jueves, 8 de marzo de 2012

Capitulo XIX Otros sucesos


CAPITULO XIX
OTROS SUCESOS
DURO GOLPE. La vida, con los privilegios que nos concede el Ser Supremo, nos depara a los seres humanos, sabores y sin sabores en el curso de nuestra vida, y muchas veces no se compensan los unos con los otros y, se perciben por ende, más las penas y congojas. Dentro de ese contexto, lo más duro que me ha ocurrido  a mí en la vida, es la pérdida de mi querido hijo  Randolfo Augusto Casasola Díaz, joven muchacho, de  apenas veinte años de edad que estaba en la plenitud de su vida, a manos de un desalmado policía nacional, ebrio, en Puerto Barrios, Izabal, un día 13 de septiembre de 1992, cuando disfrutaba del feriado de las fechas de independencia Patria, no sé si por castigo de Dios para mí y nuestra familia, porque los humanos directa o indirectamente, sin meditarlo, somos susceptibles  de cometer errores, aunque yo no recuerdo alguno de ellos, mucho menos haber matado o violado y, a pesar de haber logrado la   condena de doce años de cárcel  para el homicida, la herida queda latente para siempre, la vida ya no es la misma. La otra pena que afectó mi vida, aún siendo obra de la naturaleza, fue la muerte casi seguidas de mis padres Fidel Egberto Casasola Venegas y Felicinda Saavedra Terraza de Casasola y de mis hermanos Randolfo, Rolando y Ranulfo, este último murió primero, muchos años antes, en circunstancias misteriosas, cuando trabajaba como oficinista en la Prebostía del Cuartel General del Ejército de Guatemala, aunque la información oficial del cuartel indicaba que se trató de un suicidio. Igualmente, la de mis queridos parientes que fallecieron  en el terremoto  del 76, esposa e hijos de mi hermano Beto, quien también perdió a su hijo Betío tiempo después, en un fatal accidente de tránsito, pero de todos modos, así es la vida, con la idea natural adelantada, de seguirlos por el mismo trance del camino inexorable de la muerte. Que en paz descansen todos, atrás vamos. Mis demás sufrimientos, son parte de la vida, por problemas que uno mismo se ha buscado o de situaciones anormales de conveniencia, que ha aceptado, de tal manera que habiéndole hecho fijo al tormento, no hay nada de qué arrepentirnos.
LOS LUCÍOS. Se conoce con el  nombre de <LUCÍOS> a personajes de una banda de forajidos que delinquieron a mediados del  siglo XIX en el Nororiente de la República, especialmente en los departamentos de El Progreso, Jalapa y Zacapa, cometiendo toda clase de fechorías de las que los habitantes de El Jícaro no escaparon. Según se sabe, su existencia tuvo  origen en las desbandadas o licenciamientos de los ejércitos populares de Rafael Carrera quien durante el tiempo que fueron sus soldados les dio rienda suelta a la faz de lo cual cometían toda clase de tropelías contra los pacíficos moradores siendo su principal objetivo el pillaje. Aglutinados en apoyo de Carrera, en su mayor parte, procedieron de las montañas de Palencia, Jutiapa, Jalapa y Baja Verapaz y constituían varias familias a cuyos principales sujetos corrompió el momento político de Guatemala de aquellos tiempos durante el gobierno de su protector.
José Solís Morales en el libro <Medallones de Oro>, indica que esa banda  se organizó tras la muerte de un soldado llamado José Lucio López, campesino oriundo de Palencia, Guatemala, a quien Rafael Carrera mandó decapitar por creerlo culpable del robo de un tesoro que el mismo presidente guardaba secretamente en su hacienda de aquella población, cuya trágica muerte de  quien indudablemente era líder  de los montañeses causó indignación y descontento, haya sido porque se consideraba injusto aquel acto o parque el occiso gozaba de cariño y simpatía entre sus a adláteres .El resultado fue que de pronto surgieron otros campesinos de la soldadesca encabezados por Mauricio Ambrosio y con los ánimos enardecidos al grito de “muera Carrera”,  tomaron Palencia, se apoderaron de 800 fusiles que el gobernante guardaba en la guarnición de aquella población y se alzaron en armas, pero siendo repelidos, se hicieron a la retaguardia, hacia los pueblos mencionados y ya sin recursos, en desbandada, sin quien los dirigiera militarmente, se dedicaron al crimen.
Mucho se ha  oído hablar lo que nuestros antepasados sufrieron a manos de estos malhechores, transmitido el cuento de generación en generación al indicarse que esos salvajes forasteros sembraron el terror en la región por más de una década, robando y asesinando a diestra y siniestra sin la más leve piedad, ya fuera a filo de machete o de cuchillo, a impacto de bala o perdigón o a la típica usanza: La horca. Sus principales centros de fechorías fueron los pueblos de  Sansare, Guastatoya, Morazán, San Agustín Acasaguastlán, El Jícaro, Cabañas, las montañas de Jalapa, Etc., donde su saña hizo correr sangre, enlutando  muchísimos hogares.
Víctimas de esos malvados, preferían enterrarse vivos con todo y sus pertenencias o enterraban solo éstas para evitar que pasaran al dominio de los maleantes, siendo así que con posterioridad se han encontrado entierros de restos humanos y objetos materiales.
MOVIMIENTO DE LIBERACIÓN. Este fue otro acontecimiento que alarmó y acongojó a la población, cuando a mediados de julio del año 1954, surgió el movimiento armado de Liberación Nacional encabezado por el coronel Carlos Castillo Armas, según se comenta con la ayuda del gobierno norte americano, que tenía como escenario el derrocamiento del entonces presidente de la república mayor Jacobo Ärbenz Guzmán cuyo ejército, en su mayoría compuesto por mercenarios, tenía su centro de operaciones en Chiquimula, pero no siendo nuestro propósito adentrarnos en este tema, me referiré únicamente al problema local. Pues bien, en esos ésos días, un avión de guerra del bando de la Liberación, bautizado con el nombre de “sulfato”, por el terror que causaba, desde muchos kilómetros atrás, en pleno vuelo, avistó a un convoy del ferrocarril  que transportaba erróneamente  pasajeros, y  tropa de la zona militar de Zacapa, del bando del  gobierno, a la vez, cuando de repente a la altura del puente de El Tambor, en la aldea de ese nombre, de este municipio, lo ametralló por ambos costados, falleciendo multitud de civiles y militares, algunos de los cuales fueron sepultados en el cementerio local, y siendo muchas las incursiones de ese aparato sobrevolando el espacio aéreo del pueblo, la gente de El  Jícaro, en su mayoría, abandonó sus casas para irse a refugiar a lugares seguros, la aldea El Javillo, lugar de mayor concentración, por ejemplo, de suerte que a la población fuera del susto no le ocurrió otra cosa, salvo capturas de algunos vecinos del bando contrario. Unos cuantos vecinos de El Jícaro, se unieron a este movimiento solo para cobrar venganza contra revolucionarios indefensos, al punto de lograr su desaparición o ejecuciones, pues jamás se supo de ellos-

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