CAPITULO XIX
OTROS SUCESOS
DURO GOLPE. La vida, con los privilegios que nos concede el Ser
Supremo, nos depara a los seres humanos, sabores y sin sabores en el curso de
nuestra vida, y muchas veces no se compensan los unos con los otros y, se
perciben por ende, más las penas y congojas. Dentro de ese contexto, lo más
duro que me ha ocurrido a mí en la vida,
es la pérdida de mi querido hijo
Randolfo Augusto Casasola Díaz, joven muchacho, de apenas veinte años de edad que estaba en la
plenitud de su vida, a manos de un desalmado policía nacional, ebrio, en Puerto
Barrios, Izabal, un día 13 de septiembre de 1992, cuando disfrutaba del feriado
de las fechas de independencia Patria, no sé si por castigo de Dios para mí y
nuestra familia, porque los humanos directa o indirectamente, sin meditarlo,
somos susceptibles de cometer errores,
aunque yo no recuerdo alguno de ellos, mucho menos haber matado o violado y, a
pesar de haber logrado la condena de doce años de cárcel para el homicida, la herida queda latente
para siempre, la vida ya no es la misma. La otra pena que afectó mi vida, aún
siendo obra de la naturaleza, fue la muerte casi seguidas de mis padres Fidel
Egberto Casasola Venegas y Felicinda Saavedra Terraza de Casasola y de mis
hermanos Randolfo, Rolando y Ranulfo, este último murió primero, muchos años
antes, en circunstancias misteriosas, cuando trabajaba como oficinista en la
Prebostía del Cuartel General del Ejército de Guatemala, aunque la información
oficial del cuartel indicaba que se trató de un suicidio. Igualmente, la de mis
queridos parientes que fallecieron en el
terremoto del 76, esposa e hijos de mi
hermano Beto, quien también perdió a su hijo Betío tiempo después, en un fatal
accidente de tránsito, pero de todos modos, así es la vida, con la idea natural
adelantada, de seguirlos por el mismo trance del camino inexorable de la
muerte. Que en paz descansen todos, atrás vamos. Mis demás sufrimientos, son
parte de la vida, por problemas que uno mismo se ha buscado o de situaciones
anormales de conveniencia, que ha aceptado, de tal manera que habiéndole hecho
fijo al tormento, no hay nada de qué arrepentirnos.
LOS LUCÍOS. Se conoce con el
nombre de <LUCÍOS> a personajes de una banda de forajidos que
delinquieron a mediados del siglo XIX en
el Nororiente de la República, especialmente en los departamentos de El
Progreso, Jalapa y Zacapa, cometiendo toda clase de fechorías de las que los
habitantes de El Jícaro no escaparon. Según se sabe, su existencia tuvo origen en las desbandadas o licenciamientos de
los ejércitos populares de Rafael Carrera quien durante el tiempo que fueron
sus soldados les dio rienda suelta a la faz de lo cual cometían toda clase de
tropelías contra los pacíficos moradores siendo su principal objetivo el
pillaje. Aglutinados en apoyo de Carrera, en su mayor parte, procedieron de las
montañas de Palencia, Jutiapa, Jalapa y Baja Verapaz y constituían varias
familias a cuyos principales sujetos corrompió el momento político de Guatemala
de aquellos tiempos durante el gobierno de su protector.
José Solís Morales en el libro <Medallones de
Oro>, indica que esa banda se
organizó tras la muerte de un soldado llamado José Lucio López, campesino
oriundo de Palencia, Guatemala, a quien Rafael Carrera mandó decapitar por
creerlo culpable del robo de un tesoro que el mismo presidente guardaba
secretamente en su hacienda de aquella población, cuya trágica muerte de quien indudablemente era líder de los montañeses causó indignación y
descontento, haya sido porque se consideraba injusto aquel acto o parque el occiso
gozaba de cariño y simpatía entre sus a adláteres .El resultado fue que de
pronto surgieron otros campesinos de la soldadesca encabezados por Mauricio
Ambrosio y con los ánimos enardecidos al grito de “muera Carrera”, tomaron Palencia, se apoderaron de 800 fusiles
que el gobernante guardaba en la guarnición de aquella población y se alzaron
en armas, pero siendo repelidos, se hicieron a la retaguardia, hacia los
pueblos mencionados y ya sin recursos, en desbandada, sin quien los dirigiera
militarmente, se dedicaron al crimen.
Mucho se ha oído hablar lo que nuestros antepasados
sufrieron a manos de estos malhechores, transmitido el cuento de generación en
generación al indicarse que esos salvajes forasteros sembraron el terror en la
región por más de una década, robando y asesinando a diestra y siniestra sin la
más leve piedad, ya fuera a filo de machete o de cuchillo, a impacto de bala o
perdigón o a la típica usanza: La horca. Sus principales centros de fechorías
fueron los pueblos de Sansare,
Guastatoya, Morazán, San Agustín Acasaguastlán, El Jícaro, Cabañas, las montañas
de Jalapa, Etc., donde su saña hizo correr sangre, enlutando muchísimos hogares.
Víctimas de esos malvados, preferían enterrarse vivos con todo y sus
pertenencias o enterraban solo éstas para evitar que pasaran al dominio de los
maleantes, siendo así que con posterioridad se han encontrado entierros de
restos humanos y objetos materiales.
MOVIMIENTO DE LIBERACIÓN. Este fue otro acontecimiento que alarmó y
acongojó a la población, cuando a mediados de julio del año 1954, surgió el
movimiento armado de Liberación Nacional encabezado por el coronel Carlos
Castillo Armas, según se comenta con la ayuda del gobierno norte americano, que
tenía como escenario el derrocamiento del entonces presidente de la república mayor
Jacobo Ärbenz Guzmán cuyo ejército, en su mayoría compuesto por mercenarios,
tenía su centro de operaciones en Chiquimula, pero no siendo nuestro propósito
adentrarnos en este tema, me referiré únicamente al problema local. Pues bien,
en esos ésos días, un avión de guerra del bando de la Liberación, bautizado con
el nombre de “sulfato”, por el terror que causaba, desde muchos kilómetros
atrás, en pleno vuelo, avistó a un convoy del ferrocarril que transportaba erróneamente pasajeros, y
tropa de la zona militar de Zacapa, del bando del gobierno, a la vez, cuando de repente a la
altura del puente de El Tambor, en la aldea de ese nombre, de este municipio,
lo ametralló por ambos costados, falleciendo multitud de civiles y militares,
algunos de los cuales fueron sepultados en el cementerio local, y siendo muchas
las incursiones de ese aparato sobrevolando el espacio aéreo del pueblo, la
gente de El Jícaro, en su mayoría,
abandonó sus casas para irse a refugiar a lugares seguros, la aldea El Javillo,
lugar de mayor concentración, por ejemplo, de suerte que a la población fuera
del susto no le ocurrió otra cosa, salvo capturas de algunos vecinos del bando
contrario. Unos cuantos vecinos de El Jícaro, se unieron a este movimiento solo
para cobrar venganza contra revolucionarios indefensos, al punto de lograr su desaparición
o ejecuciones, pues jamás se supo de ellos-
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