domingo, 18 de marzo de 2012

Capitulo V Población y Etnias


CAPITULO V
POBLACIÓN Y ETNIAS

POBLACIÓN. A efecto de poder hacer una comparación del movimiento vegetativo de la población, conviene repetir, que el número de habitantes, según el censo de población practicado en el año l95O, por la Dirección General de Estadística, fue de de 4,341:  2,O85  sexo masculinos y 2,256  femenino, pero el estudio realizado pocos añoso después por el servicio de Malaria de Sanidad Pública, con motivo de la letrinización del municipio, contabilizó 5,176 en total, según datos de la Municipalidad. Sin embargo, de acuerdo con el último Censo de Población del año 2002, del Instituto Nacional de Estadística, el total de habitantes es de 10,685: 5,237 hombres y 5,448 mujeres, observándose un crecimiento considerable, constituido por la explosión demográfica natural y de algunas migraciones que han venido a engrosar  el número de pobladores. Un estudio de caracterización del departamento de El Progreso, efectuada por el gobierno, le asignó al municipio una proyección de 12,084 individuos para el 2009, pendiente de comprobar, de tal manera que el ritmo de comportamiento o densidad poblacional, se observa acelerado; con el presentimiento de que el número de pobladores pudo haberse abultado, con el avecindamiento de personas de otros municipios, para inflar el padrón electoral y votar en este municipio, a favor de determinada Municipalidad, como se ha acostumbrado últimamente en Guatemala, por políticos marrulleros.
RAZA. Probablemente, antes de la conquista, la región del valle del Motagua, fue ocupada por etnias pipiles de raíces amerindias mexicanas, mames y quetchíes, a juzgar por las lenguas dispersas y en decadencia que se hablan todavía en algunos lugares de Chiquimula y Jalapa, Tobón, como ejemplo, ancestrales vecinos nuestros y, extinguida, hace apenas menos de un siglo, en San Agustín Acasaguastlán de la Real Corona, de las cuales se derivó una mezcla que los estudiosos del tema han llamado Alaguilac, prístinas culturas lastimosamente desaparecidos, dejando como legado para unos y recuerdos para otros, su heroísmo, solidaridad, palabras de sus dialectos, incluidas en nuestro regionalismo y aún en el propio español, así como algunas costumbres de tipo alimentario, como los atoles, llamados “shuco” y el “chilate”, así como la embriagante “chicha”, el chocolate rústico, en bola o marqueta y los famosos: “tayuyos”, “tashcales”, “ticucos”, “pishtones”, “tamales”, ”memelas” y “totoposte” tan deliciosos, ¿verdad?; objetos de uso doméstico como el bucul, el tecomate, la tinaja, la piedra de moler, el matate o shucuta, el guacal, el tol, la siembra del cacao y el achiote y la  elaboración del producto para su comercialización, etc. Algo que se ha podido observar en este tema, es que algunas palabras básicas de esos dialectos y en general de los que se hablan en Guatemala, como frijol, maíz, chile etc., se pronuncian y significan lo mismo, por lo que es de suponer que en una época de la historia era una sola lengua o dialecto dominada por esas razas, deformada con el transcurso del tiempo. Otro legado es la implementación  de la siembra del palmo y el arte de fabricar sombreros, del cogollo de esa planta, secado al sol, y preparadas las hebras previamente, para el tejido, usando como modestos herramientas de trabajo: una pequeña tabla con un hoyo al centro, especie de horma para la formación del ala y la copa y una aguja de wiscoyol  para el entretejido, por habilidosas manos de los artesanos, siendo hasta hoy día parte de la economía doméstica, cuyo trabajo se hace regularmente en familia, así como la fabricación de petates.  Ahora, para bien o para mal, somos todos los habitantes mestizos o ladinos descendientes de aborígenes y españoles, en mayoría, ajenos, con muy raras excepciones, a la discriminación, pero al fin y al cabo, humanos todos, que amaron y amamos nuestro terruño.
VESTIGIOS DE CULTURA PRIMITIVA. Según estudio realizados por el Arqueólogo Oswaldo Gómez Barillas, se han encontrado en el municipio, en la superficie y subsuelo, huellas arqueológicos de culturas prehispánicas, descendientes de los Mayas, consistentes en montículos o entierros bajo tierra, que esconden regularmente vestigios importantes para su estudio, de herramientas de labranza, de cocina y de uso personal, hechos de jade y obsidiana, en diferentes sitios, entre los ríos El Tambor y  las Ovejas  y en el Paso de los Jalapas, 13 en total, paralelos al río Motagua, cuyos cauces  servían a sus primitivos habitantes, como vía de comunicación, transporte y abastecimiento, a saber: Ananopa, Espíritu Santo, Los Bordos y el Taladro, cada uno dotado de su respectivo campo para el “juego de la pelota”; también La vega de las Ovejas, El Jabillo, El Tintero, El Jícaro, Ojo de Agua, El Guayacán, El Pino, Lodechina y Los Jalapas, todos puntos arqueológicos del municipio, testimonio de la cultura pre hispánica, ahora, casi destruidos, debido al vandalismo en busca de “riquezas” que se ha venido dando, y siembras agrícolas en sus espacios físicos; tema verdaderamente apasionante y, triste a la vez,  por la falta de educación e irresponsabilidad de la gente al borrar para siempre del mapa, con sus actitudes, nuestra historia.
ORÍGEN DE EL JICARO. No cabe duda, que la existencia de El Jícaro, como asentamiento indígena primitivo y aún como aldea o importante  caserío ya en la época colonial, se remonta a muchísimos años, dado el privilegio de su área geográfica,  situada entre tres ríos: Motagua, Tambor y Las Ovejas, por lo que su nombre bien pudo haberse sido nada menos que Entre Ríos, según mi opinión, ligado a varias cofradías católicas existentes en la época, con sus vecinos ordenadamente asentados en sociedad, descendientes de familias de Acasaguastlán, que a su vez, lo eran de etnias primitivas y criollos  descendientes de españoles, que se ubicaron aquí después de la conquista, mezclándose con los nativos del lugar y más de algunos de raza negros colados, que dieron origen el mestizaje que ahora nos identifica. Pero para ello naturalmente se tenía como patrimonio el terreno  Las Anonas o sitio de Jesús, para el desarrollo de las actividades agrícolas, aunque mucho antes el territorio fue asiento de pueblos o tribus indígenas perfectamente                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 organizados, en referencia de los vestigios encontrados.
TERRITORIO PRIMITIVO. Por algunos antecedentes conocidos, se supone que Inicialmente, pasada la conquista, lo que ahora es territorio de El Jícaro, estaba constituido por cuatro o cinco grandes parcelas, comprendidas desde el filo de la montaña del Merendón, en forma transversal, hasta el río Motagua, de sur a norte, otorgadas a determinadas personas, a manera de compensación por servicios prestados, posiblemente milicianos, funcionarios o simples allegados al poder público del Corregimiento jurisdiccional, por mero favoritismo, clientelismo diríamos hoy, tal se acostumbraba en tiempos de la Colonia, o sea, los famosos repartimientos y encomiendas que incluían la  dotación de un número indeterminado de aborígenes para el trabajo y la explotación, como esclavos, divididas las porciones por mojones naturales: quebradas, vericuetos, callejones de acceso, árboles grandes visibles y algunas cercas, las cuales se localizaban así: 1. Terrenos bajos y altos, desde el río El Tambor, todo lo que es el sitio de Jesús, montaña y llanos, controlado inicialmente por la Iglesia, por delegada autoridad, residente en un convento que existió en la comunidad Las Anonas, utilizado para astillero, faenas agrícolas y ganaderas para poder satisfacer necesidades alimentarias de granos básicos, lechería y sus derivados, extendiéndose al arrendamiento de pequeñas extensiones a cofrades para los mismos fines, con pago de rédito de la propia cosecha, convertido el terreno después, en área comunal; 2. Lo que abarca ahora la hacienda el Tintero hasta el río Las Ovejas, explotada por particulares; 3. La finca Las Ovejas y sus alrededores, trabajadas también por concesionarios y dependientes y 4. En donde ahora se ubican los terrenos de El Paso de los Jalapas y caseríos de la serranía, y alguna otra en las inmediaciones, últimas que en un tiempo fueron del municipio de Santa María Magdalena, siempre en el ámbito de Casaguastlán como era conocido este vasto territorio en ese tiempo, cuyos nombres de primitivos terratenientes se desconocen, las que naturalmente con el tiempo se fueron cambiando de dueños por abandono, fraccionamientos entre sucesivos propietarios, por diversas causas: herencias, donaciones y compraventas, aún cuando la parte baja del Sitio de Jesús hasta el Motagua fue cedida con el tiempo a vecinos cercanos o parientes del Corregidor o en el menor de los casos por denuncia de acotamiento de tierra, para su legalización por la Corona, en pequeños solares, incluyendo la formación de algunos asentamientos humanos, dentro de los que figuran Lodechina, Los Bordos, Espíritu Santo y la aldea El Jícaro, hoy nuestra cabecera municipal, cuando el territorio pertenecía al antiguo Casaguastlán, bajo la autoridad del corregimiento, mucho antes de la titulación del Sitio de Jesús a favor de la Municipalidad local, ya en la época Republicana, en la administración del entonces presidente Manuel Estrada Cabrera.
SU EVOLUCIÓN. Sin embargo, existe el presentimiento, que el lugar cobró forma, con la adquisición de la hacienda El Tintero y, con la presencia en su  suelo, por la década de los años 40 del siglo 18, de sus propietarios: José María Pinto y los hermanos Arturo y Samuel Ramírez, según parece, parientes por afinidad entre sí, procedentes de Quezaltepéque, Chiquimula, de donde eran originarios, los dos primeros dueños de la misma, haciéndose acompañar de  varias personas, entre parientes y trabajadores, que vinieron a inyectarle más presencia a la  comunidad, prácticamente a hacerla más próspera, con la creación de un nuevo asentamiento en la parte oeste de la población, que con el tiempo se convirtió en lo que actualmente son los llamados barrios Estación y la quebrada, espacio en donde ubicaron a sus acompañantes junto a otros lugareños criollos, lo cual generó indudablemente el desarrollo de nuevas varias actividades, o las tradicionales, pero en grande, que incluían la siembra de caña de azúcar, jiquilete  y la ganadería. Se sabe de buenas fuentes de vecinos de antaño, valga la tradición oral y de algunos herederos, que la colindancia de dicha finca por  el lado  oriente, lo era desde el cerro  denominado “El Talquezal”, en línea recta al río Motagua, pasando por los puntos conocidos hoy como: propiedad de de los herederos de Leopoldo Juárez, bajada de Buenos Aires, callejón de Placido Saavedra, estación del ferrocarril, a caer a la casa de los herederos de Baltasar Rivas o sea  la primitiva aldea ya existente, se repite, al oriente, hoy barrio El Centro, que abarcaba también, el de vista bella, los más antiguos del pueblo; de tal manera que, el asentamiento que se menciona promovido por los dueños de El Tintero, fue un ensanchamiento de la anterior, como lo fue el barrio Buenos Aires después, para completar la actual cabecera municipal que hoy tenemos, pudiéndose decir entonces, que El Jícaro mejoró su desarrollo a partir de la llegada de aquellos personajes, a través de la hacienda El Tintero. Se sabe que don Samuel, hermano de don Arturo, con tragos entre pecho y espalda, la emprendía constantemente contra la autoridad local, por diferencias de poder, haciendo disparos de escopeta, directos a la casa de gobierno municipal, desde la casa patronal de la finca, situaciones que no trascendían por la amistad de la familia con el gobernante de turno, Manuel Estrada Cabrera.
SECIÓN DE TERRENOS. Se supone, que fue Arturo Ramírez, con la venia del coheredero principal, José María Pinto, quienes cedieron a título gratuito, esa buena parte de terreno a los nuevos vecinos, hipótesis a la que se arriba, por la amistad y familiaridad  que vinculó a los hermanos Ramírez, con vecinos de estos lugares, pues aún cuando don Arturo era casado con doña Dolores Sosa Barillas, quien ya tenía a su hijo Arturo de sus apellidos, cuando vinieron por estos lares, dichos señores mantuvieron nexos sentimentales  con damas de la localidad, siendo así que por el lado de don Arturo nacieron: Rubén, Elvira y Victoria Marín Ramírez, procreadas con doña Domitila Marín hija de Cruz Marín, bisabuela de Mario Marin y trisabuela de Arturo Rodas Oliva  y,  por el de don Samuel, hermano del anterior, nacieron: Rodolfo, Manuel, Emma, Julio y Juventina Castillo Ramírez, procreados con doña Dolores Castillo Gallardo; y porque Doña Lola, tía Lolita, como cariñosamente llamaban  a la primigenia mujer de don Arturo (padre), se supone pariente de los Barillas del pueblo, que vinieron de Quezaltepeque. Esta distinguida dama, que se definía con toda precisión, como dueña también de la hacienda, no se sabe por qué motivo, abandonó la finca y se refugió en casa de los honorables esposos Venegas Gutiérrez, ascendientes de familias visibles actuales del pueblo, tal vez por familiaridad o amistad, en donde convivió por muchos años, hasta su fallecimiento, tras  larga enfermedad y pobreza en la década de los 20 del siglo anterior, no obstante que su hijo Fernando Arturo Ramírez Sosa, se desempeñaba en importantes puestos de la administración pública, pudiéndose decir que la abandonó a su suerte, siendo inhumados sus restos, en el cementerio local. Se intuye entonces, que la parte baja y calles principales del caserío o aldea El Jícaro en aquella época, a partir del callejón de la estación, para el poniente, hasta el casco de la finca, ahora, fue cedida y ocupada por parientes, allegados y trabajadores de confianza de la familia Pinto-Ramírez, pues buena parte de esos solares pasaron a ser propiedad de los Venegas, Barillas, Marín, Franco, Ramos y demás personas cercanas, incluidas por supuesto algunas venta de sitios para otras particulares después.
 LEGALIZACIÓN DE DERECHOS. Los terrenos inicialmente obtenidos, de una u otra forma, por los antiguos habitantes del municipio, especialmente los de la población, fueron legalizados por el Síndico Municipal de la época, en representación del Estado, Elías Saavedra Juárez, mediante escrituras públicas autorizadas por al abogado y notario designado José María Guerra, más o menos en el año 1931, durante la administración del ex presidente Jorge Ubíco.

La finca El Tintero permaneció confiscada por algún tiempo, en los inicios de  la administración del General Ubíco, posiblemente por represalia contra su propietario el ex presidente José María Orellana, de quien dicho sea de paso, aquel fue miembro de su plana mayor presidencial, siendo administrada durante el corto tiempo de confiscación, por Efraín Minera, hasta que fue  restituida a sus legítimos propietarios, años después, incluyendo la finca El Zope, en Sanarate.
NUEVOS VECINOS. Después de los anteriores movimientos, con la entrada del ferrocarril, por los años 1896 y 1908, El Jícaro con el transcurrir del tiempo, recibió un flujo que continuó por algunos años más, de inmigrantes de distintos puntos del país, especialmente de pueblos aledaños, que buscaron radicarse  en su seno, en razón del desarrollo que se vislumbraba, como en efecto lo fue, aunque varios lo hicieron tiempos atrás, siendo así  que se  contó  con la presencia de  honorables familias como los: Barillas, Venegas, Marín, Morales, Orellana, Castillo, Gallardo, Juárez, Saavedra, Guevara, Casasola, Núfio, Loreto, De León, León, Pineda, Paz, Chávez, Matías, Orellana,  Sandoval,  Pinto, Bracamonte, Clavería, Castañeda, Salazar, Macal, Quijano, Cordón, Fratti, Minera, Cardona, Alarcón, Espinoza, Barrientos, Páiz, Estrada, López, Terraza,  Ibáñez, Gálvez, Arriaza, Guillén, Falla, Rosal, Fajardo, Sierra, Ortega, España, Chew, Ramírez, Riley, López, Pérez, Alvarado, Flores, Marroquín, Romero, Alfaro, Carcáche, Portillo, Ayala, Carranza, Revolorio.
También: Rodas, Guerra, Franco, Chacón, Santos, Vásquez,  Ávila, Rodríguez, Peña, Zamora, Polanco, Ruano, Ramos, Franco, Ruíz, Méndez, Roldán, Aldana, Espino, Guerra, Mejía, Crúz.  Lários y otros muchos, pero las familias primitivas del municipio son: Morales, Gutiérrez, Marín, Oliva, Peralta, Venegas, Gallardo, Barillas, Ayala, y otros, que ocupaban la parte más antigua del pueblo, o sea del callejón conocido como de “don Elías”, en donde está el billar, ahora, hacia el oriente, incluyendo parte de Buenos Aires y Vista Bella, en esa línea, al límite del potrero de los herederos de Leopoldo Juárez, cuyas familias, las primitivas y las que llegaron después, se han multiplicado de generación en generación para darle al pueblo la enorme población progresista, que  ahora lo  constituye.
 El primer Casasola que vino a El Jícaro fue el Lic.- en farmacia Alberto Casasola y Casasola, procedente de Zacapa, casado con distinguida dama de la localidad, de la familia Morales Marín, dueño de la primera farmacia bien estructurada que hubo en la población, también fue diputado a la Asamblea Nacional Legislativa,, padres del doctor Carlos Alberto Casasola Morales; seguido de los padres de Rogelio y Abelardo Casasola y Casasola,  últimos nacidos en esta población, en las vecindades del más grande y añoso árbol de conacaste, a la par de la propiedad, ahora, de los herederos de Melecio Venegas Morales. Los Casasola de Fidel Egberto Casasola Venegas, mi padre, procede de San Agustín Acasaguastlán, de la misma familias de los anteriores, diseminadas por la región, aún cuando el primero de este apellido, dicen unos, vino a servir en la administración pública, procedente del virreinato de México durante la  época colonial, de donde regularmente venían todos los empleados y funcionarios del régimen, en ese entonces, y otros que, el primer Casasola llegó a Zacapa procedente de aquel país, como experto laborante en la construcción del ferrocarril, tramo Puerto Barrios-Zacapa más o menos por la década de los 80 o 90 del siglo 18, cuando se iniciaron esos trabajos.
ANTIGUOS VECINOS. Por supuesto que anterior a estos últimos, vinieron honorables personas, como los Juárez y Castillo, procedentes de Tocóy, hoy Morazán; Pinto, Ramírez, de Quezaltepeque y Saavedra, de Llanetíos, San Jorge, Zacapa, pero también aldeas como El Espíritu Santo, Los Bordos y Lodechina, bastante antiguas, fueron favorecidas con el ingreso de importantes familias de otros lugares como los Aquino, Luna, Hicho, Súchite, Ságüil, procedentes de Chiquimula; García, Juárez, Romero y Rodas, de Zacapa. Los Orellana del ex presidente José María de ese apellido, proceden de Casas Viejas, Guastatoya, El Progreso.
HOMBRES DE EMPUJE. De las anteriores es preciso reconocer, que verdaderos hombres de empuje lo fueron el grupo de los Orellana Acevedo integrado por José Martín, a la cabeza, seguido de de sus hermanos: Miguel, Francisco y Alfredo, procedentes de La Estanzuela, Zacapa, agricultores de primera línea por vocación, personajes rubios de apariencia europea, cuyo peculiar sello familiar se refleja aún en sus descendientes de últimas generaciones; Manuel Ayala (padre), del valle de  Ayala, de Nicaragua, república de Nicaragua, emprendedor de los buenos y Virgilio Sandoval, de San Luis Jilotepeque, juntamente con sus parientes cercanos Celia y Belarmina de los mismos apellidos, que radicaron en esta localidad, la primera de cuyas damas se hacía acompañar de su esposo Jorge Chew, padres aquí, de varios hijos que emigraron a Puerto Barrios. Y Don Gilo, como amigablemente le decían, a don Virgilio, radicó en Las Ovejas y casó con Doña Humbertina Cardona y a su lado fue incansable hombre de negocios, que vino a contribuir con su accionar en el desarrollo de la agricultura y ganadería del municipio. Gustaba montar buenos caballos, especialmente mulas que les servían de herramientas de trabajo y de paseo, manera vigorosa de ser, multiplicada con creces, a través de los años, por su prole en favor del engrandecimiento del municipio,  en otra clase de actividades, por supuesto. En su trato con sus semejantes para preguntar o responder á alguien usaba mucho la palabra amiguito, en señal de amistad. También llegó Manuel Cordón y Cordón, de la región de Zacapa, con grado militar, fue ayudante de la plana mayor presidencial del ex Presidente Lázaro Chacón, quien después de su estadía en la Estancia de la Virgen, de donde con su familia se establecieron aquí, por la educación de sus hijos y el trabajo tesonero en la agricultura y la ganadería, como otros tantos bien venidos vecinos, lo hicieron para dedicarse al comercio y la industria, etc.
ACTUALIDAD. Hoy, El Jícaro, gracias a todas esas incursiones, es un municipio pintoresco, lleno de vida y aspiraciones, con muchísima gente criolla y de allende sus confines, que se han  establecido aquí, en busca de nuevos horizontes, encontrando sanas maneras de subsistir, gracias a la hospitalidad de sus moradores, siendo visible a estas alturas, el progreso generado por el ingreso paulatino de nuevos compatriotas, que se describe naturalmente en el curso de este libro.

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