CAPITULOXVIII
FENÓMENIS NATURALES, PLAGAS, EPIDEMIAS
Y OTROS HECHOS
A través de los años en el mundo y este país
han ocurrido hechos y tragedias que han afectado la salud de los habitantes del
municipio, con pérdidas humanas y materiales, considerando de importancia dejar
constancia para conocimiento de la posteridad, de algunos de esos
acontecimientos de los que se tiene conocimiento, a través de la tradición oral,
los más relevantes, así:
INCENDIOS: A lo largo de su historia, en El Jícaro han ocurrido muchos
incendios, tanto en casas de habitación como en terrenos particulares, debido a
descuidos, especialmente por las “rozas” o “quemas” que hacen los agricultores
en la preparación de las tierras para la agricultura, al no hacer las “rondas”
adecuadamente, hechos que aparte de la aflicción de los afectados y pérdidas
materiales, no se sabe de alguna víctima mortal; pero más o menos por el año
1948, ocurrió uno de éstos de regulares proporciones, cuando un cisterna,
halado por un convoy ferroviario, con dirección al norte, con motobomba
adherida repleta de herbicida, para matar el monte tupido de ambos lados de la
vía férrea, en el switch de entrada al patio de la estación, se incendió a
causa de una enorme braza botada por la máquina al hacer contacto con el liquido inflamable de la bomba, y aún
cuando lo desconectaron a tiempo del resto del tren, desenfrenado éste, pero
cerradas de inmediato las llaves de la bomba, por mi padre Fidel Egberto Casasola
Venegas, quien dicho sea de paso se quemó las manos, pues ya en llamas dicho
tanque, se detuvo por desgracia, mero enfrente del edificio de la estación de
madera de la empresa, la que inmediatamente cogió en llamas, destruyéndola
totalmente, suceso que hubiera sido catastrófico de no haberse cerrado a tiempo
las llaves de salida del combustible, por mi citado padre, quien se encontraba
cerquita del teatro del suceso junto a otros mirones. Este convoy llamado por
la gente “La mata monte”, pasaba cada año haciendo este servicio.
EPIDEMIAS. Hasta cuando alcanza el
conocimiento de anteriores generaciones, se sabe que por la década de los 20
del siglo pasado, hubo una enfermedad denominada “Cólera” que se expandió por
todo el municipio matando a numerosas personas, y que ante la gravedad del
problema las autoridades como medida preventiva ordenaron que los fallecidos
fueran inmediatamente enterrados, en el cementerio local por cuadrillas de voluntarios
(forzados y sin protección) organizadas al efecto, transportados en simples
tapescos porque no había tiempo para hacerles su caja mortuoria, habiéndose
dado casos de que cuando los llevaban rumbo al cementerio, a medio camino,
revivían los supuestos difuntos, que al ser bajados por sus cargadores, la
emprendían de regreso a casa o les golpeaban las cajas pidiendo auxilio, porque
aun estaban vivos. Cosa igual sucedió cuando la epidemia de la fiebre de
“Tifoidea”, casi en la misma época que la anterior, en que la medicina y los
controles de estas enfermedades desafortunadamente estaban en ciernes,
diezmando la población y posteriormente la peste Bubónica.
Esta región, aunque no en forma de
epidemia, fue atacada por la enfermedad del paludismo, a causa de la cual
fallecieron muchos habitantes pues en casi todos los hogares, más de un
familiar fue objeto de la misma, la que actualmente está casi desaparecida.
PLAGAS. Se cuenta que más o menos por la
década de los 20 del siglo pasado, invadió la región, incluyendo El Jícaro, una
plaga de Langosta común mente llamado chapulín que al alzarse en vuelo sobre el
espacio superior opacó como una nube lo claridad del sol, y al descender a
tierra arrasó en cuestión de minutos con cuanto cultivo de maíz y frijol encontró
a su paso, no sin antes dejar “pelones” muchos árboles cuyas hojas les fueron
apetecidas, pues no habiendo en esa época insecticidas para su combate
inmediato, la autoridad local se limitó a reunir a un grueso de la población
para ahuyentar a esas alimañas y hacerlas caer en varias fosas cavadas
previamente para enterrarlas, práctica no muy positiva por cierto, ya que buena
parte de esos insectos se levantaba nuevamente para seguir su vuelo a otros
campos y continuar el perjuicio. Esa plaga ingrata dio como resultado escases
de granos básicos, y la consecuente hambruna en el área, que obligó a muchos habitantes
a alimentarse con guineos tiernos, “popochas” o la inflorescencia de éstos,
flores de madre cacao y hasta con raíces de algunas plantas, pero especialmente
de la conocida en el medio cono “murrul”, cómo abasto
HAMBRUNA. Según la tradición oral, repetitiva de
generación en generación, se sabe que más o menos, entre los años 1880 a 1900,
del siglo XX, en toda la región oriental del país, pero bastante acentuada en
la nuestra, se dio el fenómeno de una hambruna terrible, que afligió a la población,
derivada de las continuas sequias cíclicas, por la falta de inviernos, y
reyertas guerrilleras de individuos desafectos a los regímenes de turno, pues
no había abasto, lo que obligó a las personas a comer cuantos vegetales y
animales de monte estaban a su alcance,
raíces de vegetales, especialmente del árbol de murrul y popochas de
guineos cosidos, pájaros, conejos, tacuacines, iguanas y hasta lagartijas, pues
la situación de estancamiento y pobreza eran tremendas.
TERREMOTO DE 1917. No se sabe el mes ni el
día, pero en ese año ocurrió un fuerte sismo recordado por los vecinos por el
tremendo susto que les provocó, de
suerte que no ocasionó pérdidas materiales ni
humanas, tal vez porque las casas, en su mayoría, eran ranchos de palma
y de bajareque, pero se comentaba, todavía pasados ochenta años, como algo horrible e
inesperado como que se los quería “tragar la tierra”.
TERREMOTO DE 1976. Se han dado a conocer en
capítulos anteriores aspectos físicos del terruño que por muchos años lo
engalanaron, sus vistosas calles adornadas con su pequeña flora, en fila, a
ambos lados, de almendros, truenos, acacias, cocoteros, palma real, sin faltar
dispersos árboles de frondosos amates, morros, caulotes y tamarindos, guarida
de muchos pajaritos, de los cuales más de algunos por su frondosidad y
agradable sombra, fueron sitio para la tertulia cotidiana o “peladero”, como lo
fue el famoso árbol de chico plantado en el parque central y la propia rampa de
la estación del ferrocarril, así como sus largas filas de casas bien trazadas
trayendo a cuenta el espíritu de solidaridad que anima a sus moradores en franca
manifestación de una sociedad bien organizada.
Sin embargo esos atributos físicos propios
del esfuerzo de sus habitantes, desaparecieron en un santiamén, en el instante
menos esperado, cuando siendo las 3.33 del día 4 de febrero de 1976, en los
precisos momentos en que sus moradores se encontraban disfrutando el mejor de
sus sueños, la fuerza de la naturaleza se impuso y el territorio nacional fue
sacudido con inmensa furia por un terremoto que en los círculos científicos de
la sismología fue conocido como el de la “falla del Motagua”, con una
intensidad de 7.5 grados en la escala de
mercalli y de 9 en la de Richter, con una duración de 27 segundos, dejando a su
paso muerte y desolación.
El sismo seguido de de otros de menor
intensidad, tuvo su epicentro cruel en las costas del océano Atlántico
activando la falla del Motagua, con epicentro a cinco kilómetros de
profundidad, en el municipio de los Amates, Izabal, con mayor impacto en la
región nororiental y central del país, hasta el departamento de Chimaltenango,
siendo así que en El Jícaro derribó por completo las viviendas de sus habitantes,
en su mayoría de adobe y bajareque, pues solo quedaron de pié los edificios de
la Municipalidad y de la estación del ferrocarril, de concreto y madera, respectivamente, desapareciendo como consecuencia del mapa la
bella estructura física del poblado que quedó reducido a escombros con
lamentable cauda de 58 personas fallecidas, entre niños y adultos, mas de una
veintena de heridos y pérdidas materiales incalculables, a nivel local y más de
23,000 en toda la república; inesperada catástrofe en la que lamentablemente
perdieron la vida, entre o otros distinguidos conciudadanos, queridos familiares,
mi cuñada Yolanda Orellana Cordón y sus
hijitos, mis sobrinos, Jorge Mario e
Irma Yadira Casasola Orellana, que en paz descansen todos.
El fenómeno telúrico, abrió la tierra
causando una grieta enorme entre 10 y 80 centímetros de diámetro, atravesando
nuestro municipio paralelamente de nororiente a poniente entre el rio Motagua y
la sierra del Merendón a escasos 50 metros, al sur, de los barrios Vista Bella
y Buenos Aires, afectando seriamente varias aldeas en las que también hubo
muertos y daños materiales cuantiosos, incluyendo una mi recién estrenada
amplia y bonita casa de campo en el terreno que era mío en ese entonces, ahora
de mi hermano Tono, pues a 20 escasos metros de ella pasó la grieta mortal.
No se esperó que amaneciera, entre el dolor
que les embargaba, los vecinos que gracias a Dios salieron ilesos, procedieron
de inmediato, al unísono, sin que nadie se quedase atrás como reza el popol vuh,
a remover los escombros en busca de personas soterradas que aun lesionadas
estaban con vida y había que salvarlas dándoles las atenciones necesarias, así
como extraer los cuerpos de las desafortunadas que perdieron la vida en el
propio lugar de los hechos para su traslado al espacio del parque central que
fue habilitado como centro de primeros auxilios, lugar en donde también se hizo
el velatorio general, con los respectivos actos religiosos, para el
enterramiento colectivo al día siguiente en el cementerio local, con la fuerza
que les dio el coraje y valentía.
El pueblo entero se dio cita para conducir
a su última morada, en masivo sepelio, los féretros de los hermanos fallecidos
en cumplida despedida con los honores religiosos acostumbrados.
Los habitantes que nunca habían
experimentado una catástrofe de esa
índole, excepto algunos pocos de edad avanzada que vivieron y aun recuerdan con
temor la presencia de un temblor igual por el año 1917, pero no de las mismas
dimensiones, permanecieron al aire libre por algunos días en el gran espacio de
lo que El Jícaro había dejado de ser momentos antes, sin línea divisoria que los separara de sus propiedades como
antes, acampados en pequeños toldos que
improvisaron, reponiéndose del tremendo susto en tanto con el devenir de los
días se procedería a la limpieza de los enormes promontorios de tierra y ripio
producto de las casas caídas para edificar de nuevo, cuyo proceso a base de
desvelos y sacrificios no duró mucho tiempo, pues gracias al esfuerzo y
valentía de sus moradores, el Jícaro está de nuevo en pié, con sus nuevas casas
construidas de mejor calidad, ya no con sus calles formando hileras de
almendros, truenos, acacias y cocoteros, como era antes, sino con unos árboles
ornamentales y bellos que en buena hora plantó el Maestro Gilberto Orellana
Rosal con sus alumnos de la escuela primaria para varones de la localidad, cuya
obra es digna del más grande reconocimiento por parte del vecindario. El Jícaro
recibió ayuda piadosa de propios y extraños para aliviar en algo sus penas y
situación de desamparo con motivo de tan inesperada tragedia, pero lamentando
hasta los últimos días la pérdida irreparable
de sus seres queridos víctimas de tan lamentable suceso y que para
perpetuar su memoria insertamos a continuación
sus honrosos y respetables nombres:
Manuel de Jesús Ayala Portillo
Ronald Wilfredo Ayala Méndez
Carlos Arturo Orellana Roldan
Zulma Waleska Polanco Arriaza
Irma Yolanda Orellana Cordón de Casasola
Jorge Mario Casasola Orellana
Irma Yadira Casasola Orellana
Marvin Heriberto Morales Coronado
Genaro Adolfo Matías Ramírez
Elmer Dagoberto Quilo Beltetón
Walter Ivan Quilo Beltetón
Marvin Arturo Gómez Sánchez
Enma Orellana y Orellana
Rosa Fajardo
Sara Tulia Gutierrez Cordón
Manuel Chamul Orellana
Lucrecia Rivas
Cipriano Soberanis García
Otilia Tabique de Enríquez
Clara Luz Morales Marroquín
Manuel Lisandro Figueroa
Arnoldo Paz Hicho
Marta Paz Hicho
Marta Julia Paz Hicho
Norma Patricia López Rodríguez
Joaquín Bernabé Portillo Flores
Efraín Lara Guerra
Hugo Leonel Herrera López
Rafael de León García
Vilma Consuelo de León García
Ana Cecilia de León García
Dolores Fajardo
Eulalia Arias
Pedro Ortega Luna
Silvia Gutierrez
Delfina Páiz Constanza
Josefina Salguero
Olivia Ramos
Catalina López
Romelia Morales Guevara
Rosa Barrientos Mansilla
Héctor Gustavo Reyes
Eladio Reyes
Ramiro Reyes
Dante Giovanni Caridi Barrientos
Silfin Estuardo Caridi Barrientos
Edwin Pereira
Zoila Esperanza Orellana Cordón
María Isabel Castellanos Orellana
Julia María Castellanos Orellana
Herminio Eribel Cordón
Edgar Ovidio Carranza Páiz
Kristian Gómez Sánchez
Y otros
cuyos nombres no fue posible verificar.
EL HURACAN MITCH.
El siglo pasado fue ingrato con la humanidad por la incidencia de catástrofes que
trajeron angustia, congojas, dolor, penas y pobreza por el estancamiento del
desarrollo, y Guatemala no escapó a ello, siendo así que a partir del día 25 de
octubre de 1998, se anunciaba por el Centro de Huracanes, en Miami, Estados
Unidos de Norte América y el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología y
Meteorología (INSIVUME) de nuestro país, por los distintos medios de
comunicación, nacional e internacional, especialmente por la televisión, del
aparecimiento en la costa atlántica de la república de Nicaragua, del huracán
previamente bautizado con el nombre de “Mitch”, cuyo fenómeno natural por sus
características venía movido con gran cantidad de kilómetros por hora cargado
de los peores augurios, para toda Centro América, Belice y Yucatán, México.
Vientos violentos e impetuosos acompañados
de fuertes e interminables aguaceros se hicieron sentir de inmediato en toda la
región por espacio de varios días, en tanto las autoridades civiles se
encargaban de calmar los ánimos de de la población bastante aterrorizada por la
presencia del fenómeno nunca antes observado e informaban acerca del
comportamiento a seguir para prevenir, contrarrestar o por lo menos paliar cualquier desgracia.
Pasaron los días y de pronto el desastre se
hizo presente, los ríos se salieron de su cauce e inundaron caminos, fincas, caseríos, aldeas y
poblaciones enteras arrastrando las fuertes correntadas todo lo que encontraron
a su paso, con el lamentable resultado de muchos bosques, plantaciones
agrícolas, casas, edificios, tramos carreteros y puentes destruidos, numerosas
personas y animales domésticos fallecidos, así como cerros y barrancos
derrumbados por la furia del fenómeno, provocando una catástrofe de su índole
jamás vista en estos tiempo, siendo los países más afectados Honduras, Nicaragua,
El Salvador, Costa Rica y Guatemala, generando muerte, destrucción y pobreza.
Esta desgracia ocurrió entre los días 24 y
29 de octubre del año citado, según el avance del fenómeno por los países y
lugares que iba atravesando, de suerte que de pronto se hizo patente la ayuda
internacional por lo menos para aliviar la situación, aunque el desastre fue
tal que pasaran muchos años para que los países afectados recuperen las
pérdidas sufridas por lo menos las materiales.
Es de advertir que según las predicciones
del Centro de Huracanes de Miami, este huracán nacido como ya se dijo en las
costas de Nicaragua, iba con rumbo a las de Belice y Yucatán, de sur a norte,
pero debido a un fenómeno meteorológico que le llamaron “frente frío” que se
interpuso en su curso, el huracán se estacionó por cierto tiempo en la costa Atlántica
de Honduras y de repente al cambiar de línea, de oriente a poniente,
atravesando en ese orden la república de Honduras, rumbo a Guatemala, por el
lado de Izabal y Chiquimula, seriamente afectados, vino a afectarnos
directamente a nosotros, alejado del rumbo primeramente anunciado por los
técnicos de Miami, que lo era Belice y Yucatán, hasta morir en el estado de
Chiapas, república de México, a los cinco días de duración.. Otros días más de
lluvia y hubiéramos tenido otro diluvio universal.
El río motagua uno de los más caudalosos de
Guatemala, que pasa por nuestro municipio, el día 27 del mes del problema, en
horas de la tarde, se desbordó casi paralelamente entre la línea del ferrocarril
y la carretera del Atlántico, ocasionando tremendos estragos a la agricultura,
destruyendo cultivos y arruinando por completo las vegas que dejó convertidas
en playas pedregosas inservibles con la consiguiente miseria y desolación.
Afortunadamente aquí no hubo desgracias humanas que lamentar, solo las
materiales mencionadas y algunas viviendas destruidas en el barrio La Quebrada
en donde el agua alcanzó altos niveles poniendo en peligro la vida de los moradores quienes fueron evacuados a lugar seguro a su debido
tiempo. Es de admirar y celebrar al
mismo tiempo, gracias a Dios, que al puente recién construido e inaugurado, en
esa época, ni al del Rancho 15
kilómetros río arriba, le haya causado
problema serio alguno, excepto al primero que le destruyó la rampa del lado norte y una parte de la baranda, y el
extraño caso que le ocurrió a una persona no identificada que al instante de
cruzar el puente fue embestido por la fuerte correntada arrastrándolo aguas
abajo con todo y vehículo en el que se conducía, pero al lograr salir del mismo
a como pudo nadó hasta no más poder y logró asirse y parapetarse en un árbol
grande de “jaguay”, no precisamente en la orilla, de donde fue rescatado más
tarde sano y salvo por un helicóptero que vigilaba y prestaba auxilio a las
víctimas de la catástrofe, perdiendo su vehículo que fue arrastrado por las
aguas del crecido Motagua, pues el nivel de la misma sobrepasó la pista del
puente. Parece un caso de película, ¿verdad?.
TEMPORAL DE 1949. Algo similar ocurrió a
mediados de septiembre de ese año, por la madrugada, cuando, a consecuencia de
las fuertes lluvias convertidas en temporal, por varios días, provocados,
quizás, por tormenta tropical desconocida, el río Motagua se salió de su cauce
al trasponer la borda de la línea del ferrocarril, a la altura del malpaís de
Chilo Morales, después de la poza del zarco, arrasando desde allí, varios
kilómetros de vía férrea y algunas estaciones ferroviarias, incluyendo la de
Cabañas, arrancándolas de tajo, arrastrándolas aguas bajo, haciendo lo mismo con
el ganado que pastaba en los terrenos aledaños, a ambos lados, del río, que murieron ahogados, entre vacunos,
caballos, aves de corral y animales silvestres, arrasando bosques y cultivos, que
quedaron reducidos en escombros y, las vegas, convertidas en playas pedregosas
desérticas, lo cual provocó un desafortunado desastre en la economía a nivel
nacional, no cabe duda que por motivo de algún huracán o tormenta tropical,
pero como en esa época no existían medios científicos y tecnológicos para detectar,
alertar y poner nombre a esos fenómenos, se creía que era consecuencia de
copioso inviernos normales de la época. Menos mal, que en esa oportunidad, un
telegrafista paisano, me parece que Emilio Vargas Morales, de la estación de El
Fiscal, avisó de la enorme creciente que
se acercaba y sabidos todos, incluso la autoridad local, se le esperó,
despiertos y listos los pobladores para las precauciones del caso, viendo por
la mañana pasar atónitos grandes árboles arrancados de tajo por la furia del
fenómeno y animales que trataban de salir a la orilla. El barrio la Quebrada se
inundó totalmente y las aguas coparon el techo de las casas, pero el
vecindario, gracias al aviso previo recibido, desocupo sus viviendas a
guarecerse en lugar seguro. El nivel del agua en esa vez, subió penetrando por
la quebrada, hasta llegar a la carretera
cerca del potrero Las Burras, en las cercanías de la casa patronal de El
Tintero.
TORMENTA TROPICAL ÁGATHA. Después de otros fenómenos naturales
trágicos acaecidos en el país, incluyendo la tormenta Stan el 7 de octubre de
2005, que hizo estragos por todos lados,
ahora, 29 de mayo de 2010, casi a los doce años del huracán Mitch, que castigó
severamente a la nación, nos azota a
nivel nacional con muerte y desolación, aunque en nuestro pueblo no hubo pérdidas
humanas, la tormenta tropical
Río Motagua desbordado por tormenta ÁGATHA.
ÁGATHA, así
conocida popularmente, si con la furia de sus
elementos, destruyó buena parte del puente de acceso a nuestra
población sobre el río Motagua, a los casi doce años de su inauguración y de
prestar un servicio colectivo efectivo, igual que otros muchos más, a lo largo y ancho de los ríos del país,
incluyendo el derribamiento total del casi centenario puente Orellana, en la
aldea El Rancho, cuyo fenómeno fue seguido casi simultáneamente, con la
erupción del volcán de Pacaya, Escuintla, que también causó enormes daños en
buena parte del área de su ubicación, arrojando grandes cantidades de lava y
lanzando rocas, arena y cenizas que cubrieron
techos, terrazas y calles del vecindario, con cauda, de 178 fallecidos,
inclusive, de un periodista en el lugar de los hechos cuando observaba el
volcán de cerca para informar a la población y destrucción de viviendas. Este
fenómeno tiene relativa similitud con el anterior, en relación a la cantidad de
lluvia caída, no así en los daños causados, que fueron mayores ahora, por la
estructura destruida.
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