jueves, 8 de marzo de 2012

Capitulo XVIII Fenómenos naturales, plagas, epidemias y otros hechos


CAPITULOXVIII
FENÓMENIS NATURALES, PLAGAS, EPIDEMIAS
Y OTROS HECHOS
A través de los años en el mundo y este país han ocurrido hechos y tragedias que han afectado la salud de los habitantes del municipio, con pérdidas humanas y materiales, considerando de importancia dejar constancia para conocimiento de la posteridad, de algunos de esos acontecimientos de los que se tiene conocimiento, a través de la tradición oral, los más relevantes, así:
INCENDIOS: A lo largo de  su historia, en El Jícaro han ocurrido muchos incendios, tanto en casas de habitación como en terrenos particulares, debido a descuidos, especialmente por las “rozas” o “quemas” que hacen los agricultores en la preparación de las tierras para la agricultura, al no hacer las “rondas” adecuadamente, hechos que aparte de la aflicción de los afectados y pérdidas materiales, no se sabe de alguna víctima mortal; pero más o menos por el año 1948, ocurrió uno de éstos de regulares proporciones, cuando un cisterna, halado por un convoy ferroviario, con dirección al norte, con motobomba adherida repleta de herbicida, para matar el monte tupido de ambos lados de la vía férrea, en el switch de entrada al patio de la estación, se incendió a causa de una enorme braza botada por la máquina al hacer contacto con  el liquido inflamable de la bomba, y aún cuando lo desconectaron a tiempo del resto del tren, desenfrenado éste, pero cerradas de inmediato las llaves de la bomba, por mi padre Fidel Egberto Casasola Venegas, quien dicho sea de paso se quemó las manos, pues ya en llamas dicho tanque, se detuvo por desgracia, mero enfrente del edificio de la estación de madera de la empresa, la que inmediatamente cogió en llamas, destruyéndola totalmente, suceso que hubiera sido catastrófico de no haberse cerrado a tiempo las llaves de salida del combustible, por mi citado padre, quien se encontraba cerquita del teatro del suceso junto a otros mirones. Este convoy llamado por la gente “La mata monte”, pasaba cada año haciendo este servicio.
EPIDEMIAS. Hasta cuando alcanza el conocimiento de anteriores generaciones, se sabe que por la década de los 20 del siglo pasado, hubo una enfermedad denominada “Cólera” que se expandió por todo el municipio matando a numerosas personas, y que ante la gravedad del problema las autoridades como medida preventiva ordenaron que los fallecidos fueran inmediatamente enterrados, en el cementerio local por cuadrillas de voluntarios (forzados y sin protección) organizadas al efecto, transportados en simples tapescos porque no había tiempo para hacerles su caja mortuoria, habiéndose dado casos de que cuando los llevaban rumbo al cementerio, a medio camino, revivían los supuestos difuntos, que al ser bajados por sus cargadores, la emprendían de regreso a casa o les golpeaban las cajas pidiendo auxilio, porque aun estaban vivos. Cosa igual sucedió cuando la epidemia de la fiebre de “Tifoidea”, casi en la misma época que la anterior, en que la medicina y los controles de estas enfermedades desafortunadamente estaban en ciernes, diezmando la población y posteriormente la peste Bubónica.
Esta región, aunque no en forma de epidemia, fue atacada por la enfermedad del paludismo, a causa de la cual fallecieron muchos habitantes pues en casi todos los hogares, más de un familiar fue objeto de la misma, la que actualmente está casi desaparecida.
PLAGAS. Se cuenta que más o menos por la década de los 20 del siglo pasado, invadió la región, incluyendo El Jícaro, una plaga de Langosta común mente llamado chapulín que al alzarse en vuelo sobre el espacio superior opacó como una nube lo claridad del sol, y al descender a tierra arrasó en cuestión de minutos con cuanto cultivo de maíz y frijol encontró a su paso, no sin antes dejar “pelones” muchos árboles cuyas hojas les fueron apetecidas, pues no habiendo en esa época insecticidas para su combate inmediato, la autoridad local se limitó a reunir a un grueso de la población para ahuyentar a esas alimañas y hacerlas caer en varias fosas cavadas previamente para enterrarlas, práctica no muy positiva por cierto, ya que buena parte de esos insectos se levantaba nuevamente para seguir su vuelo a otros campos y continuar el perjuicio. Esa plaga ingrata dio como resultado escases de granos básicos, y la consecuente hambruna en el área, que obligó a muchos habitantes a alimentarse con guineos tiernos, “popochas” o la inflorescencia de éstos, flores de madre cacao y hasta con raíces de algunas plantas, pero especialmente de la conocida en el medio cono “murrul”, cómo abasto
HAMBRUNA.  Según la tradición oral, repetitiva de generación en generación, se sabe que más o menos, entre los años 1880 a 1900, del siglo XX, en toda la región oriental del país, pero bastante acentuada en la nuestra, se dio el fenómeno de una hambruna terrible, que afligió a la población, derivada de las continuas sequias cíclicas, por la falta de inviernos, y reyertas guerrilleras de individuos desafectos a los regímenes de turno, pues no había abasto, lo que obligó a las personas a comer cuantos vegetales y animales de monte estaban a su alcance,  raíces de vegetales, especialmente del árbol de murrul y popochas de guineos cosidos, pájaros, conejos, tacuacines, iguanas y hasta lagartijas, pues la situación de estancamiento y pobreza eran tremendas.
TERREMOTO DE 1917. No se sabe el mes ni el día, pero en ese año ocurrió un fuerte sismo recordado por los vecinos por el tremendo susto que les provocó,  de suerte que no ocasionó pérdidas materiales ni  humanas, tal vez porque las casas, en su mayoría, eran ranchos de palma y de bajareque, pero se comentaba, todavía  pasados ochenta años, como algo horrible e inesperado como que se los quería “tragar la tierra”.
TERREMOTO DE 1976. Se han dado a conocer en capítulos anteriores aspectos físicos del terruño que por muchos años lo engalanaron, sus vistosas calles adornadas con su pequeña flora, en fila, a ambos lados, de almendros, truenos, acacias, cocoteros, palma real, sin faltar dispersos árboles de frondosos amates, morros, caulotes y tamarindos, guarida de muchos pajaritos, de los cuales más de algunos por su frondosidad y agradable sombra, fueron sitio para la tertulia cotidiana o “peladero”, como lo fue el famoso árbol de chico plantado en el parque central y la propia rampa de la estación del ferrocarril, así como sus largas filas de casas bien trazadas trayendo a cuenta el espíritu de solidaridad que anima a sus moradores en franca manifestación de una sociedad bien organizada.
Sin embargo esos atributos físicos propios del esfuerzo de sus habitantes, desaparecieron en un santiamén, en el instante menos esperado, cuando siendo las 3.33 del día 4 de febrero de 1976, en los precisos momentos en que sus moradores se encontraban disfrutando el mejor de sus sueños, la fuerza de la naturaleza se impuso y el territorio nacional fue sacudido con inmensa furia por un terremoto que en los círculos científicos de la sismología fue conocido como el de la “falla del Motagua”, con una intensidad de 7.5 grados en la  escala de mercalli y de 9 en la de Richter, con una duración de 27 segundos, dejando a su paso muerte y desolación.
El sismo seguido de de otros de menor intensidad, tuvo su epicentro cruel en las costas del océano Atlántico activando la falla del Motagua, con epicentro a cinco kilómetros de profundidad, en el municipio de los Amates, Izabal, con mayor impacto en la región nororiental y central del país, hasta el departamento de Chimaltenango, siendo así que en El Jícaro derribó por completo las viviendas de sus habitantes, en su mayoría de adobe y bajareque, pues solo quedaron de pié los edificios de la Municipalidad y de la estación del ferrocarril, de concreto y madera, respectivamente,  desapareciendo como consecuencia del mapa la bella estructura física del poblado que quedó reducido a escombros con lamentable cauda de 58 personas fallecidas, entre niños y adultos, mas de una veintena de heridos y pérdidas materiales incalculables, a nivel local y más de 23,000 en toda la república; inesperada catástrofe en la que lamentablemente perdieron la vida, entre o otros distinguidos conciudadanos, queridos familiares, mi cuñada Yolanda Orellana  Cordón y sus hijitos, mis sobrinos,  Jorge Mario e Irma Yadira Casasola Orellana, que en paz descansen todos.
El fenómeno telúrico, abrió la tierra causando una grieta enorme entre 10 y 80 centímetros de diámetro, atravesando nuestro municipio paralelamente de nororiente a poniente entre el rio Motagua y la sierra del Merendón a escasos 50 metros, al sur, de los barrios Vista Bella y Buenos Aires, afectando seriamente varias aldeas en las que también hubo muertos y daños materiales cuantiosos, incluyendo una mi recién estrenada amplia y bonita casa de campo en el terreno que era mío en ese entonces, ahora de mi hermano Tono, pues a 20 escasos metros de ella pasó la grieta mortal.
No se esperó que amaneciera, entre el dolor que les embargaba, los vecinos que gracias a Dios salieron ilesos, procedieron de inmediato, al unísono, sin que nadie se quedase atrás como reza el popol vuh, a remover los escombros en busca de personas soterradas que aun lesionadas estaban con vida y había que salvarlas dándoles las atenciones necesarias, así como extraer los cuerpos de las desafortunadas que perdieron la vida en el propio lugar de los hechos para su traslado al espacio del parque central que fue habilitado como centro de primeros auxilios, lugar en donde también se hizo el velatorio general, con los respectivos actos religiosos, para el enterramiento colectivo al día siguiente en el cementerio local, con la fuerza que les dio el coraje y valentía.
El pueblo entero se dio cita para conducir a su última morada, en masivo sepelio, los féretros de los hermanos fallecidos en cumplida despedida con los honores religiosos acostumbrados.
Los habitantes que nunca habían experimentado una catástrofe  de esa índole, excepto algunos pocos de edad avanzada que vivieron y aun recuerdan con temor la presencia de un temblor igual por el año 1917, pero no de las mismas dimensiones, permanecieron al aire libre por algunos días en el gran espacio de lo que El Jícaro había dejado de ser momentos  antes, sin línea divisoria  que los separara de sus propiedades como antes, acampados en pequeños toldos  que improvisaron, reponiéndose del tremendo susto en tanto con el devenir de los días se procedería a la limpieza de los enormes promontorios de tierra y ripio producto de las casas caídas para edificar de nuevo, cuyo proceso a base de desvelos y sacrificios no duró mucho tiempo, pues gracias al esfuerzo y valentía de sus moradores, el Jícaro está de nuevo en pié, con sus nuevas casas construidas de mejor calidad, ya no con sus calles formando hileras de almendros, truenos, acacias y cocoteros, como era antes, sino con unos árboles ornamentales y bellos que en buena hora plantó el Maestro Gilberto Orellana Rosal con sus alumnos de la escuela primaria para varones de la localidad, cuya obra es digna del más grande reconocimiento por parte del vecindario. El Jícaro recibió ayuda piadosa de propios y extraños para aliviar en algo sus penas y situación de desamparo con motivo de tan inesperada tragedia, pero lamentando hasta los últimos días la pérdida irreparable  de sus seres queridos víctimas de tan lamentable suceso y que para perpetuar su memoria insertamos a continuación  sus honrosos y respetables nombres:



Manuel de Jesús Ayala Portillo              
Ronald Wilfredo Ayala Méndez
Carlos Arturo Orellana Roldan
Zulma Waleska Polanco Arriaza
Irma Yolanda Orellana Cordón de Casasola
Jorge Mario Casasola Orellana
Irma Yadira Casasola Orellana
Marvin Heriberto Morales Coronado
Genaro Adolfo Matías Ramírez
Elmer Dagoberto Quilo Beltetón
Walter Ivan Quilo Beltetón
Marvin Arturo Gómez Sánchez
Enma Orellana y Orellana
Rosa Fajardo
Sara Tulia Gutierrez Cordón
Manuel Chamul Orellana
Lucrecia Rivas

Cipriano Soberanis García
Otilia Tabique de Enríquez
Clara Luz Morales Marroquín
Manuel Lisandro Figueroa
Arnoldo Paz Hicho
Marta Paz Hicho
Marta Julia Paz Hicho
Norma Patricia López Rodríguez
Joaquín Bernabé Portillo Flores
Efraín Lara Guerra
Hugo Leonel Herrera López
Rafael de León García                                 
Vilma Consuelo de León García
Ana Cecilia de León García
Dolores Fajardo
Eulalia Arias
Pedro Ortega Luna
Silvia Gutierrez
Delfina Páiz Constanza
Josefina Salguero
Olivia Ramos
Catalina López
Romelia Morales Guevara
Rosa Barrientos Mansilla
Héctor Gustavo Reyes
Eladio Reyes
Ramiro Reyes
Dante Giovanni Caridi Barrientos
Silfin Estuardo Caridi Barrientos
Edwin Pereira
Zoila Esperanza Orellana Cordón
María Isabel Castellanos Orellana
Julia María Castellanos Orellana
Herminio Eribel Cordón
Edgar Ovidio Carranza Páiz
Kristian Gómez Sánchez
Y otros cuyos nombres no fue posible verificar.
 Imagen desoladora terremoto 1976




EL HURACAN MITCH. El siglo pasado fue ingrato con la humanidad por la incidencia de catástrofes que trajeron angustia, congojas, dolor, penas y pobreza por el estancamiento del desarrollo, y Guatemala no escapó a ello, siendo así que a partir del día 25 de octubre de 1998, se anunciaba por el Centro de Huracanes, en Miami, Estados Unidos de Norte América y el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología y Meteorología (INSIVUME) de nuestro país, por los distintos medios de comunicación, nacional e internacional, especialmente por la televisión, del aparecimiento en la costa atlántica de la república de Nicaragua, del huracán previamente bautizado con el nombre de “Mitch”, cuyo fenómeno natural por sus características venía movido con gran cantidad de kilómetros por hora cargado de los peores augurios, para toda Centro América, Belice y Yucatán, México.
Vientos violentos e impetuosos acompañados de fuertes e interminables aguaceros se hicieron sentir de inmediato en toda la región por espacio de varios días, en tanto las autoridades civiles se encargaban de calmar los ánimos de de la población bastante aterrorizada por la presencia del fenómeno nunca antes observado e informaban acerca del comportamiento a seguir para prevenir, contrarrestar o por lo menos paliar  cualquier desgracia.
Pasaron los días y de pronto el desastre se hizo presente, los ríos se salieron de su cauce e inundaron  caminos, fincas, caseríos, aldeas y poblaciones enteras arrastrando las fuertes correntadas todo lo que encontraron a su paso, con el lamentable resultado de muchos bosques, plantaciones agrícolas, casas, edificios, tramos carreteros y puentes destruidos, numerosas personas y animales domésticos fallecidos, así como cerros y barrancos derrumbados por la furia del fenómeno, provocando una catástrofe de su índole jamás vista en estos tiempo, siendo los países más afectados Honduras, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica y Guatemala, generando muerte, destrucción y pobreza.
Esta desgracia ocurrió entre los días 24 y 29 de octubre del año citado, según el avance del fenómeno por los países y lugares que iba atravesando, de suerte que de pronto se hizo patente la ayuda internacional por lo menos para aliviar la situación, aunque el desastre fue tal que pasaran muchos años para que los países afectados recuperen las pérdidas sufridas por lo menos las materiales.
Es de advertir que según las predicciones del Centro de Huracanes de Miami, este huracán nacido como ya se dijo en las costas de Nicaragua, iba con rumbo a las de Belice y Yucatán, de sur a norte, pero debido a un fenómeno meteorológico que le llamaron “frente frío” que se interpuso en su curso, el huracán se estacionó por cierto tiempo en la costa Atlántica de Honduras y de repente al cambiar de línea, de oriente a poniente, atravesando en ese orden la república de Honduras, rumbo a Guatemala, por el lado de Izabal y Chiquimula, seriamente afectados, vino a afectarnos directamente a nosotros, alejado del rumbo primeramente anunciado por los técnicos de Miami, que lo era Belice y Yucatán, hasta morir en el estado de Chiapas, república de México, a los cinco días de duración.. Otros días más de lluvia y hubiéramos tenido otro diluvio universal.
El río motagua uno de los más caudalosos de Guatemala, que pasa por nuestro municipio, el día 27 del mes del problema, en horas de la tarde, se desbordó casi paralelamente entre la línea del ferrocarril y la carretera del Atlántico, ocasionando tremendos estragos a la agricultura, destruyendo cultivos y arruinando por completo las vegas que dejó convertidas en playas pedregosas inservibles con la consiguiente miseria y desolación.
Afortunadamente aquí no hubo  desgracias humanas que lamentar, solo las materiales mencionadas y algunas viviendas destruidas en el barrio La Quebrada en donde el agua alcanzó altos niveles poniendo en peligro  la vida de los moradores quienes  fueron evacuados a lugar seguro a su debido tiempo.  Es de admirar y celebrar al mismo tiempo, gracias a Dios, que al puente recién construido e inaugurado, en esa  época, ni al del Rancho 15 kilómetros río arriba, le  haya causado problema serio alguno, excepto al primero que le destruyó la rampa del  lado norte y una parte de la baranda, y el extraño caso que le ocurrió a una persona no identificada que al instante de cruzar el puente fue embestido por la fuerte correntada arrastrándolo aguas abajo con todo y vehículo en el que se conducía, pero al lograr salir del mismo a como pudo nadó hasta no más poder y logró asirse y parapetarse en un árbol grande de “jaguay”, no precisamente en la orilla, de donde fue rescatado más tarde sano y salvo por un helicóptero que vigilaba y prestaba auxilio a las víctimas de la catástrofe, perdiendo su vehículo que fue arrastrado por las aguas del crecido Motagua, pues el nivel de la misma sobrepasó la pista del puente. Parece un caso de película, ¿verdad?.
TEMPORAL DE 1949. Algo similar ocurrió a mediados de septiembre de ese año, por la madrugada, cuando, a consecuencia de las fuertes lluvias convertidas en temporal, por varios días, provocados, quizás, por tormenta tropical desconocida, el río Motagua se salió de su cauce al trasponer la borda de la línea del ferrocarril, a la altura del malpaís de Chilo Morales, después de la poza del zarco, arrasando desde allí, varios kilómetros de vía férrea y algunas estaciones ferroviarias, incluyendo la de Cabañas, arrancándolas de tajo, arrastrándolas aguas bajo, haciendo lo mismo con el ganado que pastaba en los terrenos aledaños, a ambos lados, del río,  que murieron ahogados, entre vacunos, caballos, aves de corral y animales silvestres, arrasando bosques y cultivos, que quedaron reducidos en escombros y, las vegas, convertidas en playas pedregosas desérticas, lo cual provocó un desafortunado desastre en la economía a nivel nacional, no cabe duda que por motivo de algún huracán o tormenta tropical, pero como en esa época no existían medios científicos y tecnológicos para detectar, alertar y poner nombre a esos fenómenos, se creía que era consecuencia de copioso inviernos normales de la época. Menos mal, que en esa oportunidad, un telegrafista paisano, me parece que Emilio Vargas Morales, de la estación de El Fiscal,  avisó de la enorme creciente que se acercaba y sabidos todos, incluso la autoridad local, se le esperó, despiertos y listos los pobladores para las precauciones del caso, viendo por la mañana pasar atónitos grandes árboles arrancados de tajo por la furia del fenómeno y animales que trataban de salir a la orilla. El barrio la Quebrada se inundó totalmente y las aguas coparon el techo de las casas, pero el vecindario, gracias al aviso previo recibido, desocupo sus viviendas a guarecerse en lugar seguro. El nivel del agua en esa vez, subió penetrando por la quebrada,  hasta llegar a la carretera cerca del potrero Las Burras, en las cercanías de la casa patronal de El Tintero.


















TORMENTA TROPICAL ÁGATHA. Después de otros fenómenos naturales trágicos acaecidos en el país, incluyendo la tormenta Stan el 7 de octubre de 2005, que hizo  estragos por todos lados, ahora, 29 de mayo de 2010, casi a los doce años del huracán Mitch, que castigó severamente  a la nación, nos azota a nivel nacional con muerte y desolación, aunque en nuestro pueblo no hubo pérdidas humanas, la tormenta tropical 
Río Motagua desbordado por tormenta ÁGATHA.

ÁGATHA, así 
conocida popularmente, si con  la furia de sus elementos, destruyó buena parte del puente de acceso  a nuestra población sobre el río Motagua, a los casi doce años de su inauguración y de prestar un servicio colectivo efectivo, igual que otros muchos más,  a lo largo y ancho de los ríos del país, incluyendo el derribamiento total del casi centenario puente Orellana, en la aldea El Rancho, cuyo fenómeno fue seguido casi simultáneamente, con la erupción del volcán de Pacaya, Escuintla, que también causó enormes daños en buena parte del área de su ubicación, arrojando grandes cantidades de lava y lanzando rocas, arena y cenizas que cubrieron  techos, terrazas y calles del vecindario, con cauda, de 178 fallecidos, inclusive, de un periodista en el lugar de los hechos cuando observaba el volcán de cerca para informar a la población y destrucción de viviendas. Este fenómeno tiene relativa similitud con el anterior, en relación a la cantidad de lluvia caída, no así en los daños causados, que fueron mayores ahora, por la estructura destruida.

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