenimiento, incluso
grasa de motor para las ruedas.
CREENCIAS Y MITOS. Como legado de
culturas ancestrales, algunas personas,
en minoría, como en
cualquier lugar, son supersticiosos y creen
en la existencia de seres extra naturales, en la hechicería y en los espíritus malignos dispuestos a causar mal,
como la llorona, la siguanaba, el cadejo, el diablo, el duende o sombrerón, por
lo que muchos buscan a los llamados curanderos
y brujos para qué a través de la magia
de sus ritos, les receten remedios y pociones de cualquier
origen, que hagan ceder a sus dolencias, o brebajes para causar daño a otros y
aún cuando aquí no hay brujos, por lo
menos declarados, si existen algunos supersticiosos. Anécdota. Por invitación,
siendo Alcalde del pueblo, tuve la oportunidad de estar en una sesión de brujería,
de una curandera, que vino de la capital, por cierto paisana, hermana de
Eleuterio García, en una casita en la ”trepada” de don Loncho a Buenos Aires, y
cuando empezó el acto, frente a un altar con santos, velas encendidas, una
cubeta de agua y manojos de ramas verdes, supongo de chilca, haciendo la
hechicera, una sarta de muecas, retorciendo su cuerpo para un lado y para el
otro, con oraciones y trabalenguas, sudorosa del meneo y el calor, se detuvo, indicando
que no funcionaba el trabajo, porque entre el grupo presente había alguien que
tenía metales ocultos y que ello no permitía la llegada de los espíritus, por
lo que al hacer una requisa, me cayó a mí la chibolita, pues en efecto portaba
un revólver, que creo me había visto ella antes y sin más explicaciones me
invitó a abandonar la sala, pero de
seguro fue por desconfianza, para que no me diera cuenta del engaño de su actuación, por mi condición
de autoridad, pero desde afuera escuché los gritos y la “molotera” que ahí se
armó, ignorando si alguien de los presentes obtuvo resultados positivos.
LOS CIRCOS. Antaño, ante la ausencia de
otras diversiones, digamos jocosas, porque veladas para la presentación de
pequeñas obras de teatro, siempre las habían, aunque alumbrada la sala y el
escenario, antes de la llegada de la luz eléctrica, con lámparas de gas, contrario
hoy día, en que hay muchas distracciones, incluida la televisión, por lo que
era cosa común, la presencia casi seguido,
de circos que se hacían acompañar, además de buenos artistas, de animales
extraños, que gustaban mucho a la gente, especialmente a los niños.
Recuerdo al elenco del negro Nelson, con su
magia e ilusionismo y la bailarina exótica, su guapa y escultural esposa
Paca, con sus movidos ritmos caribeños
al estilo mambo y cha cha cha, en ropas
menores, que dejaba con la boca abierta a la concurrencia, especialmente a los
adolescentes varones; el “Circo Guatemala”, del famoso payaso Pirrin, que hacía
reír al más serio; el de los “Hermanos Ponce”; el “Hermanos López”, bajo la
dirección de “Tarzán López”, acróbata famoso que presentaba “El salto de la
Muerte”, que provocaba momentos de suspenso en la muchedumbre, y otros, que incursionaban con el propósito de
deleitar a los residentes e ir pasando la vida, de pueblo en pueblo, con su
variado repertorio de humorismo por divertidos payasos, como “Pirrin”,
“Tomatío”, “Cepillín”, etc.
¡Vinieron “volatines!, decía la patojada
locos de contento, y en el desfile o paseo acostumbrado, previo a la función,
en concurrida procesión desfilaban, detrás de la “vieja nalgona”, personaje
visible en la propaganda del circo, que llevaba promontorios de trapos en el
trasero, simulando enormes pompis, profiriendo alusivas coplas, que animaban
el evento, y a quien se jodía por la chiquillada, tocándole las nalgas
postizas a lo largo del recorrido,
respondiendo ella con ademanes y palabras chistosas, corriendo a los patojos,
pegándoles con una regla especial de varios pliegues, inofensiva e indolora, que llevaba en las manos, bajo la gritería de
la multitud acompañante y el sonar de un estruendoso tambor.
Ya en la mera función, en la pista, cada
cual, presentaba los actos de su especialidad, cuyos intermedios eran amenizados
por la marimba local, y muchos jóvenes galantes, pero gafos, para poder
ingresar y ver el espectáculo, si no lo hacíamos de otra forma, por ejemplo.
“colados”, por debajo, levantando la manta de la carpa que lo circulaba, por
lugar no vigilado, sujetándose el intrépido a que lo descubrieran y lo sacaran, asariado ante la multitud, o lo que era más decente, claro está, prestando sus servicios, cargando para
adentro, entre cuatro, cada una de las dos marimbas, el violón y la batería, a
elección del director o cualquiera de los marimbistas, por supuesto, ya que el
entremetido debía tener cuello o caerle bien, para que ello fuera posible.
Por esos tiempos ingresaban de paso
también, caravanas de ciudadanos gitanos
o húngaros, así les decía la gente, ofreciendo sus prácticas de adivinación de
la suerte y la hechicería, quienes como los anteriores, encontraban respuesta
económica favorables para medio pasarla, todo lo cual era novedad para los
parroquianos, y a algunos artistas, como les gustaba lo bonito y la solidaridad
del pueblo, se quedaban a vivir por temporada, de donde salían a trabajar a
otros lugares cercanos.
ANECDOTA. De lo anterior hay un caso muy
simpático, y es que en una de esas funciones, cuando la formidable Paca salió a
bailar, Modesto Méndez, un conocido mozo de la hacienda El Tintero, originario
de Tobón, que había ingresado al espectáculo y al pasar la artista, ese
tremendo monumento, cerquita, enfrente de él, en plena acción, tirando besos al
público, cantaqndo una canción con baile
bien movido, que entre otras frases decía: “tápame, tápame, tápame, porque
tengo frío, si tu quieres que yo te tape, ven aquí conmigo cariño mío…”, Modesto,
no aguantó la tentación y al instante, tocándole su parte íntima, emocionado,
más por ingenuidad que por picardía, le dijo: “a la gran, que cula vos, dámela”,
lo que por cierto no alteró el ánimo de la cantante, hecha y derecha a esos
riesgos, pero le valió al lujurioso, que
lo sacaran cargadito del circo, rumbo a la cárcel, por la policía, pero don
Chepe, su patrono, que también estaba en el circo, con el lema de que lo ocurrido eran “gajes del
oficio”, inmediatamente mandó a pagar la multa y lo liberó.
JUEGOS DE ADOLECENTES. Algunos patojos del
pueblo jugábamos de circo, como también a veces de “papá y mamá”, con los más
cordiales y respetuosos tratos de pareja en la “intimidad”: “mijo quiere su
cafecito”, “o hágase para acá, “ya es hora de dormir”, etc., decía regularmente
la del sexo débil y el supuesto papá otra ni lerdo ni perezoso, accedía gustoso
a arrejuntarse de mentiras, con los émulos hijos al lado, los más chicos del grupo,
que conste que a mí nunca me gustó ser
de estos último, sino de puro “tata”, y la “nana” debía ser bonita o por
lo menos agradable, como muchas las habían, imitando a los verdaderos
personajes y las comiditas servidas en platos de juguete, consistían en hojas
tiernas de jocote, que los habían en cantidad por todos lados, incluso, en las
calles del pueblo, con limón y sal.
Los patojos jugábamos de payasos y
trapecistas, para lo cual armábamos nuestro propia carpa, con su trapecio que
llamábamos “maroma” y practicábamos algunas piruetas de lo que habíamos visto
en las funciones o presentaciones, con la mayor inteligencia y osadía, con más
de algún resultado negativo, de repente, derivado de una caída con golpes o
lesiones inesperados de las maromas, aún cuando lo más fácil era remedar las
parodias de los payasos, para cuyo efecto nos pintábamos la cara con tizne y
papel de color, mojado y, las mujeres, hacían de bailarinas, luciendo cortita
faldas arriba de las rodillas, su vestimenta, imitando las canciones de las
bailarinas de los circo, cobrando la entrada con dinero simulado con pedacitos
quebrados de trastos de china.
A MIS CONTEMPORÁNEOS. ¿Se acuerdan?:
·
Cuando nos apurábamos para hacer los deberes y así poder
salir a jugar a la calle, con los amigos y
amigas de: escondite, pispisigaña, la rueda de las mulas, cucuco, patache,
matateroterola, tenta, tuerotuero, arrancacebollas, la ranita, al ratón y al
gato, o a lo de Tarzán, esto último en los arenales y sauzales del río Motagua.
·
• O
en su defecto a echarnos una chamusca en la vía púbica, con pelota de trapo, hechas de medias ó
calcetines rellenas de trapos o de vejigas secas de vaca u otro cuadrúpedo,
conseguidas por encargo en los mataderos, infladas con la boca, poniendo de
marco dos piedras, de lo cual se volvía uno loco.
·
Jugar haciendo pasecitos de foot, con cáscaras de
naranja o cualquier otro objeto adecuado, simulando la pelota, con los
compinches de la escuela, en los recreos, tal era el vicio de la pelota.
·
Cuando nuestras mamás salían a gritarnos
reiteradamente a todo pulmón para que dejarámos los juegos necios y entráramos a comer o a estudiar, lo que
hacíamos a la carrera tragando entero
para continuar el pasatiempo.
·
• Cuando
para hacer algo o tomar alguna decisión, entre el grupo, se recurría el método práctico de: “tin marín de dos
quien fue, cúcara mácara títere fue, o chorro modorro martín pedorro, o una
dona, trena, cadena, urraca la vaca, viro virón, cuenta las bien que las doce
son”, de lo cual, a quien le caía la chibolita, tenía que cumplir, porque si no,
le caía camorra.
·
Cuando se podían
detener las cosas delicadas con un simple: “Así no se vale” o cuando de repente
alguien gritaba ¡camorra! y tenías que salir corriendo para dar o ¡recibir o “cae
la sentencia” tirando un montón de piedras para arriba, gritando allí va la
sentencia le caiga a quien la debe (y uno debía quedarse estático). Cuando los errores se arreglaban diciendo simplemente, no “importa, empecemos de
nuevo otra vez.
·
De los juegos de temporada: los cincos llamados también canicas, chibolas, chiripas,
coyolas, hacinadas dentro de los bolsillos del pantalón que hacían ruido al
caminar, no se diga al correr o bolsita aparte, repletos de esos objetos, de
todos tamaños y colores y, sobre todo, la tiradora, un cinco especial para los
distintos juegos: “comix”, -no limpia ni pix-, gritaba uno, a la cuarta, cinco
hoyos, tirando a la raya, pare ver quién
iba primas, o a sacar las chibolas del triángulo o de la tortuga con tiro
seguro si no eras tan bueno para lo otro.
·
• De
los trompos: pusuca, mona y calabaza, esmerilados de la punta con una piedra
para quitarle lo romo y dar buenos
calazos, bailados con jalón, enzartones y, algo especial, tirarlo por debajo de
la pierna alzada, recibiéndolo en la mano o recogerlo con la pita para echarlo
sobre la misma y sentirlo sedita, o echarlo en la uña. Y qué
decir de tu yoyo, tenía que ser un Duncan, para hacerlo dormir y caminar el perrito
o hacer la vuelta al mundo.
·
• Y
según la época del año, así eran los juegos: trompo, capirucho, yoyo, en noviembre la fiebre de volar barriletes, hechos por uno mismo, con papel de
china ó de periódico, varitas de caña de chimilile, pegados con engrudo o
upayes, con cola de pedazos de trapos y un buen hilo o pita de hamaca para volarlo,
mandando telegramas hasta los frenecillos y jugar la soltadilla.
·
¡Ah! y las apuestas con capirucho, incluidos los
“unos” y las “cara vueltas” al derecho y al revés, con los hoyitos valorados en
cien, quinientos y mil puntos, en las apuestas, fabricados por uno mismo de carrizo de hilo o canutos de tallo de higuerillo o papayo gruesos, raspado con
chayes de botellas, con cinturón de cera en la parte baja para balancearlo bien
y estaca de hueso, de cacho de vaca, de peine o de güiscoyol.
·
• Y
las patojas no se quedaban atrás, jugando Yax o jax, saltando cuerda, o bien pintando en el suelo
un caracol o un avión, con sus cajones, alas y cabina, saltando en un pié en
los apartados del dibujo para recoger la ficha en un pie, sin poner sin poner
el otro en polvorosa, porque se perdía,
o jugar de “¿Qué vendés María?”. Todos te admiraban si lograbas cruzar la
cuerda, mientras saltaban las patojas, ellas presumían y los patojos se creían
héroes.
·
De los tiritos que hacíamos con el famoso hule, en
las guerritas que armábamos, utilizando como parque cascaritas de naranja o
pequeños papeles doblados en cuatro, de cuyo juego recuerdo una vez que por
casualidad, le di un cascarazo en la cara a mi maestro Paco Tabora, Director,
que pasaba en ese momento, lo que motivó que nos castigaran a todos, pero
habiendo asumido mi responsabilidad y disculpado, nos levanto el castigo.
·
De las hondas que fabricábamos para tirotear pájaros,
mejor si era de hule canche, para que no se gretara luego, decíamos, con badana
de lengua de zapato y la horqueta de guayabo o amatillo para tirar con bodoques de barro secados al sol o piedras
redondas de río escogidas, porque dispar de otra manera era fácil fallar, lo
mismo que ir a pajarear, pero con la idea de no tirarle a zopilotes porque según
nuestra ignorancia se picaba luego el hule.
·
Hacer chajaleles con tapitas de gaseosas aplastadas,
tipaches de cera y ni que hablar cuando nos poníamos un puño de maicillo o
cualquier semillas redondas en la boca y apuntábamos con la cerbatana haciendo
guerritas.
·
• Jugar
de avioncitos y barquitos hechos de papel, estos últimos dejados ir en las
corrientes después de un fuerte aguacero y pescar en los charcos con pedazos de
atarraya. Ah… qué tiempos aquellos, tan de a petate. Para
salvar a todos los amigos bastaba con un grito de un, dos, tres por mí y por
todos.
·
Para hacer reaccionar a alguien se decía: ¿A que no
haces esto?, bando al que no lo haga y algunas veces caía uno de baboso.
·
• ¡Ah puchis!,
y no había nada más peligroso que jugar
con fuego, sobre todo el 7 de diciembre con la quema del diablo,
después de ir al monte por días a buscar chiriviscos, paja o a un aserradero a buscar viruta, aun cuando las quemadura de
las manos con los cohetes y la penetración de la pólvora en la nariz, eran las
consecuencias.
·
• La
frase ¿bando a quien se quede de último o es tonto?, nos obligaba correr
como locos, para no hacernos acreedores de ese epíteto tan feo. “Ladrones y
policías” era un juego para el recreo, y por supuesto era mucho más divertido
ser ladrón que policía.
·
• Las
bombas de agua hechas con vejigas eran la más modernas, poderosas y eficientes
armas que jamás se habían inventado, para golpear.
·
• El
grito “guerra” sólo significaba
arrojarse yesos, almohadillas y bolas de papel durante las horas libres en
clase.
·
• Los
helados, dulces de leche y vaso de
manjar de a un len en los recreos, eran parte de los alimentos básicos y
esenciales en la escuela, apurados, quemándonos la boca, por el toque de
entrada del timbre, pues casi siempre la bebida estaba caliente.
·
• Poder hacer
piruetas en la cicle, soltando el timón con los brazos extendidos ante las
patojas, era una proeza y te creías un
traidito, o una paradilla con una cicle que no fuera “de coster”, pues yo, en
una de esas, por presumir a una traidita que venía, solté el timón con los
brazos abiertos, y que pasó, una piedrecita hizo virar la llanta y pun, caí,
levantándome todo raspado y asariado.
·
Jugar a la cuarta con tapas apachadas de botellas
contra la pared o un poste, era divertido, principalmente si se apostaban
centavos. El mayor
negocio del siglo era conseguir cambiar chibolas y estampillas repetidas por las
que hacía tanto tiempo buscabas para completar la colección, así como las
calcomanías de famosos o figuras importantes que salían en los paquetes de
dulces y chicles, para pegarlas en las camisetas con plancha caliente, ejemplo,
los boxeadores internacionales de la época: Joe Louis, Toni Far, Toni Galento,
Arturo Godoy etc. O cualquier clase de compra, cambalache o chanchullos, para
conseguir lo que se necesitaba, saliera uno “tirado” o con “ribete”, no
importaba.
·
Cuando jugábamos
con cachos de vaca, simulando ser ganado de verdad, apostando quien poseía más.
·
• Era
un gran tesoro encontrar una piedra de vidrio, obsidiana, tiestos y otros
minerales, mientras abrías un hoyo en la tierra o una piedra de rayo en el suelo, que
guardabas como reliquia de lujo y los pedazos de china los considerabas dinero,
para hacer compras de mentira.
·
• Cuando
jugábamos “patache”, dos bandos, uno se iba a esconder lejos, hasta en la playa
del río o potreros de las aledaños, diciendo: “pin pin”…. y el otro grupo corría
a buscarlos en lo más recóndito de esos lugares hasta encontrarlos, bastaba con
ver a uno del bando contrario, para decir, ganado el patache. Una simpática
anécdota de este juego es que, Pacho Saavedra, escogía para esconder a los de
su grupo, en las cochiqueras de su casa, repletas de niguas, mientras él lo
hacía en otro lugar limpio, de donde la mayoría salía infestada hasta la
coronilla de esos microscópicos y molestos animalillos, riéndose el mientras tanto,
de los ingenuos patacheros.
·
• Ir
al monte en grupo, era una gran aventura, ya sea a carupinear, buscar chununos
y malacates, a tunear con nuestra vara de gancho trípode de plumajillo o de
cualquier palo rajado de la punta a cuatro espigas, separadas con olote
amarrado con pita en el medio, sorteando, descalzos, las espinas de esta
sabrosa fruta, sin inmutarnos de los pinchazos cuando nos espinábamos, con el
afán siempre, de seguir adelante, llenando nuestro canasto o shucuta de esa
delicia, porque en casa nos esperaban para comerlas a buena mañana, después de
serenarlas en la noche. Aunque parezca
mentira, habían unos patojos que no le hacían caso a las espinas, pues les
bastaba solo restregar sus pies en el
suelo para desprenderlas y seguir adelante. A mi madre le gustaban mucho las
tunas y por ella íbamos con algunos hermanos y compinches a traerlas ahí cerca
en el potrero de las burras o al otro lado del río, en los tunales de ahí y, si había suerte, traer un conejo o pájaros
para comer, gusto exclusivo mío.
·
• Novedoso
y emocionante era cuando las casas comerciales o instituciones públicas venían
a dar películas instructivas de dibujos animados o cine mudo como se les llamaba.
·
Todas estas simples cosas nos hacían felices, no
necesitábamos nada más que de una pelota, chibolas, panitas y un par de
amigos con quienes pasarla bien, durante todo el día, esas eran las diversiones
en aquel tiempo, no había violencia. Sin embargo, nos trompaseábamos cuando
había una diferencia, si la ofensa era en clases se sentenciaba: ¡en el recreo
o la salida me las pagas..! y no faltaba algún pícaro mayor, deseoso de hacer
pelear llevándosela de árbitro, quién alzando su mano enfrente de los dos, decía:
“el que escupa de primero aquí gana”, para luego bajarla y el escupitajo cayera
al otro y se armara el vergoloteo, pero allí quedaba todo, aún cuando los padres
se enteraran, sostenían el criterio de ser “cosas de patojos”, decían;
·
Actividades lúdicas y pequeños pleitos sabrosas de
evocar. ¿verdad?. Todo el laberinto del día se soñaba en la noche, a la espera
que luego amaneciera para seguir de frente. No cabe duda, que los juegos de hoy,
vienen siendo los mismos pero con marcadas diferencias, derivadas de la
aflicción de la vida actual, por restricción de la libertad, etc.
·
Ahora si puedes
recordar entonces, tus pasados momentos de felicidad y si he logrado que
evoques y sonrías, significa que has tenido una infancia feliz y que todavía te
quede dentro algo del niño que antes fuiste. Así que
lee este recuento de cosas y cuéntalas al que necesite un pequeño descanso en
su apretada y agitada vida de adulto y nunca
pierdas al niño que llevamos dentro, porque da sentido a nuestra atribulada
vida actual.
AVENTURAS PELIGROSAS. En la adolescencia, fácil
es envolverse en hechos que pueden tener consecuencias negativas, de lo cual,
este su servidor, participó en más de algunos de ellos, sinceramente no por
intriga, soberbia o dolo, sino por mera
picardía, refiriendo someramente a tres de las tantas peripecias acontecidas,
así:
1. En cierta ocasión, mis parientes y
amigos, Clodomiro Gutierrez y Plácido Saavedra, junto a otros paisanos, me
invitaron a ir a la fiesta de Malena, como en efecto lo fue, previo permiso de
mi querida madre, quien me encargó le trajese conservas y alboroto. De regreso,
tomamos el tren pasajero, así se llamaba, de las once horas, en la estación de
bandera de el Paso Malena y al poco caminar, no sé por qué razón paró el tren,
momento que yo aproveché para bajarme y tomar los carros de atrás, en los que
ya había cobrado el conductor el pasaje,
para evadir naturalmente el pago de su valor, pero uno de los policías que
cuidaban del tren, se dio cuenta y la emprendió contra mí, obligándome fusil en
mano a ir a pagar el pasaje al conductor que ya iba terminando su tarea en el
último vagón, recorriendo como consecuencia todos los carros intermedios,
azareado, ante la mirada de multitud de pasajeros, con mi bolsa de conservas y
alboroto al hombro, todo lo cual, motivó la risa interminable de mis
acompañantes y hasta la fecha me lo recuerdan. ¡Qué babosada, verdad!. En otra
vez, fuimos los mismos, pero incluyendo a Yemo Pineda, a lomo de semovientes
alquilados, solo Clodomiro llevaba su burra, por cierto lenta para caminar, con
tan mala suerte que la que transportaba a Héctor Guillermo, propiedad de Pedro
Ruano, se le cayó en el camino uno de los estribos de la silla de montar, que
regresamos a buscar en vano y que tuvo que pagar, o de repente todavía lo debe.
2. Otra vez, Rubén Casasola, me invitó ir a
la misma fiesta, de Malena, salimos a las diez de la mañana a abordar un
transporte la ruta del Atlántico, y llegamos contentos, para disfrutar del
ambiente festivo que se vislumbraba, entramos en una zarabanda, repleta de
gente que danzaba al compás de la marimba Niña Tineca, por un lado y la banda
de San Agustín, por el otro; yo eche un vistazo a las bancas de al lado, que
servían de asiento a los asistentes, divisé a una amiga de El Paso de los
Jalapas, alta como yo, de tal manera que hacíamos buena pareja para la
pachanga, a quien invité a bailar. En esas andábamos, barriéndonos de lado a
lado, del salón, a cuales mejores, en ameno coloquio como se acostumbraba,
cuando de repente, irrumpió en el local, Pablo Cienfuegos, conocido ganadero de
Lo de china, que vivía en ese entonces, en El Rancho, super pasado de copas,
botella de vino en mano, ofreciendo a cuanto conocidos ahí se encontraban, por
no decir, casi obligándolos a tomar un
trago a “boca de jarro” con él, cosa
bastante molesta para muchos, y luego, el mismo pistola en mano, se proponía a
hacer relajo en plena parranda, situación que motivó a Miguel Dávila Ortega, su
compañero de mesa en el jolgorio, quienes momentos antes, libaban copas junto a
otros parroquianos, a intervenir para
calmar los ánimos de Pablo, cosa que no logró. Entonces, Dávila, se dirigió a unos guardias civiles
que cuidaban de la fiesta, en las proximidades, para reclamarles del porqué no
intervenían para poner orden en la fiesta, viendo ellos el relajo que estaba
ocurriendo, les decía, pero a saber cuál fue la respuesta de los agentes, que
también este se enfureció y, pistola también en mano, la emprendió contra uno
de ellos. Se armo una trifulca, en la que estábamos metidos varios de los
presentes, tratando de disuadir a Cienfuegos de su actitud y guardara la pistola, lo que al final, después
de jaloneos entre el grupo, a Dávila, se le fue o disparó adrede un tiro, que traspasó
una de las manos, de uno de los del grupo que lo reflexionaban, quien ya herido
reaccionó colérico, sacó violentamente su escuadra del cinto, y en el acto, en
su legítima defensa, porque aquel quedó todavía en actitud de seguir disparando,
acabó con la vida de aquel pobre y buen hombre, embrutecido por los efectos del
alcohol; que conste, que el balazo en la mano o en cualquier otro lado, hubiera
sido para mí, si no es por la oportuna intervención de tía Cona Gutierrez y mi
pariente Licely Morales, quienes me sacaron del tumulto a jalones a como ellas
pudieron, y el otro rijoso Herminio Cienfuegos Pocasangre, quien en mala hora
inició el lío, ¡qué!: ileso, parte sin novedad; momento desagradable que nos
obligó a todos los jicareños, que asistíamos a la feria, para retornar
presurosos a casa, bastante condolidos por lo que pasó. Nota: Los nombres de
los actores que aparecen en el presente párrafo, involucrados directa e indirectamente,
en el problema, son ficticios, para no herir susceptibilidades, de repente, de
los verdaderos personajes o de sus parientes.
3. En cierta oportunidad, fuimos a Cabañas,
creo que a una de sus fiestas, un grupo de chingones paisanos, entre quienes
recuerdo a Héctor Vargas, Rigo Romero, unos amigos de Lodechina, y de regreso
se nos unieron unos amigos de Lodechina, abordamos el tren rápido, de la una de
la mañana, montados los chineños en las plataformas de adelante, porque no
tenían dinero para el pasaje, y resulta que estos trenes, nocturnos, no siempre
hacían parada en las estaciones de bandera, máxime si no venían personas para su
destino, como en efecto ocurrió, siguiendo el tren su curso, circunstancia que
aprovecho uno de los muchachos que venían en las afueras, cerca de los
pescantes, donde hacen unión, un vagón con el otro, recuerdo que fue Héctor,
para botarle el aire al tren a efecto de que pudieran bajar los “colados” de
Lodechina, abriendo la llave de las mangueras, y este frenando y frenando,
rechinando las ruedas sobre los rieles, paró intempestivamente, adelante de la
estación de la aldea, momento que aprovecharon aquellos para bajarse rapidito,
y la tripulación enfurecida al darse cuenta de lo ocurrido, la emprendió contra
ellos al verlos descender, queriéndoles hacer clavo, y nosotros jicareños, que
habíamos pagado pasaje, bajamos de inmediato, en su apoyo, alegando que no
habían sido ellos, sino un desperfecto del propio tren, y Chepe Rodas, el
Conductor, conocido mío, por ser yo el Secretario de la Municipalidad, al notar
mi presencia, después de una larga discusión, en la que se negaban los hechos,
quien indicaba, incluso, que se había cometido un delito, dijo: Solo porque
estas vos aquí, metido en el rollo, pidiendo de buena manera, no hago clavo y
ordenó arrancara de nuevo el tren, pero nos dejó a nosotros allá. ¿Qué bruto,
Héctor, verdad?.
PERDIDOS EN EL CERRO. Mi padre Beto
Casasola, como se le conocía en el pueblo, era dueño de la pequeña finca Pila
de Moscoso y su anexo el Guayabo, al sur del municipio, colindante con San
Pedro Pinula y la hacienda El Tintero. En cierta ocasión, nos mandó con mis
hermanos mayor Randolfo y menor que yo, Ranulfo, puros chavos, al Guayabo, a recoger
unos canastos y costales que habían servido para el aporreo de la cosecha de
frijol, sembrado a medias con Mateo y Julio Ramírez. Salimos a buena mañana, y
en el camino, desobedeciendo la orden dada, dispusimos ir primero a la Pila de
Moscoso, un poco más lejos, pero por mejor camino, más que todo, con el objeto
de ir a traer, por mera galguería, dada la inquietud de patojos, lo que ahí
había de cosechaba: elotes, ayotes, chilacayotes, frijol camagua y algunas
frutas. Adelante del Javío, se bifurcan los caminos, dejamos el de la Quebrada
Seca que lleva al Guayabo y continuamos paralelamente al del río Las Ovejas, al
punto del desvío al cerro, para la Pila. Después de más de una hora de caminar
cuesta arriba, por curvas escabrosas en forma de caracol, asesando de cansancio
y bien sudados, llegamos al rancho de Chencho Hicho, guardián de esa finquita, quien
junto a su mujer y Tanish, su hijo, nos recibieron amablemente y nos dieron a
tomar cafecito acompañado con ricos ticucos, casi al medio día. La voracidad
nuestra, por la galguería, inquietud y hasta cierto punto picardía que envuelve
a la juventud activa, nos llevó a querer traer de todo lo que había de cosecha
en ese momento, siendo así que cargamos con varios ayotes de los llamados
cornetas, que se pueden acoplar bien al cuello o los hombros, para cargarlos
mejor, costal de elotes, costalito de frijol nuevo y hasta un chilacayotón,
bien distribuidos, según la capacidad física de cada uno de nosotros, dejándole
menor peso a Randolfo que no tenía mucha práctica en esos trajines, pues estaba
recién venido de la capital, a donde estudiaba. Pues bien, de la Pila,
enfilamos rumbo al Guayabo, destino específico de nuestro viaje, con el enorme
cargamento a cuestas, compenetrados de conocer bien el camino. ¿Pero, qué pasó?:
Cuando atravesábamos por un largo guatal, el camino se ocultaba a cada momento
y no dábamos por donde seguir, debido a los enormes matorrales de la época,
recién pasado el invierno, que lo cubrían en varios trechos y, de repente, lo perdimos totalmente y desorientados continuamos
por vericuetos equivocados de esos que
hace el ganado cuanto anda pastando, que nos llevó a unos zacatales y
despeñaderos, perdidos a nuestra suerte en la breña de la montaña, de la cual
resbalábamos, cual pista de patinaje, rodando de un lado para otro con todo y bártulos,
en tan tremendos precipicios, cada vez que intentábamos accionar. Nos
lográbamos parar pero lo mismo, cada vez más para abajo deslizados por la
inercia, se nos caían las cosas que traíamos, incluso los sombreros, las
volvíamos a recoger y, va de nuevo, somatadas tras somatadas, llegando al punto
de tener frente a nosotros tupidos bosques y barrancos, sin rumbo conocido y,
lo peor, sin los apetecidos comestibles que traíamos, los cual fuimos dejando
tirados a medida de las dificultades que íbamos encontrando, ya con problemas
de la mente y hasta mirando espejismos
por el inmenso sol, pues Randolfo, el más vulnerable, empezó a reclamarme por
haber sido el de la idea de ir primero a la Pila, haber dicho que conocía bien
el camino y la traída del jaracatal de chunches, en tanto yo les hacía
reflexiones de que tuviéramos paciencia que yendo para abajo en las
circunstancias que fueren, teníamos que llegar al bajío y allí sería distinto y
nos orientaríamos mejor, pero haciendo caso omiso de mis palabras, mis dos
consanguíneos acompañantes, empezaron a sollozar duro, casi llegando al llanto,
y yo insistiendo, acongojado por supuesto, que no desmayáramos, que siguiéramos
adelante, cuando de repente, oímos el silbido de un tren del ferrocarril en la
lejanía, y yo advertí: ¿Ya ven?, vamos por buena dirección, al norte, y continuando,
dentro de esa peripecia, de pronto, al poco caminar, escuchamos el canto de un
gallo, dos veces seguidas, abajo, en una hondonada a la izquierda, que nos
alentó y nos dirigimos ya por tierra firme a ese lugar, ¡oh, pero que sorpresa!,
habíamos caído a la casa de Pedro Macal, en el caserío Los Potrerillos, a donde
yo conocía por haber llegado varias veces anteriormente, precisamente con mi
papá a comprar gallos de pelea, y al ladrido de los pereros, salió don Pedro a
recibirnos, a quien contamos nuestra odisea, que lamentó. Descansamos,
tomamos agua y de ahí de regreso por
camino seguro y conocido, pasamos por el Javío, proseguimos hasta llegar al
pueblo, siendo casi las seis de la tarde, pero sin los canastos y costales que eran nuestro
primer propósito y sin lo demás que nos habían regalado, como la gran diabla, toda
vez que no pudimos llegar a nuestra meta por la inexperiencia y dejar esparcido
todo nuestro apetecido equipaje a lo largo de los inimaginables recovecos encontrados,
dando cuenta a nuestros padres de la angustiosa situación acontecida, gracias a
Dios, sin regaño alguno por lo inefectivo de nuestra misión, pero sí, con los
mimos y lamentos de nuestra querida madre.
DE MIS VIAJES E IMPRESIONES. Por iniciativa propia y del ejercicio de la
función pública en los distintos cargos desempeñados, a lo largo de mi carrera
administrativa, tuve la oportunidad de conocer
la mayor parte del país y, totalmente, sus cabeceras departamentales y
completos los departamentos de Santa Rosa, Jalapa y Jutiapa: sus parajes,
finca, caseríos, aldeas y cabeceras municipales, en mi calidad de Delegado
Regional de los mismos, que fui del IGSS., así como de viajar al extranjero y
conocer todo Centro América, incluyendo Panamá y Belice, en varias ocasione,
asistiendo en su mayor parte, como funcionario del Ministerio de Trabajo y como
Secretario General del Sindicato de Trabajadores del IGSS., Así: Washington, D.C.,
Annapolis, capital del Estado de Virginia, aquí invitado por el guatemalteco
Economista y Abogado litigante de USA, Hugo Pérez, en donde él residía,
aprovechando mi estadía en el cercano Washington; Filadelfia, New York,
Atlanta, Noshville, Nashville y Menfis, Houston, San Antonio y Austin,
anterior, capital de Texas, todas de América del Norte. Lima, República de Perú
y Bogotá, República de Colombia, de la América del Sur. Algo especial de esos
viajes, fue mi inscripción como alumno de la universidad de York Town, en
Washington D.C., ¿puchis dirán quienes me conocen, hasta donde se fue aquél?,
pero no, fue por una pequeña beca temporal, para recibir un curso de inglés
avanzado en la Escuela de Lenguas de esa entidad, que no terminé por lo corto
de la temporada; viajes todos impresionantes, pero especialmente los de la
América del Sur.
De todos esos mis recorridos tengo gratos
recuerdos, pero también de inesperados sucesos, verbigracia, algo que me
impresionó fue un viaje que hicimos con mi papá, aún siendo muy joven todavía,
trece años, acompañados de un operario de su pequeña fábrica de telas aquí en
el pueblo, llamado Alfredo Reyes Guillermo, a Salamá Baja Verapaz, con el
objeto de conseguir más operarios. Pues bien, emprendimos el viaje, tomamos el
tren del ferrocarril rumbo al El Rancho, en donde se suponía debíamos tomar un autobús
que nos llevara al lugar de destino, pero no ocurrió así, Reyes Guillermo dijo
que él acostumbraba caminar a pié como tantas veces lo había hecho y habiendo
consenso, nos guió por extravíos que ya conocía, dentro de la montaña. Al poco
caminar dijo: en esa pulpería que está ahí venden un fresco sabroso y pidió
tres vasos que empinamos a tesón, tal era la sed que nos agobiaba, pero resulta
que esa bebida no era otra cosa que chicha y siendo la primera vez que la
probaba, me mareó y me hizo sentirme mal; más adelante nos cayó una tormenta y
nos empapamos, tanto de la ropa que llevábamos puesta como la de nuestras
maletas, unas se destiñeron y mancharon mi camisa por la espalda, llegamos a
Morazán y en una casa de corredor, de conocidos de Reyes Guillermo, ahí cenamos
tamales y medio dormimos con ropa mojada, yo y mi papá en una hamaca, lado para
cada uno y Alfredo en el suelo en una sábana mojada que tendió. Al día
siguiente, de madrugada, continuamos el viaje, a medio camino, en lo más espeso
de la montaña, nos volvió a llover con fuerte tempestad, que sorteamos debajo
de unos enormes árboles de pinos para no mojarnos mucho, cuando vimos algo que
nos conmovió y es que bajo el fuerte aguacero
venia unas procesión de gente, unas mujeres llorando, portando candelas
apagadas, era un cortejo, que acompañaba el cadáver de un niño enrollado en un
petate amarrado con lazo de ambos extremos, al hombro de uno de ellos, solo con
la cara medio descubierta, que nosotros curiosos, vimos bien y nos provocó
lástima, y como Reyes Guillermo entendía dialecto, les platicó y le dijeron que
lo llevaban a enterrar en el cementerio cercano, que había muerto en la noche.
Como a las 19 horas de ese día, llegamos a la casa de Alfredo, del clan de los
Reyes Guillermo de aquel lugar, cenamos y ahí sí dormimos a nuestras anchas,
pero al otro día, después de misión cumplida y de haber ido yo a ver a mi
paisano Ostilio Morales, que estaba de
cartero en la oficina de correos de ese lugar, emprendimos viaje de regreso,
solo que en transporte motorizado. La moraleja de este viaje es: haberlo hecho
a pie, el vaso de chicha, la fuerte lluvia en la montaña, haber dormido mal con
ropa mojada, ver el cadáver de ese niño en las condiciones tales y la
satisfacción después, de comer, dormir bien, visitar al amigo paisano y conocer
aún siendo niño, parte de mi país.
Otra odisea para contar, es un viaje que
hice de la capital, al parcelamiento Los Ángeles, aldea Buenos Aires,
Livingsnton, Izabal, juntamente con mi amigo Javier Montenegro y otro de él,
cuyo nombre no recuerdo, a reconocer una parcela barata que iba a adquirir,
pues ellos ya tenían las suyas, de las que estaba adjudicando el Instituto de
Transformación Agraria, en el Cerro San Gil; pues bien, llegamos a los Ángeles,
a la casa del Comisionado Militar, un señor muy atento, solo que armado hasta
los dientes, con quien, luego de ser
presentado, platicamos de mi propósito de obtener la parcela, porque él daba el
visto bueno, quien accedió, tal vez le caí bien. Ahí dormimos, en el suelo,
sobre unos costales que nos ofreció, con la disposición de salir de madrugada,
al reconocimiento que nos llevaba, pero es el caso, que esa noche
inesperadamente con todo el rigor de la naturaleza, se desató un interminable tornado o ciclón, con fuerte
lluvia, no sé cómo llamarle a ese fenómeno, que nos mantuvo a la expectativa de
lo malo que pudiera ocurrir, por espacio de casi de tres horas, sin poder
dormir, escuchando las ráfagas de truenos y centellazos que se producían,
acompañados de relámpagos que penetraban incesantes las rendijas de la débil
choza y los rugidos, parecían, del resquebrajamiento de la selva, a nuestro
alrededor, que provocaba el viento, al máximo de kilómetros por hora, con
estruendos aterradores, nunca visto ni oído, hasta que casi aclarando, terminó
el desastre y digo así, porque al emprender camino a las parcelas de nuestro
destino, montados en caballos, con un guía que nos esperaba, nos encontramos
frente a una selva totalmente desolada, por el derribamiento violento de
cientos de frondosos árboles de caoba, marío y otros, que tapaban el camino en
su recorrido, cientos de aves y pájaros muertos, colmenas silvestres
diseminadas por todos lados, cuyos enjambres volaban alocadamente buscando
donde prenderse, pero el guía acostumbrado a estos eventos de la naturaleza, no
tan grandes como el presente, decía, nos alentó para seguir adelante,
abriéndonos paso entre los escombros con su filoso machete guarisama que
llevaba. Ah, pero dijo: aprovechemos, llevemos algo de lo que está botado para
nuestro sustento, siendo así que nos apeamos, llenamos unas bolsas nylon que llevábamos,
con panales de colmenas de varias clases para libar su miel en el camino, unas
cuantas palomas, unas frutillas y hongos silvestres comestibles allí encontradas,
para asar y comer a nuestra llegada. Ya en el puesto, nos alojamos en casa de
nuestro guía, me llevó a reconocer mi supuesta parcela, un bosque virgen tupido
de belleza sin igual, con un riachuelo de aguas rumorosas frescas y cristalinas
que la recorría, en donde había jutes grandes, de las ramas de los árboles
colgaban micos jugueteando y a lo lejos se escuchaba los gritos de un animal, que el guía dijo ser
mono aullador, con presencia de muchas aves y pájaros de diversas clases y
colores que entonaban melodiosos cantos, volando de rama en rama. Terminado el
reconocimiento de la parcela, de regreso, a medio camino, mató un pajuil con el
rifle que portaba, diciendo que era para el caldo, así como unas palomas
grandes, azules, pero ya en casa había un suculento almuerzo de un tepezcuinte
que había llevado el perro, como obsequio de buen recibimiento, de tal manera
que las aves quedaron para la cena, juntamente con un mico que estaba en
salmuera. Y en efecto, así fue, no melindrosos, comimos de esos animales, el
pajuil asado y el mico en caldo, como ellos acostumbraban. En la noche dormimos
en el tapanco de la casa, dormitorio de la familia, preferencia que nos dieron,
pues según dijeron, asomaban jaguares por la noche, como en efecto lo fue, pues
en repetidas ocasiones oímos sus rugidos, ellos durmieron en la parte baja pero
con fogón encendido para ahuyentarlos, indicaron. También se escuchaba música en la lejanía, en el silencio de la noche,
que a preguntas formuladas, dijeron ser de las rockolas de Matías de Gálvez,
cerca de allí, en la parte baja, en la bahía de Amatique, hacia el sur. Y al
día siguiente, de madrugada, al norte, en la hondonada, se escuchaba un vocerío
incoherente penetrante e interminable que parecía ronroneo, que dijeron ser de los
habitantes ketchíes del parcelamiento San Marcos, tal vez celosos y a la
defensiva, al percatarse de nuestra llegada. Todas las atenciones recibidas
fueron compensadas con la cantidad del bastimento que llevábamos: carnes, jamones, frutas y verduras
que dejamos a nuestros anfitriones locales, pues nosotros comimos solo
productos de la selva. Al día siguiente regresamos a Guatemala y yo, a pesar de
las bellezas naturales del lugar, por lo lejos, opté por no tomar partido, porque no era oportunidad
viable, en esos momentos, para mí, dejando la
parcela, pero queda el recuerdo de lo acontecido.
RECUERDOS Y PENSAMIENTOS. Por ser parte de
nuestras vivencias, considero interesante abrir el baúl de los recuerdos, para
traer a cuenta algunos hechos y cosas, traducidos unos, en aventuras, que se
graban muchas veces para siempre en la memoria, percibidos en momentos de meditación,
principalmente en la infancia. Me refiero a recuerdos de voces y de
acontecimientos que seguramente nos son propios, por haberlas escuchado
repetidamente y compartido con la
paisanada y, que ahora, escribo, consciente
de que recordar, es vivir, por ejemplo:
§ AMANECER
EN EL PUEBLO. Nace el día, la noche tibia y tranquila se esfuma, el sueño ha sido
reparador, los murciélagos han dejado de chillar, los tecolotes y lechuzas han
callado ya, los geckos cantores hartos
de bichos, se han metido en sus cuevas a
descansar, el crepúsculo invade las montañas del gran cañón, léase las Minas y
El Merendón, formando celajes cobrizos a granel, se vislumbra el amanecer
cotidiano, cuando el sol se acerca vigoroso alumbrando, inundando alegremente el
entono con sus claros de luz que penetran
las rendijas del tejado, refrescados con la suave brisa que llega del cercano
río, desvaneciendo poco a poco la opacidad nocturnal imperante. Los pajarillos
en los vetustos tamarindos y conacastes de al lado, todavía adormitados,
entonan melodiosos cantos, unos, y otros: los clarineros y sanates, con su
interminable algarabía, en ruidoso revoloteo de calentamiento, antes de alzar
el vuelo que los llevará a tierras lejanas, en busca del sustento que les da la
vidas, sorteando el peligro que les acecha en su camino; todo lo cual, en un
acontecer, que anuncia la presencia de un nuevo día, como lo presagian los gallos con su kikiriki al
despuntar el alba.
§ El
transporte de la madrugada, que va a la capital, con su constante bocinar
fastidioso, pero necesario, por si acaso se pegan las chamarras, alerta a los
viajeros, de su partida. Al rato el servicio local de moto-taxis empieza a
funcionar, uno que otro, por allí, para convertirse más tarde en una zompopera
que estorba el camino de los transeúntes. Se inicia entonces el aún moderado tráfico de
la población, pero para atravesar la calle, es preciso echar un vistazo para
ambos lados, evitando ser atropellado, principalmente por los vehículos que van
rápido de paso, lo que obligara dentro de poco tiempo, a instalar semáforos….,
ya no es el pueblo tranquilo de antes, hay bullicio por doquier.
§ Emerge el
sol brillante, abriendo con su energía, los pétalos de las flores. Las abejas y
mariposas se posan sobre ellas, para chupar su miel. Una glotona “aguja del
diablo”, así llamada la libélula, y un gorrión, movidos por el instinto de
sobrevivencia o la ley del más fuerte, para ser más precisos, las interrumpen y
casi las derrumban, en su arrebato de comilona por la subsistencia.
§ Cumpliendo
tradición ancestral, los vecinos se aprestan al barrido del frente de sus casas,
luego de saludarse, en acto simpático, comentan
de una acera a otra, o a media calle, sucesos de actualidad y alguno que otra habladuría,
provistas de escobas hechizas o de fábrica, apoyadas en el suelo por momentos,
a manera de descanso, para unos no importa si se hace polvo, otros riegan agua
para evitarlo, y de vez en cuando, alguien prende fuego en la vía pública, al
montoncito de basura de hojarasca caída de los palos, algo de escondiditas, por
aquello de la moda del medio ambiente.
§ Quienes barren,
amablemente responden, como es usual, en señal de efusivo saludo mañanero, los
buenos días de los transeúntes, que van y vienen, en busca de provisiones para
el desayuno, porque a buena mañana hay leche fresca, pan y chicharrones
calientes, carne suave de res y pescado
fresco del Motagua, en el barrio la Quebrada, trayendo a cuenta el dicho de que
quien madruga no lleva sol. Las verduras y frutas procedentes de Tobón y
Malena, empiezan a llegar al mercado, que ha abierto sus puertas al público,
para luego degustar al rato, en casa, un
suculento desayuno típico: chicharrones, carne asada, tamales, huevitos,
frijolitos, cuajada o queso seco, crema o requesón frescos y plátanos cocinados
de alguna forma, con tortillas calientes al canto, acompañados de chilmolito
picante, y si se antoja, un buen pescado frito, según el gusto y la modesta
capacidad económica de la familia.
§ Los
labriegos, por su lado, llevando consigo sus aperos de labranza, tecomate y matate
al hombro, repleto de bastimento, incluidas unas memelas y mojonchos, más de
alguien silbando o tarareando a su manera la canción de su simpatía o fumando
un cigarrillo, contentos, presurosos, se dirigen al campo o lugar de trabajo a
cumplir las sagradas faenas diarias, algunos arreando sus vacunos para el
ordeño o jalando su cabalgadura o montadados en ellas rumbo al astillero, seguido por su amigo
inseparable el perro, que camina a la par y al paso ligero de su amo.
§ Y al rato,
el bullicio de los niños en las escuelas y los gritos de los maestros,
entremezclados, tal enjambre alborotado de abejas, se escuchan a lo lejos, al
son del eco que resuena de los cerros aledaños, incluidos los ruidos que
provoca el ir y venir de los habitantes en general, a prisa, en pos del trabajo,
en un todo un quehacer por la vida.
§ Unos
cuantos jubilados y algunos haraganes, un poco más tarde, se dan cita en
lugares de tertulia, “mini peladeros”,
de repente, para comentar las buenas y malas noticias locales y del país,
tratando de resolver los problemas, sin lograrlo, pero más que todo, para pasar
el tiempo, sin faltar uno que otro chisme simpático o chiste caliente de los
que hacen reír a mandíbula batiente y
sacarle los “trapos al sol” a alguien que se ha metido en cosas feas o salido de sus casillas.
§ Con ese
ritmo consuetudinario de acontecimientos, bulla y comunión de espíritus, se abre
brecha la actividad económica y social de mi pueblo, que constituyen hermosas
tradiciones añejas y modernas formas de convivencia pacífica y casi familiar, cuyas
escenas son parte de nuestra idiosincrasia. Y vienen los recuerdos:
Ø Del
mugido (me y mu) de los becerros y
vacunos mayores, en los corrales vecinos, en la tranquilidad de la noche, lo cual,
a pesar del sentimiento lastimero que infundían, se sentía como algo agradable,
de bendición, bienestar y de alegría, para unos, y de nostalgia, para otros,
como un reflejo de la apacible vida del campo;
Ø El eco
melancólico que resuena en lontananza, producido por el hachazo que parte leña,
en punto desconocido, allá del otro lado de la hondonada o del río, el mismo
que provoca el patojo travieso por
curiosidad y diversión con su gritería, a
todo pulmón, balbuceando: ah…., oh…, logrando al fin: el fenómeno
acústico buscado”;
Ø Los momentos
de emoción que se sentía, de todo un triunfo, cuando se sacaba una shera
(iguana) de la cueva lisa del palo o del órgano y se vigiaba la trampa, puesta
al garrobo, con yagual de quesillo, en los barrancos aledaños, cogidos del
cogote para someterlos primero, y después comerlos asados condimentados con orégano; castrar una colmena silvestre, derribar
panales por montón, para chupar su miel y hasta comer, por hambre o simple
travesura, sus capas, fabricadas por las abejas, como es sabido, de puro
estiércol de vaca; atrapar cangrejos y peces en las cuevas de los talpetates
del río, topándonos, de repente, con tremenda culebra enroscada…. son recuerdos
imborrables de la infancia.
Ø Los golpes
compasivos del martillazo del carpintero, que cerraba la caja del difunto,
rumbo al cementerio y los lamentos familiares de despedida, hasta con desmayos,
en unos de cuyos cortejos, los
acompañantes se disputaban y aun lo hacen, cargar en hombros el féretro, pero
en otros entierros, escasean cargadores, pero así es la vida,… notoriamente desigual.
Ø Del cincelazo
monótono del albañil que lo clava en el concreto, en plena faena de construcción, con sus manos
encalladas y rajadas por la cal;
Ø Aunque parezca curioso para las actuales
generaciones, el talan…. talan….de la campana de la antigua capilla evangélica,
llamando a prisa a sus fieles para al culto asistir, sin embargo, el toque de ese
instrumento, es ahora, exclusivo de la iglesia católica.
Ø El pausado talan del riel del Altillo (antiguo
edificio municipal), dando reglamentariamente la hora, por el ministril de
turno o para hacerlo sonar impetuosamente, en caso de emergencia, de alarma,
como lo fue en muchos incendios y problemas ocurridos, llamando al pueblo a acudir
para colaborar o alguna medida urgente tomar.
Ø El
peculiar y melancólico “tam”…. “tam-tam”… del tambor, marcando los lento pasos de
los fieles que cargan en hombros a Jesús, en la procesión del Santo Entierro,
el viernes de dolores, en Semana Santa, cuya anda se hamaquea a buen ritmo, en el camino adornado de
alfombras multicolores, que en simpática competencia, de cuál es la mejor,
obsequian tradicionalmente los devotos feligreses vecinos, que se desvelan y no
dejan dormir con su chachalaqueo, a los
de adentro, en la víspera.
Ø Tormentas crueles, a veces con lluvia, rayos,
relámpagos y truenos estrepitosos de
miedo a granel, con agradable olor a tierra mojada, y ya pasado el
fenómeno, en la quietud de la noche, se oye el rugir del Motagua, avisando como
de costumbre, su enorme crecida, que arrasa cultivos de las vegas y huertas de
la playa, para luego en calma, en la madrugada sonriente de sol, multitud de
lugareños, aprovechando la turbia, con canastos, atarrayas y garrotes, ponen
manos a la obra, a fin, de peces para la suculenta comida atrapar;
Ø Los vibrantes
pitidos del gorgorito de la policía, que patrullaba de noche la población,
imponiendo con ello, orden y respeto y, la partida en plena huida, de la
patojada, pasada las 9 de la noche, a refugiarse en sus casas, porque la hora
de vagancia había terminado;
Ø Los tristes
débiles truenos que se escuchan en el firmamento, al inicio y/o despedida del invierno, como lo eran, los silbidos a la
partida del tren o ferrocarril, pero también de alegría a su llegada,
especialmente los llamados rápidos y de pasajeros, que provocaban alboroto de
la gente que bajaba y subía y de los
mirones que se congregaban y los de carga y fruteros, verlos pasar con su ruido
característico;
Ø El murmullo
del Motagua en el tibio amanecer, y del chorro
de la pila o del llena cántaros público,
último aquietado por el bullicio de la tertulia de la gente, que esperaba turno
de llenado, denotando alegría por la abundancia del bendito y permanente
líquido, en aquel entonces;
Ø Las voces
y ruidos estridentes de las vecindades, con el manipuleo de trastos, palanganas
y galones, entremezclados con las palmadas tronadoras con eco, de las féminas
en la cocina, elaborando las sabrosas tortilla o memelas de maíz nuevo, salidas
del comal, o cogidas del bucul calientitas, para devorarlas con chicharrón o
pedazo de queso en medio, o hechas mamacho para calmar el hambre del niño que
llorando pedía y, para calmar la sed y bajar los bocadillos, la apetecida guacalada
de agua “chigua” o “chiva”, llenada del tol de al lado, en donde moja sus manos
la tortillera;
Ø Los quedos
y pausados sonidos de pulcras gotas de agua, que caen del filtro de piedra
pómez, al cántaro de barro, colgado de la viga o guardado en su escaparate, en
la cocina o el comedor de la casa, que por monótono se convierte en penetrante
ruido que fastidia, en momentos de insomnio o de meditación, en la larga noche,
y los recuerdos que quedan de beberla fresca en el guacal, de la pichinga
cuando se iba a la escuela o a boca de tecomate con tapón de/y de olor a olote,
compartido con los compinches, allá en el campo. Oh, que agradable.
Ø El
repentino zumbido de la flama del leño que arde en la hornilla de la cocina,
presagiando según la creencia popular, visitas al hogar. Y la savia espumosa que expele el tizón sarazo en la
hoguera, es buena aplicación en el ombligo del niño, que aún se orina en la
cama, receta de medicina casera de la abuelita, advierte con precisión el ama
de casa.
Ø Los
trascendentes y agradables olores por las mañanas, de la fritura de los
chicharrones y la horneada del pan con chamiza de “ronrón”, esparcidos en el ambiente,
despertando el apetito de los moradores y, para algunos adictos, las “botanas”
para los trinquis del medio día disfrutar;
Ø La
pilas de nuestra casa, repleta casi
siempre, de distintos peces del Motagua, por diversión y para el consumo, provocando de repente la
muerte, por ahogamiento, recuerdo, de un gato que quiso de noche cazarlos y cayó al agua sin poder
salir.
Ø Los interminables
sonidos musicales en competencia, de los chiquirines para atraer a las hembras,
conocidas como chicharras o cigarras, en pleno sol ardiente de verano,
implorando la llegada del agua de invierno, en su raro proceso de vida y
efímera existencia.
Ø Las
luciérnagas o curcayes, en su ambiente invernal,
alumbrando con sus ojos saltones reflectores, las calle del poblado o del mundo
desolado, en la obscuridad de la noche, que agarrábamos por curiosidad para con
ellos jugar, pero ¡cuidado!: deja en las manos unas partículas finas como polvillo que infectan los ojos, igual que
los papalotes.
Ø El monótono y ofensivo cri-cri de los grillos en larga noche de insomnio, en
lo más recóndito del rincón y quicio de la puerta, pero de día calladitos,
haciendo trizas nuestra ropa, igual que las tijerillas;
Ø Las
milenarias y repugnantes cucarachas, en aquellos tiempos, carcomiendo y
contaminando cuando alimento encontraban a su paso, de los que, ni los que se
aseguraban en el yagual colgante se salvaban.
Ø Las pulgas
abundaban en la serranía, en casas que mantenían perros, porque en el bajío,
son raros estos insectos, que gustan de climas frescos, lo mismo que la
mostacilla, especie de ácaro en miniatura, que se prende en la vestimenta de
los caminantes y cazadores en la campiña, dejadas venir de lo alto de la maleza
para caer sobre el cuerpo, como cae el polen de las flores;
Ø Las
multicolores mariposas, en grupo o solitarias, hollando las riberas de los
manantiales y charcas de invierno, para saciar la sed, con sus finas antenas detectoras
a la expectativa, o surcando el viento en busca del néctar de las flores en su
efímera existencia, arriesgando ser perseguida por más de un patojo travieso, varejón
en mano, para aplastarlas y acabar con ellas; y los papalotes negras que
penetran en las casas y se posan en determinado lugar, son presagio de que
alguien pariente va fallecer, según el común de la gente popular.
Ø el “kikiriki”
de los gallos en el amanecer, anunciando un nuevo día, el cacareo de las gallinas
antes de poner el huevo y del pío…. pío….
de las crías porque tienen fío, hambre o pidiendo no sé qué;
Ø El perro, celoso guardián, cuando ladra en voz
triste y prolongada, como el aullido del lobo, con la mirada fija hacia la luna
y las estrellas rebosantes de luz, en la noche diáfana, es porque el can está viendo cosas raras del más allá y
fantasmas ocultas para el ser humano, según la superstición popular;
Ø El
maullido insistente del gato en el comedor, exigiendo comida, arañando con sus
manos al comensal y, de noche, correteando por el tejado, en plena caza o en
celo, coqueteando al de sexo opuesto para preservar la especie;
Ø El
relincho y rebuzno de las caballerías en el patio de las casas, prestas siempre a ser útiles, a la espera de
ser ensilladas o aparejadas para partir;
los burros de Andrés Lários, Plácido Hicho, Toñito Páiz, Oscar Gutierrez y las mulas de Pedro Ruano,
los caballos flacos de Nefta, cargados de leña todos los días, activando la voz
de contentos, de haber regresado a su caballeriza, apresuradas por deshacerse del aparejo y carga
que les atormentaba, y por la comilona de
tuzas y zacate fresco, que les esperaba;
Ø El “peretete
o peterete”, pariente del “pijije” de doña Lola Castillo, allá en el billar,
junto otros que por temporadas merodeaban por el Motagua, alegraban con la
bulla de su raros sonidos de alerta, por las noches, celoso por la presencia de
algo extraño en su territorio, o de sus dueños, a manera de guardián, alejando
a los intrusos en bravía acometida, picotazo tras picotazo.
Ø El croar
de las ranas, en alegre sinfonía de amor, en la penumbra de la noche, se escuchaba, allí cerquita en
las riberas del río y en la desaparecida “usha” de al lado del pueblo, como
algo agradable que animaba el espíritu, para pensar en la naturaleza;
Ø El martillear
estrepitoso del pájaro carpintero, comúnmente llamado cheje, horadando con su
filoso pico de marfil, en el grueso árbol, el agujero que ocuparía por nido, y
para sacar gusanos de sus entrañas y devorarlos como apetitoso alimento;
Ø El
alboroto interminables de los sanates y clarineros, en el anochecer, antes de
dormir, celebrando locos de contento, su regreso sin novedad de tierras
lejanas, posesionados en la maraña escogida
como dormitorio favorito, en los árboles adyacentes y, en la madrugada, la
misma gritería, listos para enfrentar nueva faena de lucha por la subsistencia,
sumándose sus románticos cantos de clarín, en época de celo;
Ø La
“espumuy” en la lejanía, haciendo honor a su nombre, con su canto y, la
“torcaza”, trepada en los tunos, comiendo la deliciosa fruta, con su trino
característico de interpretación popular, casi de palabras, de: “muchachos que
tienen calentura, calentura…” y, las “güiras”, en bandada, de un lado para otro
en los llanos, zumbando sus alas en busca de su alimento, pero en la noche,
tales pajaritos, dormiditas en los “lengua de vaca”, son fácil presa de los traviesos que honda en mano, y demás depredadores,
las persiguen.
Ø La
tortolita canta su: cu…cu…cu… y luego truena sus alas al viento, al mínimo asomo del peligro que intuye,
para luego volver, dejando mientras tanto, su nido y sus huevos a merced
de depredadores que la acechan;
Ø El
cenzontle o “chancaguera”, alegrando el entorno con su canto y sus brincos de
rama en rama devorando cuanta fruta e insectos encuentran a su paso;
Ø La urraca bullanguera agitando de contenta su
penacho de plumas, allá subida en el árbol, la que según la creencia popular,
por su gritería, por la Virgen María, maldecida fue;
Ø La
alharaca del “pishturillo o “chepillo”, con sus gritos de “Cristo fue”…”Cristo
fue”, anunciando buen augurio de que: “carta o buenas noticias llegaran”, pronostica el
agorero;
Ø Del cotorreo del loro, que no para de repetir las
buenas y malas palabras, que de su amo
aprendió; las pericas y los quenques cavando en medio del bullicio que les
caracteriza, sus cuevas en los barrancos y después haciendo de las suyas con
las frutas del lugar;
Ø Igual el
torobojo, con su vistoso plumaje, como el quetzal, altivo con el sube y baja de
su vuelo, recorre la campiña, para luego a su regreso, guarecerse en su cueva del barranco o del
tronco del madero, que a ha robado;
Ø El
gorrión, provisto de esfuerzo y energía, sostenido en el aire, en punto fijo, bate sus alas,
chupando el almíbar de las flores, como lo hacen las abejas en primavera, y el
ronrón upayero, zumbando por doquier, expuesto a ser capturado por algún
“ishchoco” travieso, para hacerlo volar, como juguete, con hilo atado de sus
patas;
Ø Y la “shara”
allá en el cerro, orgullosa de su ambiente y de su vistoso colorido,
defendiendo con sus gritos su territorio, expuesta, si se descuida, a un tiro
de guata de cazador furtivo;
Ø La chorcha
multicolor y bullanguera, desde su nido, colgado en las ramas más altas o más
bajas del árbol, presagiando el tiempo que por instinto avizora, de fuertes o calmados
vientos, da de comer a sus crías engulléndoles el pico para que succionen su
alimento y, a los astutos pájaros roba nidos que asoman, con sus alaridos, previene: que en propiedad privada, es prohibido
entrar;
Ø Los “torditos”, nada es ver a estos pequeños
pajaritos con su alegres silbidos y su color negro rígido, pero en su empeño de
comilona, devora milperías por entero, extrayendo los granos sembrados, a tal
extremo el perjuicio, que existe una ley retrógrada que ordena su exterminio, contrario
a su pariente feo, el “pijuy”, qué en su afán de limpieza sanitaria, es amigo
de la ganadería;
Ø El novedoso
paso de los azacuanes, dos veces al año,
surcando en bandada el cielo gris,
en singular espectáculo de organizado,
lento vuelo, en formación paralela o en fila india, provocando de repente,
alboroto en el espacio, formando círculo, revoloteando en vistoso jugueteo, para
observar o husmear algo, anunciando con su hazaña y extraños graznidos, cambio
de tiempo, decían los abuelos;
Ø El guajo o
guaco que aparecía de repente en nuestros bosques cercanos al río, ave grande
que encaramado en los palos, daba gritos escuchados a lo lejos, que llamaban la
atención de los curiosos por algún presagio, bueno o malo;
Ø El gavilán
en raudo vuelo de regreso, rompiendo el aire desde las alturas, caza a su
presa, -la serpiente más grande y venenosa-, con sus fuertes garras afiladas de
acero, elevándose de nuevo, a lugar
seguro del peñasco, para devorarla tranquilamente sin piedad;
Ø El
quebrantahuesos, que lleva consigo huesos de la carroña, a considerable altura,
dejándolos caer para romperlos y luego
en partículas engullirlas fácilmente.
Ø Y porqué
no recordar a los repugnantes zopilotes, de negativa fama universal, que desde
las alturas, confundidos entre nubes grises, con su ropaje negro azabache,
alegran el firmamento en pleno vuelo, en multitudinaria reunión, avistan la
carroña y al bajar a tierra en ruidosa picada, cumplen su noble misión de: “limpia mundos”;
Ø La
“chiguita”, saltando de rama en rama, haciendo gala de sus chillidos y aún de
cuerpo diminuto, se la lleva de grandeza;
Ø Las abejas
de las colmenas “shurullas” y “los cushushos”, al castrar sus enjambres, se enredan
en el pelo de los humanos usurpadores y
las de los panales, al derribarlos, dejan “puspa” la cara a piquetazos.
Las más crueles y bravías las de “culo de chucho” y las de “peruleros”, también las “chorocanas” y los “guitarron”,
pero compensado todo, con la rica miel que se les roba;
Ø La vieja
“guaca” de doña Olivia, oculta siempre en el quicio de las puertas, hacia la
calle, se abalanzaba en frenética
arremetida sobre la gente que pasaba, amenazando con morder, infundiendo temor,
que obligaba a usar la otra acera a los transeúntes; pero es que la muchachada, también la molestaba y la
dueña, no digamos, por el estilo, se enojaba y maltrataba en su defensa.
Ø Las
inofensivas lagartijas: moríshcas y polvorines, porque: las -iguanas de agua,
“tilishtumpes”, “talconetes”, “florecías” y garrobos-, se acabaron, correteando
por las hojarascas de los llanos, queriéndose aparear, para preservar la
especie, hartándose de nocivos bichos, en beneficio de la agricultura, pero a
merced, de sus depredadores más atroces, el hombre en primero lugar, responsable
de su exterminio, para venderlas como mascotas o matarlas honda en mano, por
pura picardía o para llevarlas de comida
al gato.
Ø Los “surupes”,
guarecidos bajo las cáscaras gruesas despegadas de los árboles secos o podridos,
a la zaga de los insectos de su
predilección, para devorarlos, igual que
las arañas con sus trampas
mortales y curiosas formas de vida.
Ø Y qué
decir de las termitas, llamadas también “comején”, en sus bien fabricadas
“porras”, en lo alto de los palos o en los barrancos, que al ser abandonadas,
después de arduo trabajo, tal vez debido a su peor enemigo, las hormigas, son
usurpadas por pericas, garrobos o una colmena de cushusho.
Ø Y, hasta
percepciones de miedo, que se apoderan de la mente, cuando se escucha el canto
del tecolote y de la lechuza, en las tinieblas de la noche, en señal de mal
presagio, porque: ¿“alguien va
morir ahora”?, comentan los supersticiosos o como alguien dijo: “cuando
el tecolote canta, el indio muere”, y del “tapa caminos”, que asusta,
fastidia y obstaculiza el paso; y qué
decir de los murciélagos, que hacían suya las moradas de la gente, perturbando
con sus incursiones, la quietud del sueño y, como represalia, los “patojos”
traviesos al apresarlos, los ponían a
fumar como castigo; animal invasivo este, los “chupa cabras” en ciernes, que
desde su existencia, maltratan a las gallináceas, perforándoles el ano, en
sanguinaria acometida, para succionar su sangre;
Ø Los
alegres chapuzones, zafados de casa, la pesca en cualquiera de sus formas y las
apuestas de cruzar a nado el caudaloso río
Motagua, cuan crecido pudiese estar, en atrevida hazaña, eran prácticas comunes
de traviesos, sin escapar las bocanadas de agua recibidas a punto de ahogarse;
Ø La
encaramada peligrosa a los cocoteros de la vega de los “cocos”, a robar sus
deliciosos frutos, al encuentro inesperado de tremenda víbora, enroscada en el
cogollo, al acecho del intruso, desafiante, en actitud de ataque, con la lengua
viperina en rápidos movimientos de advertencia; deslizado por ello el intrépido, al instante, como un haz de luz, de regreso,
con el sístole y diástole alterados, el pecho desollado, las piernas en
interminable tembladera y, lo peor, sin el botín planificado.
Ø Nuestra
manera de ser de ishchoco traviesos, al limpiarnos la boca con las mangas de la
camisa, cuando mangos y tunas comíamos, así como la nariz llena de mocos,
desafiando los regaños de nuestras queridas mamacitas y de la gente adulta.
Ø Las
subidas y tiradas de los trenes a toda velocidad, cuando disponíamos dar un
colazo, sin advertir el peligro, apostando quien se tiraba con mayor velocidad
y más lejos con el riesgo de un accidente y hasta de perder la vida con las
consiguientes revolcadas, de repente.
En fin, concluyo todo ese laberinto
interminable de pensamientos y cosas, que ocurren, y que dejo hasta aquí,
porque sería la de no terminar; hechos todos, reflejados en el concierto de
voces y cosas de poesía, que nos ofrece la madre naturaleza, que perduran en la
mente, amenizados con la expresión canora de cuantos animalitos descritos, son
parte de nuestra fauna, tradiciones, color e historia que nos pertenecen, todo
lo cual agradables o tristes, es digno
de evocar, con reflexión de lo bueno y malo, acontecidos.
Recorridos de mi niñez de los que me siento
orgulloso, principalmente por mi origen de provinciano, identificado plenamente
con su entorno, al haber escudriñado en buena medida: sus vericuetos, cuevas la
de las “lechuzas” de arena rojiza para
lavar trastos, por ejemplo, quebradas, barrancos, lomas, cerros, bosques,
potreros, riachuelos, parajes, pescar y nadar en el río Motagua, encaramarme en
los árboles más grandes y a veces espinosos, víctima de peligrosos insectos
como arañas, alacranes, ciempiés, hormigas, abejas y mosquitos, comejenes y
perros bravíos. Comer maranshanas, pacayas de palmo, chununos, malacates,
carupines, cinco negritos, panecillos, upayes, capulines, frutas de galero y de
Jaguay, carne o núcleo de los coyoles y almendras, semillas y tallos de chichicaste
pelado, pepitas de conacaste asadas,
hojas de jocote con sal, suchillo de colmenas silvestres, beber agua de
nacimientos en el campo, en canutos de tallos huecos, a veces estancada y a
falta de tecomate, en la copa del sombrero, así como agua de cepas o mamón de
guineos sacada con estacas y comer asada la popocha, en fin, de todo aquello
que llamaba a la curiosidad del patojo inquieto, travieso, “pata de chucho” y
perspicaz, para saber del porqué de las cosas, fui, como pocos jicareños lo han
hecho, naturalmente, en compañía de otros traviesos de mi camada, de lo cual
disfruté y algunas veces sufrí, pero me encuentro satisfecho, viviendo de esos
recuerdos.
CASO CURIOSO. Andrés Larios, del barrio Vista
Bella, tenía una recua de burros para prestar pequeño servicio de transporte de
carga, acarreo y venta de leña, pero además, prestaba el de apareo, es decir,
alquilaba sus burros machos como sementales, para preñar burras o yeguas que le
llevaban de todas partes, para el logro de crías de mulas o mulos o machos de
burra con garañón, previo pago de honorarios, recuerdo Q.5.00 el “salto” o
coito. Pero lo curioso del caso era que, cuando no estaba el jefe de casa o sus
hijos varones, Maco o Nancho. para no dejar ir la paga, pues eran pobres, el
servicio era supervisado por la hija del dueño, una niña, si a caso, de trece
años, quien con la mayor inocencia, sin la menor malicia, ignorando el tabú de
las cosas, conducían con el interesado, los animales a un lugar apartado de la
población, apropiado y discreto, o sea, un pequeño barranco con hondonada
abajo, para facilitar que el macho se encaramara en la pareja y luego como
parte del trabajo, aprendido por supuesto, a manera de ayudita, le agarraba
ella con naturalidad infantil, el pene al burro, ya dispuesto, para ponerlo en
dirección de la vulva de la hembra, para facilitar la copula a perfección,
quedándole como consecuencia las manos embadurnadas del sebo y semen del
semental, a la intrépida muchacha, obligándose a simplemente restregarse con un
trapo que llevaba, cuya faena prohibida por la ley, se imponía ante la
necesidad económica familiar, pues para ella, eso era un simple quehacer.
Contrario a esa ingenuidad, habían un grupo de adolecentes que, enterados del
asunto, se prestaban para ir detrás a observar el espectáculo, con morbo y
travesura, el nene Paz, uno de ellos. ¿Increíble, verdad?.
REFLEXIONES. I) No oséis jamás
mofarte de la vejez de tus semejantes, ni siquiera lo intentes o pienses,
porque ya fallaste. Ten presente que la vejez, consecuencia de la vida misma,
como la muerte, es inevitable, rígida, nadie la escapa por mandato divino, ni los científicos, brujerías, ni
zares poderosos, ni humanos algunos connotados del universo, pues tarde o
temprano se tiene que llegar a ese estado de cosas y, por ende, como ser vulnerable a la naturaleza
misma, tu vas por el mismo camino y, óyelo bien: tal vez más marcado por el destino o fenómeno mismo, de a quienes
criticáis, y de repente, con una vejez prematura, aun siendo relativamente
joven, en años todavía, y pobre de conciencia como los hay muchos. Posibilidad
muy susceptible de darse, en razón de que, la humanidad cada día que pasa, se
va deteriorando, por las circunstancias propias de la naturaleza y la
actualidad que se vive y, principalmente, porque los viejos de ahora, jóvenes
fuertes de ayer, disfrutaron de una vida mejor, cuando el medio ambiente era
sano, puro y la comida “chatarra” desconocida. Dentro de ese contexto, es de
reconocer, que son esos personajes los
creadores de la historia y en términos generales, por la simiente que han
sembrado y la experiencia adquirida, de una u otra manera, directa o
indirectamente, también son forjadores del futuro de nuevas generaciones, como
la tuya. Antes bien, por tales dones de
la naturaleza, debéis de estarle agradecidos
y honrarlos. Desechad la perversidad desde temprana edad, desde tu primer
pensamiento en ella, si fuere el caso, si queréis llegar a ser adulto mayor de
bien, apreciado y admirado, digno del
respeto de los demás, y detente expresar, cosas que se refieran negativamente a
ellos, menospreciándolos, porque ellos son los hacedores del ayer, del presente
y parte del futuro, porque el resto de este último, te corresponde forjarlo a ti,
máxime que tales pensamientos y expresiones, solo refleja cortedad de espíritu
y del intelecto. Nunca digas ese “viejo tal por cual” o “a mí no me gusta estar
entre viejos, porque es aburrido” o cualesquiera frases despectivas. Claro
está, que no en todos los instantes de la vida, se puede ni se debe alternar
con adultos mayores o viceversa, pero en muchos casos sí, especialmente en los
familiares y sociales. Guárdate entonces, esos epítetos y, si tan fastidioso te
resulta, retírate del escenario calladamente, sin alharacas, pero ten seguro,
que no aprenderás nada positivo del momento que buscas con los de tu clase o
generación, porque solo pasaras el rato jodiendo y perderás el tiempo sin
aprender algo importante. Si sientes animadversión por los viejos, estás renegando
de tus progenitores y de tu propio devenir por adelantado, pues has de entender
que por el mismo sendero te conduce la naturaleza, tal vez ciego por falta de
experiencia y de conciencia, al no haberte codeado con los viejos de hoy,
jóvenes fuerte de ayer. Pudiese ser, que el hecho de no condescender con
adultos mayores, evidencie psicológicamente rasgos personales de interiores de
inferioridad, porque tú subconsciente advierte que mucho te falta de lo que
a ellos sobra, quizás porque de niño te
metieron animadversión contra ellos, cuando te decían: ¡cuidado, ahí viene el
viejo¡, en forma despectiva para asustarte. Reflexiona patojo, ya te acordarás
cuando seas viejo achacoso o como dice una canción “te acordarás de mí”.
2) No critiquéis negativamente las obras o acciones
de otros, a simple vista o por conjeturas, cuyos conceptos ignoras, no
entiendes o no tienes conciencia de ellas, si no eres tú, capaz de hacer positivamente lo mismo, con el consiguiente
riesgo, de no ser así, de caer fácilmente en el plano del egoísmo y la envidia,
al criticar simplemente por criticar,
subestimando injustamente al prójimo, cuando sería mejor usar la prudencia,
callando…. Y es más, dejad que otros desarrollen su libre albedrío y reconoced
sus méritos, aun cuando se resienta tu
ego, porque como dijo Napoleón: “ la envidia es signo y una declaración de
inferioridad”, que debéis corregir a tiempo, antes que te tilden de
tan nefasta porquería, porque pudiera ser, que ya seáis ampliamente
conocido en el medio, como tal, sin que tu lo adviertas, tal vez por tu
incipiente inteligencia, pues según se nota,
nada te parece de los demás, sin que tú hagas algo positivo que te haga
sobresalir o desvirtuar siquiera, tu posición negativa en el tema, frente a
ellos. La crítica sana y constructiva es buena, la simple murmuración es
denigrante y cruel. El hecho de ser “copetón” o hijo de tal, no te da cabida
para considerarte superior a los demás,
máxime si no te da el ceso para equipararte culturalmente a ellos, y de ahí, tu
vocinglería para negar lo bueno de tus congéneres, porque la envidia brota
sobre manera como veneno, cual serpiente ponzoñosa, que antes de dañar al
injustamente criticado, te daña a ti mismo y si persistes en tu empecinamiento,
ya sea por egoísmo o por ingenuidad, puedes
entrar en el abismo de la perversidad. No solo los de casta privilegiada pueden
hacer cosas buenas, también los humildes y a veces mejor, abre tu mente y se
sincero contigo mismo.
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