CAPITULO V
POBLACIÓN Y ETNIAS
POBLACIÓN. A efecto de poder hacer una
comparación del movimiento vegetativo de la población, conviene repetir, que el
número de habitantes, según el censo de población practicado en el año l95O,
por la Dirección General de Estadística, fue de de 4,341: 2,O85 sexo masculinos y 2,256 femenino, pero el estudio realizado pocos
añoso después por el servicio de Malaria de Sanidad Pública, con motivo de la
letrinización del municipio, contabilizó 5,176 en total, según datos de la
Municipalidad. Sin embargo, de acuerdo con el último Censo de Población del año
2002, del Instituto Nacional de Estadística, el total de habitantes es de
10,685: 5,237 hombres y 5,448 mujeres, observándose un crecimiento
considerable, constituido por la explosión demográfica natural y de algunas
migraciones que han venido a engrosar el
número de pobladores. Un estudio de caracterización del departamento de El
Progreso, efectuada por el gobierno, le asignó al municipio una proyección de
12,084 individuos para el 2009, pendiente de comprobar, de tal manera que el
ritmo de comportamiento o densidad poblacional, se observa acelerado; con el
presentimiento de que el número de pobladores pudo haberse abultado, con el
avecindamiento de personas de otros municipios, para inflar el padrón electoral
y votar en este municipio, a favor de determinada Municipalidad, como se ha
acostumbrado últimamente en Guatemala, por políticos marrulleros.
RAZA. Probablemente, antes de la conquista,
la región del valle del Motagua, fue ocupada por etnias pipiles de raíces
amerindias mexicanas, mames y quetchíes, a juzgar por las lenguas dispersas y
en decadencia que se hablan todavía en algunos lugares de Chiquimula y Jalapa,
Tobón, como ejemplo, ancestrales vecinos nuestros y, extinguida, hace apenas
menos de un siglo, en San Agustín Acasaguastlán de la Real Corona, de las
cuales se derivó una mezcla que los estudiosos del tema han llamado Alaguilac,
prístinas culturas lastimosamente desaparecidos, dejando como legado para unos
y recuerdos para otros, su heroísmo, solidaridad, palabras de sus dialectos,
incluidas en nuestro regionalismo y aún en el propio español, así como algunas
costumbres de tipo alimentario, como los atoles, llamados “shuco” y el
“chilate”, así como la embriagante “chicha”, el chocolate rústico, en bola o
marqueta y los famosos: “tayuyos”, “tashcales”, “ticucos”, “pishtones”, “tamales”,
”memelas” y “totoposte” tan deliciosos, ¿verdad?; objetos de uso doméstico como
el bucul, el tecomate, la tinaja, la piedra de moler, el matate o shucuta, el
guacal, el tol, la siembra del cacao y el achiote y la elaboración del producto para su comercialización,
etc. Algo que se ha podido observar en este tema, es que algunas palabras
básicas de esos dialectos y en general de los que se hablan en Guatemala, como
frijol, maíz, chile etc., se pronuncian y significan lo mismo, por lo que es de
suponer que en una época de la historia era una sola lengua o dialecto dominada
por esas razas, deformada con el transcurso del tiempo. Otro legado es la
implementación de la siembra del palmo y
el arte de fabricar sombreros, del cogollo de esa planta, secado al sol, y preparadas
las hebras previamente, para el tejido, usando como modestos herramientas de
trabajo: una pequeña tabla con un hoyo al centro, especie de horma para la
formación del ala y la copa y una aguja de wiscoyol para el entretejido, por habilidosas manos de
los artesanos, siendo hasta hoy día parte de la economía doméstica, cuyo
trabajo se hace regularmente en familia, así como la fabricación de petates. Ahora, para bien o para mal, somos todos los
habitantes mestizos o ladinos descendientes de aborígenes y españoles, en
mayoría, ajenos, con muy raras excepciones, a la discriminación, pero al fin y
al cabo, humanos todos, que amaron y amamos nuestro terruño.
VESTIGIOS DE
CULTURA PRIMITIVA. Según estudio realizados por el Arqueólogo Oswaldo Gómez
Barillas, se han encontrado en el municipio, en la superficie y subsuelo,
huellas arqueológicos de culturas prehispánicas, descendientes de los Mayas,
consistentes en montículos o entierros bajo tierra, que esconden regularmente
vestigios importantes para su estudio, de herramientas de labranza, de cocina y
de uso personal, hechos de jade y obsidiana, en diferentes sitios, entre los
ríos El Tambor y las Ovejas y en el Paso de los Jalapas, 13 en total,
paralelos al río Motagua, cuyos cauces servían a sus primitivos habitantes, como vía
de comunicación, transporte y abastecimiento, a saber: Ananopa, Espíritu Santo,
Los Bordos y el Taladro, cada uno dotado de su respectivo campo para el “juego
de la pelota”; también La vega de las Ovejas, El Jabillo, El Tintero, El
Jícaro, Ojo de Agua, El Guayacán, El Pino, Lodechina y Los Jalapas, todos
puntos arqueológicos del municipio, testimonio de la cultura pre hispánica,
ahora, casi destruidos, debido al vandalismo en busca de “riquezas” que se ha
venido dando, y siembras agrícolas en sus espacios físicos; tema verdaderamente
apasionante y, triste a la vez, por la falta
de educación e irresponsabilidad de la gente al borrar para siempre del mapa,
con sus actitudes, nuestra historia.
ORÍGEN DE EL JICARO. No cabe duda, que la
existencia de El Jícaro, como asentamiento indígena primitivo y aún como aldea
o importante caserío ya en la época
colonial, se remonta a muchísimos años, dado el privilegio de su área
geográfica, situada entre tres ríos:
Motagua, Tambor y Las Ovejas, por lo que su nombre bien pudo haberse sido nada
menos que Entre Ríos, según mi opinión, ligado a varias cofradías católicas
existentes en la época, con sus vecinos ordenadamente asentados en sociedad,
descendientes de familias de Acasaguastlán, que a su vez, lo eran de etnias
primitivas y criollos descendientes de
españoles, que se ubicaron aquí después de la conquista, mezclándose con los
nativos del lugar y más de algunos de raza negros colados, que dieron origen el
mestizaje que ahora nos identifica. Pero para ello naturalmente se tenía como
patrimonio el terreno Las Anonas o sitio
de Jesús, para el desarrollo de las actividades agrícolas, aunque mucho antes el
territorio fue asiento de pueblos o tribus indígenas perfectamente
organizados,
en referencia de los vestigios encontrados.
TERRITORIO PRIMITIVO. Por algunos
antecedentes conocidos, se supone que Inicialmente, pasada la conquista, lo que
ahora es territorio de El Jícaro, estaba constituido por cuatro o cinco grandes
parcelas, comprendidas desde el filo de la montaña del Merendón, en forma
transversal, hasta el río Motagua, de sur a norte, otorgadas a determinadas
personas, a manera de compensación por servicios prestados, posiblemente
milicianos, funcionarios o simples allegados al poder público del Corregimiento
jurisdiccional, por mero favoritismo, clientelismo diríamos hoy, tal se
acostumbraba en tiempos de la Colonia, o sea, los famosos repartimientos y
encomiendas que incluían la dotación de
un número indeterminado de aborígenes para el trabajo y la explotación, como
esclavos, divididas las porciones por mojones naturales: quebradas, vericuetos,
callejones de acceso, árboles grandes visibles y algunas cercas, las cuales se
localizaban así: 1. Terrenos bajos y altos, desde el río El Tambor, todo lo que
es el sitio de Jesús, montaña y llanos, controlado inicialmente por la Iglesia,
por delegada autoridad, residente en un convento que existió en la comunidad
Las Anonas, utilizado para astillero, faenas agrícolas y ganaderas para poder
satisfacer necesidades alimentarias de granos básicos, lechería y sus derivados,
extendiéndose al arrendamiento de pequeñas extensiones a cofrades para los
mismos fines, con pago de rédito de la propia cosecha, convertido el terreno
después, en área comunal; 2. Lo que abarca ahora la hacienda el Tintero hasta
el río Las Ovejas, explotada por particulares; 3. La finca Las Ovejas y sus
alrededores, trabajadas también por concesionarios y dependientes y 4. En donde
ahora se ubican los terrenos de El Paso de los Jalapas y caseríos de la
serranía, y alguna otra en las inmediaciones, últimas que en un tiempo fueron
del municipio de Santa María Magdalena, siempre en el ámbito de Casaguastlán
como era conocido este vasto territorio en ese tiempo, cuyos nombres de
primitivos terratenientes se desconocen, las que naturalmente con el tiempo se
fueron cambiando de dueños por abandono, fraccionamientos entre sucesivos propietarios,
por diversas causas: herencias, donaciones y compraventas, aún cuando la parte
baja del Sitio de Jesús hasta el Motagua fue cedida con el tiempo a vecinos
cercanos o parientes del Corregidor o en el menor de los casos por denuncia de
acotamiento de tierra, para su legalización por la Corona, en pequeños solares,
incluyendo la formación de algunos asentamientos humanos, dentro de los que
figuran Lodechina, Los Bordos, Espíritu Santo y la aldea El Jícaro, hoy nuestra
cabecera municipal, cuando el territorio pertenecía al antiguo Casaguastlán,
bajo la autoridad del corregimiento, mucho antes de la titulación del Sitio de
Jesús a favor de la Municipalidad local, ya en la época Republicana, en la
administración del entonces presidente Manuel Estrada Cabrera.
SU EVOLUCIÓN. Sin embargo, existe el
presentimiento, que el lugar cobró forma, con la adquisición de la hacienda El
Tintero y, con la presencia en su suelo,
por la década de los años 40 del siglo 18, de sus propietarios: José María
Pinto y los hermanos Arturo y Samuel Ramírez, según parece, parientes por
afinidad entre sí, procedentes de Quezaltepéque, Chiquimula, de donde eran
originarios, los dos primeros dueños de la misma, haciéndose acompañar de varias personas, entre parientes y
trabajadores, que vinieron a inyectarle más presencia a la comunidad, prácticamente a hacerla más
próspera, con la creación de un nuevo asentamiento en la parte oeste de la
población, que con el tiempo se convirtió en lo que actualmente son los llamados
barrios Estación y la quebrada, espacio en donde ubicaron a sus acompañantes
junto a otros lugareños criollos, lo cual generó indudablemente el desarrollo
de nuevas varias actividades, o las tradicionales, pero en grande, que incluían
la siembra de caña de azúcar, jiquilete
y la ganadería. Se sabe de buenas fuentes de vecinos de antaño, valga la
tradición oral y de algunos herederos, que la colindancia de dicha finca
por el lado oriente, lo era desde el cerro denominado “El Talquezal”, en línea recta al
río Motagua, pasando por los puntos conocidos hoy como: propiedad de de los
herederos de Leopoldo Juárez, bajada de Buenos Aires, callejón de Placido
Saavedra, estación del ferrocarril, a caer a la casa de los herederos de
Baltasar Rivas o sea la primitiva aldea
ya existente, se repite, al oriente, hoy barrio El Centro, que abarcaba también,
el de vista bella, los más antiguos del pueblo; de tal manera que, el
asentamiento que se menciona promovido por los dueños de El Tintero, fue un
ensanchamiento de la anterior, como lo fue el barrio Buenos Aires después, para
completar la actual cabecera municipal que hoy tenemos, pudiéndose decir
entonces, que El Jícaro mejoró su desarrollo a partir de la llegada de aquellos
personajes, a través de la hacienda El Tintero. Se sabe que don Samuel, hermano
de don Arturo, con tragos entre pecho y espalda, la emprendía constantemente
contra la autoridad local, por diferencias de poder, haciendo disparos de
escopeta, directos a la casa de gobierno municipal, desde la casa patronal de
la finca, situaciones que no trascendían por la amistad de la familia con el
gobernante de turno, Manuel Estrada Cabrera.
SECIÓN DE TERRENOS. Se supone, que fue Arturo
Ramírez, con la venia del coheredero principal, José María Pinto, quienes cedieron
a título gratuito, esa buena parte de terreno a los nuevos vecinos, hipótesis a
la que se arriba, por la amistad y familiaridad
que vinculó a los hermanos Ramírez, con vecinos de estos lugares, pues
aún cuando don Arturo era casado con doña Dolores Sosa Barillas, quien ya tenía
a su hijo Arturo de sus apellidos, cuando vinieron por estos lares, dichos
señores mantuvieron nexos sentimentales
con damas de la localidad, siendo así que por el lado de don Arturo
nacieron: Rubén, Elvira y Victoria Marín Ramírez, procreadas con doña Domitila
Marín hija de Cruz Marín, bisabuela de Mario Marin y trisabuela de Arturo Rodas
Oliva y,
por el de don Samuel, hermano del anterior, nacieron: Rodolfo, Manuel,
Emma, Julio y Juventina Castillo Ramírez, procreados con doña Dolores Castillo
Gallardo; y porque Doña Lola, tía Lolita, como cariñosamente llamaban a la primigenia mujer de don Arturo (padre),
se supone pariente de los Barillas del pueblo, que vinieron de Quezaltepeque.
Esta distinguida dama, que se definía con toda precisión, como dueña también de
la hacienda, no se sabe por qué motivo, abandonó la finca y se refugió en casa
de los honorables esposos Venegas Gutiérrez, ascendientes de familias visibles
actuales del pueblo, tal vez por familiaridad o amistad, en donde convivió por
muchos años, hasta su fallecimiento, tras
larga enfermedad y pobreza en la década de los 20 del siglo anterior, no
obstante que su hijo Fernando Arturo Ramírez Sosa, se desempeñaba en
importantes puestos de la administración pública, pudiéndose decir que la
abandonó a su suerte, siendo inhumados sus restos, en el cementerio local. Se
intuye entonces, que la parte baja y calles principales del caserío o aldea El
Jícaro en aquella época, a partir del callejón de la estación, para el poniente,
hasta el casco de la finca, ahora, fue cedida y ocupada por parientes,
allegados y trabajadores de confianza de la familia Pinto-Ramírez, pues buena
parte de esos solares pasaron a ser propiedad de los Venegas, Barillas, Marín,
Franco, Ramos y demás personas cercanas, incluidas por supuesto algunas venta
de sitios para otras particulares después.
LEGALIZACIÓN DE DERECHOS. Los terrenos
inicialmente obtenidos, de una u otra forma, por los antiguos habitantes del
municipio, especialmente los de la población, fueron legalizados por el Síndico
Municipal de la época, en representación del Estado, Elías Saavedra Juárez,
mediante escrituras públicas autorizadas por al abogado y notario designado
José María Guerra, más o menos en el año 1931, durante la administración del ex
presidente Jorge Ubíco.
La finca El Tintero permaneció confiscada
por algún tiempo, en los inicios de la
administración del General Ubíco, posiblemente por represalia contra su
propietario el ex presidente José María Orellana, de quien dicho sea de paso,
aquel fue miembro de su plana mayor presidencial, siendo administrada durante
el corto tiempo de confiscación, por Efraín Minera, hasta que fue restituida a sus legítimos propietarios, años
después, incluyendo la finca El Zope, en Sanarate.
NUEVOS VECINOS. Después de los anteriores movimientos,
con la entrada del ferrocarril, por los años 1896 y 1908, El Jícaro con el
transcurrir del tiempo, recibió un flujo que continuó por algunos años más, de
inmigrantes de distintos puntos del país, especialmente de pueblos aledaños,
que buscaron radicarse en su seno, en
razón del desarrollo que se vislumbraba, como en efecto lo fue, aunque varios
lo hicieron tiempos atrás, siendo así
que se contó con la presencia de honorables familias como los: Barillas,
Venegas, Marín, Morales, Orellana, Castillo, Gallardo, Juárez, Saavedra,
Guevara, Casasola, Núfio, Loreto, De León, León, Pineda, Paz, Chávez, Matías,
Orellana, Sandoval, Pinto, Bracamonte, Clavería, Castañeda,
Salazar, Macal, Quijano, Cordón, Fratti, Minera, Cardona, Alarcón, Espinoza, Barrientos,
Páiz, Estrada, López, Terraza, Ibáñez,
Gálvez, Arriaza, Guillén, Falla, Rosal, Fajardo, Sierra, Ortega, España, Chew,
Ramírez, Riley, López, Pérez, Alvarado, Flores, Marroquín, Romero, Alfaro,
Carcáche, Portillo, Ayala, Carranza, Revolorio.
También: Rodas, Guerra, Franco, Chacón,
Santos, Vásquez, Ávila, Rodríguez, Peña,
Zamora, Polanco, Ruano, Ramos, Franco, Ruíz, Méndez, Roldán, Aldana, Espino,
Guerra, Mejía, Crúz. Lários y otros
muchos, pero las familias primitivas del municipio son: Morales, Gutiérrez,
Marín, Oliva, Peralta, Venegas, Gallardo, Barillas, Ayala, y otros, que
ocupaban la parte más antigua del pueblo, o sea del callejón conocido como de
“don Elías”, en donde está el billar, ahora, hacia el oriente, incluyendo parte
de Buenos Aires y Vista Bella, en esa línea, al límite del potrero de los
herederos de Leopoldo Juárez, cuyas familias, las primitivas y las que llegaron
después, se han multiplicado de generación en generación para darle al pueblo
la enorme población progresista, que
ahora lo constituye.
El
primer Casasola que vino a El Jícaro fue el Lic.- en farmacia Alberto Casasola
y Casasola, procedente de Zacapa, casado con distinguida dama de la localidad,
de la familia Morales Marín, dueño de la primera farmacia bien estructurada que
hubo en la población, también fue diputado a la Asamblea Nacional Legislativa,,
padres del doctor Carlos Alberto Casasola Morales; seguido de los padres de
Rogelio y Abelardo Casasola y Casasola,
últimos nacidos en esta población, en las vecindades del más grande y
añoso árbol de conacaste, a la par de la propiedad, ahora, de los herederos de
Melecio Venegas Morales. Los Casasola de Fidel Egberto Casasola Venegas, mi
padre, procede de San Agustín Acasaguastlán, de la misma familias de los
anteriores, diseminadas por la región, aún cuando el primero de este apellido,
dicen unos, vino a servir en la administración pública, procedente del
virreinato de México durante la época colonial,
de donde regularmente venían todos los empleados y funcionarios del régimen, en
ese entonces, y otros que, el primer Casasola llegó a Zacapa procedente de
aquel país, como experto laborante en la construcción del ferrocarril, tramo
Puerto Barrios-Zacapa más o menos por la década de los 80 o 90 del siglo 18,
cuando se iniciaron esos trabajos.
ANTIGUOS VECINOS. Por supuesto que anterior a estos últimos, vinieron
honorables personas, como los Juárez y Castillo, procedentes de Tocóy, hoy
Morazán; Pinto, Ramírez, de Quezaltepeque y Saavedra, de Llanetíos, San Jorge,
Zacapa, pero también aldeas como El Espíritu Santo, Los Bordos y Lodechina,
bastante antiguas, fueron favorecidas con el ingreso de importantes familias de
otros lugares como los Aquino, Luna, Hicho, Súchite, Ságüil, procedentes de
Chiquimula; García, Juárez, Romero y Rodas, de Zacapa. Los Orellana del ex
presidente José María de ese apellido, proceden de Casas Viejas, Guastatoya, El
Progreso.
HOMBRES DE EMPUJE. De las anteriores es
preciso reconocer, que verdaderos hombres de empuje lo fueron el grupo de los
Orellana Acevedo integrado por José Martín, a la cabeza, seguido de de sus
hermanos: Miguel, Francisco y Alfredo, procedentes de La Estanzuela, Zacapa,
agricultores de primera línea por vocación, personajes rubios de apariencia
europea, cuyo peculiar sello familiar se refleja aún en sus descendientes de
últimas generaciones; Manuel Ayala (padre), del valle de Ayala, de Nicaragua, república de Nicaragua,
emprendedor de los buenos y Virgilio Sandoval, de San Luis Jilotepeque, juntamente
con sus parientes cercanos Celia y Belarmina de los mismos apellidos, que
radicaron en esta localidad, la primera de cuyas damas se hacía acompañar de su
esposo Jorge Chew, padres aquí, de varios hijos que emigraron a Puerto Barrios.
Y Don Gilo, como amigablemente le decían, a don Virgilio, radicó en Las Ovejas
y casó con Doña Humbertina Cardona y a su lado fue incansable hombre
de negocios, que vino a contribuir con su accionar en el desarrollo de la
agricultura y ganadería del municipio. Gustaba montar buenos caballos,
especialmente mulas que les servían de herramientas de trabajo y de paseo, manera
vigorosa de ser, multiplicada con creces, a través de los años, por su prole en
favor del engrandecimiento del municipio, en otra clase de actividades, por supuesto. En
su trato con sus semejantes para preguntar o responder á alguien usaba mucho la
palabra amiguito, en señal de amistad. También llegó Manuel Cordón y Cordón, de
la región de Zacapa, con grado militar, fue ayudante de la plana mayor
presidencial del ex Presidente Lázaro Chacón, quien después de su estadía en la
Estancia de la Virgen, de donde con su familia se establecieron aquí, por la
educación de sus hijos y el trabajo tesonero en la agricultura y la ganadería,
como otros tantos bien venidos vecinos, lo hicieron para dedicarse al comercio
y la industria, etc.
ACTUALIDAD. Hoy, El Jícaro, gracias a todas
esas incursiones, es un municipio pintoresco, lleno de vida y aspiraciones, con
muchísima gente criolla y de allende sus confines, que se han establecido aquí, en busca de nuevos
horizontes, encontrando sanas maneras de subsistir, gracias a la hospitalidad
de sus moradores, siendo visible a estas alturas, el progreso generado por el
ingreso paulatino de nuevos compatriotas, que se describe naturalmente en el
curso de este libro.
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