domingo, 18 de marzo de 2012

Capitulo VIII Costumbres, recuerdos, anécdotas y tradiciones


CAPITULO VIII
COSTUMBRES, RECUERDOS, ANÉCDOTAS Y TRADICIONES

VESTIMENTA. Con pequeñas diferencias, casi son las mismas de la región nororiental del país: vestir de manera corriente, usando pantalón y camisa formales de diferentes telas y colores, menos chillantes y, algunas veces saco, a la moda, o a la antigua, aún; su ropa interior, calzoncillo y camiseta corrientes, sombreros de palma o fieltro, pero la mayoría de individuos andan con la cabeza al descubierto, casi todos los miembros de la población usan zapatos y una pequeña minoría de campesinos, a punto del desuso total, con caites de suela y de hule, hechizos o de fábrica.
LA MODA. Ha dado un giro de  ochenta grados en las últimas décadas, sustituyendo algunas maneras de ser y objetos tradicionales de uso personal, según el momento, por otros de mayor gusto y hasta extravagantes, dirán algunos, como la ropa, el calzado y la forma de usar el peinado con mechones de pelo parados embadurnados de una laca gruesa, emulando a un puercoespín encrespado, o simplemente el pelo largo, los hombres, imitando a las mujeres,  particularmente entre la juventud; como  moda rimbombante fue en su tiempo también, el peinado del “tango”, el “camino”  y el corte de pelo a la “rapa”, la “broz” y a la “flautop”, y no se diga la moda en las mujeres con arreglo del cabello corto a lo “masculino”, uso de pelucas, pestañas y uñas postizas, totalmente distinto a como era antes, pero lo cierto del caso es que la moda se repite.
VESTUARIO DISCRETA. En tiempos pasados, hasta la década de los años 30, del  siglo anterior, las mujeres usaron ordinariamente, más que todo, para los oficios diarios, una ropa muy bonita, de tela corriente, regularmente de “yerbilla”, que consistía en vestido de vuelo de una pieza, largo, con el ruedo  abajo de las rodillas, de repente, con algunos adornos en el pecho y encajes, con gabacha y atavío en la cabeza para sujetar el cabello, que en Guatemala  denominaban “mengalas” y para lucir usaban las largas y holgadas faldas con blusas livianas, que a mi parecer hacía muy bonitas y discretas a las mujeres.  Otra costumbre o moda desaparecida era la de almidonar la ropa exterior con una sustancia llamada Yuquía, extraída de la yuca, que hacía lucir impecable a las personas que la usaban, especialmente las camisas de los varones, tan tiesa que pareciera quebrarse. Las señoras, no cualquier mujer, para salir a la calle o en un acto público, usaban un lienzo o manto de seda fina de color negro, largo que les cubría la cabeza, y las muchachas, un lienzo que llamaba tapado, chalina o madrileña, regularmente de color blanco, que infundían respeto.
RITOS. Para sus ritos religiosos o para asistir a  las fiestas titulares o nacionales,  no usan ningún vestido típico, pues no los hay, salvo los que se usan en algunas representaciones escolares, a manera de dignificar a la raza y el folklor nacional y en los actos luctuosos se usa el vestido corriente de color negro. Es posible que los primitivos habitantes de alguna etnia existente, hayan usado su traje característico, tal vez igual al que todavía usan los indígenas de algunas regiones de Chiquimula y Jalapa: calzón y camisa blanca de manta o yerbilla color blanco, con caites y sombrero de palma, habitantes, que considero pertenecían a una misma etnia en toda la región.
Cuando fallece un familiar de religión católica, lo velan con candelas y le rezan y si es de la evangélica, lo velan, le hacen culto, con oraciones y cantos; esto es cuando la muerte no ha sido producida por alguna enfermedad infecto-contagiosa, agraciando a los presentes con tamales, pan, café y cigarrillos; recordando que la gente en anteriores tiempos, amanecían en esas reuniones, patentizando su pesar y solidaridad a los deudos, con entera sinceridad, pero ahora, no es así, pues  quienes asisten, lo hacen por un rato y se largan, la pureza de intención se ha esfumado; entreteniéndose algunos de los presentes para pasar el tiempo, con juegos de naipes, perinolas y dados, consternados unos por el fallecido que se vela, y a lo lejos, en la calle, los chistes a granel.
FIESTAS NACIONALES. Se celebraban con toda pompa y rigor, con la participación del magisterio, autoridades locales y vecinos, rememorando cada efemérides con una reseña histórica, para conocimiento y formación de conciencia de las nuevas generaciones, por ejemplo: el día del árbol, se cantaba el himno respectivo en su honor, se hablaba de su significación en la naturaleza y se plantaban cientos de especies en lugares descampados adecuados. El 15 de septiembre, se leía el acta de Independencia y se hacía alusión a los hechos de tan magna acontecimiento. El 20 de octubre, por lo consiguiente, se traía a cuenta los motivos que inspiraron esa importante gesta, etc., como parte de nuestra cultura, de tal manera que esos acontecimientos no dejaran de tener vigencia e impacto y no pasaran al olvido, situación que a pesar de ello, ha ido desapareciendo, más que todo el aspecto sublime. Pero más importante aún, en todas las fiestas nacionales, para la izada y arriada de la Bandera Nacional, se cantaba obligatoriamente el Himno Nacional,  por la concurrencia, y se entonaba por la marimba, la banda o simple disco, la Granadera, me parece de tipo militar muy solemne, en un su momento himno de las Provincias Unidas de Centro América, cuya capital fue Guatemala, todo con los honores de ordenanza y un respeto extraordinario, los hombres civiles se paraban firmes y se descubrían el sombrero y los militares se cuadraban haciendo el saludo. Algo que no faltaba, como complemento de la festividad, eran los magnos desfiles y bailes infantiles supervisados por los maestros, por las tardes, y sociales para adultos, por la noche.
FIESTAS PARTICULARES. Estas consisten en bailes, reuniones de confianza y serenatas con motivos diversos, amenizadas regularmente con marimba, guitarra y últimamente, conjuntos con equipos de sonido, pero en tiempo pasado, con música gravada en discos para vitrolas y sinfonola; algunos parroquianos lo hacían en las tabernas con música de rockola y, las serenatas, con música de guitarra, especialmente para la novia, eran cosa común y corriente, antaño.
LOS MOROS. En un tiempo estuvo de moda los convites, comparsas o recorridos de moros por las calles de la población, vestidos con trajes estrafalarios y mascaras, entonando canciones hechizas: de burla, protesta, satíricas, críticas, haciendo paradas de casa en casa, que tenían por objeto ejecutar algo de música, a cambio de dinero, con destino a alguna obra social, amenizadas sus danzas con acordeón, concertina y guitarras, costumbre no original por cierto de este pueblo, sino importada del departamento de Jalapa, por un ciudadano oriundo de el Chaparrón, que vino a convivir entre nosotros llamado Tránsito Cardona, algo alocado, hermano de Antonia Cardona, dueña de comedor aquí, el que tocaba el acordeón, eventos que eran acompañados por multitud de patojos aficionados a la jodarria. La patojada los llamaba “moros morongos”.
BAILES SOCIALES. En el Jícaro, en épocas pasadas, todavía por la década de los 50 del siglo anterior, existía mucha sociabilidad, en la que fueron notorias algunas reglas del trato social, con  signos de alguna discriminación y dureza,  práctica acentuada en tiempo de los Intendentes municipales, del gobierno de Ubico. Por ejemplo: en las festividades solemnes: el 15 de septiembre, toma de posesión de nuevas autoridades municipales, año nuevo, incluida, la inauguración de la feria titular y otras, se acostumbraba realizar los llamados bailes sociales, eventos para los que regularmente se seleccionaba e invitaba, a familias de la “high life”, o principales, como se decía, con la exigencia de presentarse  en traje formal o de gala, negando la entrada a quien no iba vestido de ese modo, por  la comisión de recepción, regularmente de un comité, que se apostaba en la entrada del salón, siendo muy alegres los juegos jocosos colectivos que se armaban en estos eventos, tal como hacerle rueda a determinadas parejas o el trencito que debía pasar por los arcos humanos o el túnel, o sea bailadores asidos de la cintura en fila india, pasando bajo la estructura, al compás de la música. Igual suerte de no ingreso, corría  quien llevaba “entre pecho y espalda” algunos tragos, porque  para los “bolos” y para la gente vestida con traje de paisano y quienes no habían sido invitados  al baile social, se establecía las llamadas zarabandas, en las que se “podía de todo”, y hasta machete corvo al cinto, el hombre con  la chenca en la bemba y, la fémina, masticando chicle hasta no más poder, con el fustán de fuera, barriéndose ambos, a brazos abiertos, de punta a punta, hasta por la madrugada, con una goma espantosa. Recuerdo que cuando los marimbistas interpretaban el famoso son anunciando el final del baile, no faltaban más de algún entusiasta bailador, incluyéndome, ofrecer paga extra a los músicos para continuar la “pachanca” por un tiempo más, pero ahora lo que prevalece son los conjuntos o la disco, así llamados, que por lo oneroso de la paga, es difícil prolongar. No obstante, lo importante es que los chavos  lo disfrutan.
LOS REPASOS DANZANTES. Eran frecuentes y alegres, en las casas de habitación de distinguidas damitas del pueblo, con la presencia de jóvenes de ambos sexos, no solo para compartir amistades, sino para aprender a bailar, al compás de música diversa en discos, pero especialmente de la marimba Chapinlandia, en un programa radial de TGW, que se difundía diariamente a partir de las 20 horas. Alicia Orellana y las hermanas Morales Venegas, algunas de las anfitrionas, Julio Gutierrez Juárez y Luis Leiva, no fallaban.
MATRIMONIOS. Considerados solemnes por ley y la costumbre, la novia después de ser formalmente pedida por el galante prometido, regularmente con la participación de un vecino honorable, la pareja después de largo noviazgo parea conocerse, acudía ante la autoridad municipal a celebrarlo, formando con los padrinos e invitados, y los mirones a la par, un séquito selecto, en parejas, vistiendo los novios trajes especiales, el de novia y de caballero y los acompañantes vestimenta formal, para luego, después de casados, de regreso a casa, en el mismo orden, disfrutar de la alegre fiesta, con abundante bebidas y comida, convertido todo, en un jolgorio, casi siempre, amenizada con marimba pura. Los novios regularmente permanecían por corto tiempo en el purrun, pues de pronto se les veía salir de casa o de escondiditas, con destino a la luna de miel, la mayoría de veces, fuera de la sede del casorio, prosiguiendo el festín con los invitados y parientes de los novios y de algunos colados, entre tragos y fumaderas, en una época en que el matrimonio se imponía a las simples uniones de hecho, ultimas vistas con no muy buenos ojos por las familias.
EXIGENCIA. Cuando alguien vecino acudía ante la autoridad, por haber solicitado audiencia, para la resolución de algún asunto, o porque hubiese sido citado para determinada diligencia, debía  el sujeto presentarse bien vestido, aunque fuese con ropa corriente, pero incluido, rigurosamente, el saco, ya que si no lo llevaba, tenia obligadamente que ponerse  uno usado, mugroso, descolorido que colgaba en el perchero de al lado de la entrada de  la sala del funcionario. Ese tiempo se caracterizó por el uso del saco y el sombrero, siendo obligatorio descubrirse éste antes de ingresar ante el funcionario, para evitar una llamada de atención, incluso, hasta de una multa. Hoy día esa cultura o simples costumbres han desaparecido. De esto hay una anécdota que refiera que cuando un vecino, después de haber sido atendido, preguntaba al secretario o al propio Intendente, cuanto tenía que pagar  por el asunto o diligencia realizada, éste le respondía: “a mí, nada, el tramite es gratuito, pero si usted quiere deposítelo en una de las bolsas de la chaqueta que cuelga en la capotera de afuera”, hechos de los que yo dudo, por qué las autoridades de esos tiempos  no eran corruptas, por el temor que le tenían a Ubico, Presidente de la Nación en  esa época.
CEMENTERIOS. La inhumación, ya sea en bóvedas o en sepultura, según las condiciones económicas de la familia, es la costumbre puntual, para depositar los restos de los seres queridos que traspasan el umbral del más allá, para cuyo efecto, existen cementerios en la mayoría de aldeas y caseríos del municipio y, por supuesto, el de la cabecera municipal, el más grande y urbanizado, situado en la aldea Espíritu Santo, en donde incluso, entierran algunos difuntos de otros lugares del área rural, según dicen, por mayor seguridad, el cual data  aproximadamente del año 1875, siendo lamentable la profanación de aposentos y el pillaje que se ha desatado en los últimos años, de lapidas, imágenes religiosas y otros enseres que se guardan en las capillas de los mausoleos, por individuos inescrupulosos, en horas nocturnas, para somatarlos por migajas económicas.
Antaño,  hasta la década de los años 30 del siglo anterior, más o menos, que yo recuerdo, era costumbre bastante común un tanto morbosa, entre las familias proporcionadas económicamente, adquirir las cajas mortuorias de las personas ancianas o que padecían de enfermedades terminales, que colocaban regularmente sobre las vigas de las casas, arriba de la cama del enfermo, en el tapanco o en otro sitio especial, hasta que llegaba el día de la muerte, no se sabe si por previsión o alguna cuestión de índole religiosa o de superstición. Se acostumbraba también, arropar a los difuntos con su respectiva mortaja, mandada a confeccionar específicamente, colocados en su ataúd, a los adultos con los brazos sobre los costados, con los ojos cerrados, y los niños, con las manos extendidas, atadas, alzadas sobre el pecho, los ojos abiertos, lo último, decían, como signo de santidad, para  luego el velatorio correspondiente, exactamente por veinticuatro horas, previo a la inhumación, no como ahora que los visten con el mejor traje usado en vida y sin tantas reverencias; los niños eran sepultados con la cara en dirección al oriente y los adultos hacia el poniente, costumbre que aún escasamente se observa. En  algunos casos, como rutina  ancestral, les metían en la caja, los objetos de uso personal más apreciados, para que fueran con ellos, en la creencia de la existencia de otra vida después de la muerte, en otras dimensiones del universo.
AMPLIACIÓN DEL CEMENTERIO En el Camposanto mencionado, existen varios elegantes sepulcros colectivos construidos, y por insuficiente, por la saturación de sepulturas y panteones, no hace mucho tiempo, fue ampliado, sumando el terreno contiguo, propiedad de Adán Castillo Guevara, que en paz descanse, hombre honesto y altruista, quien en vida lo cedió bondadosamente a título gratuito para el efecto, teniendo como consecuencia ahora, suficiente espacio para continuar las inhumaciones por muchos años más, siendo así, que en su honroso nombre, muchos difuntos de familias de toda condición económica, son sepultados allí; gesto de buena voluntad que debería ser imitado por otros jicareños.  
CEMENTERIOS ANTIGUOS. Se han descubierto cementerios más antiguos, en varios lugares del municipio, pertenecientes a etnias indígenas que existieron en épocas prehispánicas, a juzgar por los indicios encontrados, objetos de cerámica, jade y obsidiana, así como por la forma  de enterramiento de cadáveres, no en caja mortuoria, sino en el puro suelo, envueltos en petates, repelladas las paredes interiores de algunas fosas, se supone de gente importante, con una capa fina de lodo, cubiertas con enormes lajas en la parte superior, lo mismo que en la de entrada, tipo bóveda subterránea, protegidas con promontorio de piedra en la parte de encima, que a su vez, servía de identificación, ubicados los mismos así: en el terreno denominado “El Marquesote” en las inmediaciones del paraje “Patio de Gallos”, que se extiende al lugar conocido como el Tempisque y lugares adyacentes, antes y pasado el riachuelo, al oeste de la población; otro en las cercanías de la aldea Las Ovejas, en donde antes existió la comunidad “Las Ovejitas”; en el caserío El Jabillo, muchas tumbas; en el terreno “Las Burras”, en donde están enterrados parientes de los antiguos dueños de la hacienda El Tintero, del cual decían los supersticiosos que se veían luces por las noches,  y el más grande, en el terreno El Mal País de Chílo, al nororiente, sospechando que fue el primer cementerio, utilizado por los habitantes de la comunidad, tanto indígenas como españoles y criollos, de aquellos tiempos.
Lamentablemente, muchas tumbas han sido profanadas y depredadas por gente malvada, en busca de reliquias, objetos de valor, piezas dentales de oro y hasta supuestos “tesoros”, para venderlos a coleccionistas o simples compradores de estos objetos, así como robar piezas de cadáveres parea ritos satánicos y el llamado “polvo de muerto” para hechicerías, pues sabido es, que, siguiendo la tradición ancestral, los muertos eran y lo son a la fecha en menor grado, enterrados juntamente con sus pertenencias mas gustadas, como una creencia de vida en el más allá, después de la muerte. Recuerdo el caso de una tumba en El Paso de loso Jalapas que guardaba los restos mortales del señor Joaquín Ayala, violentada precisamente, para robar objetos de uso personal, incluso, su dentadura con piezas de oro, hecho delictivo, del cual tuvo conocimiento la autoridad judicial.
En el movimiento de tierra, previo a la construcción de casas de la colonia “La Arenera”, fue descubierto un pequeño cementerio, tal vez familiar, con cajas mortuorias rústicas, que guardaban los restos de cadáveres casi momificados, preservados así, se supone, por la arena seca propia del lugar, que los preservaba. La proliferación de cementerios antiguos en el municipio, nos da la idea de la relativa densidad poblacional desde  aquellos tiempos, se sospecha, de la era prehispánica, dispersos sus habitantes, por toda el área.
EL DIA DE LOS SANTOS. Por esa época, el campo se engalana de bellas flores silvestres, que se entremezclan con el verde intenso del bosque, cual manto multicolor expandido  en el horizonte. Se intuyen en la distancia, las amarillas oro, con manchas púrpura aterciopeladas….flor de muerto, haciendo honor a su nombre y, trepados en los palos  y los tunos por doquier, se observan de cerquita, los bejucos de tulumpas blancas y moradas; florecitas misteriosas de efímera presencia en el medio, enredadas también, en las vallas de los cementerios, en homenaje, quizás, del día de Todos los Santos, como especial adorno mandado por la naturaleza,  para alegrar en esos momentos, con su esplendor, el ambiente  festivo que se vive, pero también inspirar luto a los deudos que recuerdan a sus muertos en esos, días con nostalgia….todas son florecitas de muertos.
Para el efecto, los lugareños en tradicional peregrinación, se dan cita desde tempranas horas, durante los días 1 y 2 de noviembre, en los distintos camposantos del municipio, vestidos de gala en esos solemnes momentos, convenientemente chapeados y reconformados los montículos de  identificación de las sepulturas, arruinados por la acción del tiempo, y pintados o simplemente encalados los panteones, para rendir culto a los familiares que yacen en la morada eterna, llevándoles coronas, chales, flecos de pino y ramos florales naturales o prefabricados; complementada la visita, después de efectuada la decoración de las tumbas, con algunos ritos religiosos entre familiares y amigos, que incluyen encendido de velas, rezos y oraciones, todo lo cual, como cumplidas ofrendas espirituales ancestrales; reuniones en las que,  en la necrópolis de la cabecera municipal, en aldea Espíritu Santo, principalmente, se convierte en amena tertulia, mucho más visible y animada, por el reencuentro de aquellos paisanos que tienen tiempo de no verse, quienes aprovechan el momento, después de adornar las tumbas de sus recordados y queridos difuntos, para estrecharse las manos, saludarse, intercambiar  impresiones y recuerdos de la infancia y de la vida en general, con la participación, de repente, de pseudo mariachis, el de los Ruano de la Tigra, no falta, que ofrecen canciones alegres y tristes a los presentes, que también son para  los muertos, dicen los supersticiosos, siendo de admirar la actitud de algunos deudos, como Quila Barillas y Blanca Orellana, entre otras, al hacer presencia casi permanente en la necrópolis en altas horas, haciendo guardia y rindiendo culto a sus seres queridos fallecidos, en esos días.
Otros noveleros adictos, se acercan a la feria de la aldea, en las inmediaciones, siempre alegre y concurrida, que se celebra en esa fecha, para refrescarse con agua de  suculentos cocos cosechados allí mismo, tomarse unas “chelas” bien frías o traguitos al gusto y disfrutar de lo de más que ofrece la fiesta, incluyendo las deliciosas garnachas. Y de regreso a  casa, lo acostumbrado en esos días: el delicioso plato de fiambre, tortas de pan, conserva de chilacayote, ayote en dulce o tierno, este último con aderezo de leche.
En las cercanías de este cementerio, en la cúspide del malpaís, se ubican los panteones que se divisan del centro de la población, que guardan los restos de preclaros coterráneos, dueños en aquel tiempo de ese terreno: coronel Guillermo Peralta y los mentores Gregorio y Lucila de esos apellidos, el primero, asesinado por su propio cuñado, un personaje bastante intrigante, violento y por lo mismo temerario, llamado Guillermo Gutiérrez, más conocido como “Tío Mito”, de quien se sabe, además, que con unos cuantos tragos entre pecho y espalda, cambiaba su personalidad, montaba su corcel pura sangre a correrlo a galope abierto, por  las calles de la aldea, desafiando la endeble autoridad que cuidaba el lugar en ese entonces, en peligro de la vida de los residentes, quienes temerosos de ser atropellados corrían a encerrarse en sus casas. Pareciera que el famoso jinete, “Tío Mito”, sea el personaje decidor y fanfarrón que hablaba despectivamente de los indios de San Agustín, que refiere el bardo José Martí, en su libro Guatemala, a su paso por esta comunidad, en donde tomó un desayuno, a finales del siglo XIX.
En la pendiente del paraje “patio de gallos”, fue asesinado hace muchos años, el ex Alcalde Venancio Morales Marín, según se sabe por dificultades de tierras, personaje honorable, de familias primitivas de la comunidad. Tanto en este lugar como en otros del municipio, eran frecuentes las peleas de gallos con sendas apuestas en dinero y en especie, que cumplían al pie de la letra los galleros, para evitarse las consiguientes problemas, propias de esta clase de juegos. En este sitio constantemente se daban reyertas derivadas de la inconformidad con las apuestas efectuadas, incluyendo algunos fallecidos, por lo que al pueblo, dada la existencia, en mala hora, de unos cuantos tahúres pendencieros, era conocido con el calificativo despectivo o de mala fama, de ”el rastro”.
LOS PALENQUES. Anteriormente las peleas de gallos eran prohibidas, por lo que se hacían en forma clandestina en lugares apartados de la población, ejemplo, el conocido históricamente hasta la fecha como “patio de gallos”, en el camino que conduce a las Ovejas, en cuyo lugar, por la falta de vigilancia de la autoridad, se registraban constantemente actos reñidos con la ley, incluidos homicidios y asesinatos, como para decir: ¿si esa tierra hablara?, nos espantaríamos ahora. Ya en tiempos un tanto modernos, hubo palenques de gallos autorizados y vigilados por la autoridad en la propia población, el primero propiedad de mi padre Fidél Egberto Casasola y después el de Carlos Barrientos, principalmente para la feria, a los cuales concurría mucha gente de adentro y fuera del municipio, como simples espectadores y famosos galleros locales, como Fidel Roldán, Rogelio Casasola, Manuel Oliva y Julián Hermosilla, este último experto en el amarre de navajas, así como jugadores de otros lugares del país, a hacer fuertes apuestas y disfrutar del eufórico evento, por supuesto, ya con la cultura que reclama el juego de la apuesta; lugar  en donde los gallos muertos que habían sucumbido en las peleas, se conseguían regalados o se compraban baratos, para guisar en “chicha”, en las propias cocinas o champas de la feria, la de Lipe Carioca, especialmente, actividades en las que no faltaba de metiche, pero necesario en el grupo, Nefta Guerra, para contar sus mentiras.
COSTUMBRES DESAPARECIDAS. Es de lamentar, que muchas de las costumbres de antaño, mantenida por años por la feligresía católica, con ocasión de la Semana Santa, como lo eran los sanos y simpáticos juegos de azar simulados (porque no se apostaba dinero), solo se ganaba el producto de la propia cera, que se practicaban en el atrio de la iglesia de San Cristóbal Acasaguastlán, y en la nuestra tiempo después, hayan desaparecido. Me refiero a las chapas de cera de colmenas silvestres, y las apuestas llamadas “paradas”, que se hacían con porciones o bolitas de esa sustancia, con dados improvisados, tabas de huesos de animales, especialmente de vacas y marranos, perinolas, o simples granos de maíz, señalados el anverso con un puntito de cera que identificaba el “gana” y el lado limpio el “pierde”, los cuales eran los instrumentos de juego y, la cera, el objetivo de las apuestas, que inducían a los participantes a  pronunciar las emocionantes expresiones de la jerga popular, propias del pasatiempo: “culos”, “carnes”, “pinta”, “pares”, “mete”, “saca”, “todo”, “nada”, etc., queriendo con ello, la juventud, representar simbólicamente, la venta infame que el apóstol Judas Iscariote, hizo del señor Jesucristo, según la religión católica; juegos tradicionales que venían practicándose con mucha pasión desde el inicio de la época de los corregimientos y curatos, pos conquista de Guatemala.
LA CERA. Para ese efecto, con bastante anticipación, cada año, la patojada y hasta gente adulta, se aprestaba a castrar más de una colmenea silvestre de rica miel medicinal, ya fuera de las llamadas “negro”, “doncella”, “talnete”, “shuruya”, “cushushso”, “chelero”, etc., para obtener un regular “bojote” de esa materia, que también se comerciaba, que les era menester para participar en aquellos divertidos juegos, que desaparecieron pasados los años, tal vez  por la falta de interés de los organizadores de esas celebraciones, pues en manera alguna esa diversión, es ahora igual que antes. Pero la cera se utilizaba también para colocar el cabo a los machetes y como cataplasma caliente para extraer espinas trabadas en el cuerpo.
MI PASIÓN. En lo que a mí respecta, valga  el recuerdo, cuando íbamos a traer leña con mi querido pariente Clodomiro Gutierrez, en tanto él se dedicaba a cumplir lo que tenía que hacer, yo, lo hacía castrando cuanta colmena encontraba a mi paso o tenía vigiada, por el vicio de acumular cera, volando machete alrededor del enjambre, logrando miel y cera, dándose el caso, que cuando Clodomiro venía de regreso con su tercio de leña, aún estaba yo luchando por terminar mi travesura, y éste malhumorado por tan larga espera, muchas veces me dejaba, pero yo necio, de regreso todavía, aprovechaba el tiempo para bañarme en el río, y cuevear una que otra piedra, en busca de cualquier molusco o peces, para acompañar con el almuerzo que me esperaba, de suerte que esa travesura casi siempre era fructífera, pues en las cuevas de los talpetates casi siempre habían cangrejos, camarones o mojarras, los cuales cocinaba asados.
De lo anterior tengo una anécdota, y es que, en cierta ocasión, acompañado de Chus Espinoza, en un potrero de los Ruíz, del otro lado del río, castramos fácilmente una colmena, que vivía en el hueco de la copa de un longevo guayacán, de abejas mansas, de miel gruesa, algo verdosa, parecida al aceite de carro, sabrosa, eso sí, no sé de qué clase era, pero el asunto fue, que de la mucha ingesta que se resbalaba de los labios, resultamos mareados y con dolor de estomago. En la misma oquedad de la colmena castrada, del citado árbol, tiempos después, atrape un enorme tecolote que llevé a casa, luego de haberme arañado en el forcejeo, no recuerdo si lo comimos.
BARRILETES. En igual forma, desapareció la costumbre de volar barriletes gigantes, de hasta cinco metros de altura, fabricados de vara de chimilile, papel periódico y engrudo, a cuya pita de volado se le adosaba en la punta inferior un manojo de monte apelmazado que llamábamos “mamacho”, especie de agarradera, con el cual se jugaba la divertida “soltadilla”, que consistía en correr a toda velocidad jalando hacia adelante contra el viento el barrilete encumbrado, para luego soltarlo con ímpetu hacia arriba el “mamacho”, para ver quién de los participantes agrupados atrás, lo agarraba, para luego este en carrera veloz nuevamente,  volver a soltarlo y así sucesivamente, se compartía  el juego con la muchachada, escapando de pronto más de uno de los involucrados, de ser arrastrado por la fuerza del artificio. Lo divertido era que,  de repente, cuando el barrilete estaba en su máxima altura, la pita a pesar de su grosor y resistencia, de hamaca o rede, se reventaba y el cometa, así llamado también, iba a parar a tantos kilómetros de distancia o trabado en algún árbol, pero de inmediato corriendo algunos del grupo iban a destrábalo para traerlo de nuevo a la pista de juego y si no había avería, continuar volándolo. Y así, emocionadamente, la palomilla practicaba este divertido juego, que llamábamos “soltadilla”, aparte de los telegramas que enviábamos a la cara del barrilete, en las alturas. Expertos en la fabricación de estos juguetes eran los hermanos Chew, Tavo y Augusto.
ALUMBRADO. Durante los regímenes de línea dura, anteriores a la revolución de 1944, ante la carencia de energía eléctrica en la comunidad, era costumbre forcivoluntaria, el alumbrado por los vecinos del frente de sus casas de habitación, hacia la calle, con  lámparas de gas con mecha, hechizas o adquiridas en el mercado y, en pocos comercios, con lámparas de gasolina  a presión de aire, de la marca Coleman, un verdadero lujo de alumbrado en esa época, que los vecinos hacían colgar en la parte superior de la puerta principal de entrada de las viviendas, de siete a las nueve de la noche, bajo pena de multa para quien desobedecía esa ordenanza, aparte del alumbrado interior con candiles o quinqués, ocote o candelas, tiempo que aprovechaba la juventud en la calle para los diversos juegos de la época, como el “casco de las mulas”, “piispisigaña”, “pimpin”, “cucuco”, “arranca cebolla”, “ la tenta”, y “el  adivino-adivinador”, entre otros, algunos de los cuales todavía se practican, ya que a partir de la última hora citada, al sonar del gorgorito, por la soldadesca en principio, cuando habían comandantes locales y la policía después, en tiempo de la Revolución, todo mundo a recogerse en sus casas, pues nadie  podía andar en la vía pública pasada esa hora, salvo causa de fuerza mayor, una emergencia, por ejemplo, una fiesta o un velorio,  en que el ir y venir de las personas era libre, ya que de lo contrario tenía que dársele cuenta a la escolta, que patrullaba por los contornos del poblado; medida drástica que los vecinos consideraban normal y que para  la gente honrada no coartaba el derecho de libre locomoción, porque todo eso evitaba problemas.
FOGATA. Enfrente de la guarnición, en una época, por las noches, se encendía una fogata que era mantenida y atizado  constantemente por el soldado de turno, para mantener la llama viva, a efecto de alumbrar convenientemente los alrededores del edificio municipal y la comandancia, sitio al cual se acercaban algunos friolentos parroquianos para compartir la tertulia y tomar calor con la presencia de cuentistas de vocación como Nefta Guerra, algunos jodiéndose poniéndose apodos, desde luego que dicha reunión hasta las nueve de la noche, porque llegada esa hora, se cumplía  lo que indica el refrán: “calabaza, calabaza, cada quien para su casa”, a dormir, pues el “toque de queda” había llegado y los agentes del orden a cumplir la  ronda acostumbrada durante toda la noche, por turnos, con silbatos de gorgorito por todos lados.
EL BARRIDO. En tiempo de los Intendentes de Ubico, a falta del servicio público de limpieza, era obligatorio para los vecinos, el barrido de la calle, en frente de sus casas, so pena de multa en caso contrario, por lo que a buena mañana, principalmente las amas de casa, cumplían casi al unísono esa labor, con escobas especiales improvisadas llamadas de patio que no jalaban tierra, solo basura, fabricadas de palma real,  “escubilla” o en último caso, de manojos de varejon de  “ronrón” atados con pitas, simulando una escoba, o de cualquier otra planta silvestre, algunas echando previamente una regadita para minimizar el polvo, práctica que prevalece a la fecha, solo que ahora  en forma voluntario y no a “puro tubo” como lo imponía el régimen de la época y se limita la quema de basura en la calle, como antes se hacía, por la cultura que se va adquiriendo de proteger el medio ambiente.
BOTICAS. En la localidad existían varias farmacias, en las que además de la venta de medicamentos de marca y genéricos, se preparaban químicamente, algunas medicinas, esencias de valeriana, ipecacuana, esencia maravillosa y purgantes, atendidas por un boticario examinados con licencia para ejercer, sobre conocimientos y aptitudes en la materia, que recetaba, ponía inyecciones y lavativas, en la propia farmacia o a domicilio, de las  cuales, una,  debía  permanecer estrictamente de turno por las noches. Las recetas tradicionales consistían en medicinas como la tintura de ruibarbo, píldoras de vida del Dr. Ross, píldoras Reuter, alcanfor, laxol, aceite de castor, ricino, sal inglesa, sulfato de soda, magnesia Philips, entre otras. Se recuerda a Enrique Eisin Pineda, Isauro De León, Ricardo Paz y Luis Pineda. Actualmente hay dos de esos negocios, que surten de medicinas mejoradas al vecindario, con recetas de profesionales las doctoras Elisa Carranza Casasola  e Iris Flores, entre otros.
LA ANÉCDOTA del párrafo precedente es que, cuando uno de patojo estaba padeciendo de alguna dolencia y observaba venir cerca de casa a cualquiera de los farmacéuticos mencionados, con la cajita de su equipo en mano, corría a esconderse, para no ser víctima de la aplicación  del medicamento o tratamiento recetado, especialmente  de las dolorosas inyecciones, en prevención de haber sido contactado sigilosamente por los padres.
PRÁCTICAS MILITARES. En esa misma época, rigurosamente los días domingos, las reservas organizadas realizaban sus prácticas militares, para cuyo efecto, sus integrantes, ciudadanos que oscilaban entre 18 y 30 años de edad, se congregaban, no se crea que voluntariamente, frente a la plaza pública, unos 200 milites, más o menos, procedentes de todos los comunidades del municipio, para ser entrenados en diversos ejercicios de ese ramo, por oficiales de la localidad, que culminaban a veces, en severos castigos, a los reservistas, a la menor “metida de pata” o indisciplina, por los superiores jerárquicos, entre quienes se contaban a: Tránsito Ruíz, Simón Carranza, Efraín Peralta, José Ángel Falla, Esteban y Fidel Roldán, Tránsito Orellana y otros, quienes a su vez,  eran entrenados por otros oficiales que venían de la Jefatura Política Departamental, entre quienes se recuerda a un oficial de escuela que llamaban Gironcito, radicalmente cruel, en función también de instructor, con los soldados que no cumplían bien sus ejercicios o castigos  pateándolos o estrellándoles sin la menor compasión el fuete en cualquier parte de su cuerpo, incluidas las palabras obscenas y que posteriormente fue ascendió a coronel y con el tiempo nombrado gobernador departamental. Loso oficiales locales eran rígidos también, pero más complacientes. Claro, era una época de dictadura.
Las prácticas se iniciaban en la calle principal, enfrente de la sede de la comandancia local, enfilando hacia el campo de foot ball, portando los reservistas fusiles de madera con los que hacían sus simulacros, y los oficiales descritos, de todos los grados, de línea por supuesto, menos de generales, debidamente uniformados, con su equipo completo, por lo menos su espada y charreteras, se exhibían arrogantes ante la soldadesca que entrenaban y vecinos mirones, para cuyos milites habían también prácticas de tiro al blanco en el improvisado polígono de la arenera, en el potrero Las Burras, en la hacienda El Tintero. Lo cierto es que la plaza, como se le llamaba al centro cívico local, era súper alegre en ese día.
ROMPAN FILAS. Esas reuniones multitudinaria, las reservas, alegraba sobre manera el vecindario, pues a su término, uno de los oficiales de la tropa emitía la siguiente voz de mando: “rompan filas” y al instante se armaba el desparpajo de voluntarios, todos alborotados de un lado para otro, en franca gritería de contento; momentos que aprovechaban comerciantes, a la espera. para la venta callejera de sus productos, especialmente manjar, arroz en leche, dulces de leche, tamalitos de chipilin y frutas, favoreciendo el comercio en general; no  sin antes despertar el apetito de algunos de los  reservistas, después de las prácticas, de  pasar por las cantinas del pueblo, a echarse  un copetín, y otros que se quedaban  en plena furia, a dormir la mona.
AUMENTAN LAS PRÁCTICAS. Esas prácticas fueron más intensas en todo el país, desde el momento en que el gobierno del general Jorge Ubico, creo por patriotismo, le declaró la guerra en el año 1941 a la república de Alemania, por diferencias de fincas en territorio nuestro, ocupadas por ciudadanos de aquel país especialmente en Cobán, Alta Verapaz. De esto último hay una anécdota que dice que cuando el gobierno Alemán, después de haber recibido la declaratoria respectiva, buscaba en el mapa del orbe, la pequeña república de Guatemala para contestar el requerimiento, una mosca se posó casualmente, sobre el lienzo que aguardaba el mapa, tapando el punto preciso de identificación de nuestro país, y no siendo posible por tal motivo, la localización del objetivo militar, prácticamente su inexistencia, aquella república, una potencia mundial de gran tamaño físico y militar hizo oídos sordos de tal reclamación, quedándose a la zaga de todo, evitando con ello una posible confrontación.
COMIDA TPIPICA. La comida cotidiana, en tres tiempos bien definidos: desayuno, almuerzo y cena,  es la misma que se degusta en las regiones del centro y nororiente del país, complementada, de vez en cuando, con un asado de cecina en brazas de carbón de encino, y pescado del Motagua y, de repente, uno que otro choricito perfectamente elaborado con receta casera. La típica, consiste en chicharrones en el desayuno y caldo o cocido de res con verduras y yerbas, en el almuerzo, regularmente el domingo, la carne guisada y las hilachas; claro está, que hay mucha gente pobre que no alcanza a comer ni siquiera algo de lo mencionado, pero ahí la van pasando con guineos mojonchos, animalitos de monte, yerbas silvestres y pescaditos del Motagua. Antes los alimentos se cocinaban con leña, en hornilla formal construida de adobe o ladrillo, el práctico trébede o simplemente tres piedras a cierta distancia para sentar las ollas.
HOMBRES CÉLEBRES Y CHISTES. En este pueblo, como otros,  existen personas que por su rara manera de ser, sin maldad, pero con gracia, se convierten en célebres  personajes, que se hacen acreedores del cariño y admiración de sus congéneres, a quienes se les admira en vida y se les recuerda en su ausencia, a algunos por su habilidad para contar cuentos y chistes, cuando en los velorios, por ejemplo, se reunían y aún, varios grupos, uno que asistía a acompañar a los deudos en su dolor y participar en los ritos religiosos, otro a participar en los juegos de azar y el último al relato y escucha  de cuentos picantes y chistes, así como a ver qué galgueaban, todo por una  antigua costumbre de años, a los que no faltaban Neftalí Guerra Portillo y su hijo del mismo nombre, pero comúnmente ambos llamados “Neftas”.  El primero perteneciente a los Guerra que procedentes de San Pedro Pinula, Jalapa, vinieron a radicarse a este pueblo, junto con otros de dicho lugar, de profesión carpintero. Lo divertido del caso era que estos dos buenos conciudadanos, cuando el padre, por ejemplo, estaba en el uso de la palabra contando el cuento o el chiste, de pronto irrumpía el hijo, con aire de sabelotodo y su habito característico de sacudir el suelo con su sombrero antes de sentarse, en cuclillas, motejándole: “eso no es así papá, sino así”, “mira que no es así”, que sabes vos baboso, metiche, le contestaba aquel, y así se enfrascaban en estéril discusión, optando don Nefta, algunas veces, por retirarse  del grupo, ante tal persistencia, dejando que Nefta hijo, continuara con el relato de las mentiras o verdades que lo animaban y disfrutaba, máxime cuando le compensaban con  sonoras carcajadas de quienes lo escuchaban, que lo hacían sentirse grande en la materia; siendo de todas maneras el pupilo, muy servicial y célebre, por su manera de ser,  muy dado a la compra y venta de caballos, y reparador de zapatos de profesión, pero no muy bien portado en casa y así muchos cuentistas se congregaban en las afueras, un tanto retirado de la sala de velación para no interrumpir y dar rienda suelta al propósito que los animaba, de contar chistes a granel, a cuales mejores, ante la multitud que ávidos los escuchaba con las consiguientes  carcajadas hasta no más poder.
Ocurrentes lo fueron también, aunque con mayor chispa: Víctor Juárez Canahuí, Pancho Orellana, Modesto Romero y su hijo Rigo, Alfredo Vargas, Gilberto Marroquín, Alberto Cermeño, como lo son actualmente: Plácido Saavedra, Víctor Hugo Orellana, y otros, quienes con su ingenio, amplio repertorio de frase y expresiones cómicas, cuentos y chistes, hacen a pasar a sus espectadores  ratos de esparcimiento y reír a carcajadas. Beto Marroquín, el de las mil caras, con una serie de muecas, expresiones y sonidos parecidos a los que se  atribuyen, ahora, a los extra terrestres, un cómico nato, que acaparaba la atención colectiva. Por ejemplo, no pensaba en nacer Michael Jackson, cuando este divertido paisano  ya bailaba casi con el mismo estilo de este, como anunciando esa nueva y novedosa danza y queriendo abrirle anticipadamente las puertas de la fama al desconocido bailarín, en ese tiempo, después rey del Pop; secundado por Rigo Romero con esos raros movimientos, en las parrandas y hasta en rueda pública, en época aún conservadora, con el riesgo de pecar de “deshonestos”, pero lo importante era que hacían reír, hasta no más poder, al más serio y despreocupado de esas cosas.
Hombre célebre por su manera de ser, fue también Carlos Barillas y Barillas, hombre bueno, solidario e incansable trabajador, se desempeñó como buzo reparando algún desperfecto a profundidad del mar, en el muelle de Puerto Barrios y fogonero de patio del ferrocarril en ese lugar. Ya estando aquí jubilado, no se perdía velorio, solo que a diferencia de los demás, no chistaba palabras  y casi siempre permanecía estático el tiempo que duraba la velación, pues raras veces se sentaba, y cuando se pasaba de tragos, sin ofensas para nadie, recitaba casi de memoria los acontecimientos de la vida nacional e internacional, de los que estaba perfectamente empapado a través de la lectura de periódicos y escucha de noticias, especialmente de los acontecimientos de la segunda guerra mundial, a la que dicho sea de paso, le siguió la pista hasta el final. En una  de sus simpáticas expresiones, refiriéndose a ciertas mujeres presumidas, llenas de babosadas, solía decir: “hay mujeres que andando paren y dicen que son doncellas, pásenselas a Barillas a ver que hace con ellas”, en alusión a su fama de su  relación con las féminas.
“EL AGUACERO”. De los anteriores, Alfredo Vargas, Víctor Juárez y Modesto Romero, tres simpáticos chingones del pueblo, que tenían a flor de labio el intercambio de las bromas y chistes, a manera de dimes y diretes, a veces burlescos, que se jugaban entre sí y con sus demás compinches, que alcanzaba también a la gente inadvertida, eran amigos inseparables en las buenas y en las malas, quienes dejaron como recuerdo un repertorio de ese entretenimiento y buenas maneras de pasar el tiempo, entre otras, la siguiente anécdota: se cuenta que en cierta ocasión,  los susodichos querían curarse la “goma”, de la borrasca del día anterior, y ante la escasez de centavos para ese propósito, idearon visitar al Tesorero, su amigo “tío Lecho”, así llamado cariñosamente, para “venderle un aguacero”, ¡imagínese el estimado lector!,… un  “aguacero”, cosa inaudita dentro de las cosas posibles de hacer, que inventaron, pues tenía días de no llover y estaba haciendo mucho calor, y poder así solucionar el “problema” que les agobiaba, y enterado el supuesto comprador del objetivo, en principio los mandó al carajo, indicándoles: ustedes están locos “babosearme quieren”, pero reiterada la petición, con la astucia que caracterizaba al grupo, con expresiones suaves de “no sea malo tío lecho, no nos deje morir, mire que le vamos a hacer falta”, y caída en gracia la oferta a su interlocutor, y luego de disfrutar todos de la broma a carcajadas sueltas, al final, con paciencia y elucubrando sobre el insólito pedido, sacó su billetera aquel buen hombre y los favoreció  con un par de “chemas” para la compra de varios “trinquis”, con valor de 0.35 el octavo en ese tiempo, suficientes para volverse a embolar, de suerte que esa tarde, coincidentemente, llovió a “cantaradas”, después de varios días de no caer ni gota. ¿coincidencia o favor de Dios?.
GATO POR LIEBRE. Otra anécdota de Nefta hijo, da cuenta, que, don Ladislao Guerra, hombre respetable y tío suyo, no lo podía ver ni en “pintura”‘por las constantes babosadas e irregularidades que éste mantenía cometiendo y por “shute”, motejándole acerca de su forma de ser y haciéndole reflexiones para que enmendara su proceder, lo que  naturalmente molestaba a aquél. Tan era así qué cuando Nefta llegaba al lugar que su tío solía frecuentar para conversar con sus amigos, pláticas en las que también él quería participar, por lo  cual lo tildaban de entremetido, lo echaba o se iba don Lago del lugar, en señal de desprecio.
Un día de tantos, cansado Nefta, de los desaires de su tío, a quien por cierto le fascinaba la carne de conejo, se dijo así mismo: “me voy a vengar de mi tío, le voy a “meter gato por liebre”, y en efecto, así fue, echó manos a la obra, se acordó que  en la “usha”, en el abajadero de la Juana Ventura hacia el río, casi siempre tiraban gatos muertos; encontró uno, lo peló, lo limpió, le quitó la cabeza, y los pesuños a fin de  borrar todas las formas de un animal de su clase, simulando por el contrario, un “conejo pelado”, y fue en busca de don Lago, a  quien encontró en el lugar de costumbre, la rampa de la estación del ferrocarril, que servía de lugar de tertulia, juntamente con Elías Saavedra, Manuel Orellana y Manuel Mejía, y bastante sonriente, con cara de patojo travieso, alzando con la mano derecha el cuerpo del animal, le dijo: tío mire, mire,…. lo que conseguí, se lo vendo, se lo doy barato, a lo que el tío emocionado respondió ¡caramba muchacho, ve que conejaso… te rayaste!, ¿donde lo cazaste?, lo maté con la honda en el chagüite siempre pensando en usted, respondió, trato hecho te lo compro, ten dos quetzales y llévamelo al  comedor de la Juana, para que me lo hagan guisado hoy mismo para la cena, correcto dijo aquel, asunto arreglado, pensó, ahora me toca a mí.
A los pocos días, Nefta, se apareció de nuevo, en la rampa de la estación, en donde estaba don Lago y el mismo grupìto y tratando de complementar su venganza,  tapándose la boca con una de las manos empezó a imitar los  maullidos de un gato, expresando: “miau”, “miau”, “miau”, y los presentes sorprendidos y a la vez molestos, se preguntaron y “este baboso” que se propone  ahora, a lo que don Lago con  la autoridad que consideraba tener sobre aquél dijo: “qué pretendes, porqué ese miau, miau y miau, ¿acaso eres animal?, contestando éste, no tío, no lo soy, usted es ingenuo, “¿no me diga que no ha caído?, pues a decir verdad, es la mofa vengativa que le vengo a hacer, de mi dulce engaño, por el gato que se comió anteayer, en vez de su apetecido conejazo, de los que gusta, tal vez así deja de joderme tanto, y enfurecido don Lago le dice: ¡caramba!, perverso, ¿qué me has hecho? Y bastón en mano lo corre por los alrededores de la estación y Nefta de huida a lo lejos continuaba: “miau…miau..miau”, tío Lago…
BENIGNO RUIZ. Buen hombre, polifacético, muy simpático en su manera de ser, de los meros tatascanes de los Bordos de Barillas, pariente de todos la buenas gentes que andan por allí,  que hacía reír a la humanidad con su profesión de payaso, guitarrista y cantante en circos que transitaban por la República, pero cuando estaba disponible fabricaba y vendía chupetes a la “patojada”, siempre dispuesto a provocar carcajadas con  sus frases de hilaridad, pues era muy divertido y, de repente, se le veía remendando y soldando trastos a domicilio, como célebre fue también  el mil usos Carlos Carcache, igual que el anterior guitarrista y cantante, pero también cerrajero quien de pistolas viejas fabricaba rifles y escopetas para la cacería de animales de monte. De los Bordos, también recuerdo, a dos célebres personajes, los hermanos Salomón y Manuel Falla, buenos chingones amigos, lo mismo que David García, de aquí del pueblo, a quien apodaban el “licenciado chimpa”, quien con sus jerigonzas imitando el  inglés, hacía reír a la gente.
En forma distinta, fueron también visibles en el pueblo: Lauro “manisiquia” o “calanguquia”, como el mismo se bautizaba, con su propia jerigonza, era divertido e inofensivo. Beltrán, quien muy joven quedó afectado de su sistema  nervioso, debiendo usar muletas para poder caminar, pero así, reflejaba en su rostro la alegría y el deseo de trabajar como vendedor en el mercado y Caliche Gálvez, a pesar de su parálisis, fue un luchador por la vida, en el destace de marranos y no se diga Mario Riley, dispuesto siempre a brindar su amistad a todos, con su peculiar forma de ser. Los descritos, a pesar de su invalidez, se mostraban  alegres con sus dicharachos a punta de lengua dispuestos a compartir amistades.
SAMUEL VENEGAS.  Célebre Jicareño, hermano de Toño y Manuel de ese apellido, para mayor referencia, dejó bien parado  su nombre en su paso por la vida, con sus travesuras juveniles y aún de adulto, por lo cual ha sido recordado por varias generaciones. Se cuenta que  una vez en la estación del ferrocarril, estando sentados varios “patojos” sobre un tonel sin una de las pequeñas  tapaderitas de encima, aparentemente  vacío, de los que llegaban como encomienda a ese servicio. Por pura picardía, Samuelito como le decían cariñosamente, dejó ir en el fondo del mismo, una colilla de cigarro, por lo cual dicho recipiente de inmediato  se incendió por los gases y residuos de alguna materia inflamable que contenía, posiblemente sobrantes de aguardiente, acumulados en su interior, a consecuencia de lo cual exploto y voló por los aires juntamente con los que estaban sentados sobre el mismo, quienes entre alaridos cayeron al suelo y dicho objeto, se alzó violentamente rompiendo el techo de la estación lanzándolo varios metros, cayendo de regreso a media vía férrea, de suerte que la broma no pasó a más, solo  el boquete que dejó  en el techo por el impacto, el enorme susto y pequeños golpes a los traviesos. De lo                anterior hay una anécdota que nos cuenta, que cuando tío Samuel, el telegrafista del pueblo, padre de Samuelito, alguien que vio lo ocurrido, le fue corriendo a avisar, diciéndole: ¡don Samuel…don Samuel!, su hijo Samuelito, sufrió un gran accidente, está tirado a media línea del tren,  respecto de lo que el informado, en lugar de asustarse como era lo normal, fríamente respondió: “Anda de vuelta a ver si este chingado está muerto y me venís de nuevo a avisar”, dando la impresión con ello, que el accidente en sí no le merecía mayor preocupación, por las constantes diabluras  que el “muchachito” inaguantable vivía cometiendo.
Este hiperactivo personaje, deliraba por la comilona de gatos caseros, los que criaba y engordaba a propósito, para  cocinarlos a la mejor receta, lo mismo que por las iguanas de agua y garrobos. Esta práctica arraigada desde su infancia de niño travieso, la llevó hasta Tiquisate, Escuintla, cuando por mucho tiempo se desempeñó como alto empleado de la compañía frutera, manteniéndolos en jaulas especiales, por lo cual también era admirado por sus compañeros de trabajo, a quienes en ocasiones, ofrecía el suculento manjar, de  la vianda que llevaba de almuerzo a la oficina, que algunos no melindrosos compartían, cuyo menú con el tiempo se hizo popular en el área de trabajo y fuera de ella, por lo que muchos compañeros la solicitaban comprado, situación última que me relató con detalles un ex compañero de este raro e ilustre hijo del pueblo de costumbres exóticas, que conocí por casualidad.
BUENOS SOLDADOS. Hubo en el pueblo dos personajes: Humberto Arriaza Castillo y José Ovidio Casasola Venegas, quienes inmediatamente de cumplir sus 18 año de edad, reglamentarios, junto a otros muchachos, fueron reclutados para ingresar en el Ejército Nacional y en atención a su buen porte, pues eran altos  y robustos, además de ser buenos caballistas, fueron escogidos para formar parte del “Escuadrón de Caballería” del cuartel Guardia de Honor, al mando del entonces Comandante, Mayor Francisco Javier Arana, ascendido este después a Coronel, elementos estos que por su buen comportamiento, llegaron a merecer confianza de su jefe, al punto que, cuando este militar integró el Triunvirato que derrocó al presidente provisorio del país, Federico Ponce Váides, para dar paso a la revolución del 20 de octubre de 1944, por propios méritos, los nombró como sus ayudantes personales, continuando como tales, cuando el citado militar, asumió la Jefatura de las Fuerzas Armadas, en el gobierno del doctor Juan José Arévalo Bermejo, en cuyos puestos estos recordados jicareños tuvieron importante participación de secreto militar, en hechos que determinaron la situación política de la época.
En la escaramuza que dio como resultado la caída del régimen Poncista, falleció el joven Rodrigo Guerra Orellana, un buen muchacho inteligente, hermano del célebre Nefta, y Eleuterio García, “Micoteyo”, Nando y César  Venegas se escaparon de puro milagro de sufrir algún daño dentro de la refriega, todos paisanos,  de alta también, pero en otro cuartel. Una anécdota nos refiere que César Venegas, siendo agente de la Guardia Civil en la  capital, con servicio de tránsito en la 18 calle y 6ª. Av.,Zona1, le impuso una sanción de tránsito al Presidente del Congreso en ese entonces, el mayor Marco Antonio Franco Chacón, de Teculután, quien a pesar de los ruegos del funcionario para que se la revocara, mantuvo aquél su criterio, lo que le valió una felicitación de sus jefes superiores y recuerdos de don Maco, cuando ya había dejado el puesto, cada vez que miraba al “colorado”, como él le decía, en sus venidas a nuestro pueblo.
LA FANFARRIA. Un grupo de jóvenes inquietos, allá por los años 50 del siglo pasado, decidimos organizar una banda de  música, para alegrar el ambiente del pueblo, “muy famosa por cierto”, integrada por Ricardo Paz Carranza, Guillermo Pineda, Clodomiro Gutierrez, Samuel Duarte Pineda, Placido Saavedra, Rigo Romero, Alberto Cermeño, el más viejo Gilberto Marroquín, gran imitador de sonidos de instrumentos musicales con la boca, como director, y el que esto escribe, pero ¿creerán los estimados lectores, que los artilugios eran los de una banda de verdad: Saxofón, trompeta, clarinete, etc., por ejemplo?, púes fíjese que no, eran nada más y nada  menos, que cachivaches viejos de cocina: sartenes, platos, ollas y tapaderas de estas y galones, con la cual nos manteníamos jodiendo la pita, con ruidos acompasados, matando el tiempo y haciendo reír a un grupito que nos seguía, casi siempre en la tienda de la gran amiga Carmen Chávez, en tanto otros vecinos, nos rechazaban por la bulla, la cual se mantuvo vigente por generaciones posteriores, hasta su desaparición.  
RICAS FRUTAS. La infinidad de frutas de las huertas de doña Rumalda, Taco Torres; los sandiales y melonares del chagüite; los uvales del Tintero, de Silvia Gutierrez, Elías Saavedra;  toronjales de Licha Barillas, jocotales de doña Olivia Morales, cocoteros a lo largo de las calles de la población, repletos de frutos, y demás sitios con diversidad de éstas, incluyendo mangales, toda esa gama de cosecha tropical, despertaban la tentación y el antojo de algunos traviesos, para penetrar de escondidas a hueviar, como en efecto lo hacían, en la oscuridad de la noche, o de día, si se podía, saltando cerca, para llevar unas cuantas de esas delicias y hasta racimos de “mojonchos”, para saciar la galguería o por gana de joder, exponiéndose el sujeto de repente, al famoso ”tiro con sal”, de escopeta cuache de tubo, de moda en ese tiempo. El lema era: fruta vista de día,  fruta cogida de noche, y todo por la  facilidad que uno tenía de entrar de día en esos lugares, como Juan por su casa, para vigilar el rollo y preparare la matatusa, dada la costumbre de confianza que prevalecía, manía que se repetía a través del tiempo de generación en generación, por travesura juvenil, según se sabe.
TENTACIÓN CRUEL. Hablando de esos “quehaceres”, resulta que en la pulpería  de mi abuela Elena, en aquellos tiempos, era frecuentada por ratas y ratones. Para su exterminio, o por lo menos diezmarlas, les ponían trampas prensadora o de golpe, como se les llama, con cebo de carne o queso, bocadillo apetitoso,  a efecto  de que el bicho al llega a comer, al mínimo  contacto, destrabara el pin que la sujetaba y al instante el animal quedara atrapado, la que ponían de noche en el mostrador. Resulta que los roedores no llegaron a comer esa noche, quedando intacto el llamativo bocado, y a buena mañana llegó de compras, un patojo súper travieso, quien al ver el “pedazón” de queso atado a la trampa, se le hizo agua la  boca y pensando, en su hambre se dijo: “esto no se come todos los días, lo aprovecharé, me pertenece”, y no pudo contener la tentación, mirando nervioso para todos lados, a escondiditas, evitando el menor ruidito, de modo que no lo pudieran descubrir, alargó la mano,  tomó apresurado el bocado, con intención de comerlo, con tan mala suerte, que al nada más meter el anular y el índice de la mano derecha, le fue prensada por la tremenda trampa, que  llevó colgando consigo, gritando por toda la calle: Ay, mi manita…Ay, mi manita, quítenme esta babosada, me muero. ¿Averigüe usted paisano, quien fue este personaje?, después viejo conocido del barrio, padre de honorable familia.
EXPRESIONES DE ANTAÑO. En el trato familiar, todavía por los años 30 del siglo pasado, era frecuente en algunas personas decir “tata” al padre y “nana” a la madre, así como “tatita y nanita” a los abuelos, expresiones latinas aunque usted no lo crea, y en el trato a particulares “señor y “señora”, designaciones muy particulares para personas muy respetables, que incluso, exigían que así se les llamara, cuando alguien intentaba decirles de otro modo, costumbres ahora desaparecidas; también se usaba el “ña”, “nía”, nía Juana, por ejemplo, para referirse a una señora. También se escuchaban inapropiadamente algunas voces como: “aloiste”, por oíste, “dentre”, por entre o pase adelante, “apiése”, por apéese, ”ancina”, por así es, “vide”, por vi, “humar”, por fumar, “naide”, por nadie, “caído”, por caído,  “pieces”, por pies, “mesmo”, por mismo, para llamar a la puerta a una persona se decía “maría”, concebida contestaba la requerida, “ush papo”, indicaba desacuerdo y chis, asco, puchis, a la puchica, a la puerca, denotaba admiración, etc., asumiendo que muchas palabras de antaño formaban parte del lenguaje castellano, algunas mixtificadas con lenguas aborígenes y que dejaron de tener vigencia con el aparecimiento del idioma español, convirtiéndose entonces en regionalismos, ahora casi en desuso.
ENRIQUE CARRANZA y su grupo. En la aldea Las Ovejas nació un personaje llamado Enrique Carranza, hijo de buena familia del lugar, pero por un azar del destino, tuvo que emigrar con otro de sus parientes, a la república de México, en donde vivieron por muchos años, regresando con el tiempo a su aldea natal, luego del cambio de gobierne de dictadura a democracia, pero lo curioso y divertido del caso fue que ya no vinieron vestidos a lo chapin, sino a lo “charro mexicano”, como se exhibe en las películas, con su sombrero y traje característicos, pistola al cinto, con botas federicas y, montado el primero, en su cabalgadura adiestrada, a cual mejor presumido ejemplar al trotar,  -costumbre y estilo que quisieron imitar otros parroquianos, sin logro posible-, solía venir al pueblo, regularmente por las noches, con uno o tres más de sus amigos, en busca de “traídas”, a echarse unos tragos, a oír canciones rancheras en las rockolas o simplemente a babosear, y ahí paraba todo, era buen amigo, campechano, salvo algunas ráfagas de tiros que disparaba en la  salida del pueblo rumbo ya a casa, aunque unos pocos vecinos le tenían miedo, especialmente los elementos de la Policía Nacional, sin haber razón para ello. Pasado algún tiempo, fue asesinado en su propio lugar de origen.
ANÉCDOTA DEL TEMA ANTERIOR. Una anécdota refiere, que en cierta ocasión, la Policía Nacional Civil  local al mando de un conocido Mayor del Ejército, paisano nuestro, recibió de la superioridad una orden de captura en contra de dicha persona, preguntándose el milite, a sí mismo: Puchis, y ahora que hago, temeroso de lo que pudiera ocurrirle si se enfrentaba al problema; de pronto recapacitó y díjose “esto es mejor arreglarlo con inteligencia y estrategia, no vaya a ser que me salga el tiro por la culata”; tomó el telegrama y se dirigió a casa de Quique, en Las Ovejas, y le manifestó “mira quiquito, entérate de este telegrama, sabes que soy de armas tomar y no te quiero hacer daño, voy a venir con la escolta a simular tu captura y vos te escondes, porque tanto mis superiores como subalternos están ojo al Cristo pendientes de lo que yo disponga sobre tu captura”, a lo que aquel ni lerdo ni perezoso aceptó. Pues bien, un día de tantos, el jefe de la subestación, dice a sus subalternos: “muchachos, ¡Atención Firmes!, manos a la obra, alístense con todos sus bártulos que vamos por la captura de Carranza”, y en efecto, se armaron hasta los dientes y enfilaron para la aldea, y al llegar. el jefe Saavedra a la cabeza de los captores se adelantó fusil y pistola en manos diciendo con voz sonora: “Enrique Carranza, la policía le habla, venimos por usted, ríndase, no me vaya a comprometer, me entendió, está sitiado, de lo contrario derribaremos la puerta para un cateo”; a cuyo requerimiento, salió una hermana de Quique y le dijo: El no está, pase adelante don “fulano”, entraron, simuló el cateo y dijo: “ya vieron muchachos que no está ese jodido, me privé del deseo de aprehender esa pesada presa”, y los policías admirados comentaban, ¡caramba!, que valiente el jefe, que arrojo, nunca había visto esto en mi larga permanencia en la institución, yo venía con algo de miedo, de plano que si logra su captura lo  van a ascender, le dice el uno al otro. Y qué, Quique en el tapanco, estaba que ya soltaba risa, viendo y escuchando la pantomima que se ofrecía.
CUATRO CUENTOS DE UN TIRÓN. Son de la inventiva inteligente de los paisanos Víctor Juárez Canahuí y Alfredo Vargas Barillas, sin mencionar el nombre de los protagonistas, por economía de tiempo y por razones obvias, pues bien:
1) El papá le dice al hijo mayor, hombre “patojo”, ponte pilas, ayuda con la comida, anda al monte, ahí cerca de la orilla del río, a buscar lorocos, para que tu mamá nos haga unos tayuyos para la cena, y el muchacho salió apresurado de la casa en busca de tan apetecido bocadillo. Al cabo de una horas, el enviado regresa corriendo sin nada, con las manos vacías, y al preguntarle el padre por el encargo que le dio, tartamudeando le dice: fíjate papá no encontré lorocos, por qué las matas todavía están floreando, a lo que el padre respondió: baboso, no te das cuenta que el loroco es una flor.
2) El dueño de la carnicería y cine, a la vez, le dice a dos de sus hijos, como de costumbre, que fueran a avisar al vecindario que para el momento acostumbrado, es decir, en el destace del día y exhibición de película por la noche, iba a haber carne de res gorda y cine con película chistosa o divertida, a manera de propaganda, a efecto de captar mayores ingresos. El caso es que según el autor del chiste, los patojos por andar jodiéndose uno con el otro, en la calle, jugueteando, por no estar en sus cabales, pensando en lo que tenían que hacer, en su locura y trabalenguas, invertían el aviso y decían: “avisamos a usted vecino, que hoy por la tarde vamos a tener carne  de vaca chistosa, y cine gordo por la noche”.
3)  La madre le dice a sus hijos: vayan al corral a traer caca seca de vaca para hacer humo y ahuyentar los sancudos en la noche. Aquellos obedeciendo la orden, se apersonaron al lugar indicado, a donde avistaron unos bueyes echados, no vacas, y a su regreso dando cuenta del mandado, dijeron:”fíjese mamá que no trajimos caca de vaca, porque solo hay de bueyes”, en referencia a los bueyes que habían visto antes, a lo que la madre respondió: No se dan cuenta mocosos que el estiércol de vaca es lo mismo que el de buey, ingenuos; y,
4) Unos amigos llegaron a traer a su casa a un su cuate, de entrañable amistad, super delgado, parecido a una culebra parada, para irse a tomar unos tragos, y con el consentimiento de su mujer María, se fueron al mandado y no al retozo. El caso es que a las pocas horas regresaron, ya de noche, beodos todos, a casa de doña María y uno de los amigos tocó la puerta diciendo: doña María, doña María, aquí le tramos a su marido, como se lo prometimos, a lo que ella respondió: no quiero abrirle, por castigo que duerma en la calle ese jodido, pero ante la insistencia de aquellos. Dijo: buenos pues, métanlo por debajo del quicio de la puerta, en referencia a la complexión escuálida de aquel, a lo que uno de los amigos ripostó: puchis doña María, ¿ni que fuera corbata o correspondencia?, peor que eso es ese bolo, dijo la doña, es una píltrafa, alfeñique, desgarbado, que cabe hasta en el ojo de una aguja de costura, métanlo pues. Por supuesto que todo era una broma, de ambas partes, como  si se hubieran puesto de acuerdo.
BALSAS. El Motagua, tiempos atrás, tenía mucho más agua que ahora, podía decirse que era caudaloso para la pequeña navegación, habiéndose avistado como consecuencia, por de la década de los 40 del siglo anterior, en diversas ocasiones, lanchas de motor desconocidas con personas a bordo, recorriéndolo de arriba hacia abajo y viceversa, largo trayecto, pasando por El Jícaro, tal vez de turistas o investigadores extranjeros, lo que representaba una novedad para los lugareños. Por aparte, las canoas  tradicionales que prestaban un servicio público, traídas de astilleros del departamento de Izabal, eso sí, a puro remo, y de las famosas balsas que grupos de muchachos traviesos armábamos con maderos secos de sauce, amarrados los largueros y travesaños con lazos y mecates, en lugar determinado, río arriba, regularmente a la altura del caserío Los Chagüites y la vega de Olivia Morales Marín, para luego dejarnos venir  trayendo encima nuestra leña, subidos todos sobre la misma, guiada por el impulso de sus no muy tranquilas aguas, disfrutando del paisaje acogedor del majestuoso río y sus alrededores, cuales navegantes emulando las hazañas de valientes descubridores de tierras extrañas, por lo menos en la imaginación…, los “marineros de agua dulce”. Las “tripulaciones” regularmente la integrábamos: Clodomiro Gutierrez, Ricardo Paz, Plácido Saavedra, Guillermo Pineda, Adán de León, Oscar Espinoza, mi hermano Ranulfo, yo, y  otros, que se sumaban a la aventura, cuyos eventos no siempre tenían el éxito deseado, porque muchas veces las repentinas y fuertes crecientes del río, nos sorprendían, no nos permitía desembarcar normalmente y se las arrastraban  con todo lo que traíamos, incluidos chuchos y machetes, aunque los animalitos y nosotros, siempre nos salvábamos, por ser buenos nadadores, lo demás era llevado por las fuertes correntadas, con el sentimiento de algunos, de haber perdido sus pertenencias.
ME ESCAPÉ. Para la combustión, en ese tiempo, solo se conocía el ocote y las candelas para alumbrar, aún cuando ya se usaba el gas metano en lámparas y candiles, en pequeña escala, así como la leña para la cocción de alimentos, la  cual estaba disponible en el astillero municipal del Sitio de Jesús, a donde se iba a traer para el servicio doméstico y a veces para vender, pero algunos vecinos lo hacían clandestinamente en terrenos particulares, cuyos dueños lo permitían de hecho, sin mayores reclamos, salvo que se perjudicaran cercos o se botaran árboles importantes. La finca el Tintero o los del otro lado del río, de don Gabriel Ruíz etc., por ejemplo, eran lugares a donde acudíamos, especialmente la patojada, a traer nuestro manojo de leña, casi a diario, unos por necesidad de esa materia prima y otros por ir a joder, como en el caso mío, que más iba por botar panales, castrar colmenas silvestres, o cuevear en el río, aunque a mí mamá, no le caía mal un tercio, de vez en cuando, lo mismo que Yemo Pineda. Pues bien, una vez, se fueron Yemo, Clodomiro Gutierrez, Oscar Espinoza y su hermano Chus y otros, a traer leña en terrenos de los Ruíz, con tan mala suerte que fueron aprehendidos y llevados con los manojos del producto extraído,  a puro mecapal, al Juzgado de Paz de San Cristóbal Acasaguastlán, se suponía para ser castigados, pero la sorpresa fue que no,  los hechos solo sirvieron de broma e hilaridad para el Alcalde Juan Gutierrez y empleados, que además de ser buena gente, era tío de Clodomiro e íntimo amigo de don Héctor, papá de Héctor Guillermo, con la advertencia, eso sí, entre risas, de no reincidir y que ahí quedaba todo. Yo me escapé esa vez porque ya sabía del problema, pues días antes me había amenazado una hija del dueño, quien quiso quitarnos la leña que traíamos, junto con Lacho Godínez y Raúl  el Choquito, de quien este último, jamás supe el apellido y después, de su paradero.
NUESTRA DISTRACCIÓN. El río ha sido siempre para propios y extraños, un sitio de amena distracción, con su enorme playa y sotos adyacentes, piedrecitas de distintos formas y colores, denso arenal con sus granos simulados de oro y demás componentes del reino mineral, que nos permitía ir a jugar en las noches de luna, al compás del croar de las ranas y demás ruidos exclusivos del ambiente nocturno. Durante el día a admirar su vegetación, cundida de upayes, sauces, chilcos, jaguayes, capulines y arbustos de “galero” y “panecillos”, con sus frutas amarilla y rojas, de agradable sabor, formando exuberante bosque, que invitaban en pleno sol abrazador, en el cenit, a buscar su acogedora sombra, para una siesta  estimulante y reparadora, en la sabrosa hamaca, prendida del tallo  de gruesos maderos, disfrutando de la brisa que ofrece el entorno, amenizada con el murmullo de las torrentosas y frescas aguas fluviales y el trino agradable de bellos pajaritos propios del lugar, todo en un ambiente acogedor de sosiego espiritual;  guarida también de variedad de animalitos monteses, con su usha cercana, llena de pececillos para el sustento, que hábiles lugareños cogían en cualesquiera de las formas de pesca acostumbradas, especialmente en época de turbia, sumergiendo y sacando el canasto repleto de butes y pepescas, costumbre que aún se sigue practicando por la facilidad que representa, cuyo ambiente, excepto la usha, sigue siendo el mismo.
¡Ah!, pero de vez en cuando, se jugaba a lo  de “Tarzán”, emulando a aquel personaje de las películas y su compañera “chita”, con su característico grito de “aeaeaeea...”, descolgándonos el supuesto personaje, de los gruesos bejucos que colgaban de los enormes y tupidos sauzales, cual jungla africana, con éxito unas veces, pues se alcanzaba la meta de lanzamiento deseada de enormes mecidas de árbol a árbol y, otras, con tremenda caída, al instante mismo del  reventón del bejuco, pero ¿qué cree usted?, salíamos ilesos, nos recibía una alfombra de arena cargada de partículas de talco y de oro que nos servía de colchón; esto último del metal amarillo, es para adornar el párrafo, únicamente.
RUMBO AL RÍO. Para llegar al río, en ese entonces de límpidas aguas cristalinas, que invitaban al fresco chapuzón, o refrescar la garganta con tremendo sorbo, se hacía por cinco amplios caminos perfectamente identificados, que permitían el paso de carretas de bueyes y en algunos de ellos, hasta de  camiones, rumbo al otro lado, usando un vado que regularmente se formaba en época de verano, y que arreglaban a propósito los empleados de la finca “La Cajeta”, compartidos dichos caminos a lo largo del pueblo, conocidos como: “el motor”, “poza del zarco”, “Juana Ventura”, “el rastro” y “la quebrada”. Sin embargo, ahora, solo hay uno, el mismo que conecta con la carretera del atlántico pasando por el puente. Las mencionadas servidumbres de uso público, desafortunadamente han sido cerradas por vecinos inescrupulosos en contubernio con Alcaldes de turno, para ganar adeptos, quienes además, han autorizado construcciones en lugares prohibidos, restando espacio físico a la población, como sucedió con otros caminos del pueblo que fueron tapados, para dar paso irresponsablemente a la edificación de pequeñas casas de habitación, perjudicando el libre acceso a terrenos particulares del interior, al sur de la localidad, en la colindancia de los herederos de Leopoldo Juárez, hacia el cerro, incluso, el parcelamiento que se hizo de la extensa playa del río Motagua, que nos priva hoy, de recorrerla libremente. Conceder solares para construir casas obstruyendo caminos públicos, aunque sea para gente pobre, no contiene.
BUENAS GENTES. Antaño era frecuente la solidaridad humana, y se podía observar fácilmente cuan dadivosa era la gente para obsequiar algo de lo que tenía, especialmente frutas en tiempo de cosecha, de tal manera que si eran mangos, elotes, melones y sandía criollos, era casi seguro conseguir algunas unidades o manos para calmar el apetito, no había egoísmo, pero a alguien cuyo nombre no menciono por ser parte del más allá, pasó por la milpa de tío Lecho Venegas  y haciendo eco de la amistad,  dispuso cortar unos elotes que metió en una rede hasta el copete, enterándose el dueño inmediatamente de tan grande perjuicio, pues no solo lo vio pasar con la carga a memeches sino  por el montón de matas tapiscadas encontradas. A los pocos días llegó el hurtador con el dueño, como se acostumbraba  y le dice: “Tío Lecho le aviso que le pasé robando unos elotitos, por lo que le que  vengo a darle cumplidas gracias”, a lo cual, aquél molesto respondió: ¡Elotitos será!, enterado estoy, que por poco te llevas toda la cosecha, se te fue la mano hijueputa; la próxima vez  te “rempujo” tiro con sal, mañosazo, recabrón, pero no crea el lector que eso iba en serio, por el contrario, era una manera de reaccionar con una broma, ante lo cual, ambos soltaron tremendas  carcajadas, por qué ese era el “rollo”, hacer chiste de las cosas, sin maldad. Emilio Vargas Morales, el querido “cutucho”, solía pasar por las milpas de los amigos, solo que en distinta forma, juntaban fuego con otros amigos y asaban los elotes en el propio lugar de los hechos, la diferencia era el exceso de unidades que se comían, pues según dicen se contaban hasta diez mazorcas devoradas por persona tal, los olotes encontrados, como evidencia del perjuicio. Lo mismo ocurría cuando esas plagas  pasaban por los mangales, eran pepitales las que dejaban
TRAVESURAS DE PATOJOS: En los pueblos, casi siempre hay grupitos de amigos que se reúnen a determinada hora, especialmente por la noche,  para la tertulia, hacer planes formales y, de repente, hasta lo  que se les viene en gana, pero sin maldad o sea simples diabluras. En el nuestro había uno, integrado más o menos por cinco elementos, cuyos nombres se omiten por razones obvias, ya que algunos todavía andan visibles vivitos y coleando, jodiendo por allí. Pues bien, trajeron a cuenta que en las cercanías de la estación del ferrocarril de Cabañas, había una plantación de cocoteros que siempre se mantenían repletos de cocos, pues  al agente de estación, Abraham Ayala, no le interesaban, nunca los cortaba y los vecinos tampoco, por la abundancia de esta fruta en la localidad, de tal manera que terminaban secándose en el árbol. Un día de tantos, alguien del grupo, sugirió  la idea de ir a “hueviarlos”, y previos los consensos del caso, decidieron viajar a aquél lugar, para hacer corte general de esta delicioso producto, proveyéndose de redes, lazos y machetes, y burlando a la tripulación del tren rápido de las ocho de la noche, para no pagar pasaje y mayor disimulo, montaron en una de las plataformas vacías anexas. Sin ahuevarse, como que era suyo aquello, cumplieron allá su cometido y de regreso, en la misma forma con tremendo cargamento, abordaron un vagón vacío del tren rápido, de la una de la madrugada, que procedía del norte, y luego de haber concluido con tan arriesgada misión, ya en casita, tranquilos, manos a la obra en la repartición del botín, tantos gajos de cocos para cada uno, de suerte que a algunos no les interesaban los cocos, pues lo hacían solo por chingar la pita. Pero lo divertido del caso era que, cuando el grupo “roba cocos” estaba desintegrado, para variar, lo hacían aquí mismo en el pueblo, uno o dos de los socios, en los cocoteros  de la calle propiedad de alguno de  los mismos o de sus parientes, como en efecto acontecía, aprovechando la oscuridad de la noche, bajaban los gajos de tan apetecida fruta. Al descubrirse la travesura al día siguiente, no otra cosa quedaba al socio robado, que  pensar en sus propios compinches, como autores del hecho, diciendo: “este no fue más que el hijo….de fulano de tal”, por la fama que tenía, o sea que no se perdonaban entre ellos mismos, pues se robaban entre  sí, haciéndose patente el refrán que dice: “ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón”.
PENSAMIENTO LOCO. Cuando escribo estas líneas, pasa por mi mente, la idea, de que ya es tiempo de mi regreso al pueblo natal, para pasar los últimos años de vida, pero también con el ánimo de seguir luchando y disfrutando de la misma, de la naturaleza tan linda, al lado de seres queridos que aún  viven y de la paisanada en general, con quienes nos identificamos sin necesidad de mayor contemporización y referencias, reconociendo, sin pecar de pesimista o de que estoy próximo a colgar los tenis, como se dice en el caló popular, que es hora ya, de ir buscando la morada eterna, tras  largo bregar por tierras lejanas en busca de la santa subsistencia, pues no se crea que la vida en otros lugares es cosa fácil, hay que vencer una serie de obstáculos de acomodamiento. Pero lo cierto es que quiero regresar a mi pueblo, para volver a ser niño y adolescente, por lo menos en  los recuerdos  y dictados de mi pensamiento, a efecto de dar paso al sino de la naturaleza, en calma, asumiendo que la infancia es la etapa más bonita de la vida, sin problemas aunque se caiga el mundo.   
CARRUAJE TEMERARIO. Augusto, el hermano menor de los primeros Chew del pueblo, era bastante ingenioso, lo demostró con la hechura, de desperdicios de fierros y alambres viejos, de una especie de carruajes tripulado, con varilla de dirección, asientos, ruedas de madera gruesa; que  llevábamos a jugar a las lomas del potrero de las ”Burras”, en el Tintero, el cual subíamos a lo más alto de las lomas que aun existen, para luego dejarnos venir a toda velocidad, dos o tres montados, hacia las planicie, contentos, sanos y salvos algunas veces y, otras tristes ‘por las consiguientes golpes y raspones de las tremendas somatadas recibidos. Los usuarios teníamos que contribuir para el mantenimiento, incluso grasa de motor para las ruedas.
CREENCIAS Y MITOS. Como legado de culturas  ancestrales, algunas personas, en minoría,  como en
cualquier lugar, son supersticiosos y creen en la existencia de seres extra naturales, en la hechicería y en los  espíritus malignos dispuestos a causar mal, como la llorona, la siguanaba, el cadejo, el diablo, el duende o sombrerón, por lo que muchos buscan a los  llamados curanderos  y brujos para qué a través de la magia de sus ritos, les receten remedios y pociones  de  cualquier origen, que hagan ceder a sus dolencias, o brebajes para causar daño a otros y aún cuando aquí no hay  brujos, por lo menos declarados, si existen algunos supersticiosos. Anécdota. Por invitación, siendo Alcalde del pueblo, tuve la oportunidad de estar en una sesión de brujería, de una curandera, que vino de la capital, por cierto paisana, hermana de Eleuterio García, en una casita en la ”trepada” de don Loncho a Buenos Aires, y cuando empezó el acto, frente a un altar con santos, velas encendidas, una cubeta de agua y manojos de ramas verdes, supongo de chilca, haciendo la hechicera, una sarta de muecas, retorciendo su cuerpo para un lado y para el otro, con oraciones y trabalenguas, sudorosa del meneo y el calor, se detuvo, indicando que no funcionaba el trabajo, porque entre el grupo presente había alguien que tenía metales ocultos y que ello no permitía la llegada de los espíritus, por lo que al hacer una requisa, me cayó a mí la chibolita, pues en efecto portaba un revólver, que creo me había visto ella antes y sin más explicaciones me invitó a abandonar la sala, pero  de seguro fue por desconfianza, para que no me diera cuenta  del engaño de su actuación, por mi condición de autoridad, pero desde afuera escuché los gritos y la “molotera” que ahí se armó, ignorando si alguien de los presentes obtuvo resultados positivos.
LOS CIRCOS. Antaño, ante la ausencia de otras diversiones, digamos jocosas, porque veladas para la presentación de pequeñas obras de teatro, siempre las habían, aunque alumbrada la sala y el escenario, antes de la llegada de la luz eléctrica, con lámparas de gas, contrario hoy día, en que hay muchas distracciones, incluida la televisión, por lo que era cosa común, la presencia  casi seguido, de circos que se hacían acompañar, además de buenos artistas, de animales extraños, que gustaban mucho a la gente, especialmente a los niños.
Recuerdo al elenco del negro Nelson, con su magia e ilusionismo y la bailarina exótica, su guapa y escultural esposa Paca,  con sus movidos ritmos caribeños al estilo  mambo y cha cha cha, en ropas menores, que dejaba con la boca abierta a la concurrencia, especialmente a los adolescentes varones; el “Circo Guatemala”, del famoso payaso Pirrin, que hacía reír al más serio; el de los “Hermanos Ponce”; el “Hermanos López”, bajo la dirección de “Tarzán López”, acróbata famoso que presentaba “El salto de la Muerte”, que provocaba momentos de suspenso en la muchedumbre, y otros,  que incursionaban con el propósito de deleitar a los residentes e ir pasando la vida, de pueblo en pueblo, con su variado repertorio de humorismo por divertidos payasos, como “Pirrin”, “Tomatío”, “Cepillín”, etc.
¡Vinieron “volatines!, decía la patojada locos de contento, y en el desfile o paseo acostumbrado, previo a la función, en concurrida procesión desfilaban, detrás de la “vieja nalgona”, personaje visible en la propaganda del circo, que llevaba promontorios de trapos en el trasero, simulando enormes pompis, profiriendo alusivas coplas,  que animaban  el evento, y a quien se jodía por la chiquillada, tocándole las nalgas postizas a lo largo  del recorrido, respondiendo ella con ademanes y palabras chistosas, corriendo a los patojos, pegándoles con una regla especial de varios pliegues, inofensiva e indolora,  que llevaba en las manos, bajo la gritería de la multitud acompañante y el sonar de un estruendoso tambor.
Ya en la mera función, en la pista, cada cual, presentaba los actos de su especialidad, cuyos intermedios eran amenizados por la marimba local, y muchos jóvenes galantes, pero gafos, para poder ingresar y ver el espectáculo, si no lo hacíamos de otra forma, por ejemplo. “colados”, por debajo, levantando la manta de la carpa que lo circulaba, por lugar no vigilado, sujetándose el intrépido a que lo descubrieran y  lo sacaran, asariado ante la multitud,  o lo que era más decente, claro está,  prestando sus servicios, cargando para adentro, entre cuatro, cada una de las dos marimbas, el violón y la batería, a elección del director o cualquiera de los marimbistas, por supuesto, ya que el entremetido debía tener cuello o caerle bien, para que ello fuera posible.
Por esos tiempos ingresaban de paso también,  caravanas de ciudadanos gitanos o húngaros, así les decía la gente, ofreciendo sus prácticas de adivinación de la suerte y la hechicería, quienes como los anteriores, encontraban respuesta económica favorables para medio pasarla, todo lo cual era novedad para los parroquianos, y a algunos artistas, como les gustaba lo bonito y la solidaridad del pueblo, se quedaban a vivir por temporada, de donde salían a trabajar a otros lugares cercanos.
ANECDOTA. De lo anterior hay un caso muy simpático, y es que en una de esas funciones, cuando la formidable Paca salió a bailar, Modesto Méndez, un conocido mozo de la hacienda El Tintero, originario de Tobón, que había ingresado al espectáculo y al pasar la artista, ese tremendo monumento, cerquita, enfrente de él, en plena acción, tirando besos al público, cantaqndo  una canción con baile bien movido, que entre otras frases decía: “tápame, tápame, tápame, porque tengo frío, si tu quieres que yo te tape, ven aquí conmigo cariño mío…”, Modesto, no aguantó la tentación y al instante, tocándole su parte íntima, emocionado, más por ingenuidad que por picardía, le dijo: “a la gran, que cula vos, dámela”, lo que por cierto no alteró el ánimo de la cantante, hecha y derecha a esos riesgos, pero  le valió al lujurioso, que lo sacaran cargadito del circo, rumbo a la cárcel, por la policía, pero don Chepe, su patrono, que también estaba en el circo, con  el lema de que lo ocurrido eran “gajes del oficio”, inmediatamente mandó a pagar la multa y lo liberó.
JUEGOS DE ADOLECENTES. Algunos patojos del pueblo jugábamos de circo, como también a veces de “papá y mamá”, con los más cordiales y respetuosos tratos de pareja en la “intimidad”: “mijo quiere su cafecito”, “o hágase para acá, “ya es hora de dormir”, etc., decía regularmente la del sexo débil y el supuesto papá otra ni lerdo ni perezoso, accedía gustoso a arrejuntarse de mentiras, con los émulos hijos al lado, los más chicos del grupo, que conste que a mí nunca me gustó ser  de estos último, sino de puro “tata”, y la “nana” debía ser bonita o por lo menos agradable, como muchas las habían, imitando a los verdaderos personajes y las comiditas servidas en platos de juguete, consistían en hojas tiernas de jocote, que los habían en cantidad por todos lados, incluso, en las calles del pueblo, con limón y sal.
Los patojos jugábamos de payasos y trapecistas, para lo cual armábamos nuestro propia carpa, con su trapecio que llamábamos “maroma” y practicábamos algunas piruetas de lo que habíamos visto en las funciones o presentaciones, con la mayor inteligencia y osadía, con más de algún resultado negativo, de repente, derivado de una caída con golpes o lesiones inesperados de las maromas, aún cuando lo más fácil era remedar las parodias de los payasos, para cuyo efecto nos pintábamos la cara con tizne y papel de color, mojado y, las mujeres, hacían de bailarinas, luciendo cortita faldas arriba de las rodillas, su vestimenta, imitando las canciones de las bailarinas de los circo, cobrando la entrada con dinero simulado con pedacitos quebrados de trastos de china.
A MIS CONTEMPORÁNEOS. ¿Se acuerdan?:
·      Cuando nos apurábamos para hacer los deberes y así poder salir a jugar a la calle, con los amigos y amigas de: escondite, pispisigaña, la rueda de las mulas, cucuco, patache, matateroterola, tenta, tuerotuero, arrancacebollas, la ranita, al ratón y al gato, o a lo de Tarzán, esto último en los arenales y sauzales del río Motagua.
·      •             O en su defecto a echarnos una chamusca en la vía púbica,  con pelota de trapo, hechas de medias ó calcetines rellenas de trapos o de vejigas secas de vaca u otro cuadrúpedo, conseguidas por encargo en los mataderos, infladas con la boca, poniendo de marco dos piedras, de lo cual se volvía uno loco.
·      Jugar haciendo pasecitos de foot, con cáscaras de naranja o cualquier otro objeto adecuado, simulando la pelota, con los compinches de la escuela, en los recreos, tal era el vicio de la pelota.
·      Cuando nuestras mamás salían a gritarnos reiteradamente a todo pulmón para que dejarámos los juegos necios y  entráramos a comer o a estudiar, lo que hacíamos a la carrera tragando entero  para continuar el pasatiempo.
·      •             Cuando para hacer algo o tomar alguna decisión, entre el grupo, se recurría el método práctico de: “tin marín de dos quien fue, cúcara mácara títere fue, o chorro modorro martín pedorro, o una dona, trena, cadena, urraca la vaca, viro virón, cuenta las bien que las doce son”, de lo cual, a quien le caía la chibolita, tenía que cumplir, porque si no, le caía camorra.
·      Cuando se podían detener las cosas delicadas con un simple: “Así no se vale” o cuando de repente alguien gritaba ¡camorra! y tenías que salir corriendo para dar o ¡recibir o “cae la sentencia” tirando un montón de piedras para arriba, gritando allí va la sentencia le caiga a quien la debe (y uno debía quedarse estático). Cuando los errores se arreglaban diciendo simplemente, no “importa, empecemos de nuevo otra vez.
·      De los juegos de temporada: los cincos  llamados también canicas, chibolas, chiripas, coyolas, hacinadas dentro de los bolsillos del pantalón que hacían ruido al caminar, no se diga al correr o bolsita aparte, repletos de esos objetos, de todos tamaños y colores y, sobre todo, la tiradora, un cinco especial para los distintos juegos: “comix”, -no limpia ni pix-, gritaba uno, a la cuarta, cinco hoyos, tirando a  la raya, pare ver quién iba primas, o a sacar las chibolas del triángulo o de la tortuga con tiro seguro si no eras tan bueno para lo otro.
·      •             De los trompos: pusuca, mona y calabaza, esmerilados de la punta con una piedra para quitarle lo romo y dar  buenos calazos, bailados con jalón, enzartones y, algo especial, tirarlo por debajo de la pierna alzada, recibiéndolo en la mano o recogerlo con la pita para echarlo sobre la misma y sentirlo sedita, o echarlo en la uña.  Y  qué decir de tu yoyo, tenía que ser un Duncan, para hacerlo dormir y caminar el perrito o hacer la vuelta al mundo.
·      •             Y según la época del año, así eran los juegos: trompo, capirucho, yoyo,  en noviembre la fiebre de  volar  barriletes, hechos por uno mismo, con papel de china ó de periódico, varitas de caña de chimilile, pegados con engrudo o upayes, con cola de pedazos de trapos y un buen hilo o pita de hamaca para volarlo, mandando telegramas hasta los frenecillos y jugar la soltadilla.
·      ¡Ah! y las apuestas con capirucho, incluidos los “unos” y las “cara vueltas” al derecho y al revés, con los hoyitos valorados en cien, quinientos y mil puntos, en las apuestas, fabricados por uno mismo de  carrizo de hilo o canutos de tallo de  higuerillo o papayo gruesos, raspado con chayes de botellas, con cinturón de cera en la parte baja para balancearlo bien y estaca de hueso, de cacho de vaca, de peine o de güiscoyol.
·      •             Y las patojas no se quedaban atrás, jugando Yax o jax,  saltando cuerda, o bien pintando en el suelo un caracol o un avión, con sus cajones, alas y cabina, saltando en un pié en los apartados del dibujo para recoger la ficha en un pie, sin poner sin poner el otro  en polvorosa, porque se perdía, o jugar de “¿Qué vendés María?”. Todos te admiraban si lograbas cruzar la cuerda, mientras saltaban las patojas, ellas presumían y los patojos se creían héroes.
·      De los tiritos que hacíamos con el famoso hule, en las guerritas que armábamos, utilizando como parque cascaritas de naranja o pequeños papeles doblados en cuatro, de cuyo juego recuerdo una vez que por casualidad, le di un cascarazo en la cara a mi maestro Paco Tabora, Director, que pasaba en ese momento, lo que motivó que nos castigaran a todos, pero habiendo asumido mi responsabilidad y disculpado, nos levanto el castigo.
·      De las hondas que fabricábamos para tirotear pájaros, mejor si era de hule canche, para que no se gretara luego, decíamos, con badana de lengua de zapato y la horqueta de guayabo o amatillo para tirar con  bodoques de barro secados al sol o piedras redondas de río escogidas, porque dispar de otra manera era fácil fallar, lo mismo que ir a pajarear, pero con la idea de no tirarle a zopilotes porque según nuestra ignorancia se picaba luego el hule.
·      Hacer chajaleles con tapitas de gaseosas aplastadas, tipaches de cera y ni que hablar cuando nos poníamos un puño de maicillo o cualquier semillas redondas en la boca y apuntábamos con la cerbatana haciendo guerritas.
·      •             Jugar de avioncitos y barquitos hechos de papel, estos últimos dejados ir en las corrientes después de un fuerte aguacero y pescar en los charcos con pedazos de atarraya. Ah… qué tiempos aquellos, tan de a petate. Para salvar a todos los amigos bastaba con un grito de un, dos, tres por mí y por todos.
·      Para hacer reaccionar a alguien se decía: ¿A que no haces esto?, bando al que no lo haga y algunas veces caía uno de baboso.
·      •             ¡Ah puchis!, y  no había nada más peligroso que jugar con fuego,  sobre todo el  7 de diciembre con la quema del diablo, después de ir al monte por días a buscar chiriviscos, paja  o a un aserradero a buscar viruta, aun cuando las quemadura de las manos con los cohetes y la penetración de la pólvora en la nariz, eran las consecuencias.
·      •             La frase ¿bando a quien se quede de último o es tonto?, nos obligaba correr como locos, para no hacernos acreedores de ese epíteto tan feo. “Ladrones y policías” era un juego para el recreo, y por supuesto era mucho más divertido ser ladrón que policía­.
·      •             Las bombas de agua hechas con vejigas eran la más modernas, poderosas y eficientes armas que jamás se habían inventado, para golpear.
·      •             El grito “guerra”  sólo significaba arrojarse yesos, almohadillas y bolas de papel durante las horas libres en clase.
·      •             Los helados, dulces de leche  y vaso de manjar de a un len en los recreos, eran parte de los alimentos básicos y esenciales en la escuela, apurados, quemándonos la boca, por el toque de entrada del timbre, pues casi siempre la bebida estaba caliente.
·      •             Poder hacer piruetas en la cicle, soltando el timón con los brazos extendidos ante las patojas, era una proeza y te creías  un traidito, o una paradilla con una cicle que no fuera “de coster”, pues yo, en una de esas, por presumir a una traidita que venía, solté el timón con los brazos abiertos, y que pasó, una piedrecita hizo virar la llanta y pun, caí, levantándome todo raspado y asariado.
·      Jugar a la cuarta con tapas apachadas de botellas contra la pared o un poste, era divertido, principalmente si se apostaban centavos. El mayor negocio del siglo era conseguir cambiar chibolas y estampillas repetidas por las que hacía tanto tiempo buscabas para completar la colección, así como las calcomanías de famosos o figuras importantes que salían en los paquetes de dulces y chicles, para pegarlas en las camisetas con plancha caliente, ejemplo, los boxeadores internacionales de la época: Joe Louis, Toni Far, Toni Galento, Arturo Godoy etc. O cualquier clase de compra, cambalache o chanchullos, para conseguir lo que se necesitaba, saliera uno “tirado” o con “ribete”, no importaba.
·      Cuando  jugábamos con cachos de vaca, simulando ser ganado de verdad, apostando quien poseía más.
·      •             Era un gran tesoro encontrar una piedra de vidrio, obsidiana, tiestos y otros minerales, mientras abrías un hoyo en la tierra  o una piedra de rayo en el suelo, que guardabas como reliquia de lujo y los pedazos de china los considerabas dinero, para hacer compras de mentira.
·      •             Cuando jugábamos “patache”, dos bandos, uno se iba a esconder lejos, hasta en la playa del río o potreros de las aledaños, diciendo: “pin pin”…. y el otro grupo corría a buscarlos en lo más recóndito de esos lugares hasta encontrarlos, bastaba con ver a uno del bando contrario, para decir, ganado el patache. Una simpática anécdota de este juego es que, Pacho Saavedra, escogía para esconder a los de su grupo, en las cochiqueras de su casa, repletas de niguas, mientras él lo hacía en otro lugar limpio, de donde la mayoría salía infestada hasta la coronilla de esos microscópicos y molestos animalillos, riéndose el mientras tanto, de los ingenuos patacheros.
·      •             Ir al monte en grupo, era una gran aventura, ya sea a carupinear, buscar chununos y malacates, a tunear con nuestra vara de gancho trípode de plumajillo o de cualquier palo rajado de la punta a cuatro espigas, separadas con olote amarrado con pita en el medio, sorteando, descalzos, las espinas de esta sabrosa fruta, sin inmutarnos de los pinchazos cuando nos espinábamos, con el afán siempre, de seguir adelante, llenando nuestro canasto o shucuta de esa delicia, porque en casa nos esperaban para comerlas a buena mañana, después de serenarlas en la  noche. Aunque parezca mentira, habían unos patojos que no le hacían caso a las espinas, pues les bastaba solo restregar sus  pies en el suelo para desprenderlas y seguir adelante. A mi madre le gustaban mucho las tunas y por ella íbamos con algunos hermanos y compinches a traerlas ahí cerca en el potrero de las burras o al otro lado del río, en los tunales de ahí  y, si había suerte, traer un conejo o pájaros para comer, gusto exclusivo mío.
·      •             Novedoso y emocionante era cuando las casas comerciales o instituciones públicas venían a dar películas instructivas de dibujos animados  o cine mudo como se les llamaba.
·      Todas estas simples cosas nos hacían felices, no necesitábamos nada más que de una pelota, chibolas, panitas y un par de amigos con quienes pasarla bien, durante todo el día, esas eran las diversiones en aquel tiempo, no había violencia. Sin embargo, nos trompaseábamos cuando había una diferencia, si la ofensa era en clases se sentenciaba: ¡en el recreo o la salida me las pagas..! y no faltaba algún pícaro mayor, deseoso de hacer pelear llevándosela de árbitro, quién alzando su mano enfrente de los dos, decía: “el que escupa de primero aquí gana”, para luego bajarla y el escupitajo cayera al otro y se armara el vergoloteo, pero allí quedaba todo, aún cuando los padres se enteraran, sostenían el criterio de ser “cosas de patojos”, decían;
·      Actividades lúdicas y pequeños pleitos sabrosas de evocar. ¿verdad?. Todo el laberinto del día se soñaba en la noche, a la espera que luego amaneciera para seguir de frente. No cabe duda, que los juegos de hoy, vienen siendo los mismos pero con marcadas diferencias, derivadas de la aflicción  de la vida actual,  por restricción de la libertad, etc.
·      Ahora si puedes recordar entonces, tus pasados momentos de felicidad y si he logrado que evoques y sonrías, significa que has tenido una infancia feliz y que todavía te quede dentro algo del niño que antes fuiste. Así que lee este recuento de cosas y cuéntalas al que necesite un pequeño descanso en su apretada y agitada vida de adulto y nunca pierdas al niño que llevamos dentro, porque da sentido a nuestra atribulada vida actual.

AVENTURAS PELIGROSAS. En la adolescencia, fácil es envolverse en hechos que pueden tener consecuencias negativas, de lo cual, este su servidor, participó en más de algunos de ellos, sinceramente no por intriga, soberbia o dolo,  sino por mera picardía, refiriendo someramente a tres de las tantas peripecias acontecidas, así:
1. En cierta ocasión, mis parientes y amigos, Clodomiro Gutierrez y Plácido Saavedra, junto a otros paisanos, me invitaron a ir a la fiesta de Malena, como en efecto lo fue, previo permiso de mi querida madre, quien me encargó le trajese conservas y alboroto. De regreso, tomamos el tren pasajero, así se llamaba, de las once horas, en la estación de bandera de el Paso Malena y al poco caminar, no sé por qué razón paró el tren, momento que yo aproveché para bajarme y tomar los carros de atrás, en los que ya  había cobrado el conductor el pasaje, para evadir naturalmente el pago de su valor, pero uno de los policías que cuidaban del tren, se dio cuenta y la emprendió contra mí, obligándome fusil en mano a ir a pagar el pasaje al conductor que ya iba terminando su tarea en el último vagón, recorriendo como consecuencia todos los carros intermedios, azareado, ante la mirada de multitud de pasajeros, con mi bolsa de conservas y alboroto al hombro, todo lo cual, motivó la risa interminable de mis acompañantes y hasta la fecha me lo recuerdan. ¡Qué babosada, verdad!. En otra vez, fuimos los mismos, pero incluyendo a Yemo Pineda, a lomo de semovientes alquilados, solo Clodomiro llevaba su burra, por cierto lenta para caminar, con tan mala suerte que la que transportaba a Héctor Guillermo, propiedad de Pedro Ruano, se le cayó en el camino uno de los estribos de la silla de montar, que regresamos a buscar en vano y que tuvo que pagar, o de repente todavía lo debe.
2. Otra vez, Rubén Casasola, me invitó ir a la misma fiesta, de Malena, salimos a las diez de la mañana a abordar un transporte la ruta del Atlántico, y llegamos contentos, para disfrutar del ambiente festivo que se vislumbraba, entramos en una zarabanda, repleta de gente que danzaba al compás de la marimba Niña Tineca, por un lado y la banda de San Agustín, por el otro; yo eche un vistazo a las bancas de al lado, que servían de asiento a los asistentes, divisé a una amiga de El Paso de los Jalapas, alta como yo, de tal manera que hacíamos buena pareja para la pachanga, a quien invité a bailar. En esas andábamos, barriéndonos de lado a lado, del salón, a cuales mejores, en ameno coloquio como se acostumbraba, cuando de repente, irrumpió en el local, Pablo Cienfuegos, conocido ganadero de Lo de china, que vivía en ese entonces, en El Rancho, super pasado de copas, botella de vino en mano, ofreciendo a cuanto conocidos ahí se encontraban, por no decir, casi obligándolos  a tomar un trago  a “boca de jarro” con él, cosa bastante molesta para muchos, y luego, el mismo pistola en mano, se proponía a hacer relajo en plena parranda, situación que motivó a Miguel Dávila Ortega, su compañero de mesa en el jolgorio, quienes momentos antes, libaban copas junto a otros parroquianos,  a intervenir para calmar los ánimos de Pablo, cosa que no logró. Entonces,  Dávila, se dirigió a unos guardias civiles que cuidaban de la fiesta, en las proximidades, para reclamarles del porqué no intervenían para poner orden en la fiesta, viendo ellos el relajo que estaba ocurriendo, les decía, pero a saber cuál fue la respuesta de los agentes, que también este se enfureció y, pistola también en mano, la emprendió contra uno de ellos. Se armo una trifulca, en la que estábamos metidos varios de los presentes, tratando de disuadir a Cienfuegos de su actitud  y  guardara la pistola, lo que al final, después de jaloneos entre el grupo, a Dávila, se le fue o disparó adrede un tiro, que traspasó una de las manos, de uno de los del grupo que lo reflexionaban, quien ya herido reaccionó colérico, sacó violentamente su escuadra del cinto, y en el acto, en su legítima defensa, porque aquel quedó todavía en actitud de seguir disparando, acabó con la vida de aquel pobre y buen hombre, embrutecido por los efectos del alcohol; que conste, que el balazo en la mano o en cualquier otro lado, hubiera sido para mí, si no es por la oportuna intervención de tía Cona Gutierrez y mi pariente Licely Morales, quienes me sacaron del tumulto a jalones a como ellas pudieron, y el otro rijoso Herminio Cienfuegos Pocasangre, quien en mala hora inició el lío, ¡qué!: ileso, parte sin novedad; momento desagradable que nos obligó a todos los jicareños, que asistíamos a la feria, para retornar presurosos a casa, bastante condolidos por lo que pasó. Nota: Los nombres de los actores que aparecen en el presente párrafo, involucrados directa e indirectamente, en el problema, son ficticios, para no herir susceptibilidades, de repente, de los verdaderos personajes o de sus parientes.
3. En cierta oportunidad, fuimos a Cabañas, creo que a una de sus fiestas, un grupo de chingones paisanos, entre quienes recuerdo a Héctor Vargas, Rigo Romero, unos amigos de Lodechina, y de regreso se nos unieron unos amigos de Lodechina, abordamos el tren rápido, de la una de la mañana, montados los chineños en las plataformas de adelante, porque no tenían dinero para el pasaje, y resulta que estos trenes, nocturnos, no siempre hacían parada en las estaciones de bandera, máxime si no venían personas para su destino, como en efecto ocurrió, siguiendo el tren su curso, circunstancia que aprovecho uno de los muchachos que venían en las afueras, cerca de los pescantes, donde hacen unión, un vagón con el otro, recuerdo que fue Héctor, para botarle el aire al tren a efecto de que pudieran bajar los “colados” de Lodechina, abriendo la llave de las mangueras, y este frenando y frenando, rechinando las ruedas sobre los rieles, paró intempestivamente, adelante de la estación de la aldea, momento que aprovecharon aquellos para bajarse rapidito, y la tripulación enfurecida al darse cuenta de lo ocurrido, la emprendió contra ellos al verlos descender, queriéndoles hacer clavo, y nosotros jicareños, que habíamos pagado pasaje, bajamos de inmediato, en su apoyo, alegando que no habían sido ellos, sino un desperfecto del propio tren, y Chepe Rodas, el Conductor, conocido mío, por ser yo el Secretario de la Municipalidad, al notar mi presencia, después de una larga discusión, en la que se negaban los hechos, quien indicaba, incluso, que se había cometido un delito, dijo: Solo porque estas vos aquí, metido en el rollo, pidiendo de buena manera, no hago clavo y ordenó arrancara de nuevo el tren, pero nos dejó a nosotros allá. ¿Qué bruto, Héctor, verdad?.
PERDIDOS EN EL CERRO. Mi padre Beto Casasola, como se le conocía en el pueblo, era dueño de la pequeña finca Pila de Moscoso y su anexo el Guayabo, al sur del municipio, colindante con San Pedro Pinula y la hacienda El Tintero. En cierta ocasión, nos mandó con mis hermanos mayor Randolfo y menor que yo, Ranulfo, puros chavos, al Guayabo, a recoger unos canastos y costales que habían servido para el aporreo de la cosecha de frijol, sembrado a medias con Mateo y Julio Ramírez. Salimos a buena mañana, y en el camino, desobedeciendo la orden dada, dispusimos ir primero a la Pila de Moscoso, un poco más lejos, pero por mejor camino, más que todo, con el objeto de ir a traer, por mera galguería, dada la inquietud de patojos, lo que ahí había de cosechaba: elotes, ayotes, chilacayotes, frijol camagua y algunas frutas. Adelante del Javío, se bifurcan los caminos, dejamos el de la Quebrada Seca que lleva al Guayabo y continuamos paralelamente al del río Las Ovejas, al punto del desvío al cerro, para la Pila. Después de más de una hora de caminar cuesta arriba, por curvas escabrosas en forma de caracol, asesando de cansancio y bien sudados, llegamos al rancho de  Chencho Hicho, guardián de esa finquita, quien junto a su mujer y Tanish, su hijo, nos recibieron amablemente y nos dieron a tomar cafecito acompañado con ricos ticucos, casi al medio día. La voracidad nuestra, por la galguería, inquietud y hasta cierto punto picardía que envuelve a la juventud activa, nos llevó a querer traer de todo lo que había de cosecha en ese momento, siendo así que cargamos con varios ayotes de los llamados cornetas, que se pueden acoplar bien al cuello o los hombros, para cargarlos mejor, costal de elotes, costalito de frijol nuevo y hasta un chilacayotón, bien distribuidos, según la capacidad física de cada uno de nosotros, dejándole menor peso a Randolfo que no tenía mucha práctica en esos trajines, pues estaba recién venido de la capital, a donde estudiaba. Pues bien, de la Pila, enfilamos rumbo al Guayabo, destino específico de nuestro viaje, con el enorme cargamento a cuestas, compenetrados de conocer bien el camino. ¿Pero, qué pasó?: Cuando atravesábamos por un largo guatal, el camino se ocultaba a cada momento y no dábamos por donde seguir, debido a los enormes matorrales de la época, recién pasado el invierno, que lo cubrían en varios trechos y, de repente, lo  perdimos totalmente y desorientados continuamos por  vericuetos equivocados de esos que hace el ganado cuanto anda pastando, que nos llevó a unos zacatales y despeñaderos, perdidos a nuestra suerte en la breña de la montaña, de la cual resbalábamos, cual pista de patinaje, rodando de un lado para otro con todo y bártulos, en tan tremendos precipicios, cada vez que intentábamos accionar. Nos lográbamos parar pero lo mismo, cada vez más para abajo deslizados por la inercia, se nos caían las cosas que traíamos, incluso los sombreros, las volvíamos a recoger y, va de nuevo, somatadas tras somatadas, llegando al punto de tener frente a nosotros tupidos bosques y barrancos, sin rumbo conocido y, lo peor, sin los apetecidos comestibles que traíamos, los cual fuimos dejando tirados a medida de las dificultades que íbamos encontrando, ya con problemas de la mente y  hasta mirando espejismos por el inmenso sol, pues Randolfo, el más vulnerable, empezó a reclamarme por haber sido el de la idea de ir primero a la Pila, haber dicho que conocía bien el camino y la traída del jaracatal de chunches, en tanto yo les hacía reflexiones de que tuviéramos paciencia que yendo para abajo en las circunstancias que fueren, teníamos que llegar al bajío y allí sería distinto y nos orientaríamos mejor, pero haciendo caso omiso de mis palabras, mis dos consanguíneos acompañantes, empezaron a sollozar duro, casi llegando al llanto, y yo insistiendo, acongojado por supuesto, que no desmayáramos, que siguiéramos adelante, cuando de repente, oímos el silbido de un tren del ferrocarril en la lejanía, y yo advertí: ¿Ya ven?, vamos por buena dirección, al norte, y continuando, dentro de esa peripecia, de pronto, al poco caminar, escuchamos el canto de un gallo, dos veces seguidas, abajo, en una hondonada a la izquierda, que nos alentó y nos dirigimos ya por tierra firme a ese lugar, ¡oh, pero que sorpresa!, habíamos caído a la casa de Pedro Macal, en el caserío Los Potrerillos, a donde yo conocía por haber llegado varias veces anteriormente, precisamente con mi papá a comprar gallos de pelea, y al ladrido de los pereros, salió don Pedro a recibirnos, a quien contamos nuestra odisea, que lamentó. Descansamos, tomamos  agua y de ahí de regreso por camino seguro y conocido, pasamos por el Javío, proseguimos hasta llegar al pueblo, siendo casi las seis de la tarde, pero  sin los canastos y costales que eran nuestro primer propósito y sin lo demás que nos habían regalado, como la gran diabla, toda vez que no pudimos llegar a nuestra meta por la inexperiencia y dejar esparcido todo nuestro apetecido equipaje a lo largo de los inimaginables recovecos encontrados, dando cuenta a nuestros padres de la angustiosa situación acontecida, gracias a Dios, sin regaño alguno por lo inefectivo de nuestra misión, pero sí, con los mimos y lamentos de nuestra querida madre.
DE MIS VIAJES E IMPRESIONES.  Por iniciativa propia y del ejercicio de la función pública en los distintos cargos desempeñados, a lo largo de mi carrera administrativa, tuve la oportunidad de conocer  la mayor parte del país y, totalmente, sus cabeceras departamentales y completos los departamentos de Santa Rosa, Jalapa y Jutiapa: sus parajes, finca, caseríos, aldeas y cabeceras municipales, en mi calidad de Delegado Regional de los mismos, que fui del IGSS., así como de viajar al extranjero y conocer todo Centro América, incluyendo Panamá y Belice, en varias ocasione, asistiendo en su mayor parte, como funcionario del Ministerio de Trabajo y como Secretario General del Sindicato de Trabajadores del IGSS., Así: Washington, D.C., Annapolis, capital del Estado de Virginia, aquí invitado por el guatemalteco Economista y Abogado litigante de USA, Hugo Pérez, en donde él residía, aprovechando mi estadía en el cercano Washington; Filadelfia, New York, Atlanta, Noshville, Nashville y Menfis, Houston, San Antonio y Austin, anterior, capital de Texas, todas de América del Norte. Lima, República de Perú y Bogotá, República de Colombia, de la América del Sur. Algo especial de esos viajes, fue mi inscripción como alumno de la universidad de York Town, en Washington D.C., ¿puchis dirán quienes me conocen, hasta donde se fue aquél?, pero no, fue por una pequeña beca temporal, para recibir un curso de inglés avanzado en la Escuela de Lenguas de esa entidad, que no terminé por lo corto de la temporada; viajes todos impresionantes, pero especialmente los de la América del Sur. 
De todos esos mis recorridos tengo gratos recuerdos, pero también de inesperados sucesos, verbigracia, algo que me impresionó fue un viaje que hicimos con mi papá, aún siendo muy joven todavía, trece años, acompañados de un operario de su pequeña fábrica de telas aquí en el pueblo, llamado Alfredo Reyes Guillermo, a Salamá Baja Verapaz, con el objeto de conseguir más operarios. Pues bien, emprendimos el viaje, tomamos el tren del ferrocarril rumbo al El Rancho, en donde se suponía debíamos tomar un autobús que nos llevara al lugar de destino, pero no ocurrió así, Reyes Guillermo dijo que él acostumbraba caminar a pié como tantas veces lo había hecho y habiendo consenso, nos guió por extravíos que ya conocía, dentro de la montaña. Al poco caminar dijo: en esa pulpería que está ahí venden un fresco sabroso y pidió tres vasos que empinamos a tesón, tal era la sed que nos agobiaba, pero resulta que esa bebida no era otra cosa que chicha y siendo la primera vez que la probaba, me mareó y me hizo sentirme mal; más adelante nos cayó una tormenta y nos empapamos, tanto de la ropa que llevábamos puesta como la de nuestras maletas, unas se destiñeron y mancharon mi camisa por la espalda, llegamos a Morazán y en una casa de corredor, de conocidos de Reyes Guillermo, ahí cenamos tamales y medio dormimos con ropa mojada, yo y mi papá en una hamaca, lado para cada uno y Alfredo en el suelo en una sábana mojada que tendió. Al día siguiente, de madrugada, continuamos el viaje, a medio camino, en lo más espeso de la montaña, nos volvió a llover con fuerte tempestad, que sorteamos debajo de unos enormes árboles de pinos para no mojarnos mucho, cuando vimos algo que nos conmovió y es que bajo el  fuerte aguacero venia unas procesión de gente, unas mujeres llorando, portando candelas apagadas, era un cortejo, que acompañaba el cadáver de un niño enrollado en un petate amarrado con lazo de ambos extremos, al hombro de uno de ellos, solo con la cara medio descubierta, que nosotros curiosos, vimos bien y nos provocó lástima, y como Reyes Guillermo entendía dialecto, les platicó y le dijeron que lo llevaban a enterrar en el cementerio cercano, que había muerto en la noche. Como a las 19 horas de ese día, llegamos a la casa de Alfredo, del clan de los Reyes Guillermo de aquel lugar, cenamos y ahí sí dormimos a nuestras anchas, pero al otro día, después de misión cumplida y de haber ido yo a ver a mi paisano Ostilio Morales,  que estaba de cartero en la oficina de correos de ese lugar, emprendimos viaje de regreso, solo que en transporte motorizado. La moraleja de este viaje es: haberlo hecho a pie, el vaso de chicha, la fuerte lluvia en la montaña, haber dormido mal con ropa mojada, ver el cadáver de ese niño en las condiciones tales y la satisfacción después, de comer, dormir bien, visitar al amigo paisano y conocer aún siendo niño, parte de mi país.
Otra odisea para contar, es un viaje que hice de la capital, al parcelamiento Los Ángeles, aldea Buenos Aires, Livingsnton, Izabal, juntamente con mi amigo Javier Montenegro y otro de él, cuyo nombre no recuerdo, a reconocer una parcela barata que iba a adquirir, pues ellos ya tenían las suyas, de las que estaba adjudicando el Instituto de Transformación Agraria, en el Cerro San Gil; pues bien, llegamos a los Ángeles, a la casa del Comisionado Militar, un señor muy atento, solo que armado hasta los dientes,  con quien, luego de ser presentado, platicamos de mi propósito de obtener la parcela, porque él daba el visto bueno, quien accedió, tal vez le caí bien. Ahí dormimos, en el suelo, sobre unos costales que nos ofreció, con la disposición de salir de madrugada, al reconocimiento que nos llevaba, pero es el caso, que esa noche inesperadamente con todo el rigor de la naturaleza, se desató  un interminable tornado o ciclón, con fuerte lluvia, no sé cómo llamarle a ese fenómeno, que nos mantuvo a la expectativa de lo malo que pudiera ocurrir, por espacio de casi de tres horas, sin poder dormir, escuchando las ráfagas de truenos y centellazos que se producían, acompañados de relámpagos que penetraban incesantes las rendijas de la débil choza y los rugidos, parecían, del resquebrajamiento de la selva, a nuestro alrededor, que provocaba el viento, al máximo de kilómetros por hora, con estruendos aterradores, nunca visto ni oído, hasta que casi aclarando, terminó el desastre y digo así, porque al emprender camino a las parcelas de nuestro destino, montados en caballos, con un guía que nos esperaba, nos encontramos frente a una selva totalmente desolada, por el derribamiento violento de cientos de frondosos árboles de caoba, marío y otros, que tapaban el camino en su recorrido, cientos de aves y pájaros muertos, colmenas silvestres diseminadas por todos lados, cuyos enjambres volaban alocadamente buscando donde prenderse, pero el guía acostumbrado a estos eventos de la naturaleza, no tan grandes como el presente, decía, nos alentó para seguir adelante, abriéndonos paso entre los escombros con su filoso machete guarisama que llevaba. Ah, pero dijo: aprovechemos, llevemos algo de lo que está botado para nuestro sustento, siendo así que nos apeamos, llenamos unas bolsas nylon que llevábamos, con panales de colmenas de varias clases para libar su miel en el camino, unas cuantas palomas, unas frutillas y hongos silvestres comestibles allí encontradas, para asar y comer a nuestra llegada. Ya en el puesto, nos alojamos en casa de nuestro guía, me llevó a reconocer mi supuesta parcela, un bosque virgen tupido de belleza sin igual, con un riachuelo de aguas rumorosas frescas y cristalinas que la recorría, en donde había jutes grandes, de las ramas de los árboles colgaban micos jugueteando y a lo lejos se escuchaba  los gritos de un animal, que el guía dijo ser mono aullador, con presencia de muchas aves y pájaros de diversas clases y colores que entonaban melodiosos cantos, volando de rama en rama. Terminado el reconocimiento de la parcela, de regreso, a medio camino, mató un pajuil con el rifle que portaba, diciendo que era para el caldo, así como unas palomas grandes, azules, pero ya en casa había un suculento almuerzo de un tepezcuinte que había llevado el perro, como obsequio de buen recibimiento, de tal manera que las aves quedaron para la cena, juntamente con un mico que estaba en salmuera. Y en efecto, así fue, no melindrosos, comimos de esos animales, el pajuil asado y el mico en caldo, como ellos acostumbraban. En la noche dormimos en el tapanco de la casa, dormitorio de la familia, preferencia que nos dieron, pues según dijeron, asomaban jaguares por la noche, como en efecto lo fue, pues en repetidas ocasiones oímos sus rugidos, ellos durmieron en la parte baja pero con fogón encendido para ahuyentarlos, indicaron. También se escuchaba  música en la lejanía, en el silencio de la noche, que a preguntas formuladas, dijeron ser de las rockolas de Matías de Gálvez, cerca de allí, en la parte baja, en la bahía de Amatique, hacia el sur. Y al día siguiente, de madrugada, al norte, en la hondonada, se escuchaba un vocerío incoherente penetrante e interminable que parecía ronroneo, que dijeron ser de los habitantes ketchíes del parcelamiento San Marcos, tal vez celosos y a la defensiva, al percatarse de nuestra llegada. Todas las atenciones recibidas fueron compensadas con la cantidad del bastimento que  llevábamos: carnes, jamones, frutas y verduras que dejamos a nuestros anfitriones locales, pues nosotros comimos solo productos de la selva. Al día siguiente regresamos a Guatemala y yo, a pesar de las bellezas naturales del lugar, por lo lejos, opté por no  tomar partido, porque no era oportunidad viable, en esos momentos, para mí, dejando la  parcela, pero queda el recuerdo de lo acontecido.
RECUERDOS Y PENSAMIENTOS. Por ser parte de nuestras vivencias, considero interesante abrir el baúl de los recuerdos, para traer a cuenta algunos hechos y cosas, traducidos unos, en aventuras, que se graban muchas veces para siempre en la memoria, percibidos en momentos de meditación, principalmente en la infancia. Me refiero a recuerdos de voces y de acontecimientos que seguramente nos son propios, por haberlas escuchado repetidamente y  compartido con la paisanada y, que ahora,  escribo, consciente  de que recordar, es vivir, por ejemplo:
§ AMANECER EN EL PUEBLO. Nace el día, la noche tibia  y tranquila se esfuma, el sueño ha sido reparador, los murciélagos han dejado de chillar, los tecolotes y lechuzas han callado ya, los geckos  cantores hartos de bichos, se han metido en  sus cuevas a descansar, el crepúsculo invade las montañas del gran cañón, léase las Minas y El Merendón, formando celajes cobrizos a granel, se vislumbra el amanecer cotidiano, cuando el sol se acerca vigoroso alumbrando, inundando alegremente el  entono con sus claros de luz que penetran las rendijas del tejado, refrescados con la suave brisa que llega del cercano río, desvaneciendo poco a poco la opacidad nocturnal imperante. Los pajarillos en los vetustos tamarindos y conacastes de al lado, todavía adormitados, entonan melodiosos cantos, unos, y otros: los clarineros y sanates, con su interminable algarabía, en ruidoso revoloteo de calentamiento, antes de alzar el vuelo que los llevará a tierras lejanas, en busca del sustento que les da la vidas, sorteando el peligro que les acecha en su camino; todo lo cual, en un acontecer, que anuncia la presencia de un nuevo día, como  lo presagian los gallos con su kikiriki al despuntar el alba.
§ El transporte de la madrugada, que va a la capital, con su constante bocinar fastidioso, pero necesario, por si acaso se pegan las chamarras, alerta a los viajeros, de su partida. Al rato el servicio local de moto-taxis empieza a funcionar, uno que otro, por allí, para convertirse más tarde en una zompopera que estorba el camino de los transeúntes.  Se inicia entonces el aún moderado tráfico de la población, pero para atravesar la calle, es preciso echar un vistazo para ambos lados, evitando ser atropellado, principalmente por los vehículos que van rápido de paso, lo que obligara dentro de poco tiempo, a instalar semáforos…., ya no es el pueblo tranquilo de antes, hay bullicio por doquier.
§ Emerge el sol brillante, abriendo con su energía, los pétalos de las flores. Las abejas y mariposas se posan sobre ellas, para chupar su miel. Una glotona “aguja del diablo”, así llamada la libélula, y un gorrión, movidos por el instinto de sobrevivencia o la ley del más fuerte, para ser más precisos, las interrumpen y casi las derrumban, en su arrebato de comilona por la subsistencia.
§ Cumpliendo tradición ancestral, los vecinos se aprestan al barrido del frente de sus casas,  luego de saludarse, en acto simpático, comentan de una acera a otra, o a media calle, sucesos de actualidad y alguno que otra habladuría, provistas de escobas hechizas o de fábrica, apoyadas en el suelo por momentos, a manera de descanso, para unos no importa si se hace polvo, otros riegan agua para evitarlo, y de vez en cuando, alguien prende fuego en la vía pública, al montoncito de basura de hojarasca caída de los palos, algo de escondiditas, por aquello de la moda del medio ambiente.
§ Quienes barren, amablemente responden, como es usual, en señal de efusivo saludo mañanero, los buenos días de los transeúntes, que van y vienen, en busca de provisiones para el desayuno, porque a buena mañana hay leche fresca, pan y chicharrones calientes, carne  suave de res y pescado fresco del Motagua, en el barrio la Quebrada, trayendo a cuenta el dicho de que quien madruga no lleva sol. Las verduras y frutas procedentes de Tobón y Malena, empiezan a llegar al mercado, que ha abierto sus puertas al público, para luego degustar al rato,  en casa, un suculento desayuno típico: chicharrones, carne asada, tamales, huevitos, frijolitos, cuajada o queso seco, crema o requesón frescos y plátanos cocinados de alguna forma, con tortillas calientes al canto, acompañados de chilmolito picante, y si se antoja, un buen pescado frito, según el gusto y la modesta capacidad económica de la familia.
§ Los labriegos, por su lado, llevando consigo sus aperos de labranza, tecomate y matate al hombro, repleto de bastimento, incluidas unas memelas y mojonchos, más de alguien silbando o tarareando a su manera la canción de su simpatía o fumando un cigarrillo, contentos, presurosos, se dirigen al campo o lugar de trabajo a cumplir las sagradas faenas diarias, algunos arreando sus vacunos para el ordeño o jalando su cabalgadura o montadados en ellas  rumbo al astillero, seguido por su amigo inseparable el perro, que camina a la par y al paso ligero de su amo.
§ Y al rato, el bullicio de los niños en las escuelas y los gritos de los maestros, entremezclados, tal enjambre alborotado de abejas, se escuchan a lo lejos, al son del eco que resuena de los cerros aledaños, incluidos los ruidos que provoca el ir y venir de los habitantes en general, a prisa, en pos del trabajo,  en un todo un quehacer por la vida.
§ Unos cuantos jubilados y algunos haraganes, un poco más tarde, se dan cita en lugares de tertulia, “mini peladeros”,  de repente, para comentar las buenas y malas noticias locales y del país, tratando de resolver los problemas, sin lograrlo, pero más que todo, para pasar el tiempo, sin faltar uno que otro chisme simpático o chiste caliente de los que hacen reír a  mandíbula batiente y sacarle los “trapos al sol” a alguien que se ha metido en cosas  feas o salido de sus casillas.
§ Con ese ritmo consuetudinario de acontecimientos, bulla y comunión de espíritus, se abre brecha la actividad económica y social de mi pueblo, que constituyen hermosas tradiciones añejas y modernas formas de  convivencia pacífica y casi familiar, cuyas escenas son parte de nuestra idiosincrasia. Y vienen los recuerdos:
Ø Del mugido  (me y mu) de los becerros y vacunos mayores, en los corrales vecinos, en la tranquilidad de la noche, lo cual, a pesar del sentimiento lastimero que infundían, se sentía como algo agradable, de bendición, bienestar y de alegría, para unos, y de nostalgia, para otros, como un reflejo de la apacible vida del campo;
Ø El eco melancólico que resuena en lontananza, producido por el hachazo que parte leña, en punto desconocido, allá del otro lado de la hondonada o del río, el mismo que  provoca el patojo travieso por curiosidad y diversión con su gritería, a  todo pulmón, balbuceando: ah…., oh…, logrando al fin: el fenómeno acústico buscado”;
Ø Los momentos de emoción que se sentía, de todo un triunfo, cuando se sacaba una shera (iguana) de la cueva lisa del palo o del órgano y se vigiaba la trampa, puesta al garrobo, con yagual de quesillo, en los barrancos aledaños, cogidos del cogote para someterlos primero, y después comerlos asados condimentados con orégano;  castrar una colmena silvestre, derribar panales por montón, para chupar su miel y hasta comer, por hambre o simple travesura, sus capas, fabricadas por las abejas, como es sabido, de puro estiércol de vaca; atrapar cangrejos y peces en las cuevas de los talpetates del río, topándonos, de repente, con tremenda culebra enroscada…. son recuerdos imborrables de la infancia.
Ø Los golpes compasivos del martillazo del carpintero, que cerraba la caja del difunto, rumbo al cementerio y los lamentos familiares de despedida, hasta con desmayos, en unos de  cuyos cortejos, los acompañantes se disputaban y aun lo hacen, cargar en hombros el féretro, pero en otros entierros, escasean cargadores, pero así es la vida,… notoriamente desigual.
Ø Del cincelazo monótono del albañil que lo clava en el concreto, en plena  faena de construcción, con sus manos encalladas y rajadas por la cal;
Ø  Aunque parezca curioso para las actuales generaciones, el talan…. talan….de la campana de la antigua capilla evangélica, llamando a prisa a sus fieles  para  al culto asistir, sin embargo, el toque de ese instrumento, es ahora, exclusivo de la iglesia católica.
Ø  El pausado talan del riel del Altillo (antiguo edificio municipal), dando reglamentariamente la hora, por el ministril de turno o para hacerlo sonar impetuosamente, en caso de emergencia, de alarma, como lo fue en muchos incendios y problemas ocurridos, llamando al pueblo a acudir para colaborar o alguna medida urgente tomar.
Ø El peculiar y melancólico “tam”…. “tam-tam”… del tambor, marcando los lento pasos de los fieles que cargan en hombros a Jesús, en la procesión del Santo Entierro, el viernes de dolores, en Semana Santa, cuya anda se hamaquea  a buen ritmo, en el camino adornado de alfombras multicolores, que en simpática competencia, de cuál es la mejor, obsequian tradicionalmente los devotos feligreses vecinos, que se desvelan y no dejan  dormir con su chachalaqueo, a los de adentro, en la víspera.
Ø  Tormentas crueles, a veces con lluvia, rayos, relámpagos y truenos estrepitosos de  miedo a granel, con agradable olor a tierra mojada, y ya pasado el fenómeno, en la quietud de la noche, se oye el rugir del Motagua, avisando como de costumbre, su enorme crecida, que arrasa cultivos de las vegas y huertas de la playa, para luego en calma, en la madrugada sonriente de sol, multitud de lugareños, aprovechando la turbia, con canastos, atarrayas y garrotes, ponen manos a la obra, a fin, de peces para la suculenta comida atrapar;
Ø Los vibrantes pitidos del gorgorito de la policía, que patrullaba de noche la población, imponiendo con ello, orden y respeto y, la partida en plena huida, de la patojada, pasada las 9 de la noche, a refugiarse en sus casas, porque la hora de vagancia había terminado;
Ø Los tristes débiles truenos que se escuchan en el firmamento, al inicio y/o despedida del  invierno, como lo eran, los silbidos a la partida del tren o ferrocarril, pero también de alegría a su llegada, especialmente los llamados rápidos y de pasajeros, que provocaban alboroto de la gente que bajaba y subía  y de los mirones que se congregaban y los de carga y fruteros, verlos pasar con su ruido característico;
Ø El murmullo del Motagua en el tibio amanecer, y  del chorro  de la pila o del llena cántaros público, último aquietado por el bullicio de la tertulia de la gente, que esperaba turno de llenado, denotando alegría por la abundancia del bendito y permanente líquido, en aquel entonces;
Ø Las voces y ruidos estridentes de las vecindades, con el manipuleo de trastos, palanganas y galones, entremezclados con las palmadas tronadoras con eco, de las féminas en la cocina, elaborando las sabrosas tortilla o memelas de maíz nuevo, salidas del comal, o cogidas del bucul calientitas, para devorarlas con chicharrón o pedazo de queso en medio, o hechas mamacho para calmar el hambre del niño que llorando pedía y, para calmar la sed y bajar los bocadillos, la apetecida guacalada de agua “chigua” o “chiva”, llenada del tol de al lado, en donde moja sus manos la tortillera;
Ø Los quedos y pausados sonidos de pulcras gotas de agua, que caen del filtro de piedra pómez, al cántaro de barro, colgado de la viga o guardado en su escaparate, en la cocina o el comedor de la casa, que por monótono se convierte en penetrante ruido que fastidia, en momentos de insomnio o de meditación, en la larga noche, y los recuerdos que quedan de beberla fresca en el guacal, de la pichinga cuando se iba a la escuela o a boca de tecomate con tapón de/y de olor a olote, compartido con los compinches, allá en el campo. Oh, que agradable.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       
Ø El repentino zumbido de la flama del leño que arde en la hornilla de la cocina, presagiando según la creencia popular, visitas al hogar. Y la savia  espumosa que expele el tizón sarazo en la hoguera,  es buena aplicación  en el ombligo del niño, que aún se orina en la cama, receta de medicina casera de la abuelita, advierte con precisión el ama de casa.
Ø Los trascendentes y  agradables  olores por las mañanas, de la fritura de los chicharrones y la horneada del pan con chamiza de “ronrón”, esparcidos en el ambiente, despertando el apetito de los moradores y, para algunos adictos, las “botanas” para los trinquis del medio día disfrutar;
Ø La pilas  de nuestra casa, repleta casi siempre, de distintos peces del Motagua, por diversión y  para el consumo, provocando de repente la muerte, por ahogamiento, recuerdo, de un gato que quiso de  noche cazarlos y cayó al agua sin poder salir.
Ø Los interminables sonidos musicales en competencia, de los chiquirines para atraer a las hembras, conocidas como chicharras o cigarras, en pleno sol ardiente de verano, implorando la llegada del agua de invierno, en su raro proceso de vida y efímera existencia.
Ø Las luciérnagas o  curcayes, en su ambiente invernal, alumbrando con sus ojos saltones reflectores, las calle del poblado o del mundo desolado, en la obscuridad de la noche, que agarrábamos por curiosidad para con ellos jugar, pero ¡cuidado!: deja en las manos unas partículas finas  como polvillo que infectan los ojos, igual que los papalotes.
Ø El  monótono y ofensivo cri-cri  de los grillos en larga noche de insomnio, en lo más recóndito del rincón y quicio de la puerta, pero de día calladitos, haciendo trizas nuestra ropa, igual que las tijerillas;
Ø Las milenarias y repugnantes cucarachas, en aquellos tiempos, carcomiendo y contaminando cuando alimento encontraban a su paso, de los que, ni los que se aseguraban en el yagual colgante se salvaban.
Ø Las pulgas abundaban en la serranía, en casas que mantenían perros, porque en el bajío, son raros estos insectos, que gustan de climas frescos, lo mismo que la mostacilla, especie de ácaro en miniatura, que se prende en la vestimenta de los caminantes y cazadores en la campiña, dejadas venir de lo alto de la maleza para caer sobre el cuerpo, como cae el polen de las flores; 
Ø Las multicolores mariposas, en grupo o solitarias, hollando las riberas de los manantiales y charcas de invierno, para saciar la sed, con sus finas antenas detectoras a la expectativa, o surcando el viento en busca del néctar de las flores en su efímera existencia, arriesgando ser perseguida por más de un patojo travieso, varejón en mano, para aplastarlas y acabar con ellas; y los papalotes negras que penetran en las casas y se posan en determinado lugar, son presagio de que alguien pariente va fallecer, según el común de la gente popular.
Ø el “kikiriki” de los gallos en el amanecer, anunciando un nuevo día, el cacareo de las gallinas antes de poner el huevo y del  pío…. pío…. de las crías porque tienen fío, hambre o pidiendo no sé qué;
Ø El  perro, celoso guardián, cuando ladra en voz triste y prolongada, como el aullido del lobo, con la mirada fija hacia la luna y las estrellas rebosantes de luz, en la noche diáfana, es porque el can  está viendo cosas raras del más allá y fantasmas ocultas para el ser humano, según la superstición popular;
Ø El maullido insistente del gato en el comedor, exigiendo comida, arañando con sus manos al comensal y, de noche, correteando por el tejado, en plena caza o en celo, coqueteando al de sexo opuesto para preservar la especie;
Ø El relincho y rebuzno de las caballerías en el patio de las casas,  prestas siempre a ser útiles, a la espera de ser  ensilladas o aparejadas para partir; los burros de Andrés Lários, Plácido Hicho, Toñito Páiz,  Oscar Gutierrez y las mulas de Pedro Ruano, los caballos flacos de Nefta, cargados de leña todos los días, activando la voz de contentos, de haber regresado a su caballeriza,  apresuradas por deshacerse del aparejo y carga que les atormentaba, y por la comilona de  tuzas y zacate fresco, que les esperaba;
Ø El “peretete o peterete”, pariente del “pijije” de doña Lola Castillo, allá en el billar, junto otros que por temporadas merodeaban por el Motagua, alegraban con la bulla de su raros sonidos de alerta, por las noches, celoso por la presencia de algo extraño en su territorio, o de sus dueños, a manera de guardián, alejando a los intrusos en bravía acometida, picotazo tras picotazo.
Ø El croar de las ranas, en alegre sinfonía de amor,  en la penumbra  de la noche, se escuchaba, allí cerquita en las riberas del río y en la desaparecida “usha” de al lado del pueblo, como algo agradable que animaba el espíritu, para pensar en la naturaleza;
Ø El martillear estrepitoso del pájaro carpintero, comúnmente llamado cheje, horadando con su filoso pico de marfil, en el grueso árbol, el agujero que ocuparía por nido, y para sacar gusanos de sus entrañas y devorarlos como apetitoso alimento;
Ø El alboroto interminables de los sanates y clarineros, en el anochecer, antes de dormir, celebrando locos de contento, su regreso sin novedad de tierras lejanas, posesionados en la maraña  escogida como dormitorio favorito, en los árboles adyacentes y, en la madrugada, la misma gritería, listos para enfrentar nueva faena de lucha por la subsistencia, sumándose sus románticos cantos de clarín, en época de celo;
Ø La “espumuy” en la lejanía, haciendo honor a su nombre, con su canto y, la “torcaza”, trepada en los tunos, comiendo la deliciosa fruta, con su trino característico de interpretación popular, casi de palabras, de: “muchachos que tienen calentura, calentura…” y, las “güiras”, en bandada, de un lado para otro en los llanos, zumbando sus alas en busca de su alimento, pero en la noche, tales pajaritos, dormiditas en los “lengua de vaca”, son fácil presa de los  traviesos que honda en mano, y demás depredadores, las persiguen.
Ø La tortolita canta su: cu…cu…cu… y luego truena sus alas al  viento, al mínimo asomo del peligro que intuye,  para luego volver, dejando  mientras tanto, su nido y sus huevos a merced de depredadores que la acechan;
Ø El cenzontle o “chancaguera”, alegrando el entorno con su canto y sus brincos de rama en rama devorando cuanta fruta e insectos encuentran a su paso;
Ø La  urraca bullanguera agitando de contenta su penacho de plumas, allá subida en el árbol, la que según la creencia popular, por su gritería, por la Virgen María, maldecida fue;
Ø La alharaca del “pishturillo o “chepillo”, con sus gritos de “Cristo fue”…”Cristo fue”, anunciando buen augurio  de que: “carta  o buenas noticias llegaran”, pronostica el agorero;
Ø Del  cotorreo del loro, que no para de repetir las buenas y malas  palabras, que de su amo aprendió; las pericas y los quenques cavando en medio del bullicio que les caracteriza, sus cuevas en los barrancos y después haciendo de las suyas con las frutas del lugar;
Ø Igual el torobojo, con su vistoso plumaje, como el quetzal, altivo con el sube y baja de su vuelo, recorre la campiña, para luego a su regreso,  guarecerse en su cueva del barranco o del tronco del madero, que a ha robado;
Ø El gorrión, provisto de esfuerzo y energía, sostenido en  el aire, en punto fijo, bate sus alas, chupando el almíbar de las flores, como lo hacen las abejas en primavera, y el ronrón upayero, zumbando por doquier, expuesto a ser capturado por algún “ishchoco” travieso, para hacerlo volar, como juguete, con hilo atado de sus patas;  
Ø Y la “shara” allá en el cerro, orgullosa de su ambiente y de su vistoso colorido, defendiendo con sus gritos su territorio, expuesta, si se descuida, a un tiro de guata de cazador furtivo;
Ø La chorcha multicolor y bullanguera, desde su nido, colgado en las ramas más altas o más bajas del árbol, presagiando el tiempo que por  instinto avizora, de fuertes o calmados vientos, da de comer a sus crías engulléndoles el pico para que succionen su alimento y, a los astutos pájaros roba nidos que asoman, con sus alaridos,  previene: que en propiedad privada, es prohibido entrar;
Ø Los  “torditos”, nada es ver a estos pequeños pajaritos con su alegres silbidos y su color negro rígido, pero en su empeño de comilona, devora milperías por entero, extrayendo los granos sembrados, a tal extremo el perjuicio, que existe una ley  retrógrada que ordena su exterminio, contrario a su pariente feo, el “pijuy”, qué en su afán de limpieza sanitaria, es amigo de la ganadería;
Ø El novedoso paso de los azacuanes,  dos veces al año, surcando  en bandada el cielo gris, en  singular espectáculo de organizado, lento vuelo, en formación paralela o en fila india, provocando de repente, alboroto en el espacio, formando círculo, revoloteando en vistoso jugueteo, para observar o husmear algo, anunciando con su hazaña y extraños graznidos, cambio de tiempo, decían los abuelos;
Ø El guajo o guaco que aparecía de repente en nuestros bosques cercanos al río, ave grande que encaramado en los palos, daba gritos escuchados a lo lejos, que llamaban la atención de los curiosos por algún presagio, bueno o malo;
Ø El gavilán en raudo vuelo de regreso, rompiendo el aire desde las alturas, caza a su presa, -la serpiente más grande y venenosa-, con sus fuertes garras afiladas de acero, elevándose  de nuevo, a lugar seguro del peñasco, para devorarla tranquilamente sin piedad;
Ø El quebrantahuesos, que lleva consigo huesos de la carroña, a considerable altura,  dejándolos caer para romperlos y luego en partículas engullirlas fácilmente.
Ø Y porqué no recordar a los repugnantes zopilotes, de negativa fama universal, que desde las alturas, confundidos entre nubes grises, con su ropaje negro azabache, alegran el firmamento en pleno vuelo, en multitudinaria reunión, avistan la carroña y al bajar a tierra en ruidosa picada, cumplen su noble  misión de: “limpia mundos”;
Ø La “chiguita”, saltando de rama en rama, haciendo gala de sus chillidos y aún de cuerpo diminuto, se la lleva de grandeza;
Ø Las abejas de las colmenas “shurullas” y “los cushushos”, al castrar sus enjambres, se enredan en el pelo de los humanos usurpadores y  las de los panales, al derribarlos, dejan “puspa” la cara a piquetazos. Las más crueles y bravías las de “culo de chucho” y las de  “peruleros”, también las “chorocanas” y los “guitarron”, pero compensado todo, con la rica miel que se les roba;
Ø La vieja “guaca” de doña Olivia, oculta siempre en el quicio de las puertas, hacia la calle, se  abalanzaba en frenética arremetida sobre la gente que pasaba, amenazando con morder, infundiendo temor, que obligaba a  usar  la otra acera a los transeúntes; pero es que  la muchachada, también la molestaba y la dueña, no digamos, por el estilo, se enojaba y maltrataba en su defensa.
Ø Las inofensivas lagartijas: moríshcas y polvorines, porque: las -iguanas de agua, “tilishtumpes”, “talconetes”, “florecías” y garrobos-, se acabaron, correteando por las hojarascas de los llanos, queriéndose aparear, para preservar la especie, hartándose de nocivos bichos, en beneficio de la agricultura, pero a merced, de sus depredadores más atroces, el hombre en primero lugar, responsable de su exterminio, para venderlas como mascotas o matarlas honda en mano, por pura picardía o  para llevarlas de comida al gato.
Ø Los “surupes”, guarecidos bajo las cáscaras gruesas despegadas de los árboles secos o podridos, a la zaga de  los insectos de su predilección, para devorarlos, igual que  las arañas con  sus trampas mortales y curiosas formas de vida.
Ø Y qué decir de las termitas, llamadas también “comején”, en sus bien fabricadas “porras”, en lo alto de los palos o en los barrancos, que al ser abandonadas, después de arduo trabajo, tal vez debido a su peor enemigo, las hormigas, son usurpadas por pericas, garrobos o una colmena de cushusho.
Ø Y, hasta percepciones de miedo, que se apoderan de la mente, cuando se escucha el canto del tecolote y de la lechuza, en las tinieblas de la noche, en señal de  mal  presagio, porque: ¿“alguien va  morir ahora”?, comentan los supersticiosos o como alguien dijo: “cuando el tecolote canta, el indio muere”, y del “tapa caminos”, que asusta, fastidia  y obstaculiza el paso; y qué decir de los murciélagos, que hacían suya las moradas de la gente, perturbando con sus incursiones, la quietud del sueño y, como represalia, los “patojos” traviesos al apresarlos,  los ponían a fumar como castigo; animal invasivo este, los “chupa cabras” en ciernes, que desde su existencia, maltratan a las gallináceas, perforándoles el ano, en sanguinaria acometida, para succionar su sangre;
Ø Los alegres chapuzones, zafados de casa, la pesca en cualquiera de sus formas y las apuestas de cruzar a nado el  caudaloso río Motagua, cuan crecido pudiese estar, en atrevida hazaña, eran prácticas comunes de traviesos, sin escapar las bocanadas de agua recibidas a punto de ahogarse;
Ø La encaramada peligrosa a los cocoteros de la vega de los “cocos”, a robar sus deliciosos frutos, al encuentro inesperado de tremenda víbora, enroscada en el cogollo, al acecho del intruso, desafiante, en actitud de ataque, con la lengua viperina en rápidos movimientos de advertencia; deslizado por ello el intrépido,  al instante, como un haz de luz, de regreso, con el sístole y diástole alterados, el pecho desollado, las piernas en interminable tembladera y, lo peor, sin el botín planificado.
Ø Nuestra manera de ser de ishchoco traviesos, al limpiarnos la boca con las mangas de la camisa, cuando mangos y tunas comíamos, así como la nariz llena de mocos, desafiando los regaños de nuestras queridas mamacitas y de la gente adulta.
Ø Las subidas y tiradas de los trenes a toda velocidad, cuando disponíamos dar un colazo, sin advertir el peligro, apostando quien se tiraba con mayor velocidad y más lejos con el riesgo de un accidente y hasta de perder la vida con las consiguientes revolcadas, de repente.
En fin, concluyo todo ese laberinto interminable de pensamientos y cosas, que ocurren, y que dejo hasta aquí, porque sería la de no terminar; hechos todos, reflejados en el concierto de voces y cosas de poesía, que nos ofrece la madre naturaleza, que perduran en la mente, amenizados con la expresión canora de cuantos animalitos descritos, son parte de nuestra fauna, tradiciones, color e historia que nos pertenecen, todo lo cual agradables o tristes, es  digno de evocar, con reflexión de lo bueno y malo, acontecidos.
Recorridos de mi niñez de los que me siento orgulloso, principalmente por mi origen de provinciano, identificado plenamente con su entorno, al haber escudriñado en buena medida: sus vericuetos, cuevas la de las “lechuzas” de arena rojiza  para lavar trastos, por ejemplo, quebradas, barrancos, lomas, cerros, bosques, potreros, riachuelos, parajes, pescar y nadar en el río Motagua, encaramarme en los árboles más grandes y a veces espinosos, víctima de peligrosos insectos como arañas, alacranes, ciempiés, hormigas, abejas y mosquitos, comejenes y perros bravíos. Comer maranshanas, pacayas de palmo, chununos, malacates, carupines, cinco negritos, panecillos, upayes, capulines, frutas de galero y de Jaguay, carne o núcleo de los coyoles y almendras, semillas y tallos de chichicaste pelado, pepitas de conacaste asadas,  hojas de jocote con sal, suchillo de colmenas silvestres, beber agua de nacimientos en el campo, en canutos de tallos huecos, a veces estancada y a falta de tecomate, en la copa del sombrero, así como agua de cepas o mamón de guineos sacada con estacas y comer asada la popocha, en fin, de todo aquello que llamaba a la curiosidad del patojo inquieto, travieso, “pata de chucho” y perspicaz, para saber del porqué de las cosas, fui, como pocos jicareños lo han hecho, naturalmente, en compañía de otros traviesos de mi camada, de lo cual disfruté y algunas veces sufrí, pero me encuentro satisfecho, viviendo de esos recuerdos.
CASO CURIOSO. Andrés Larios, del barrio Vista Bella, tenía una recua de burros para prestar pequeño servicio de transporte de carga, acarreo y venta de leña, pero además, prestaba el de apareo, es decir, alquilaba sus burros machos como sementales, para preñar burras o yeguas que le llevaban de todas partes, para el logro de crías de mulas o mulos o machos de burra con garañón, previo pago de honorarios, recuerdo Q.5.00 el “salto” o coito. Pero lo curioso del caso era que, cuando no estaba el jefe de casa o sus hijos varones, Maco o Nancho. para no dejar ir la paga, pues eran pobres, el servicio era supervisado por la hija del dueño, una niña, si a caso, de trece años, quien con la mayor inocencia, sin la menor malicia, ignorando el tabú de las cosas, conducían con el interesado, los animales a un lugar apartado de la población, apropiado y discreto, o sea, un pequeño barranco con hondonada abajo, para facilitar que el macho se encaramara en la pareja y luego como parte del trabajo, aprendido por supuesto, a manera de ayudita, le agarraba ella con naturalidad infantil, el pene al burro, ya dispuesto, para ponerlo en dirección de la vulva de la hembra, para facilitar la copula a perfección, quedándole como consecuencia las manos embadurnadas del sebo y semen del semental, a la intrépida muchacha, obligándose a simplemente restregarse con un trapo que llevaba, cuya faena prohibida por la ley, se imponía ante la necesidad económica familiar, pues para ella, eso era un simple quehacer. Contrario a esa ingenuidad, habían un grupo de adolecentes que, enterados del asunto, se prestaban para ir detrás a observar el espectáculo, con morbo y travesura, el nene Paz, uno de ellos. ¿Increíble, verdad?.
REFLEXIONES.  I) No oséis jamás mofarte de la vejez de tus semejantes, ni siquiera lo intentes o pienses, porque ya fallaste. Ten presente que la vejez, consecuencia de la vida misma, como la muerte, es inevitable, rígida, nadie la escapa por mandato  divino, ni los científicos, brujerías, ni zares poderosos, ni humanos algunos connotados del universo, pues tarde o temprano se tiene que llegar a ese estado de cosas y,  por ende, como ser vulnerable a la naturaleza misma, tu vas por el mismo camino y, óyelo bien: tal vez más marcado por  el destino o fenómeno mismo, de a quienes criticáis, y de repente, con una vejez prematura, aun siendo relativamente joven, en años todavía, y pobre de conciencia como los hay muchos. Posibilidad muy susceptible de darse, en razón de que, la humanidad cada día que pasa, se va deteriorando, por las circunstancias propias de la naturaleza y la actualidad que se vive y, principalmente, porque los viejos de ahora, jóvenes fuertes de ayer, disfrutaron de una vida mejor, cuando el medio ambiente era sano, puro y la comida “chatarra” desconocida. Dentro de ese contexto, es de reconocer,  que son esos personajes los creadores de la historia y en términos generales, por la simiente que han sembrado y la experiencia adquirida, de una u otra manera, directa o indirectamente, también son forjadores del futuro de nuevas generaciones, como la tuya. Antes bien, por tales  dones de la naturaleza, debéis de  estarle agradecidos y honrarlos. Desechad la perversidad desde temprana edad, desde tu primer pensamiento en ella, si fuere el caso, si queréis llegar a ser adulto mayor de bien,  apreciado y admirado, digno del respeto de los demás, y detente expresar, cosas que se refieran negativamente a ellos, menospreciándolos, porque ellos son los hacedores del ayer, del presente y parte del futuro, porque el resto de este último, te corresponde forjarlo a ti, máxime que tales pensamientos y expresiones, solo refleja cortedad de espíritu y del intelecto. Nunca digas ese “viejo tal por cual” o “a mí no me gusta estar entre viejos, porque es aburrido” o cualesquiera frases despectivas. Claro está, que no en todos los instantes de la vida, se puede ni se debe alternar con adultos mayores o viceversa, pero en muchos casos sí, especialmente en los familiares y sociales. Guárdate entonces, esos epítetos y, si tan fastidioso te resulta, retírate del escenario calladamente, sin alharacas, pero ten seguro, que no aprenderás nada positivo del momento que buscas con los de tu clase o generación, porque solo pasaras el rato jodiendo y perderás el tiempo sin aprender algo importante. Si sientes animadversión por los viejos, estás renegando de tus progenitores y de tu propio devenir por adelantado, pues has de entender que por el mismo sendero te conduce la naturaleza, tal vez ciego por falta de experiencia y de conciencia, al no haberte codeado con los viejos de hoy, jóvenes fuerte de ayer. Pudiese ser, que el hecho de no condescender con adultos mayores, evidencie psicológicamente rasgos personales de interiores de inferioridad, porque tú subconsciente advierte que mucho te falta de lo que a   ellos sobra, quizás porque de niño te metieron animadversión contra ellos, cuando te decían: ¡cuidado, ahí viene el viejo¡, en forma despectiva para asustarte. Reflexiona patojo, ya te acordarás cuando seas viejo achacoso o como dice una canción “te acordarás de mí”.
2) No critiquéis negativamente las obras o acciones de otros, a simple vista o por conjeturas, cuyos conceptos ignoras, no entiendes o no tienes conciencia de ellas, si no eres tú, capaz de hacer  positivamente lo mismo, con el consiguiente riesgo, de no ser así, de caer fácilmente en el plano del egoísmo y la envidia, al criticar  simplemente por criticar, subestimando injustamente al prójimo, cuando sería mejor usar la prudencia, callando…. Y es más, dejad que otros desarrollen su libre albedrío y reconoced sus méritos, aun cuando se resienta  tu ego, porque como dijo Napoleón: “ la envidia es signo y una declaración de inferioridad”, que debéis corregir a tiempo, antes que te  tilden de  tan nefasta porquería, porque pudiera ser, que ya seáis ampliamente conocido en el medio, como tal, sin que tu lo adviertas, tal vez por tu incipiente inteligencia, pues según se nota,  nada te parece de los demás, sin que tú hagas algo positivo que te haga sobresalir o desvirtuar siquiera, tu posición negativa en el tema, frente a ellos. La crítica sana y constructiva es buena, la simple murmuración es denigrante y cruel. El hecho de ser “copetón” o hijo de tal, no te da cabida para considerarte superior a  los demás, máxime si no te da el ceso para equipararte culturalmente a ellos, y de ahí, tu vocinglería para negar lo bueno de tus congéneres, porque la envidia brota sobre manera como veneno, cual serpiente ponzoñosa, que antes de dañar al injustamente criticado, te daña a ti mismo y si persistes en tu empecinamiento, ya sea por egoísmo  o por ingenuidad, puedes entrar en el abismo de la perversidad. No solo los de casta privilegiada pueden hacer cosas buenas, también los humildes y a veces mejor, abre tu mente y se sincero contigo mismo. 

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