lunes, 19 de marzo de 2012

Capitulo II Demarcación Política


CAPITULO II
DEMARCACIÓN POLÍTICA


CREACIÓN.  El municipio de EL Jícaro, fue creado por acuerdo gubernativo de fecha 31 de agosto de 1908, cuando era aldea del municipio de San Cristóbal  Acasaguastlán, situación que fue objeto de una seria controversia entre ambos poblados que perdura en los anales de nuestra historia, por cuanto se impuso el derecho, la razón  y la justicia que a grado de adelanto reclamaron nuestros antepasados. Vista parcial de una de las calles del pueblo. 
Pertenecía en aquella época al   
departamento de EL Progreso, luego al dejar de ser departamento este último, pasó a formar                     parte del departamento de Zacapa y posteriormente fue segregado para anexarlo nuevamente al departamento de  EL Progreso, de conformidad con el decreto legislativo número 1965, pero en su condición de aldea perteneció siempre a  Zacapa, porque el municipio jurisdiccional, Acasaguastlán, también lo era.
MERECIDO ASCENSO. Las razones lógicas que impulsaron a los vecinos de El Jícaro, a promover su ascenso a municipio, fueron varias, dentro de los que destacan las siguientes: se contaba ya con edificio propio para alojar a la nueva entidad, comandancia local, escuelas de ambos sexos, telégrafo y correo diario de la capital, teléfono, centralización de fábricas de aguardiente, zona experimental de agricultura, estación del ferrocarril recién inaugurada y cuarenta caballerías de astillero del Sitio de Jesús en su propia localidad y era la aldea más grande e importante que se encontraba en el tránsito ferroviario  entre El Rancho y Cabañas. Y lo más interesante aún, amplio territorio, suficiente  población en términos reglamentarios, como requisito para ese fin, comunidad organizada, capacidad económica para sufragar sus gastos y patrimonio propio, elementos significativos muy válido dentro del  trámite, aparte del otro problema no menos crucial, como lo era el de estar de por medio entre Acasaguastlán y las aldeas que solicitaron la nueva entidad, el caudaloso río Motagua que en los seis meses de la estación lluviosa, imposibilitaba de manera formal la comunicación y nulificaba por consiguiente la acción rápida de la justicia, cuyos actos criminales en la aldea eran frecuentes, principalmente en los llamados estancos,  (cantinas de hoy), a tal extremo que a la comunidad se le llegó a llamar no en voz queda en la región: “El Rastro”, por las muchos muertes  violentas y otros ilícitos que se cometían.
Por tales problemas, el gobierno de entonces, se vio precisado, aun siendo El Jícaro aldea, establecer un Juzgado de Paz con competencia para conocer asuntos penales y civiles que administrara justicia pronta y cumplida, a tenor de la ley y por las mismas circunstancias, poco tiempo después, la Comandancia Local para celar el orden, a cargo del Mayor del ejército José Domingo Aragón González, originario de Uzumatlán, a  efecto de controlar en lo posible, la difícil situación que prevalecía, porque a las autoridades de aquel municipio, les era materialmente imposible hacer acto de presencia para la averiguación de los delitos, mucho menos para capturar a los malhechores, y en otros casos, para dictar las medidas de policía  y buen gobierno que ameritaban, para el logro de la tan deseada paz social. Y de esa cuenta, el gobierno de aquel municipio, nunca  pudo tener conciencia de los actos de sus dependencias, ni responsabilidad del desarrollo y destino de la aldea, no por falta de voluntad política ni del cumplimiento de sus deberes en sí, pues existían las mejores buenas relaciones entre ambas comunidades, por lazos familiares y de mutua amistad, sino por las razones naturales mencionadas y carencia de recursos económicos, lo que era un valladar comprensible.
EL FERROCARRIL. El establecimiento  del ferrocarril del norte, llamado después interoceánico, motivó al gobierno de la época, a la creación de varios municipios paralelos a la vía férrea, siendo así que nacieron el departamento de El Progreso, y los municipios de El Jícaro, Los Amates y Morales, los dos últimos en el departamento de Izabal, en vista que la actividad comercial de los poblados que atraviesa requerían la más próxima vigilancia de las autoridades, no solo para preservar el orden sino para encausar las diversas corrientes del desarrollo a un fin común, cuyos elementos de peso, que garantizaban el bienestar de la comunidad para levantar un centro de vida propio, mismos que nuestros antepasados tuvieron en cuenta, para gestionar la instauración de una municipalidad electa por el pueblo, capaz de promover el desarrollo social y económico, que le permitiera conocer libremente de los asuntos locales, en lo relativo a los ramos administrativo y judicial y, lo más importante, fortalecer su presupuesto para poder costear sus servicios.
Tales fueron los sólidos argumentos, que la autoridad superior aceptó sin reservas, para convertir la aldea en municipio, no autónomo en ese tiempo, por supuesto, como supongo se hubiera deseado, pues gobernaba una tiranía, para cuyo efecto, la Municipalidad de la recién creada entidad, tuvo que trabajar tesoneramente para evitar una eventual  posterior supresión, como ocurrió con  muchos municipios del país creados por clientelismo político en esas épocas, algunos de los cuales, el gobierno del general Ubico, con drástico criterio, en vez de fortalecerlos,  mandó a eliminar de un plumazo, años después, por soporte económico no generado, para poder funcionar. Sin embargo, el nuestro se mantuvo incólume, por la pericia y honradez de sus administradores, los primeros Alcaldes: Elías Castillo y Daniel Orellana, quienes le dieron forma  y lo encausaron por senderos de progreso y desarrollo, para ser como lo es hoy, un municipio próspero.
INAUGURACIÓN DEL FERROCARRIL. Esa obra de envergadura, que promovió por años el desarrollo de todos estos pueblos paralelos a la vía férrea y de todo el país, fue idea genial del presidente de la república, en ese entonces, General Justo Rufino Barrios, como parte de la revolución liberal de 1871, pero debido a su fallecimiento, fue concluida durante la administración también presidencial de su sobrino el General José María Reina Barrios, en cuatro etapas, con una duración mayor de diez años, así: Puerto Barrios-Zacapa, inaugurada el día 22 de noviembre de 1896; Zacapa-El Rancho y El Rancho-Guatemala, inaugurado y puesto en marcha el 19 de enero 1908, bajo la dirección de su propietaria la empresa norteamericana, Ferrocarriles Internacionales de Centro América y, mientras tanto, las mercaderías que venían de puerto Barrios a la Capital, eran descargadas en Zacapa y luego en el Rancho, al concluir aquél tramo, respectivamente, transportada en mulas y carreta de bueyes a su destino, en tanto se conectaba la vía con la capital de la república  y por último el ramal  del sur.
EL RANCHÓN. Cuando el ferrocarril avanzó en una de sus etapas de construcción, -de Zacapa a lo que actualmente es la pujante aldea El Rancho-, se instaló ahí temporalmente, una oficina del Estado denominada “Cambio de la Custodia y del Paquete”, algo así como una pequeña aduana, correo y transporte, alojada en un enorme rancho, construido específicamente para el efecto, de madera y palma, en las proximidades de la estación de esa empresa, para el control de la correspondencia y pago de impuestos de la mercadería que llegaba por ferrocarril procedente de los puertos del norte,  con destino a los demás departamentos del país, como punto terminal  provisional de convergencia de los caminos del Golfo, las Verapáces y Jalapa, de donde eran remitidos a la capital y otros destinos, por medio de acémilas, cuya dependencia, según se sabe, fue administrada en un tiempo, por el condueño de la hacienda El Tintero Arturo Ramírez (padre), teniendo su despacho  en el propio “ranchón”, como le llamaban, punto clave desde aquellos tiempos, de donde deriva  el nombre de El Rancho, aún cuando hay duda de que la existencia del mencionado “ranchón”, para los mismos fines, databa de la época colonial, anterior a la entrada del ferrocarril, para la distribución de la carga de los productos del golfo, al resto de la Nación.
EL TRANSPORTE. Mucho antes, el transporte de carga, del Golfo a la capital, se hacía por medio del rio Motagua, en canoas, hasta el puerto fluvial de Gualán y de este lugar, en mulas a su destino. Según rumores sostenidos por la tradición oral, en tiempos pasados, en una época del año, recién pasado los inviernos, cuando el río Motagua aún estaba crecido, el transporte fluvial por canoas impulsadas a puro remo, llegaba a la altura del entonces municipio de Santa María Magdalena, hoy floreciente aldea de San Agustín Acasaguastlán, donde se descargaba la mercadería, como en Gualán, rumbo a la capital. El citado municipio fue suprimido por acuerdo gubernativo de fecha l6 de noviembre de 1908, tomo 27 página 233 de la recopilación de leyes, por su débil estructura económica, que no le permitía mantener su administración como tal, pues  con la fundación de El Jícaro, un mes antes, ya no tenía razón de ser y, porque su única aldea,  el  Paso de los Jalapas, llamado en ese tiempo, El Paso Malena, pasó a pertenecer a El Jícaro. Parece increíble la llegada de canoas río arriba por medio de remos a estos lugares en aquella época, pero no, los hermanos Víctor y Narciso Flores,  las traían por esos mismos medios, yaz en tiempos modernos, remando desde el astillero, en Izabal,  para el servicio local en el Motagua, cuando no se fabricaban estos  aparatos por buenos carpinteros azueleros, en casa, como ahora.
COSTUMBRE ARRAIGADA. Segregado El Jícaro, de San Cristóbal Acasaguastlán, tuvo que pasar mucho tiempo, más o menos a mediados de siglo de su creación, para que una gran mayoría de residentes, se acostumbraran a  la nueva entidad, suspirando siempre ellos por aquel lugar, al cual cariñosamente llamaban “El Pueblo”,  su “meca querida”, a donde seguían yendo constantemente para tramitar, no legalmente, por supuesto, sus asuntos con las autoridades y, muy especialmente,  para asistir a su legendaria e histórica iglesia, a cumplir sus ritos religiosos, misas y procesiones bastante concurridas de la Semana Santa, que eran muy solemnes y  llenas de colorido; amén de aprovechar el tiempo  en esa localidad, para el resto de actividades tradicionales, tales como comprar tayuyos, pescado seco, quesadillas y marquesotes, en la plaza, incluso, algunos disfrutar de los juegos de azar en el atrio de su majestuosa iglesia de tipo colonial y, otros destrabados, desobedeciendo las reglas de la grey, de guardar esos días grandes para el culto católica, aprovechaban, en pecado, criticaban otros, para celebrar días de campo en ambas orillas del río Motagua y darse de paso, refrescantes chapuzones en sus limpias aguas, con el riesgo de convertirse en sirenas o en pescados,  según la creencia popular, así como para echarse los cutos, de repente, los adictos,  con bocas de pepescas anzueleadas y mojarras cueveadas.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     
Los lugareños, principalmente de las comunidades rurales del oriente del municipio, al referirse a ”Guaishtan”, lo hacían orgullosos,  llamándole en voz alta, EL PUEBLO, naturalmente, porque esa era su clasificación administrativa dentro del Estado, pero más que todo, creo yo, por su grandeza religiosa en ese entonces y porque todavía no había iglesia en el nuestro, hasta que se construyó modestamente el oratorio de la hacienda El Tintero, en la década de los 20 del siglo anterior, a partir de cuyo acontecimiento, empezó a mermar, poco a poco, la afluencia de la gente local, hacia aquella antigua población, acostumbrándose  en definitiva, los fieles, con el tiempo, a asistir al recién construido templo jicareño, pues aunque privado y sin párroco, era accesible para la colectividad y con mucha población devota, capaz de consolidar y dar la fortaleza necesaria a la religión local, ya con personas expertas para conducir el culto y catequesis a sus miembros, así como lograr y mantener la hegemonía del nuevo municipio, como en efecto  aconteció. La gente cuando se les  preguntaba a ¿dónde vas fulano?. AL PUEBLO, contestaba  felices con toda razón.
UN COLABORADOR NATO. Justo es reconocer post mortem, que el cerebro y motor, tanto de las gestiones de creación del municipio, como de la extensión y legalización del título del sitio  las Anonas o  de Jesús a favor de la municipalidad local, fue el Coronel Arturo Ramírez Sosa, condueño de la hacienda “El Tintero”, a la sazón diputado a la Asamblea Nacional Legislativa, por el departamento de Zacapa, en ese tiempo, quien condujo personalmente las gestiones a través de sendos memoriales dirigidos a su amigo y partidario, el presidente Manuel Estrada Cabrera, documentos bien redactados con argumentos sólidos sobre el tema, escritos a mano con rasgos bellos de  letra script, firmados por el grueso de vecinos de la aldea, entre ellos: Elías Castillo y Daniel Orellana, cuyas copias de archivo tuve la oportunidad de tener a la vista, guardados como reliquia histórica en la caja fuerte de la Tesorería Municipal, ojalá perduren aún, porque sería una verdadera lástima su desaparición.
El Jícaro está formado de la siguiente manera:            


POBLADO URBANO.

Pueblo: EL JICARO
ALDEAS:
El Paso de los Jalapas/ Las Ovejas (antes era finca)/ El Espíritu Santo/ Los Bordos de Barillas/ Lo de China/ Agua Caliente/ El Pino.

Una de las calles  de El Jícaro, con arboleda en forma de arco. CASERÍOS:                                                   La Palma/ Piedra Ancha,/ Las     
Chachas/Las Anonas/ Ojo de Agua/ Santa Rosalía/ El Tambor/ Las Hoyas/ San Cristóbal/ El Zapote,/ El Jabillo y La Pila de                                  Moscoso.

FINCAS.
El Tintero/El Zapote/El Quinto/San Francisco/El Conacaste/ El Tambor/Azuza y muchas más.
PARAJES.
Conacaste/El Remolino/Encuentros/El Coyol/Zorrilla.

OFICINAS PÚBLICAS. Luego de haberse organizado el nuevo Ayuntamiento bajo la supervisión de la Jefatura Política Departamental, empezaron a funcionar las oficinas municipales, bajo la administración del Alcalde provisorio, Elías Castillo, incluso el Registro civil, para asentar los actos concernientes al estado civil de las personas y tocó la suerte de primera inscripción de nacimiento a Mercedes Trigueros Hernández, nacida en la aldea las Chachas el día 4 de septiembre de 1908, hija de Antonio Trigueros y María Hernández. El primer deceso asentado correspondió a Nieves Ramírez Cruz, fallecida el 14 de septiembre de 1908 a consecuencia de fluxión, siendo hija de Anselmo Ramírez y de Julia Cruz. El primer matrimonio se verificó el día 19 de diciembre de 1908 y esa suerte tocó a los cónyuges Tomás Mejía Roldán y Santos Marín. Las partidas del Registro civil correspondientes a  las personas antes indicadas, llevan el número 1 de libros números 1 respectivos.
Los Registros Civiles de la República fueron sustituidos por el Registro Nacional de las Personas, como entidad autónoma, para asentar los actos civiles de los habitantes, lo que constituye una verdadera lástima en razón de que sus libros son patrimonio de los municipios como legado histórico y no de la Nación y corren el riesgo de desaparecer.
COMUNIDAD RECIENTE. A los anteriores poblados, se agrega la creación del más reciente y floreciente caserío, denominado Nueva Santa Rosalía, trasladado de su antiguo asentamiento en el altiplano del municipio, contiguo a la del Pino, situada ahora en un pequeño valle perteneciente al sitio de Jesús en las proximidades de las aldeas Lo de China y Los Bordos, cuyo proyecto fue promovido  por la iniciativa privada local, dotándola de los servicios básicos y  modernas construcciones, así como la reestructuración física del también caserío Las Anonas, con la  ayuda económica de una ONG., denominada “El Plan International”. Ambos proyectos, fueron llevados a la práctica,  bajo la  autorización y supervisión  del alcalde Jesús Alberto Cardona Castillo y del vice-alcalde José Gutiérrez Juárez, quienes fueron parte importante de la creación de esta comunidad.  En las proximidades de ese caserío  en territorio del Sitio de Jesús, existió en tiempos pasados, tal vez de  la  colonia, un convento de monjas, pudiéndose identificar, hoy día, restos de los  cimientos de la construcción que lo albergaba, se supone, dependiente del curato de Acasaguastlán.


                    Barrio  La Quebrada, al fondo la montaña El Merendón                                                                                   

 Calle principal de la población.
BARRIOS DEL PUEBLO. La Cabecera municipal para su administración está dividida en los siguientes barrios:
EL CENTRO. Llamado así por ser la parte céntrica de la población;
ESTACIÓN. Por ubicarse en sus inmediaciones la estación del ferrocarril,  ahora en ruina;

LA QUEBRADA. Por encontrarse próximo a una quebrada denominada de “EL Orégano”, que desagua en el rio motagua, 
Frondoso árbol de tamarindo en el barrio Estación.  
antiguamente ocupado exclusivamente por trabajadores de El Tintero.



BUENOS AIRES. Como su nombre lo indica, se llama así por los agradables vientos que  en su área soplan, dada su altura, el cual le fue asignada por el recordado ex secretario Municipal José María Vásquez, originario de Jocotán, Chiquimula, quien para mayor satisfacción del deber cumplido, sembró la CEIBA, nuestro portentoso octogenario Árbol Nacional, que en el mismo se ubica, precisamente el día de su inauguración,  un día del árbol 22 de mayo de 1929, y que hoy, con sus 70 metros de altura, con ese follaje verdoso que le es propio, constituye una verdadera expresión de belleza, agregada su magnífica sombra, bajo la cual se cobijan y abrigan los parroquianos para descansar y meditar, dando paso a la tertulia cotidiana y, a la vez, un bonito paraje que sirve de pequeña plaza en tiempos de fiesta; testigo mudo de muchos acontecimientos del barrio, ocurridos al paso de los años, incluidos los solemnes actos de su iglesia católica y célebres competencias de basket y foot ball y del bullicio de los niños de  las escuelas, ahora, y  celoso guardián también, que, a pesar de la lluvia y el viento que golpean su ser y lo añoso de su existencia, se mantiene  robusta, útil ahí, en el suelo barroso que le da la vida, no así su compañero el guayacancito, amigo de los mirones del foot ball, plantado en sus cercanías, que también daba sombra, mano cruel su vida cortó para siempre.
 En el verano, la reina petandra alegra el ambiente y despierta la curiosidad de la chiquillada, con el fenómeno natural de dispersión de sus semillas, convertido en juego de competencia, para saber quién de los del grupo, con la gritería que les anima, captura, sopla y eleva más alto,  la delicada pelusa blanca de 

Ceiba en el barrio Buenos Aires, a la izquierda 
Pila circular todavía por los  años 50 del siglo pasado.   

las borras de algodón que expelen sus frutos, que como nieve es  transportadas por el viento a la distancia, llevando en los fragmentos desprendidos, la simiente que perpetuará su especie, al caer  y germinar en  tierra fértil, cuyo producto, léase  algodón, igual al de su  pequeño primo, el murrul, sirve para fabricar almohadas caseras.


 Casi bajo su amplio ramaje, se construyó, no sé si adecuadamente o no, por el peligro que pudiera el mismo representar, un pequeño bonito edificio, especie de kiosco, que sirve de tribuna para los actos públicos. Grato de recordar es la fiesta titular de este barrio que se celebraba del 1 al 4 de mayo 
Pequeño y moderno kiosco, contiguo a la ceiba   
e iglesia   Católica en el barrio Buenos Aires.  
de cada año, con motivo del día de la Santa Cruz,  
la cual era muy concurrida y alegre, autorizada dicha celebración, por Acuerdo Gubernativo de fecha 30 de mayo de 1931, pero con el tiempo                                 dicha      festividad dejó de funcionar.
COMPRA DE TERRENO. El terreno que ocupa ese barrio, fue adquirido con fondos del Estado,  durante el gobierno del general José María Orellana Pinto,  por compra efectuada a los propietarios de la finca el Tintero, para cederlo enseguida a título gratuito a la Comuna local, con la finalidad  de asentar en igual forma, en lotes sin costo alguno, a regular número de vecinos con familia, que carecían de vivienda, a manera de ensanchamiento de la población,  según acuerdo Gubernativo de fecha 10 de noviembre de 1925, tomo 44 pagina 39, de la recopilación de leyes, magnífico gesto del paisano presidente, pero también de la Municipalidad local.
En el citado barrio, existió contiguo a la ceiba y la iglesia, al poniente, un parque infantil dotado de toda clase de juegos mecánicos: columpios, resbaladero, paralelas, con sus respectivos sentaderos de concreto, etc., que alegraba y fortalecía la salud física de los niños del barrio, construido por la municipalidad de 1962, que yo presidí, derribado por disposición arbitraria del Alcalde interino Gaudencio Morales. Fue asiento también  ese barrio de las canchas de foot y basket-ball, trasladadas hace algunos años a al potrero “Las burras” de la hacienda El Tintero, para dar cabida a la construcción de varias escuelas, que ahí funcionan; lo mismo que una hermosa pila circular tipo fuente, cuya fuerza del agua la hacía subir a más de dos metros de altura, de donde los vecinos se proveían de ese preciado líquido para surtir sus necesidades, usando unas cañas improvisados de bambú y chimilile que conectaban a los chorros de salida, no solo por lo distante de estos, sino para evitar mojarse los usuarios con la dispersión del agua provocada por el viento, cuya obra de la primera agua potable del pueblo, engalanaba el área, en mala hora destruida sin justificación, por funcionario edil alguno, en menosprecio del vecindario y de los monumentos históricos, y era un sitio alegre de aglomeración de gente a buena mañana, en donde se sabían los chismes del día y se observaban, de repente, riñas callejeras por la disputa del agua.
En este lugar vivía una señora llamada Gabina, bastante bromista, que decía malas palabras, por ser así su manera de ser, pero no ofensivas, por el contrario,  bastante simpáticas que gustaban y hacían reír a la gente. La Doña era la encargada de hacer y vender el requesón del suero que sobraba de la fabricación de lácteos de la hacienda El Tintero, en cuya casa, a partir de las cuatro de la tarde, se congregaba regular número de vecinos y deportistas a degustar este delicioso bocadillo, con tortillas calientes salidas del comal, y tanto ella, como otra señora llamada Leonor, a quien llamaban  “Noy”, que moraban precisamente, atrás, pegado a los marcos del campo, quienes constantemente protestaban por los trallazos de las pelotas que caían sobre sus casas, en las prácticas o partidos de foot ball, cuya última buena dama, no me podía ver ni en pintura, y me trataba de “boca peishte”, pues cada vez que “sin querer, queriendo”, como dice el ”Chavo del ocho”, por mala suerte  dentro juego, dirigía un “shutazo” a la portería, que no atrapaba el portero iba a pegar directo a  la casita de doña “noy”,  porque enfrente estaba el marco, salía ella inmediatamente corriendo encolerizada con justa razón, para decirme cosas “bonitas” y hasta tirarme agua caliente, actitud que asumía también con otros jugadores, naturalmente.
VISTA BELLA.  Llamado así, por ser el lugar que ofrece la belleza panorámica de la población, de donde se divisan, además, en la distancia, en el horizonte de las montañas de Las Minas y del Merendón, lindos paisajes de colorido profundo, que reflejan la realidad del medio ambiente, surcado de nubes finas de distintos matices de color o fulgurantes celajes cobrizos, en los atardeceres.
VISTA BELLA ARRIBA. Barrio nuevo en vía de formación, sin nombre conocido, que he bautizado yo como Vista Bella Arriba, situado en las lomas del terreno de Chilo Morales, rumbo al Espíritu Santo, con una  hilera de bonitas casas.
BARRIO AGRARIO. Nombre algo curioso, que le fue asignado por haber sido ocupado por un grupo de campesinos durante el gobierno de Jacobo Árbenz Guzmán, que necesitaban albergue, por el año de 1952. Este terreno era propiedad privada del Licenciado Carlos Jiménez Peralta, quien a pesar de sentirse lesionado en  sus derechos e intereses, máxime tratándose de una herencia materna, desbordando su cualidad de Don de gente y su deseo de compartir con la gente pobre, porque también él creció en esa condición, no hizo ninguna reclamación legal al respeto, por el contrario, se alegró y le agradó el nombre simpático dado a esa comunidad.
LA ARENERA.  Establecido  en las últimas décadas, llamado así, porque  ahí había una arenera, que surtía de este material al vecindario para construcciones locales, fundado por iniciativa y dictamen favorable del Síndico Municipal de ese entonces, Fidel Egberto Casasola Saavedra, con aprobación del Concejo, ahora bastante poblado y con sus servicios esenciales, asentado en terreno privado que dejaron abandonado por años las hermanas Gumercindo, Silvia y Marcolfa Gutierrez.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          
EL ZAPOTE ARRIBA. Es un caserío que se empezó a formar a inmediaciones de la carretera Interdepartamental, entre las aldeas El Zapote y El Paso de los Jalapas, en el año 1961, cuyos primeros lotes fueron cedidos por la Municipalidad de ese entonces, aún con la oposición de los dueños de los terrenos 
Quiosco parque antiguo 12 de Octubre de la Localidad.  
privados colindantes, el problema ahora, son la cantidad de túmulos construidos en buena 
parte de esa carretera que obstaculizan el tráfico normal de vehículos.
En las proximidades de la carretera entre El Paso y Las Ovejas, se ubica la colonia “Mitch”, llamada así por albergar a mucha gentes que fueron afectados por la tormenta de ese nombre, ocurrida en el mes de octubre de 1998, mandada a construir por el Gobierno de la República.

Respecto de los caseríos y aldeas que se han formado últimamente, conviene que la Municipalidad, legalice conforme a la ley, esos poblados, emitiendo los respectivos acuerdos, que                           
deben ser publicados en el Diario Oficial para que tengan plena validez, informando de ello a las instituciones del Estado competentes, a efecto de que tales modificaciones se anoten como oficiales en los registros estadísticos, geográficos, de mapeo y otros de interés para los habitantes y del país.
LA CABECERA MUNICIPAL. Cuenta aun con sus siete callecitas, igual número de avenidas y varios callejones, antes  ornamentados de esbeltos cocoteros, palmeras, almendros, truenos, jocotes, morros, amates y acacias, por doquier,  en franca custodia de su tranquila madre tierra, que extendían su extraordinario ramaje al visitante, en cordial saludo de bienvenida y de hospitalidad, algunos regados de paso con el agua que rebalsaba de las pilas de las casas, que salía a las calles a flor del suelo y otros arbolitos especiales asistidos por sus propietarios.
Esos arbusto, ya dañados por la acción inexorable del tiempo, fueron sustituidos por otros, de singular belleza, especie de ficus, también llamado naranjillo, que pasado el terremoto que asolo el país en el año 1976, planto el maestro José Gilberto Orellana Rosal, de semillas traídas de Guastatoya, perfectamente adaptadas al clima, con sus alumnos de la escuela primaria local, que igual a los anteriores, dispuestos en valla están, formando arcos con una imagen espléndida,  al entrelazarse las ramas de unos y otros, a lo largo y ambos lados de sus bien trazadas callecitas, asfaltada la principal, otras adoquinadas o de pura tierra las otras aún, a manera siempre de buen recibimiento, con su bello follaje verdoso radiante y elegantes racimos colgantes, de frutillas amarillas, cuales perlas en zarcillos de oro incrustadas, para exhibir con su encanto a propios y extraños y prodigarles su exquisita sombra.
Refugio además, de multitud de pajaritos de diversas clases, y geckos, que en ellos se hospedan, en continuo concierto gratis, alegrando con el bullicio de sus melodiosos cantos, los contornos de las vecindades, sin que patojo alguno, honda en mano, se atreva, como antes, a ahuyentarlos o hacerles daño, por cuyo privilegio viven allí, nutriéndose de esas llamativas pelotitas, y como graciosa recompensa, cuando algunas gentes descansan al abrigo de dichos arbustos, costumbre bastante frecuente en el pueblo, de sacar sillas a la acerca, en busca de lo fresco para capear  un tanto el calor, esas avecillas traviesas, brincando de rama en rama, sin avisar que algo va, descargan de repente, una porción de aquello que no pueden ya retener en sus pequeños intestinos, o sea, una inofensiva cagadita, detectada la acción, al instante de sobarse alguien la cabellera o descubrirse el sombrero u observar con gestos de aceptación o desagrado, la vestimenta embadurnada, de la fichita blanca, dejada como recuerdo y, ellas como si nada, continúan el ritmo de su instinto.
EL PARQUE CENTRAL. Con su elegante kiosco, artísticamente decorado con los signos del pentagrama, primero, y su hermosa pérgola, después,  ambos, se utilizaron en su tiempo, como tribuna pública del pueblo y, además, sitio de deleite en las noches de  concierto, engalanado con sus arriates de vistosas flores que exhalaban la pureza de su exquisita aroma; de su esbelta casuarina, que erguía su pelambre verdosa como pretendiendo, con el ímpetu de sus finas ramas,  alcanzar el cielo. Igualmente, su ornamental y simbólico árbol de chico, que con sus hojas siempre verdes, vivito y coleando todavía esta, dando frutos maduros caídos, para quien  por suerte, los recoja primero por la mañana, en época de cosecha, así como sombra para todos, inclusive, guarida que fue, del anciano de las regalías, el simpático “Santa Claus”, que por años para los niños bajo su fresco follaje posó, iluminado con foquitos de colores en la esperada noche buena,  llamado por ello ,“Árbol de Navidad”. Actualmente, gracias al esfuerzo de Valeriano Pérez y su grupo, se realizan algunos conciertos de marimba, pero sinceramente, no como en épocas pasadas, que eran frecuentes y concurridos.
Su elegante pila circular, especie de fuente tipo español, construida en tiempo de los Intendentes, en la administración de Jorge Ubico, derribada inútilmente,  de cuya amplia copa Barroca, en flamante borbollón, brotaba el agua cantarina, acariciando con la brisa, gotas menudas esparcidas y suave murmullo, los multicolores componentes del jardín, en las auras tibias, surcado de marfileños confidentes para uso de los asistentes, eran atributos que realzaban antaño, el ornato del parque local.
Nuestro pequeño centro de distracción, tiene por nombre actualmente,  “Parque Centenario”, en honor de los cien años cumplidos de creación del municipio, varias veces remodelado, lastimosamente, ahora, sin  la exuberante vegetación de antes, elemento importante en una área recreativa, no solo por su belleza, sino por la oxigenación del medio, muy diferente de las armazones de concreto, de arquitectura foránea, con expresión insulsa que proyecta ahora, aunque moderna dicen algunos. Este recordado parquecito ha tenido tres nombres: 12 de octubre, en homenaje al día de la raza; Francisco Guerra Morales, en honor de este personaje ilustre, hijo del pueblo y, últimamente, Centenario, denominación última que no comparto, no por el nombre en sí, sino porque fue asignado antojadizamente, porque a alguien particularmente se le metió la idea, sin respaldo legal, a través de un acuerdo municipal razonado, a cambio, y porque se dio en  menoscabo, sin justificación, del nombre del paisano notable que ya ostentaba. A mi criterio, para resaltar y perpetuar el homenaje efectuado, centenario de creación, lo ideal hubiera sido hacer abstracción del parque, porque este no tiene aún cien años  de construido, pues   mucho antes ese espacio era un simple patio de escuela, y  honrar esa efemérides con algo más amplio, solido y significativo, EL JIICARO CENTENARIO, por ejemplo, utilizando ese nombre como lema en todos lo referente a El Jícaro, actos públicos, incluso, en la correspondencia oficial de la Municipalidad y de sus instituciones de apoyo. Porque si no se emitió acuerdo municipal al respecto y no se publicó en el Diario Oficial, por ser este de carácter general, ese nombre carece de validez legal, prevaleciendo el nombre anterior, pues es la Municipalidad la única facultada para el efecto.
CASAS ANTIGUAS. Lo autóctono y lo moderno, estaban al unísono en sus viviendas, dada la construcción, digamos relativamente moderna, de su nuevo edificio municipal, y de sus antiguas casitas blancas, en fila, a ambos lados de las calles, con cal criolla y sabia de tuno viejo convenientemente enlechadas, con amplio corredor hacia la calle, la o las hamacas al medio, colgadas de las vigas, para el descanso cotidiano, y altos tapiales de adobe construidos a su  alrededor, con su albardón de teja, tapizados de filosos chayes de diversos y vistosos colores, en la parte superior, como se acostumbraba, como medio de defensa para prevenir el ingreso de presuntos intrusos, sembrado como estaba el patio trasero, con los tradicionales árboles frutales, jardinería diversa, plantas medicinales y arbustos ornamentales de olores agradables, como el “maderas de oriente”, que  abundaban e inundaban el ambiente, que en muchos casos constituían pequeñas huertas, en donde se cosechaban yerbas, legumbres y  verduras para el sustento, regados con el agua de pozos artesianos en cada casa existentes, sin faltar los elevados cocoteros con sus gajos de frutos colgando, a los lados, más de un limonero y alguna que otra mata de chiltepe, todo lo cual daba prestancia a los frescos patios interiores de las casas, convertido en un verdadero vergel que  aprovechaban innumerables pajaritos, abejas y mariposas para chupar la miel de las flores; lagartijas, garrobos y el loro parlanchín en su jaula, hablando bobadas, los habían para compartir el espacio y pasar el rato, alegrando con su presencia, trinos y zumbidos, el ambiente rural de las viviendas.
Se recuerdan también, con cierta nostalgia, sus ranchitos de palma y de bajareque, resistentes a los terremotos, ventilados y sabrosos,  aperados con sus camas de varas, especialmente de chimilile, con su cocinita, poyo, molendero y hornilla de lodo, anexos, donde moraban nuestros labriegos, que al canto del primer gallo abandonaban la placentera hamaca, para ir al potrero al ordeño cotidiano o a sembrar la simiente para el mañana, como fuente de vida familiar, bañando cada surco con el sagrado sudor de su frente, como buenas maneras de la civilización e idiosincrasia de sus habitantes. Otra buena forma de edificar, nos hace recordar a antepasadas generaciones de época colonial, que poniendo de relieve su temperamento, se esforzaron para levantar un centro de vida y desarrollo colectivos en lo que hoy es nuestro pueblo, como lo hicieron también tribus primitivas  relevantes que se establecieron aquí mucho antes y en todo  el valle del Motagua, que más tarde nos dejarían como preciado legado, orgullo para los jicareños de hoy, inclusive, tesoros escondidos en montículos de varios asentamientos antiguos, que son objeto ahora de investigación. Este contraste, nos da la idea de la apacible vida y progreso constante de los moradores. Así se presentaba antes El Jícaro, pero tuvo repentino cambio en su estructura física, a raíz del terremoto de l976, tal vez  ahora, materialmente mejor que antes, arquitectónicamente hablando, pero a costa del dolor y sacrificio causado por esa tragedia. LEER MAS ADELANTE LA OCURRENCIA DE ESTE FENOMENO. 
ÁRBOLES DESAPARECIDOS. Algunos árboles importantes que le daban vida y elegancia al parque, incluyendo los de pinabete o casuarina, eucaliptos y un centenario amate, así como la pila  circular, especie de fuente, estilo español, muy hermosa por cierto, desaparecieron para dar paso a las remodelaciones acertadas o no, del parque actual. En esta área, al sur, mucho antes existió la 
Parque Central remodelado, hoy Centenario.                          Auxiliatura Municipal, cuando el Jícaro aún era aldea y después la escuela para varones e inadecuadamente pegaditas, las mal olientes a orines de los reos y los niños,   cárceles             públicas, por muchos años, porque no había otra forma de hacer pipi. El arbolito de chico que daba por talado, aun permanece  en su lugar, cumpliendo su función ecológica y de ornamento, pero ojo, no faltará alguien, que pretendiendo hacer algo “bueno”, lo mande a derribar hasta con el tiro de gracia, como ocurrió con los anteriores, así como el de amate con raíces anormales aéreas o bejucos naturales colgantes, de la parasitas de mata palo, en su copa, pero que le daban vista y belleza, de donde nos prendíamos, columpiábamos, y hacíamos piruetas, los alumnos de la escuela, árbol fronkdoso que estaba protegido por un redondel de cemento de dos escalones, bien ornamentado, a manera de  sentadero público para los paseantes, los que antaño existieron en dicho sitio de recreo.

CAMINATAS. Antiguamente, las caminatas se hacían a pié, a lomo de mulas o en carreta de bueyes  y a cada cierta distancia habían parajes, estancias o caseríos,  en donde los transeúntes acampaban para pernoctar y descansar, cuyo momento aprovechaban para pastar a sus caballerías, siendo así, que muchos viajeros al pasar por esta localidad, regularmente se guarecían en bien plantados árboles de jícaro, convertida entonces, en punto adecuado para pasar el rato, de hecho, bien conocido por los caminantes por la fama de su hospitalidad, del cual se deriva precisamente el nombre del municipio o para disfrutar de la sombra de añosos y frondosos tamarindos o de amates que los habían en abundancia, especialmente cuando se dirigían a la Basílica  y Santuario de Esquipulas, villa acertadamente hoy nombrada la Capital Centroamericana de la fe, en alegres romería; incluso, por aquí pasaban buscando el vado más conveniente del río Motagua para dirigirse al norte, los muleros que comandaba  el negro Macao en tiempos de la colonia, de la empresa de transporte de carga de esa índole, propiedad del español Juan de Palomeque, que venían de la capital hacia el golfo y viceversa, en la actividad del transporte de mercadería, que refiere en sus relatos el historiador José Milla, así como los viajeros de ultramar para dirigirse a la bahía de Amatique, que preferían esta área para atravesar el río, por los buenos  vados que ofrecía,  y  de esa cuenta, la importancia de El Jícaro, desde tiempos remotos, antes y después del régimen colonial.
ROMERIAS. Mucho tiempo después, antes de que se construyera la carretera del Atlántico, las romerías al Santuario de la Fe,  muy especialmente para el 15 de enero, de cada año, se efectuaban a pié, en su mayoría, gente pobre y a quienes siendo acomodados, les gustaba el ejercicio, el ambiente campestre o la aventura, y  en transporte motorizado, recientemente en boga, quien tenía posibilidades económicas o no podía hacerlo de aquella manera, utilizando en ambos casos,  la carretera  interdepartamental nuestra, que comunica con Zacapa; caravanas integradas  por peregrinos del centro, sur, y occidente  de la república, lo mismo que de las Verapaces y hasta del extranjero,  pasando por aquí, no solo por ser más corta la distancia, sino por lo directo del camino, utilizando o no, el  puente de El Rancho, sobre el río Motagua, situación que aunque alegre y de beneficio para el comercio local, pues aquí hacían escala los viajeros para dormir y comprar algunos alimentos, era bastante molesto para el vecindario, por el mucho polvo que se alzaba de los cientos de camionetas que pasaban y el peligro que representaba, especialmente para los escolares, el enorme movimiento vehicular.
DORMITORIO IMPROVISADO. En esos tiempos, como no existían hospedajes formales establecidos, era frecuente ver las tendaleras de peregrinos durmiendo en los corredores de las escuelas y del mercado de la localidad, sin ningún temor de que se les violentaran sus derechos humanos, porque había orden y tranquilidad, de donde se abastecían de artículos de consumo diario y frutas, para luego salir contentos al día siguiente de madrugada, entonando cánticos y rezos alusivos a su religión. También se hacían romerías utilizando el ferrocarril, hasta Zacapa, y de allí, en camioneta a la Santa Catedral, por supuesto, que en esos tiempos tenía mucho mayor arraigo la religión católica y por ello las bullangueras y multitudinarias peregrinaciones. Y de regreso, lo mismo, bien adornados los vehículos con gusano de pino pintado de vistosos colores y los feligreses de a pie alegres igualmente vistiendo elegantes charras llenas de recuerdos consistentes en trenzas de tusa a manera de empaque repletas de dulcitos en su interior y cajillas de conservas, así como unas frutas amarillas llamadas “chiches” que colgaban como adorno de los sombreros, y demás regalitos que llevaban a su destino, siempre cantando alabados y plegarias de buena venturanza, llevando consigo también los cohetes que reventarían a su llegada, dando gracias a Dios por su visita al señor de Esquipulas y de la  agradable peregrinación de regreso, sin novedad. Hoy se supone que es lo mismo, pero el recorrido se hace por la carretera del Atlántico, pero al darse cuenta que nuestra carretera interdepartamental está asfaltada hasta Zacapa, seguramente se recuperará ese tráfico tradicional de antaño, con economía de diez y siete kilómetros y con menos peligro.
SERVICIO DE CANOA. Esta pequeña empresa funcionó, hasta inmediatamente después de la inauguración del actual puente, para el transporte de pasajeros, y poder atender el flujo de personas que venían de las comunidades situadas del otro lado, a hacer sus compras a El Jícaro, que antaño era centro comercial de importante, claro está, por la presencia del ferrocarril, y de aquí, para allá dentro de ese mismo intercambio de cosas, pero más que todo, nosotros, a tomar camioneta a la ruta del Atlántico, con destino a la capital o lugares del nororiente. Este servicio inicialmente fue propiedad de la finca La Cajeta, teniendo como remeros a los señores Andrés Páiz y Meregildo Sagastume y, últimamente, propiedad de los hermanos Víctor y Narciso Flores, lo mismo que de Miguel, hijo del primero, teniéndose conocimiento de varios accidentes, al volcar las pequeñas barcas, que han costado la vida de algunas personas, por cruzarlas con el río crecido y el sobre peso, desapareciendo las canosas en la inmensidad de las aguas, pero repuestos de nuevo, para seguir prestando el servicio. El puente de referencia, desafortunadamente, fue destruido por las enormes crecientes del Motagua, derivadas de la tormenta Agatha que azotó el país en los últimos días de mayo de 2OlO y  mientras tanto, la travesía se hacía por medio de un sistema, inventado de urgencia por alguien curioso vecino, consistente en un cable aéreo atado de lo que quedó del puente, a un fuerte madero del otro lado del río, un cajón de transporte y una garrucha halados de ida y regreso, pero luego vino una canoa, mandada a hacer por un buen muchacho Zamora, hijo de Vilma Orellana y, actualmente, el cruce del río se hace por una rampa provisional enganchada a la armazón que quedó en parada, de dicho puente, que atinadamente mandó construir la Municipalidad.
TRANSPORTE DE CARGA: Éste se hacía en bestias y carretas de bueyes, para dentro y fuera del municipio, local digamos, cuyo trabajo era desempeñado por personas que criaban y cuidaban esos animales, pero también  se hacía a puro  lomo o espalda de seres humanos utilizando el mecapal, a manera de tlamene, para lo cual estaban disponibles, previo pago  de sus honorarios, por supuesto, 
Desaparecido servicio de canoa, hasta antes 
de la inauguración del puente.      
unas buenas personas de nombres Casildo Orozco y Pio, 
cuyo apellido no recuerdo, y Santos Pompón, quienes trasladaban a puro “tuto” los bultos                                  encomiendas que se les confiaban por pesadas que estos fueran y lejano el lugar de destino. Luego vino el ferrocarril y ahora, tiempos moderno,  ese sistema anticuado de carga   ha desaparecido, haciéndolo por medio de picops. Un señor llamado Gabino, a quien burlescamente le decían “el correo de guaishtan”, que apedreaba a los patojos que lo jodían, llevaba diariamente de la oficina local, a puro tuto, el correo nacional destinado para San Cristóbal Ac.   
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MAQUINARIA ANTIGUA. A la altura del puente actual, a unos cincuenta metros, al oeste, de este lado del río, existió una estructura mecánica, ahora, presumiblemente, soterradados o arrancados de tajo, rumbo al mar, por las fuertes crecientes del Motagua, conformada por una especie de polipasto mecánico, conectado con otra maquinaria situado del otro lado del río, debajo de una enorme ceiba que había allí, cabal en el callejón que en ese tiempo conducía a la aldea La Estancia, pasando por las viejas carretera hacia el nororiente, que servía para hacer cruzar el río, por medio de cables colgantes, de ida y regreso, los camiones cargados de madera procedentes de la finca La Cajeta, propiedad del ex Presidente Lázaro Chacón, para ser descargados en el patio de la estación del ferrocarril y su consiguiente embarque por esa vía, rumbo a la capital de la república, en una época de mucho trabajo para los lugareños, aparato que era operado por un experto gringo, llamado Mr. Frank, que se encariñó con el pueblo y que vivió por mucho tiempo en unas casita de bajareque propiedad de Armando Chew, contiguo a dicha estación, cuyo actividad hizo que los herederos de don Lázaro, construyeran aquí una elegante casa tipo español, destruida por el terremoto de 1976, ubicada, en lo que ahora, es casa de mi propiedad y de mi hermano Roberto. Entre el callejón de los herederos de Carlos López, el de mi hermano Roberto y la calle principal, en donde estaba la casita de Armando Chew, en la que vivió el gringo mencionado, este construyo contiguo una bonita casa de madera, de dos niveles, que la empresa de los ferrocarriles, con el respaldo de la dictadura de Ubico, mandó a derribar sin mayores trámites, alegando haberse edificado esta en terreno de su propiedad, sin embargo la casita vieja antigua se salvo, pero lo curioso del caso es que, en toda esa franja, anteriormente, ya estando el ferrocarril, habían ranchitos, incluso, la primera escuelita de la población. Allí mismo, existió por años, un frondoso árbol de tamarindo, quizás el más viejo de todos y un enorme trueno, que mando a botar precisamente Armando Chew para edificar la casa derribada mencionada. 

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